Conocimiento científico social sobre el conocimiento
Social Scientific Knowledge about Knowledge
NICO STEHR
Zeppelin University, Alemania
Resumen
El conocimiento no existe como una "pieza" aislada. El conocimiento existe en un estado colectivo agregado. Defino el conocimiento como una capacidad de acción social y como un modelo de la realidad, como la posibilidad de poner "algo en movimiento", por ejemplo, resolver una tarea, producir un objeto material como un chip semiconductor o ser competente para evitar que ocurra algo, por ejemplo, la aparición de una enfermedad. En este sentido, el conocimiento es un fenómeno humano universal, o una constante antropológica. Esta definición del término "conocimiento" es deudora de la famosa observación de Francis Bacon de que el conocimiento es poder, una traducción algo engañosa de la frase latina de Bacon: scientia potentia est. Un supuesto básico debería ser que el conocimiento no es práctico a priori. La transformación del conocimiento como capacidad de actuar en conocimiento práctico requiere circunstancias congeniales, como el poder o la autoridad que dicta las condiciones concretas para la acción. En este con texto, resulta útil preguntarse por el papel cada vez más destacado de los algoritmos (tecnología intelectual) en relación con el conocimiento, como el software ChatGPT, así como por la polémica cuestión de la existencia de una clase de conocimiento y la noción de capital cultural.
Palabras clave: conocimiento; ciencia; sociedad del conocimiento; acción social; algoritmo.
Abstract
Knowledge does not exist as an isolated "piece." Knowledge exists in an aggregated collective state. I define knowledge as a capacity for social action and as a model of reality, as the possibility of putting "something in motion", for example, solving a task, producing a material object such as a semiconductor chip, or being competent to prevent it from happening. something, for example, the appearance of a disease. In this sense, knowledge is a universal human phenomenon, or an anthropological constant. This definition of the term "knowledge" is indebted to Francis Bacon's famous observation that knowledge is power, a somewhat misleading translation of Bacon's Latin phrase: scientia potential est. A basic assumption should be that knowledge is not practical a priori. The transformation of knowledge as the ability to act into practical knowledge requires congenial circumstances, such as power or authority that dictates the concrete conditions for action. In this context, it is useful to ask about the increasingly prominent role of algorithms (intellectual technology) in relation to knowledge, such as the ChatGPT software, as well as the controversial question of the existence of a kind of knowledge and the notion of cultural capital.
Keywords: knowledge; science; knowledge society; social action; algorithm.
Hablar de conocimiento es hablar de personas.
Barry Barnes, 1988, p. 179.
La hipótesis central de este trabajo, y por tanto en un sentido más amplio de una teoría de la sociedad moderna como sociedad del conocimiento, es que el conocimiento, y no la naturaleza, los accidentes, la violencia, las catástrofes, el poder, etc. es más que nunca la base y la guía de la acción humana en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea. El estudio de las sociedades del conocimiento responde a la constatación fundamental de que la ciencia moderna no es en absoluto, como aún se supone a menudo, sólo la clave y el acceso a los misterios de la naturaleza y del comportamiento humano, sino sobre todo el devenir de un mundo: El conocimiento como motor, no sólo como cámara (cf. MacKenzie, 2006). Esta importancia sin precedentes del conocimiento científico no significa, sin embargo, que vaya a conseguir arrollar sin más los modos de vida y las actitudes tradicionales, como se ha esperado o temido una y otra vez.
Al mismo tiempo, las sociedades del conocimiento no son una formación social que se haya estancado. La dinámica del sistema económico de las sociedades del conocimiento, de la mano de la juridificación del conocimiento como el recurso más importante de las sociedades del conocimiento, conduce directamente a la transformación de la sociedad del conocimiento en capitalismo del conocimiento. La contención jurídica de la difusión del conocimiento a través de la legislación nacional e internacional es la palanca que permite la transformación de la sociedad del conocimiento en capitalismo del conocimiento (Stehr, 2022). El cerco del conocimiento no sólo afecta a la difusión del conocimiento, sino también a su producción. Los observadores sospechan con razón que el cercado del conocimiento obstaculiza el trabajo sobre el conocimiento adicional o lo hace económicamente poco atractivo. El capitalismo del conocimiento también tiene efectos claros sobre la desigualdad dentro de las sociedades y entre ellas. Una de las principales características de la desigualdad en las sociedades del conocimiento es que segmentos cada vez mayores de la población están bloqueados y se enfrentan a una práctica restricción de liquidez. Las comparaciones basadas en la desigualdad de ingresos en las sociedades desarrolladas no logran captar el aumento real y la base de la desigualdad social. Además, la acumulación de riqueza se realiza cada vez menos a través del empleo y requiere cada vez más la participación en la lógica de la inflación de activos (Konings y Adkins, 2022, p, 53).
Importantes estratos sociales no pueden participar en la revalorización de los activos bursátiles o inmobiliarios, mientras que el endeudamiento aumenta en un momento de inflación y tipos de interés elevados. Aunque el capitalismo del conocimiento es ante todo un desarrollo económico, es razonable sospechar que los gigantes digitales en el asiento del conductor están teniendo un impacto significativo en la estructura social y la cultura de la sociedad moderna. Sin embargo, la hipótesis central de una teoría de la sociedad moderna como sociedad del conocimiento requiere una reflexión exhaustiva sobre la naturaleza social del conocimiento, una agenda a menudo descuidada en las ciencias sociales contemporáneas.
El conocimiento como capacidad de actuar
El conocimiento es una capacidad de actuar o un recurso intersubjetivo. Esto es cierto tanto si el conocimiento en cuestión es un sofisticado teorema matemático como si se trata de la capacidad de cocinar una sabrosa comida. Situar el conocimiento en el centro de la investigación científico-social no significa poner en primer plano y con urgencia la típica y, en la era de la posverdad, innegablemente central pregunta filosófica de "¿es verdadero el conocimiento?" o, más en general, cuáles son las condiciones de posibilidad del conocimiento y, más en concreto, del conocimiento como creencia verdadera justificada. La misma advertencia se aplica en este contexto a la llamada perspectiva de producción del conocimiento —making knowledge, por ejemplo (Felt, 2017)—, una perspectiva que sigue desempeñando un papel destacado en los estudios sociales de la ciencia, así como en las diversas modalidades de conflicto en las que el conocimiento es objeto de disputa. Mis reflexiones sobre el conocimiento en este contexto tampoco se extienden a la ambigua y ambiciosa cuestión de los límites, fracasos y quiebras del conocimiento. Se trata de una cuestión que se ilumina mejor mediante minuciosos estudios de casos sobre el uso del conocimiento en circunstancias prácticas, por ejemplo, en el ámbito de la gobernanza política.
Hacia un concepto sociológico del conocimiento
En general, a los seres humanos les interesa más conseguir algo que saber cómo se hace, y conseguir lo primero suele ir precedido de conocimientos sobre lo segundo. (Georg Simmel, 1890/1989, p. 115)
¿Cuál es la función general del conocimiento? ¿Y qué papel desempeña el conocimiento en la vida cotidiana? ¿Tiene un papel destacado? Georg Simmel es escéptico y da prioridad a la acción frente al conocimiento.
El conocimiento no existe como una "pieza" aislada de conocimiento. El conocimiento existe en un estado colectivo agregado. No es una flor en un ramo de flores, es el ramo de flores y, por tanto, un conjunto de conocimientos o parte de un sistema de enunciados, por pequeño que sea ese conjunto o sistema de enunciados en casos particulares. Esto también implica que el conocimiento no es un fenómeno individual en el sentido de ser una entidad que sólo tiene atributos discretos. El conocimiento como fenómeno agregado tiene muchos autores, por ejemplo, inventores, expertos que median entre la invención y el uso, filtros de revisión por pares, consejos, etcétera.
Para explicar mejor el concepto de conocimiento, hay que distinguir entre lo que se conoce, el contenido del conocimiento y el saber. Conocer es una relación con cosas y hechos, pero también con reglas, leyes y programas. Por tanto, una especie de participación es constitutiva del conocer: conocer cosas, reglas, programas, hechos, es en cierto sentido "apropiárselos", incluirlos en nuestro campo de orientación y competencia. La apropiación intelectual de las cosas puede ser independiente u objetiva. Es decir, la representación simbólica del contenido del conocimiento elimina la necesidad de entrar en contacto directo con las cosas mismas. El significado social del lenguaje, la escritura, la imprenta, el almacenamiento de datos, etc. es que representan simbólicamente el conocimiento o proporcionan la posibilidad de objetivar el conocimiento. Así, la mayor parte de lo que hoy llamamos conocimiento y aprendizaje no es conocimiento directo de hechos, reglas y cosas, sino conocimiento objetivado. El conocimiento objetivado es el acervo altamente diferenciado de la naturaleza y la sociedad intelectualmente apropiado, que también puede considerarse el recurso cultural de una sociedad. Conocer, por tanto, es participar grosso modo en los recursos culturales de la sociedad. Esta participación está, por supuesto, sujeta a la estratificación; las oportunidades vitales, el estilo de vida y la influencia social de los individuos dependen de su acceso al acervo de conocimientos disponible.
La curiosa entidad del conocimiento
El conocimiento y las ideas por utilizar, deliberadamente categorías muy amplias y ambivalentes, son entidades muy peculiares y con propiedades que difieren de las de, por ejemplo, las mercancías o los secretos. A diferencia de la propiedad física, cuyos límites suelen ser bastante precisos y consensuados, los límites del conocimiento suelen ser borrosos e indefinidos. A diferencia de otros recursos (o factores de producción), el uso del conocimiento (a veces englobado bajo el epígrafe de capital humano; Romer, 1990) tiende a crecer (acumularse) más que a reducirse. Sin embargo, el conocimiento no es inmune al envejecimiento ni a la depreciación.
Cuando se vende, el conocimiento se traslada a otros dominios y, sin embargo, permanece dentro del dominio de su productor/propietario. Desde un punto de vista económico, el conocimiento es un bien no rival (es decir, se comparte fácilmente y no se agota cuando se utiliza, y excluir a otros de su uso puede ser costoso o incluso imposible, como en el caso de los descubrimientos científicos, las noticias publicadas o la música digitalizada); el conocimiento como bien no rival plantea naturalmente la cuestión de cómo captar los beneficios del propio descubrimiento. Además, y también desde un punto de vista económico, el coste marginal de producir conocimiento es bajo en comparación con la producción de capital físico y suele basarse en costes fijos más bajos. Por otra parte, el conocimiento no puede transferirse simplemente de generación en generación como el capital o la tierra. El conocimiento no tiene características de suma cero. El conocimiento tiene las características de un bien público (Ostrom y Ostrom, 1977/2018). Cuando se "consume" no impide su "uso" por otros. Cuando se revela, el conocimiento no pierde su influencia. Sin embargo, como bien no rival, el conocimiento puede transformarse en un bien rival. El desarrollo de patentes sobre el conocimiento (como expresión de la capacidad de actuar) y otros bienes intangibles garantiza que el conocimiento pueda ser cercado (mercantilizado y privatizado). La tragedia de los bienes comunes del conocimiento queda así limitada, si no excluida. El patentamiento de bienes físicos, como invento del Estado-nación moderno, conlleva restricciones en su uso, pero tales restricciones son comparativamente menos impugnables que el patentamiento del conocimiento.
Aunque hace tiempo que se reconoce que la "creación" de conocimiento está plagada de incertidumbre, sólo recientemente se ha puesto en tela de juicio la creencia de que su aplicación carece de riesgos y de que su adquisición reduce la incertidumbre. Es absurdo afirmar que el conocimiento siempre consigue remodelar el mundo. Las consecuencias imprevistas, la llamada suerte, las circunstancias fortuitas, los cisnes negros o simplemente el azar no pueden desterrarse ni siquiera con la mejor de las intenciones. Si bien es muy razonable y, en cierto sentido, urgente hablar de límites al crecimiento en muchos ámbitos y recursos de la vida, no parece ocurrir lo mismo, afortunadamente, con el recurso del conocimiento. El conocimiento prácticamente no tiene límites a su crecimiento.
Georg Simmel hizo una observación similar poco después del final de la Primera Guerra Mundial, aunque para él la falta de límites reales al crecimiento del conocimiento (productos culturales) señalaba sobre todo un grave peligro intelectual para los individuos y la sociedad. Señala el peligro de una "tragedia de la cultura" en la que las crecientes objetivaciones culturales superan la capacidad del individuo para absorber la abundancia de conocimientos de forma significativa. Los productos humanos adquieren vida propia y limitan el comportamiento humano. Pero, como señala,
Todo el mundo puede contribuir al suministro de contenidos culturales objetivados sin ninguna consideración por los demás contribuyentes. Este suministro puede tener un color determinado durante épocas culturales individuales, es decir, desde dentro puede haber un límite cualitativo, pero no igualmente cuantitativo. No hay razón para que no se multiplique en dirección al infinito, para que no se añada libro a libro, obra de arte a obra de arte o invento a invento. La forma de la objetividad como tal posee una capacidad ilimitada de realización. (Simmel, 1919/1968, p. 44)
Para Simmel, el resultado importante y peligroso es una gran discrepancia entre el volumen de productos culturales y la capacidad de los individuos para darles sentido.
El conocimiento como producto colectivo
A menudo se considera que el conocimiento es un bien colectivo por excelencia; por ejemplo, el ethos de la ciencia exige que, al menos en principio, se ponga a disposición de todos (cf. Merton, 1942/1973). Pero ¿es el "mismo" conocimiento accesible a todos? ¿Sigue estando sujeto el conocimiento científico, cuando se transforma en tecnología, a las mismas convenciones normativas? ¿Cuáles son los costes de la transferencia de conocimientos? A pesar de su reputación, el conocimiento casi nunca es indiscutible. En ciencia, su impugnabilidad se considera una de sus mayores virtudes. En la práctica, el carácter controvertido del conocimiento a menudo se suprime y/o entra en conflicto con las exigencias de la acción social.
El potencial aparentemente ilimitado de su disponibilidad, que no afecta a su significado, lo hace resistente a la propiedad privada de una forma peculiar e inusual (Simmel, 1907/1978, p. 438). Las modernas tecnologías de la comunicación facilitan el acceso e incluso pueden socavar las restricciones a la propiedad que aún persisten, aunque también es posible la concentración (documentada por Bajgar, Criscuolo y Timmis, 2021) en lugar de la difusión, temida por algunos. Pero también se podría sugerir que la creciente importancia social del conocimiento, más que su carácter distintivo, podría en realidad socavar su exclusividad. Sin embargo, parece ocurrir lo contrario, lo que plantea la cuestión de la base permanente del poder del conocimiento.
El conocimiento como capacidad intersubjetiva de actuar
Me gustaría definir el conocimiento como una capacidad intersubjetiva para la acción social (en alemán Handlungsmöglichkeit) y como un modelo de realidad, como la posibilidad de poner "algo en movimiento", por ejemplo, resolver una tarea, producir un objeto material como un chip semiconductor o ser competente para evitar que algo ocurra, por ejemplo, la aparición de una enfermedad. En este sentido, el conocimiento es un fenómeno humano universal, o una constante antropológica.
El conocimiento como capacidad para actuar, como recurso y como fuente de competencias no necesariamente formará parte del diseño y la ejecución de la acción, como ya señala el cauteloso término "capacidad". Como subraya Barry Barnes, gran parte del conocimiento no encuentra aplicación en la planificación y ejecución de la acción, sino que se ha desarrollado predominantemente para proporcionar legitimaciones, justificaciones y racionalizaciones 'ex-post-facto' de la actividad (Barnes, 1977, p. 83). En consecuencia, es importante indagar, como haré en una de las próximas secciones, en los fundamentos del conocimiento práctico. Pero la distinción entre las formas de conocimiento que pasan a formar parte de la acción social y el conocimiento que permanece en la "superestructura" no es tan clara como podría parecer a primera vista. En las circunstancias sociohistóricas pertinentes, las legitimaciones modificadas pueden, de hecho, convertirse en capacidad de acción.
Los seres humanos necesitan conocimientos. El conocimiento constituye un "área transversal" central del desarrollo de la sociedad: hay conocimiento en todas partes - y más del que uno puede conocer (Luhmann, 1990, p. 147). Que el conocimiento esté en todas partes, es decir, que el conocimiento sea indiferente a la lógica de los subsistemas sociales, no puede significar, por supuesto, que todo el conocimiento esté en todas partes.
El conocimiento crea, mantiene y cambia las condiciones existenciales. Es precisamente la cualidad del conocimiento como capacidad de actuar lo que lo convierte en un recurso importante para la economía. Su importancia aumenta a medida que aumenta el volumen socialmente necesario de conocimiento en la sociedad y, de este modo, llega a ser capaz de sustituir gradualmente a los factores de producción tradicionales convencionales pero agotados: el trabajo, la tierra y el capital.
Los esfuerzos por cuantificar el volumen cambiante de conocimiento en las relaciones sociales están plagados de enormes complicaciones, entre otras cosas por la habitual confusión entre información y conocimiento (para muchos ejemplos, véase Tichenor, Donohue y Olien, 1970; Jennings 1996). Los esfuerzos típicos para medir el conocimiento de una población, especialmente por parte de los economistas, utilizan datos sobre la duración de la educación formal y la escolarización de los individuos como referente empírico de la cantidad de conocimiento o falta de conocimiento de una población. Sin embargo, éste no es realmente un referente empírico útil cuando se trata de determinar la capacidad de acción de una población. En el siguiente análisis de la idea de capital humano y de la noción de conocimiento como conjunto de competencias y habilidades, es decir, de capacidades interrelacionadas, se pondrán de relieve con más detalle los déficits pertinentes. Baste decir que las capacidades se refieren a una amplia gama de aptitudes sociales e intelectuales.
Mi definición del conocimiento como capacidad de actuar no implica ni pretende ofrecer una forma clara de distinguir entre formas de conocimiento, en particular entre conocimiento científico y conocimiento tradicional, conocimiento prescriptivo y proposicional, ciencia moderna y formas cotidianas de conocimiento, conocimiento organizado y no organizado, y teoría y práctica. De hecho, es notoriamente problemático distinguir la ciencia de otras formas de conocimiento. Reconocer el conocimiento científico como una forma particular, incluso privilegiada, de conocimiento es difícil. En realidad, el conocimiento profesional, popular o artesanal no puede separarse claramente del conocimiento científico, sobre todo cuando se trata de la función que pueden desempeñar esas formas de conocimiento. Lo que la definición del conocimiento como capacidad de acción permite al observador es señalar capacidades de acción distintivas, especialmente en el contexto de las sociedades modernas como sociedades del conocimiento. Las capacidades que se enumeran a continuación tienen una fuerte afinidad con las capacidades simbólicas, como debería ser el caso en las sociedades del conocimiento.
Múltiples capacidades de actuación
El conocimiento se refiere a las capacidades productivas (competencias, habilidades, herramientas de la imaginación). El conocimiento crea, mantiene y cambia las condiciones existenciales. El conocimiento permite a individuos y organizaciones movilizar recursos materiales y simbólicos. La dimensión temporal del conocimiento, con su énfasis en la creación de conocimiento en las sociedades del conocimiento, está orientada hacia el futuro. Los nuevos tipos de agencias son el motor de las pautas de cambio en las sociedades modernas, por ejemplo, en el ámbito de la economía, la ciencia, el poder militar y la fuerza.
La capacidad de poner algo en marcha o lograr algo puede muy bien referirse a la capacidad de lograr algo centrada en el conocimiento simbólico y no basada principalmente, como sostiene Joel Mokyr (2002, p. 284), en el equipo técnico que utilizamos en nuestro juego contra la naturaleza. Por ejemplo, para formular una hipótesis, encontrar una nueva metáfora para un término establecido, evaluar "hechos", interpretar un poema, clasificar la literatura sobre un tema o defender una tesis frente a "nuevos hechos". El conocimiento nos permite decir algo, o elegir no articularlo. Las estadísticas sociales, por ejemplo, no sólo reflejan la realidad social, sino que la problematizan al mostrar que podría ser diferente. En otras palabras, la agencia no sólo se refiere a la posibilidad de realizar algo en el sentido de un logro material-físico; la agencia también se refiere a las capacidades intelectuales o simbólicas.
Poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, Claude Shannon (1949) publicó un pequeño volumen titulado La teoría matemática de la comunicación. En él explicaba cómo las palabras, los sonidos y las imágenes podían convertirse en bits y enviarse electrónicamente. El modelo matemático y probabilístico de comunicación de Shannon, el bit como unidad básica de información, ha sido superado por modelos cada vez más complejos en la teoría de la comunicación, y podría decirse que predijo la revolución digital en la comunicación. El conocimiento como "sistema" simbólico permite actuar sobre el mundo. Partiendo de la misma definición general de conocimiento, un programa informático como protocolo de organización de la "información" es una forma de conocimiento. Cómo aprovechar la energía hidráulica, cómo fundir hierro y fabricar herramientas, cómo disparar con éxito a un blanco lejano, cómo aumentar el rendimiento de los suelos pesados, cómo estructurar un Estado y los mercados, todo ello constituye un conocimiento que ha estado en el centro del surgimiento de las sociedades modernizadoras.
El conocimiento como capacidad de actuar también puede entenderse como un experimento de pensamiento (Gedankenexperiment), similar a la descripción de Karl Marx (1867/1967, p. 127) en El Capital del trabajo como un experimento intelectual a la espera de su realización:
Suponemos que el trabajo tiene una forma que lo hace exclusivamente humano. Una araña realiza operaciones que se parecen a las de un tejedor, y una abeja avergüenza a muchos arquitectos en la construcción de sus celdas. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es que el arquitecto levanta su estructura en la imaginación antes de erigirla en la realidad. Al final de cada proceso de trabajo, obtenemos un resultado que ya existía en la imaginación del trabajador al principio.
Pero el conocimiento no es la única capacidad de acción que el ser humano ha desarrollado y utilizado. En mi opinión, otra capacidad esencial para la acción social es la energía. En el siglo XIX y gran parte del XX, los combustibles fósiles fueron uno de los recursos más importantes que permitieron nuevas formas de actividad económica en particular y de acción social en general. En consecuencia, las instituciones y organizaciones sociales que controlaban la producción, la distribución y el uso de los combustibles fósiles (incluido, entre otros, el movimiento obrero de este periodo histórico) se encontraban entre los centros de poder más importantes de la sociedad industrial. Hoy en día, lo que Timothy Mitchell (2009) denomina "democracia del carbono" es cada vez más cosa del pasado. La democracia del carbono está siendo sustituida por la democracia del conocimiento.
Los derechos, deberes y obligaciones son otras capacidades y posibilidades de acción que las personas se atribuyen mutuamente y que se materializan en las relaciones sociales para estabilizar las condiciones sociales basadas, por ejemplo, en la libertad y la responsabilidad (cf. Rosanvallon, 2011/2013, pp. 273–274). Las condiciones de la capacidad de marcar la diferencia incluyen sin duda el lenguaje (los vocabularios como herramienta para ver el mundo y a los demás) y, de forma más general, la totalidad de las condiciones materiales e inmateriales (objetivas) de acción de las personas.
El poder es la capacidad de actuar. En muchas definiciones de poder, por ejemplo, la definición seminal de Max Weber (1921/1968, p. 212) como la oportunidad que tiene un individuo en una relación social de lograr su propia voluntad incluso contra la resistencia de los demás, el poder se ve como la capacidad de lograr la conformidad (véase Barnes, 1988, p. 180), utilizando uno de los muchos medios posibles para imponer la conformidad. Por último, el largo estudio de Michel Foucault sobre el fenómeno social del poder sugiere con rotundidad que el poder es una capacidad productiva para actuar. El poder produce conocimiento y el conocimiento produce poder: como afirma Michel Foucault (1973, citado en Paras, 2006, p. 113), "todo lugar de ejercicio del poder es al mismo tiempo un lugar de formación, no de ideología, sino de conocimiento. Y, por otra parte, todo saber establecido permite y garantiza el ejercicio del poder". Por último, ¿cuál es el estatuto de la revelación divina? Mucha gente insistiría en que las revelaciones divinas representan un conocimiento y, por tanto, una capacidad de actuar, aunque sólo sea en forma de experimento mental.
El conocimiento es poder
Mi definición del término "conocimiento" es deudora de la famosa observación de Francis Bacon de que el conocimiento es poder, una traducción algo engañosa de la frase latina de Bacon: scientia potentia est. Bacon (1620/1960) sugiere que el conocimiento deriva su utilidad de su capacidad para poner algo en movimiento. Más concretamente, Bacon afirma al comienzo de su Novum Organum (I, Aph. 3) que el conocimiento y el poder humanos se encuentran en uno; porque donde no se conoce la causa no se puede producir el efecto. La naturaleza para ser ordenada debe ser obedecida; y aquello que en la contemplación es la causa es en la operación la regla. Sólo el conocimiento de por qué y cómo suceden las cosas es el requisito previo para una intervención eficaz. El razonamiento de Bacon en la época medieval fue ampliamente aceptado. En todas partes se intenta recopilar nuevos conocimientos profanos.
El éxito de la acción humana puede medirse por los cambios que se han producido en la realidad social y natural, por lo que el conocimiento se distingue, entre otras cosas, por su capacidad de transformar la realidad. El conocimiento es descubrimiento. El valor añadido del conocimiento debe considerarse como su capacidad para iluminar y transformar la realidad. Por supuesto, el conocimiento como modelo eficaz o productivo de la realidad requiere el conocimiento de la realidad.
La concepción teórica del conocimiento como agencia abre la idea de la capacidad (colectiva), es decir, la autodeterminación de los actores en contextos sociales determinados por el conocimiento. La "propiedad" del conocimiento y, por tanto, la facultad de disponer de él no suele ser exclusiva. Pero la doctrina jurídica dominante exige precisamente esta exclusividad del poder de disposición como característica primordial de la institución de la propiedad. El derecho formal conoce a los propietarios y poseedores; en particular, conoce a los individuos que deberían tener, pero no tienen. Desde el punto de vista del ordenamiento jurídico, la propiedad es indivisible. Tampoco importa de qué "cosas" materiales o inmateriales concretas se trate.
La ciencia no es simplemente, como se creía en un tiempo, la solución a los misterios y miserias del mundo; es más bien el devenir de un mundo. La idea de que el conocimiento es una agencia que transforma o incluso crea la realidad es quizá casi evidente en el caso del conocimiento de las ciencias sociales, pero menos convincente en el caso de las ciencias naturales. Sin embargo, en el caso de la biología contemporánea, uno está dispuesto a reconocer que el conocimiento biológico se extiende a la creación de nuevos sistemas vivos. La biología no se limita a estudiar la naturaleza. La biología transforma y crea nuevas realidades naturales. La biología y la biotecnología están íntimamente ligadas. En consecuencia, (la mayor parte de) la realidad a la que nos enfrentamos en las sociedades modernas, y cada vez más, surge del conocimiento y lo encarna. Así pues, el conocimiento no es poder (en el sentido habitual de la palabra), sino que, en el mejor de los casos, representa un poder potencial. El conocimiento da energía. Por lo tanto, es necesario distinguir entre la posesión del conocimiento como capacidad para actuar y la capacidad para ejercer o poner en práctica el conocimiento.
No todo el mundo lo sabe todo; por lo tanto, la agencia está estratificada. Como se ha mencionado en la introducción, los mecanismos sociales de distribución del conocimiento son el núcleo de cualquier análisis sociológico del conocimiento. Sin embargo, si el conocimiento siempre fluye hacia los poderosos, que explotan el control social que ofrece el conocimiento, no debe determinarse a priori, sino examinarse críticamente (cf. Stehr, 2016).
Por último, la noción de conocimiento como capacidad para la acción también indica que el conocimiento puede quedar inutilizado o utilizarse con fines irracionales. La definición del conocimiento como capacidad para la acción sugiere que la realización y aplicación del conocimiento depende de condiciones sociales e intelectuales específicas o de entornos propicios, o está integrada en ellos. El control de las condiciones pertinentes puede requerir poder social, así como recursos específicos del contexto (cf. Stehr, 1992; 2021), por ejemplo, la racionalización de la normativa medioambiental que, de otro modo, podría retrasar la puesta en marcha de una iniciativa empresarial, o la garantía de vías para la inmigración altamente cualificada. En general, puede decirse que la utilidad del conocimiento es difícil de evaluar de antemano.
El conocimiento que importa
Hay que señalar que la confrontación entre teoría y práctica no tiene raíces históricas; es relativamente nueva, data probablemente del siglo XIX. Antes de entonces, teoría y práctica se distinguían a partir de conceptos diferentes: la teoría como conocimiento alejado del saber cotidiano y la práctica de la poíesis, es decir, de la producción de obras. (Luhmann; 2011/2018, p. 343)
El conocimiento científico y técnico es obviamente una "agencia", y en la sociedad moderna bien puede ser una agencia bastante especial. Pero el conocimiento científico no debe verse como un recurso que no es contestable, que no está sujeto a interpretación, que no puede dejarse latente y que no puede reproducirse a voluntad o que representa el fundamento de una "superestructura" de la sociedad, como sostiene Arnold Gehlen (1957. p. 11-13, 54). Gehlen considera que la conciencia, incluidos el conocimiento y las ideas, es totalmente derivativa (cf., Barnes, 1977, p. 71). El proceso cognitivo se asemeja a un proceso técnico: "La interfaz entre la ciencia, la aplicación técnica y la explotación industrial se ha convertido desde hace tiempo en la provincia de una superestructura distintiva, que a su vez está automatizada y es éticamente indiferente" (Gehlen, 1957/1980, p. 70).
Por lo tanto, la especial importancia del conocimiento científico y técnico en la sociedad moderna no radica tanto en que a veces se trate como esencialmente incontrovertible (u objetivo en el sentido de una "visión desde ninguna parte" [Nagel, 1986]), sino en que, más que cualquier otra forma de conocimiento moderno, representa una capacidad incremental para la acción social, o un aumento de la capacidad de "cómo hacerlo", que también puede ser "objeto de apropiación privada", aunque sólo sea temporalmente. En términos económicos, el conocimiento incremental es especialmente importante como fuente de valor añadido. El acceso al conocimiento marginal y su dominio son, por tanto, cruciales para obtener ventajas en las sociedades que funcionan según la lógica del crecimiento económico y dependen de ella (véanse Kim y Heshmati, 2019; Wolf, 2023).
Además, en términos económicos, el conocimiento es un ingrediente esencial del volumen y la naturaleza de la "productividad" que se encuentra en una economía; el conocimiento afecta a la organización social del trabajo. Como señalan Gary S. Becker y Murphy (1992, p. 300), "la productividad de los especialistas en determinadas tareas depende de la cantidad de conocimientos que posean". La dependencia de la especialización de los conocimientos disponibles vincula la división del trabajo al progreso económico, ya que el progreso depende del crecimiento del capital humano y de las tecnologías". La cantidad y el alcance de los conocimientos disponibles entre los trabajadores influyen en los costes de coordinación y, con ello, en la división del trabajo en una organización.
La ciencia y la tecnología añaden constantemente (en un sentido no peyorativo) al acervo existente de conocimientos y, por tanto, a la capacidad de los agentes individuales y corporativos para influir en sus circunstancias de acción. En este sentido, es decir, en su capacidad y legitimidad para generar nuevas capacidades de acción, la ciencia prácticamente no tiene competencia en la sociedad moderna. Como resultado, la comunidad científica y la economía se encuentran "acopladas" a través de la utilidad técnica y económica de los nuevos conocimientos (cf. Luhmann, 2011/2018, p. 329).
Sin embargo, el conocimiento como capacidad de acción no puede reducirse al conocimiento científico. En el actual clima polémico de la "política de la posverdad", los "hechos alternativos", una "crisis de la ciencia" (por ejemplo, Fuller, 2019; Renn, 2019), así como la atención generalizada de los medios de comunicación y la afirmación de "teorías de la conspiración" en partes de la sociedad civil, la cuestión de qué -fuera de la comunidad de las ciencias sociales- hace que el conocimiento de las ciencias sociales sea digno de confianza y legítimo se ha convertido de nuevo en una cuestión pertinente y apremiante en la sociedad y la ciencia. Durante siglos, y hasta bien entrado el presente, la aplicación de los conocimientos de todas las ciencias se ha considerado el patrón oro para juzgar su importancia. El subproducto de afirmar que una disciplina es útil para la sociedad garantiza la atención y el apoyo del público. El camino hacia la legitimidad y la confianza en el conocimiento de las ciencias (sociales) pasa principalmente por el "conocimiento práctico o útil". Pero ¿qué es exactamente el conocimiento práctico? El conocimiento práctico es el conocimiento científico que "funciona", que logra algo, que marca la diferencia en los asuntos de la sociedad abordando con éxito, por ejemplo, un problema social (cf. Drucker, 1989/2003, p. 242; Smith, 2022).
Los componentes del conocimiento práctico
Al examinar los fundamentos del conocimiento práctico, es decir, del conocimiento que marca la diferencia en los asuntos prácticos, resulta pertinente un doble conjunto de perspectivas. En primer lugar, la perspectiva básica es que el conocimiento y las ideas marcan una diferencia significativa a la hora de dar cuenta del cambio social y, en segundo lugar, que es esencial a este respecto que el conocimiento no sea práctico a priori.
La transformación del conocimiento como capacidad de actuar en conocimiento práctico requiere circunstancias favorables, como el poder o la autoridad que dicta las condiciones concretas para la acción; en resumen, circunstancias favorables. Además, la búsqueda del conocimiento práctico comienza con un problema, que es un problema. Un problema en el comportamiento social surge como resultado de una interrupción en el flujo habitual "causal", ininterrumpido, de circunstancias. La interrupción en el flujo rutinario del comportamiento es en sí misma una construcción social. Los conocimientos que marcan la diferencia resultan ser conocimientos que no se aplican de forma espontánea o automática ni crean su propio impulso de uso.
La adecuación (utilidad) del conocimiento utilizado en un contexto distinto al de su producción puede formularse en términos de la relación entre el conocimiento y los estados de las condiciones de acción locales (relevantes para el contexto). En el contexto de aplicación, los condicionantes y las condiciones de acción se entienden o bien en estado de apertura o bien en estado de fuera de control de los agentes pertinentes. Dada esta distinción entre estados de las condiciones de acción, el conocimiento práctico se relaciona principalmente y se hace efectivo en contextos que ofrecen condiciones de acción abiertas para los actores pertinentes con respecto a las variables relevantes.
La literatura de las ciencias sociales en general, y los escritos en el campo de la metodología de las ciencias sociales en particular, contienen poca información útil sobre la identificación y el uso sistemáticos de atributos de la acción social que pueden estar abiertos en situaciones específicas, o que son percibidos por el grupo relevante de actores como abiertos a su control (cf. Stehr, 2021). En gran parte del discurso de las ciencias sociales, la decisión sobre qué factores o atributos deben seleccionarse como objetos de reflexión teórica y estudio empírico tiende a depender de las tradiciones disciplinarias. La selección o elección de factores para la recogida y el análisis de datos, que están sujetos a control en situaciones prácticas, se convierte en una cuestión de teorías mundanas, pero, a diferencia del discurso científico, sobre todo en una cuestión del poder relativo de los actores, sus recursos y su determinación dentro de sus entornos y en relación con el entorno que también afecta a su contexto de acción.
El hecho es que muchas teorías económicas no abordan la cuestión del poder, los recursos y las características de la acción económica más allá del control, por ejemplo, de agentes empresariales concretos. De hecho, el discurso económico ha excluido tales consideraciones como una cuestión de razonamiento disciplinario, lo que, al menos para algunos economistas, proporciona una explicación de la relativa impotencia práctica de la teorización económica (por ejemplo, Rothschild, 1971). En otras palabras, los economistas a menudo parecen asumir erróneamente que prácticamente todos los factores que forman parte de sus modelos teóricos están de algún modo abiertos a la acción, o que la capacidad de los agentes para emprender acciones económicas es insensible a las circunstancias particulares de la acción.
El conocimiento en la era del algoritmo
Siguiendo con el debate sobre la naturaleza del conocimiento práctico, conviene preguntarse por el papel cada vez más destacado de los algoritmos (tecnología intelectual) en relación con conocimientos como el software ChatGPT. Al fin y al cabo, parece que los algoritmos no son más que conocimiento práctico (integrado). La idea de que los algoritmos son conocimiento incrustado resuena con la idea de que el conocimiento está incrustado en relaciones u objetos sociales (cf. Smith, 2019; Girasa, 2022).
La inteligencia artificial generativa o tecnología de propósito general (GPT) como enfoque basado en datos se refiere concretamente, en el caso que nos ocupa, a un chatbot que responde a preguntas basadas en una gran cantidad de datos en una prosa clara y bien puntuada. Se trata de tecnologías capaces de generar texto, imágenes y otros medios en respuesta a breves indicaciones, con lo que intentan simular la inteligencia humana. La inteligencia artificial generativa —a menudo descrita como la tecnología de IA más importante (Drexl et al., 2019) y como la más importante en la historia de la vida humana— puede generar contenidos "novedosos", desde texto hasta audio e imágenes, en respuesta a las indicaciones del usuario.
Tras su lanzamiento, ChatGPT se convirtió en el símbolo de una nueva y más potente oleada de IA y como una fuerza poderosa y disruptiva. La tecnología está evolucionando. Se espera que ningún sector de la sociedad sea inmune al impacto de la inteligencia generativa. Las condiciones políticas y de mercado, así como los patrones de desigualdad social (cf., Korinek, Schindler y Stiglitz, 2022) se verán afectados. Lo que ya está claro, sin embargo, es que la política del conocimiento, es decir, la gobernanza de las nuevas ideas y tecnologías no podrá prohibir los grandes modelos lingüísticos.
Los algoritmos están integrados en sistemas informáticos, plataformas e infraestructuras. Más concretamente, los algoritmos facilitan la economía colaborativa, ayudan a detectar enfermedades, se utilizan en los esfuerzos gubernamentales por detectar y controlar la delincuencia, pueden utilizarse en conflictos militares y nos ayudan a elegir un programa de televisión o qué leer. La literatura de las ciencias sociales sobre algoritmos por sí sola es enorme y abarca toda la gama de cuestiones posibles, desde las afirmaciones de que los algoritmos controlan nuestros esfuerzos románticos hasta las decisiones sobre la guerra y la paz (véase Lee y Larsen, 2019 y Nowotny, 2021 para una visión general). La posición extrema argumenta/espera que sea un juego entre humanos y algoritmos en lugar de humanos y humanos: Un mundo dirigido por algoritmos.
Una vez utilizados los algoritmos, se acaba la búsqueda de decisiones. Pero las reglas de decisión necesarias para llegar a las decisiones quedan sumergidas. La decisión se formaliza, de ahí la terminología anterior de "inteligencia artificial": la "mecanización del pensamiento". En otras palabras, los algoritmos pueden describirse como poderosas herramientas en la vida cotidiana, y como influyentes en la toma de decisiones en las instituciones sociales; en el derecho, por ejemplo, para llegar a la decisión de un juez sobre la duración de la pena de prisión de un acusado, en la salud, en el mercado laboral, en la economía, en la política y en la guerra. Al mismo tiempo, los algoritmos operan en gran medida sin ser detectados, opacos e inaccesibles a la crítica externa. Los algoritmos son un bien no rival. Al igual que un artículo digital, un algoritmo puede utilizarse una y otra vez sin impedir que otra persona estudie el artículo que, por ejemplo, nos recomienda un determinado restaurante.
Sin embargo, las leyes de patentes de muchos países excluyen los algoritmos del ámbito de las invenciones patentables (Abiteboul y Dowek, 2020, p. 72). Dada la rapidez con la que se desarrollan al menos partes de los algoritmos, puede que ni siquiera necesiten mucha protección por parte del sistema de patentes. Los algoritmos "pueden mantenerse en propiedad, y siempre están evolucionando" Korinek y Stiglitz, 2021, p. 34).
En general, los avances en el desarrollo de la tecnología de IA facultan a quienes disponen de los datos y la potencia de cálculo (acceso a semiconductores potentes, cf. Miller, 2022) para procesar y gestionar estos recursos, especialmente en empresas como Microsoft, Google, Apple, Amazon y Facebook —empresas que, por el momento, escapan en gran medida al control externo— basándose en las enormes cantidades de datos empresariales generados. En estas grandes empresas, la IA parece progresar a un ritmo incremental más que a pasos agigantados. No obstante, las innovaciones en tecnología de IA están superando el ritmo de cambio de las organizaciones sociales (cf. Davenport y Miller, 2022, p. 260–262).
¿Qué condiciones sociales hacen más probable que se demanden conocimientos, que se active la búsqueda de conocimientos y que se realicen esfuerzos para aplicar los conocimientos? El conocimiento se demanda en respuesta a la presión social para actuar. La presión para actuar viene generada por un problema concreto, una orden o una cuestión que requiere una respuesta. Helmut Willke (2001, p. 4) denomina "inteligencia" al recurso que se moviliza en tales circunstancias; la inteligencia describe soluciones a problemas que se incorporan, por ejemplo, en las tecnologías: "
en herramientas, coches o teléfonos significa que yo, como usuario de estas tecnologías, normalmente no tengo que saber más y ya no sé cómo funcionan estas tecnologías, es decir, qué inteligencia específica llevan incorporada. Me basta con saber utilizar estas máquinas. El uso no requiere una comprensión de la inteligencia incorporada. (Willke, 2001, p. 10)
Por supuesto, la inteligencia también podría estar incorporada en una receta para preparar brócoli para la cena. Joel Mokyr (2002, p. 14–15) denomina competencia a la capacidad de utilizar conocimientos incorporados. Para diferenciar entre el conocimiento necesario para inventar y diseñar una nueva técnica del necesario para ejecutarla, me referiré a este último como competencia. El juicio, la destreza, la experiencia y otras formas de conocimiento tácito entran inevitablemente en juego cuando se ejecuta una técnica (conocimiento incorporado). Otro elemento de la competencia es la solución de problemas imprevistos que escapan a la capacidad del agente: saber a quién (o qué) consultar y qué preguntas hacer es indispensable para todos los procesos de producción, salvo los más rudimentarios.
Lo que Helmut Willke llama inteligencia y Joel Mokyr competencia bien podría llamarse algoritmo. Una receta es un algoritmo. Los algoritmos hacen que las cosas sucedan. La cadena de pensamiento que lleva a la acción está incrustada en algoritmos. Así, como señala Robert Sedgewick, destacado investigador sobre algoritmos computacionales, un algoritmo es un "método para resolver un problema" (citado por Finn, 2019, p. 561).
Un algoritmo es un puente entre el conocimiento como capacidad de actuar y la solución a un problema planteado, o un algoritmo representa el cierre del círculo entre el conocimiento y un objetivo. Finn (2019, p. 561) cita un documento de Google que ofrece una definición similar: "Los algoritmos son los procesos informáticos y las fórmulas que toman tus preguntas y las convierten en respuestas". La capacidad de conseguir algo se logra, de hecho, mediante algoritmos; y se logra implacablemente, más rápido y sin desviarse del camino codificado. Los algoritmos se aplican prácticamente a todos los fenómenos. Los fundamentos sobre los que operan los algoritmos no son información objetiva o bruta. Como en casos similares de toma de decisiones, los algoritmos emplean información construida socialmente. Sin embargo, para algunos observadores, los algoritmos pueden aprender repitiendo la misma tarea y mejorando (Abiteboul y Dowek, 2020, p. 16).
La solución al problema al que los algoritmos responden con certeza requiere juicios, por supuesto, posiblemente una serie de compromisos y presunciones sobre los cursos de acción que pueden estar disponibles como soluciones y su eficacia para responder a la cuestión en cuestión. Pero una vez asumida la solución incorporada a un algoritmo, el puente entre el conocimiento y la acción puede franquearse sin necesidad de ejercitar más nuestros cerebros muchas veces, si no indefinidamente. No es demasiado audaz concluir que la función que desempeñan los algoritmos sigue la controvertida observación de Alfred Whitehead (1911) en su An Introduction to Mathematics, la civilización avanza ampliando el número de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar en ellas.
Los riesgos y peligros asociados al conocimiento en la era de los algoritmos son considerables y sin duda merecen una atención especial, como demuestran los primeros esfuerzos estatales por establecer normas para el uso de algoritmos por parte de los gobiernos y los organismos públicos. Las afirmaciones sobre la influencia creciente y negativa, aunque oculta, del conocimiento incorporado en forma de algoritmos son extensas, como señala Nicholas Diakopoulos (citado en Ziewitz, 2016, p. 5): "Ahora vivimos en un mundo en el que los algoritmos, y los datos que los alimentan, adjudican una gran variedad de decisiones en nuestras vidas: no solo los motores de búsqueda y los sistemas personalizados de noticias en línea, sino también las evaluaciones educativas, el funcionamiento de los mercados y las campañas políticas, el diseño de los espacios públicos urbanos, e incluso cómo se gestionan los servicios sociales como el bienestar y la seguridad pública." Puede decirse que los algoritmos cometen errores y funcionan con sesgos. La opacidad de los algoritmos técnicamente complejos que operan a escala dificulta su escrutinio, lo que conduce a una falta de claridad para el público sobre cómo ejercen su poder e influencia.
Las afirmaciones que se han hecho sobre el enorme impacto social, cultural, político y económico de la IA son extraordinarias, destacado por las afirmaciones de que una llamada "singularidad" es posible en un futuro no muy lejano cuando la IA pueda hacer todo lo que los humanos son capaces de hacer sólo que mejor o, la idea de que los algoritmos son similares en su impacto como un punto de inflexión crítico a la revolución industrial (cf. Kurzweil, 2005; Korinek y Stiglitz, 2021, p. 35). Stuart Russell, iniciador del Center for Human-Compatible Artificial Intelligence (Centro de Inteligencia Artificial Compatible con los Humanos) espera que en este siglo se desarrollen máquinas más inteligentes que los humanos. Russell no sólo ofrece una predicción tan audaz, sino que reclama "tratados internacionales para regular el desarrollo de la tecnología". Del mismo modo, el historiador Yuval Noah Harari anticipa que los seres humanos corren el riesgo de ser "hackeados" si la inteligencia artificial no se regula mejor. Hackear a los seres humanos significa llegar a conocer a esa persona mejor de lo que se conoce a sí misma. Y basándose en eso, manipularla cada vez más. Aún más radicales son las afirmaciones que señalan que la IA ya nos está manipulando.
No se puede pasar por alto que los relatos que tratan de las características y consecuencias de los nuevos avances tecnológicos muestran a menudo una deriva tecnocrática. Se espera que el descubrimiento técnico no sólo se emancipe de sus descubridores, sino que también domine a sus descubridores y desarrolladores como un fenómeno en sí mismo. En consecuencia, se insta a las personas a que se aseguren de no perder el control sobre la automatización del mundo laboral, o incluso sobre la IA.
Hasta ahora, sin embargo, la inteligencia artificial (IA) no ha estado a la altura de las exageraciones de sus defensores ni de los temores de sus detractores. La IA inspira promesas exageradas y dudas existenciales. Los robots no se han apoderado de la humanidad. Pero existe una preocupación real entre algunos observadores sobre el impacto de la IA y hasta qué punto podría emanciparse del control humano: por ejemplo, un titular reciente en un ensayo de opinión en un periódico nacional alemán dice no si sino "Cuando las máquinas tomen el poder". Las IA son vistas como un poder social que opera a través de algoritmos, así como la imagen cultural que tales códigos tienen en la sociedad. Los algoritmos se consideran fundamentales en la vida cotidiana, el mundo laboral y la ciencia. Los algoritmos se consideran una amenaza para el empleo; pueden restringir las libertades civiles y/o espiarnos en nombre de los gobiernos y las grandes empresas.
Pero también hay o habrá mejores resultados. Por ejemplo, las decisiones algorítmicas se describen como decisiones neutrales, las decisiones algorítmicas se entienden como decisiones eficientes, las decisiones algorítmicas se presentan como decisiones objetivas y dignas de confianza (Beer, 2017, p. 11). Los puntos débiles de la IA incluyen el hecho de que las decisiones se basan en gran medida en el statu quo, es decir, en datos existentes y accesibles. La IA no comprende el contenido (significado) de los conjuntos de datos que utiliza; que los juicios se basan en correlaciones estadísticas (razonamiento), que en principio incluyen correlaciones espurias; y que las decisiones no pueden justificarse. En consecuencia, la toma de decisiones algorítmica tiende a reforzar los sesgos predominantes al incorporar conjuntos de datos que contienen esas preferencias/prejuicios establecidos.
En última instancia, los algoritmos siguen siendo construcciones sociales. Son fenómenos que no se pueden poner fuera del control de todos, a menos que uno esté preparado, ya que algunos críticos se apresuran a señalar que la IA supone un riesgo existencial para la existencia humana, por ejemplo, en el sentido de que los sistemas de IA lleguen a ser más inteligentes que los humanos en un proceso evolutivo hiper-acelerado (cf. Hendrycks, 2023). Se cree que la Inteligencia Artificial General (IAG) sólo se logrará mediante la expansión masiva de los Grandes Modelos de Lenguaje (LLM, como ChatGPT).
Conocer los algoritmos y sus implicaciones se convierte en una capacidad importante: definida como la habilidad de "hacer generalizaciones apropiadas de manera oportuna basándose en datos limitados" (Kaplan, 2016, p. 5–6). La IA puede utilizarse como arma a un coste menor en comparación con los métodos convencionales de represión. Los observadores críticos subrayan que la IA es una bendición para las fuerzas autoritarias. La ventaja la tienen las mayores empresas de información, como Google, y los mayores Estados autoritarios, sobre todo China (Diamond, 2019, p. 23). Es probable que la resistencia política en las sociedades gobernadas autocráticamente en transición hacia una sociedad del conocimiento provenga del centro de la sociedad, no como una rebelión de los miembros de la clase dirigente. Incluso los regímenes democráticos no son ni serán inmunes a la tentación de utilizar herramientas de vigilancia.
Además, los algoritmos tienen un impacto significativo en las transacciones económicas, la política económica, el proceso de globalización y, en su estela, la desigualdad social global. Como señalan Anton Korinek y Joseph E. Stiglitz (2021, p. 1; también 2019), las nuevas tecnologías [por ejemplo, la IA] tienden a ahorrar mano de obra y recursos, y a dar lugar a dinámicas en las que el ganador se lo lleva todo y que benefician a los países desarrollados. En la medida en que las economías en desarrollo responden por sus ventajas competitivas al menor coste de la mano de obra, los países en desarrollo tienen especialmente motivos para preocuparse por la influencia de la IA y otras tecnologías de automatización, que pueden hacerles perder las ventajas que ahora poseen. El peor de los escenarios, nos recuerdan Korinek y Stiglitz (2021, p. 35), es el desmoronamiento de gran parte de los logros en materia de desarrollo y reducción de la pobreza que hemos visto en el último medio siglo y los nuevos avances pueden detener la convergencia en los niveles de vida entre los países ricos y los países en desarrollo.
Al mismo tiempo, este es un punto útil para reiterar que existe el peligro de que el discurso sobre la IA se convierta en determinismo tecnológico.
El problema del determinismo tecnológico puede encontrarse, como señala Niklas Luhmann (1997/2013, p. 243), en el aislamiento de las operaciones correspondientes frente a las referencias de sentido que interfieren, en la unirritabilidad, si se puede decir así. Mediante este aislamiento, la técnica garantiza la repetibilidad de las operaciones en una ocasión determinada. Si una ejecución técnicamente planificada no puede repetirse (no "funciona"), hay que reparar o sustituir algo. La tecnología es, en otras palabras, un modo de observación que funciona con la distinción de entero y roto, y lo mismo ocurre con las operaciones mentales o comunicativas que están tan fuertemente tecnificadas que uno puede detectar y eliminar errores, como, por ejemplo, errores lógicos. Cabe preguntarse por qué habría que criticar esto.
Está, por supuesto, el lado cognitivo del proceso, que está subdesarrollado, además del lado técnico. La tecnología no es una fuerza coercitiva. La tecnología por sí misma no puede decirnos lo que tenemos que hacer. A nivel colectivo, es el poder de una empresa y probablemente el Estado el que es un poder coercitivo. A nivel individual, es la iniciativa humana la que desafía y da forma a la tecnología. Unas medidas políticas adecuadas y el simple recordatorio de que es posible elegir entre distintas opciones pueden contrarrestar la evolución que describen Korinek y Stiglitz. En otros términos, aparece lo que he denominado política del conocimiento (Stehr, 2003): ¿Cómo responden las sociedades, la sociedad civil y sus instituciones al desarrollo de los sistemas de IA? Los sistemas de IA no son un mero problema técnico, sino, sobre todo, una cuestión política que exige coordinación y regulación.
Conocimiento y sociedades
El conocimiento siempre ha tenido una función en la vida social; de hecho, se podría hablar con razón de una constante antropológica: la acción humana se basa en el conocimiento. Ser humano es conocimiento. Los grupos y los roles sociales de todo tipo dependen del conocimiento y están mediados por él. Las relaciones y la comunicación entre los individuos se basan en el conocimiento de los demás. Del mismo modo, el poder y la autoridad se han basado frecuentemente en ventajas en el conocimiento, no sólo en la fuerza física. Y, por último, pero no por ello menos importante, la reproducción de la sociedad no es meramente reproducción física sino, en el caso de los humanos, siempre cultural, es decir, reproducción del conocimiento. De ello se deduce que el término "capital cultural", su adquisición personal, la transmisión societal y los posibles beneficios del "capital cultural" como fenómenos transmisibles y convertibles bien pueden captar lo esencial de la reproducción simbólica de la sociedad.
En las sociedades modernas, el conocimiento como capacidad de actuar tiene, en efecto, una afinidad electiva con el concepto de "capital cultural" de Pierre Bourdieu (1973/2018; 1986). La noción de capital cultural, que está estrechamente relacionada con el concepto de clase social, al menos tal y como lo concibe Bourdieu, también plantea la cuestión de la aparición de una clase de conocimiento. Sin embargo, como se demostrará, la idea de la aparición de una clase de conocimiento en las sociedades modernas es sólo sugestiva. Quizá esté relacionada con el conocimiento la idea de que el capital cultural, a diferencia del capital (material) en sentido económico estricto, es capital inmaterial. Sin embargo, el capital inmaterial puede transformarse en capital económico en determinadas condiciones. El capital económico presupone capital inmaterial: "La clase de prácticas cuyo propósito explícito es maximizar el beneficio monetario no puede definirse como tal sin producir la finalidad sin propósito de las prácticas culturales o artísticas y sus productos" (Bourdieu, 1986, p. 47).
Capital cultural y conocimientos
La influencia del concepto "emblemático" de "capital cultural" de Pierre Bourdieu ha sido enorme, sobre todo en el ámbito de la investigación educativa. Por ello, las investigaciones y reflexiones teóricas posteriores que se basan en las ideas de Bourdieu pueden encontrarse principalmente en trabajos sobre la investigación de la educación y la desigualdad (por ejemplo, Stopforth y Gayle, 2022; Tubadji, Gheasi, Crociata y Iacopo Odoardi, 2022). Basaré mis consideraciones sobre el capital cultural principalmente en dos publicaciones de Pierre Bourdieu, a quien se atribuye ampliamente la invención del significado que ahora se asocia típicamente con el término "capital cultural". Como relata Bourdieu (1986, p. 47) en su ensayo que resume sus puntos de vista sobre el capital cultural:
La noción de capital cultural se me presentó inicialmente, en el curso de la investigación, como una hipótesis teórica que permitía explicar el desigual rendimiento escolar de los niños procedentes de las diferentes clases sociales relacionando el éxito académico, es decir, las ganancias específicas que los niños de las diferentes clases y fracciones de clase pueden obtener en el mercado académico, con la distribución del capital cultural entre las clases y fracciones de clase.
Bourdieu concibe su perspectiva como una crítica a una serie de enfoques teóricos de las ciencias sociales que intentan dar cuenta del éxito académico y sus beneficios: (1) la opinión de que el éxito o el fracaso académico muestran el efecto de la aptitud natural, y (2) las teorías del capital humano que sostienen que las inversiones en habilidades y competencias sólo producen beneficios monetarios, pero no tienen en cuenta la transmisión interna del capital cultural. La transmisión intergeneracional del capital cultural se descuida por completo, al igual que la dependencia del capital cultural del capital cultural. Presumiblemente, estar privado de capital cultural, o poseer sólo una pequeña cantidad de capital cultural, significa no sólo formar parte de la clase social dominada, sino también ser un actor social política, económica y culturalmente ineficaz o un colectivo de actores sociales que comparten una escasa cantidad de capital cultural.
La fuente original del término suele ser el ensayo de Bourdieu sobre "Reproducción cultural y reproducción social", de 1973. El estudio de Bourdieu de 1973 es un análisis muy empírico de la distribución social del capital cultural, como las actividades culturales de las distintas categorías profesionales. La distribución de las actividades culturales muestra una estrecha asociación con el nivel de educación. Un resumen conciso de su concepción más amplia de las formas de capital puede encontrarse en su posterior trabajo de 1986 sobre "Formas de capital".
Ambas discusiones de Bourdieu se centran en el papel social del sistema educativo que de la mano de las familias "de diferentes clases sociales", es decir, clases basadas en la naturaleza de su consumo de cultura, aseguran la "transmisión hereditaria de poder y privilegios" (Bourdieu, 1973, p. 72), movilizando diferentes acciones pedagógicas. El capital cultural puede institucionalizarse en forma de títulos educativos (Bourdieu, 1986, p. 47) y objetivarse en objetos y medios materiales como escritos, pinturas, monumentos e instrumentos que pueden transmitirse en su materialidad (Bourdieu, 1986, p. 49). La perspectiva que Bourdieu avanza aquí difiere poco de lo que ahora es la perspectiva estándar que comanda un amplio consenso del proceso de socialización en la sociología dominante. El amplio consenso se extiende, por ejemplo, a la idea de que los hijos de la "clase dominante" entran en el sistema educativo formal con mucha ventaja sobre los hijos de la clase subordinada; los primeros trabajos de Basil Bernstein (1961) sobre las diferencias de clase en los códigos lingüísticos son un caso destacado de investigación sobre las desigualdades educativas basadas en la estratificación.
Más concretamente, el capital cultural implica la transmisión del patrimonio cultural practicado y legado por las generaciones anteriores. La capacidad de adquirir bienes culturales como bienes simbólicos presupone "la posesión de los instrumentos de apropiación" (Bourdieu, 1973, p. 75), lo que conduce a la reproducción de la estructura social de formación de capital cultural o a la adición de capital cultural vinculado al capital cultural. El éxito de la transmisión del capital cultural depende de la utilización adecuada de las competencias lingüísticas y culturales necesarias. El proceso personal de em-bodimentación del capital cultural lleva tiempo y forma, en la terminología de Bourdieu, el habito de la persona que produce beneficios de distinción para su propietario. Aunque no es exactamente lo mismo, la posesión de capital cultural está estrechamente asociada a la posesión de capital económico y a la distribución del poder. Los poseedores de poder económico tienen, por ejemplo, "más posibilidades que los que están privados de él de poseer capital cultural" (Bourdieu, 1973, p. 99).
El capital cultural es clasista y el capital cultural perpetúa la clase social. Las clases dominantes poseen un mayor volumen de capital cultural que las clases sociales dominadas. Tautológicamente, el capital cultural engendra capital cultural (cf. Bourdieu, 1973, p. 96).
Como indica la breve exposición del concepto de capital cultural de Bourdieu, la afinidad del término capital cultural con el conocimiento como capacidad para actuar es, en el mejor de los casos, vaga. Una forma de definir el capital sería sugerir que el capital es conocimiento acumulado e integrado, por ejemplo, en una forma actualizada como objeto material. Las competencias culturales contribuyen al capital económico acumulado. Como también indica el propio relato de Bourdieu sobre su interés original por el concepto de "capital cultural" y su posterior uso de este, su perspectiva sigue la visión estándar del interés orientador del conocimiento sobre el papel social del capital inmaterial, a saber, su implicación en los procesos de desigualdad. La eficacia política o incluso el poder de los débiles se descuidan por completo.
La clase de conocimiento
Bajo el epígrafe general y ambivalente de clase del conocimiento, diversas concepciones comparten la idea de que en las sociedades modernas los productores o los proveedores de conocimientos forman una clase social basada en su capacidad colectiva para controlar la producción y el suministro de conocimientos. Por lo tanto, la base de poder de la nueva clase social no es socioeconómica, sino que se basa en la competencia y creatividad individual de sus miembros. El monopolio del conocimiento conseguido puede conllevar ventajas socioeconómicas y políticas. Sin embargo, a diferencia del debate sobre el papel de los expertos en la sociedad moderna, el discurso sobre las clases de conocimiento no tiende a centrarse en las ciencias (naturales) y la tecnología, ya que las clases de conocimiento también incluyen a los productores de conocimiento de las ciencias sociales y las humanidades, como bien ilustra el debate de Helmut Schelsky (1975) sobre los "productores de significado" (esencialmente los intelectuales) como nueva clase.
Si seguimos a Zygmunt Bauman en este sentido, el surgimiento original de la revolución intelectual sigue el guion de Karl Mannheim de los inicios de la intelectualidad flotante como clase sin hogar. Hoy, si alguna vez han sido nómadas, los intelectuales ya no son vagabundos; han llegado. Se han asentado. Los intelectuales libres de antaño se convirtieron en profesores universitarios, asesores gubernamentales, expertos y funcionarios de las burocracias de la guerra y el bienestar. Hace mucho tiempo que dejaron de formar parte de una oposición solidaria a la sociedad que los convirtió en extraños (Bauman, 1991, p. 91). Al final, aunque no sepamos cuánto contribuyeron los intelectuales domesticados al Estado ahora dominante, mirando a su alrededor el mundo racional en el que la pericia y el poder se fusionaron y el conocimiento dejó de ser el poder de los impotentes. La pericia institucionalizada y el poder de los expertos equivale a la formación de una clase de conocimiento. La clase del conocimiento, con su autoridad diseñadora, es en realidad cualquier cosa menos una clase en sí misma. Según Bauman, la clase del conocimiento se diferencia en una multitud de secciones de expertos localizadas y escasamente conectadas.
No es el caso, como cabría suponer, que el extenso debate de Peter Drucker sobre el recurso económico central conocimiento le llevara a hablar de la aparición de una "clase del conocimiento" en la sociedad moderna. Por el contrario, Drucker (por ejemplo, 1950/1993, p. 11) se refiere en la nueva introducción de su La nueva sociedad a los trabajadores del conocimiento que se convirtieron en la sucesión de la sociedad industrial en el centro de la sociedad sustituyendo a la antigua clase media (cf. Drucker, 1959). En la Sociedad Post-capitalista de Drucker, la dicotomía será entre 'intelectuales' y 'gestores', los primeros preocupados por las palabras y las ideas, los segundos por las personas y el trabajo que forman los estratos dominantes.
Peter Drucker (1994, p. 11) se acerca más a la identificación de una clase de conocimiento en un ensayo de 1994 titulado "La era de la transformación social":
Los trabajadores del conocimiento no serán la mayoría en la sociedad del conocimiento, pero en muchas sociedades desarrolladas, si no en la mayoría, constituirán el mayor grupo de población y mano de obra. E incluso cuando se vean superados en número por otros grupos, los trabajadores del conocimiento darán a la emergente sociedad del conocimiento su carácter, su liderazgo y su perfil social. Puede que no sean la clase dominante de la sociedad del conocimiento, pero ya son su clase dirigente. Y en sus características, posición social, valores y expectativas, difieren fundamentalmente de cualquier grupo de la historia que haya ocupado alguna vez la posición de liderazgo.
La inmensa mayoría de las reflexiones sobre los procesos políticos en las sociedades contemporáneas se hacen eco de una fascinación por el extraordinario poder de los poderosos, su capacidad para flanquear la resistencia, la aptitud de las élites para fabricar el consentimiento y, a menudo, su desmesurada capacidad para acaparar gran parte del volumen de conocimientos disponibles, especialmente los novedosos. Es importante reconocer y examinar el conocimiento como fuente de poder de los indefensos, como fuente de agencia que permite y facilita las actividades políticas que desafían a las élites. Por lo tanto, es valioso indagar en la olvidada cuestión del poder/conocimiento de los débiles.
El poder de los débiles
Rara vez, pero ocasionalmente, se encuentran, por ejemplo, en escritos filosóficos, sugerencias concretas sobre cómo se podría arrebatar el poder a los dominantes; pero rara vez se encuentra la sugerencia de que el conocimiento podría ser en realidad un arma de los débiles. Un breve repaso de sólo algunas de las afirmaciones más importantes sobre el matrimonio entre poder y conocimiento confirma la fusión de conocimiento y poder, pero también la suposición estándar de que tal matrimonio describe los privilegios de los estratos dominantes de la sociedad, no de los pobres, los empobrecidos, los incultos, etc., sino los privilegios de los estratos dominantes de la sociedad.
Niklas Luhmann (1990, p. 149), por ejemplo, observa afirmativamente que la propiedad del conocimiento confiere autoridad. Quien posee el conocimiento puede enseñar a los demás. El individuo que reclama autoridad, por tanto, debe basarla en el conocimiento. La función del conocimiento y la función política no pueden separarse, en última instancia (Luhmann, 1990, p. 149). En esta observación no está solo. Ya avanzó la misma perspectiva el principal socialdemócrata, del siglo 19, Wilhelm Liebknecht (1872/1891) o la clásica investigación de las tendencias oligárquicas del Partido Socialdemócrata de Robert Michels (1911/1949). Del mismo modo, la gran obra de Michel Foucault (por ejemplo, 1975/1977, p. 32) está diseñada para mostrar la complicidad del conocimiento en el disciplinamiento, el gobierno y la represión de las personas. El saber y el poder, al parecer, son como hermanos siameses. El poder produce el saber; “poder y saber se implican directamente el uno al otro”, no hay relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de saber, ni saber alguno que no presuponga y constituya al mismo tiempo relaciones de poder.
Uno de los indicadores más inmediatos y contrastados del poder del conocimiento es el hecho de que en los regímenes políticos dictatoriales y autoritarios, los disidentes son realmente temidos por quienes ostentan el poder. No son tanto las acciones de los disidentes lo que temen estos regímenes, sino más bien el conocimiento que poseen los disidentes y la comunicación de ese conocimiento a través de relaciones sociales informales que, de otro modo, podrían ser cultural, económica y políticamente diferentes.
Hablando sin rodeos sobre la distribución de competencias en la sociedad moderna, Robert K. Merton (1966, p. 1056) señala que no todos los individuos son igualmente competentes para realizar el trabajo de una política democrática; difieren en capacidad, en habilidades adquiridas y en conocimientos. Si tal evaluación de la capacidad para realizar el trabajo democrático es exacta, entonces quizás exista una pequeña esperanza de que el conocimiento pueda convertirse de forma más general en un arma de los débiles.
La capacidad de eludir, perturbar, oponerse y frenar el poder y de construir narrativas compensatorias se refiere a formas cotidianas de resistencia. La retirada no organizada de la conformidad y el abandono no estructurado de la confianza representan manifestaciones de resistencia basadas en la capacidad de conocimiento de los supuestamente débiles que a menudo se pasan por alto en favor de formas más espectaculares, pero menos frecuentes de rebelión abierta. El miedo a que el conocimiento adquirido por los impotentes pueda ser utilizado contra las élites gobernantes ha llevado a muchos intentos por parte de los que detentan el poder de monopolizar los medios de comunicación del conocimiento, mantenerlo en secreto de otro modo, restringir la admisión y la autonomía de las instituciones portadoras y creadoras de conocimiento, limitar el debate público y controlar estrictamente la circulación del conocimiento, por ejemplo controlando la propiedad o la centralización de los medios de comunicación. En el mundo moderno, estos esfuerzos se hacen mucho más difíciles no sólo porque el tejido social de la sociedad ha cambiado, favoreciendo la difusión del conocimiento, sino también porque el conjunto de medios de comunicación se ha ampliado considerablemente y la circulación sin trabas del conocimiento se ha convertido en una de las condiciones cruciales para la posibilidad de crecimiento económico.
Conclusiones
Como he argumentado, la perspectiva de una teoría de la sociedad moderna como sociedad del conocimiento requiere una amplia reflexión sobre la naturaleza social del conocimiento, una agenda a menudo descuidada en las ciencias sociales contemporáneas. Y, como Barry Barnes (1988) ha argumentado de forma persuasiva y sucinta, hablar de conocimiento es hablar de personas. Mi principal afirmación es que el conocimiento es una capacidad para actuar. El conocimiento es un modelo de la realidad. Esto es cierto tanto si el conocimiento en cuestión es un sofisticado teorema matemático, la capacidad de cocinar una comida sabrosa o el esfuerzo por evitar una enfermedad, una recesión económica o una catástrofe como una pandemia. He explorado las diversas facetas del conocimiento como capacidad de actuar, por ejemplo, como competencias o habilidades. Dado que el conocimiento no cambia automáticamente la realidad, como sugeriría una noción estrictamente tecnocrática del conocimiento, se ha explorado la idea del fundamento del conocimiento práctico. Siguiendo con el debate sobre la naturaleza del conocimiento práctico, pregunté por el papel cada vez más destacado de los algoritmos (tecnologías intelectuales) en relación con el conocimiento, como el software ChatGPT. Al fin y al cabo, parece que los algoritmos no son más que conocimiento práctico (incorporado). En este contexto, es pertinente debatir la idea de una clase de conocimiento en la sociedad moderna y la cuestión del papel del conocimiento para el poder de los poderosos y el poder de los débiles, así como la idea de capital cultural.
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Acerca del autor
Nico Stehr (nico.stehr@t-online.de) , "Profesor Karl Mannheim de Estudios Culturales" en la Universidad Zeppelin en Friedrichshafen, Alemania. Director fundador del Centro Europeo para la Investigación sobre la Sostenibilidad. Sus intereses de investigación se centran en la transformación de las sociedades modernas en sociedades del conocimiento y los desarrollos asociados en diferentes instituciones sociales de la sociedad moderna. (ORCID 0000-0002-4402-9679).
Recibido: 19/05/2023
Aceptado: 31/06/2023
Cómo citar este artículo
Stehr, N. (2023). Conocimiento científico social sobre el conocimiento. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 27(49). https://doi.org/10.33064/49crscsh4554
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