Viejos viviendo: reflexiones sobre la investigación, la vida y la tercera edad
Old People Living: Reflections on Research, Life and the Elderly
FERNANDO JASSIEL JIMÉNEZ MARTÍNEZ
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
Resumen
El presente texto gira en torno al proceso de investigación para la realización de una tesis de maestría titulada Me debo adaptar a la vida: un análisis lacaniano de discurso sobre el acontecimiento de la vida en clubes de la tercera edad. Se trata de un ejercicio reflexivo sobre el trabajo de investigación así como de los hallazgos de este, en el cual se busca recorrer el camino de la investigación, haciendo énfasis en los relieves de esta, pero sobre todo en sus actores: las ancianas y ancianos que allanaron el camino a través de su palabra, intentando resucitar el campo de la vejez y resistir a las fuerzas que busca condenarlos al silencio, con la esperanza de que su voz resuene en nuestros oídos y se abra una brecha por la cual puedan acceder a un mundo que se empeña en dejarlos fuera.
Palabras clave: vejez; vida; análisis lacaniano del discurso; resistencia; tercera edad.
Abstract
This text revolves around the research process for the completion of a master's thesis entitled I must adapt to life: a Lacanian discourse analysis on the event of life in clubs for the elderly. It consists of a reflective exercise on the research work as well as its findings, in which the path of the study is followed, emphasizing its texture, but above all its actors: the old men and women who paved the way through their word, trying to revive the field of old age and resist the forces that seek to condemn them to silence, hoping that their voices will resonate in our ears and open a gap through which they can access a world that insists on keeping them out.
Keywords: old age; life; Lacanian discourse analysis; resistance; third age.
Uno de mis primeros acercamientos tanto a la psicología social como a la investigación fue durante mi formación como psicólogo en un proyecto planteado por uno de los miembros del departamento de psicología de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, que buscaba (palabras más, palabras menos) analizar la relación entre los cuidadores de adultos mayores en ambientes institucionalizados con los propios ancianos. En aquellos momentos, he de confesar, no me encontraba interesado por la psicología social o la investigación, mucho menos por personas de la tercera edad, que en aquellos momentos de mi formación me parecían una población cuyo abordaje – en la investigación e incluso en la clínica – era un derroche innecesario de recursos. ¿Entonces, por qué me inscribí en ese proyecto? Por la misma razón por la que muchos de los estudiantes de pregrado nos inscribimos en diversos proyectos, porque nos liberen horas de servicio social y/o prácticas profesionales, o bien, para obtener beneficios de una posición denominada “instructor beca”, en la cual, al participar en algún proyecto, el titular de mismo cubre la colegiatura completa.
Declaro esto porque me parece pertinente que no se me distinga como un purista de la investigación en psicología social, que siempre estuvo interesado en desempeñarse en este ámbito; en cambio, deseo posicionarme como alguien que ha gozado de una serie de eventos afortunados que lo llevaron a investigar y descubrir su camino gracias a las decisiones – erradas, acertadas y también afortunadas – que ha tomado y que no hubieran sido posibles sin las oportunidades que se le brindaron debido a ciertos privilegios, o bien, debido a la imposibilidad de acceder a algunos otros. No obstante, sería una mentira decir que solo ingresé al proyecto por los beneficios que iba a obtener. Hubo un elemento más que me convenció de que era un espacio del que podía sacar provecho en un nivel académico-intelectual. Esta investigación hacía un abordaje discursivo, el cual me pareció sumamente interesante, pues en aquellos tiempos me encontraba cursando una asignatura optativa en psicoanálisis, un marco teórico-epistemológico cuyo principal foco de interés es el lenguaje, específicamente el discurso. De modo que me pareció que era una oportunidad para obtener una ganancia a varios niveles.
Lo que ocurrió después, a lo largo de este proyecto de investigación, excede los intereses que persigo en el presente capítulo, únicamente cabe decir que no acabé de enamorarme de la investigación, lo cual – entre otras circunstancias – me llevó a abandonar el proyecto y seguir buscando mi camino. Aunque, eso sí, mi interés por el uso del lenguaje y las articulaciones discursivas fue en aumento. Un semestre después, tuve la oportunidad de participar en una asignatura en la que teníamos que trabajar de manera clínica con adultos mayores institucionalizados desde una perspectiva psicoanalítica. En este momento surgió una nueva interrogante en mí, ¿Cómo tratar a un anciano desde el psicoanálisis? ¿Qué se puede hacer con ellos? Más aún cuando el mismo Freud (1905) señala que “en la medida en que las personas se acercan a la cincuentena o la sobrepasan suelen carecer de la plasticidad de los procesos anímicos de los que depende la terapia” por lo que “el material que debería reelaborarse prolongaría indefinidamente el tratamiento”, lo cual, aparentemente, haría inelegibles a los viejos para un tratamiento de análisis.
Y entonces, ¿Qué me quedaba? Intentar adaptar un método y una teoría en una población en la que, según Freud, era inaplicable. Cuando conocí a mi paciente, he de admitir que tan solo la visión de ella me horrorizó. Se trataba de una mujer de más de 90 años, claramente desnutrida, con la piel pegada a los huesos, incapaz de moverse debido a un par de fracturas en la pierna y cadera, apenas podía articular unas cuantas palabras, no podía ver y, por si fuera poco, tenía alzhéimer avanzado. Creí que estaba viendo a la muerte hecha carne. Y entonces me pregunté, ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo atender a la muerte, más vieja que todos nosotros pero que, al mismo tiempo, nace cada día? A pesar de que me estaba ahogando en un mar de dudas – sobre mi propia capacidad de atender a esa anciana y también sobre el dispositivo con el que tenía que atenderla – logre salir a flote, tomar un respiro y sentarme junto a esa mujer. Partí de lo que sabía, escuchar. De modo que le lancé una pregunta tras otra, recibiendo como respuesta murmullos apenas comprensibles. Al final de la sesión abandoné la habitación en la que nos encontramos con muchas más dudas de las que tenía al inicio.
En los días posteriores caí en cuenta de que no se trataba tanto de escucharla para que yo supiera qué hacer, sino que se trataba de escucharla – no necesariamente con los oídos – para que ella se pudiera beneficiar de ello. Sin saberlo, me tope con una conclusión a la que, también llegó Fernández-Ferman (2004) al señalar que “no se trata de un análisis de la vejez, sino de los beneficios posibles de la experiencia analítica”. ¿Qué sentido tenía intentar analizar la vida de una mujer anciana? En cambio, se podía poner a disposición de esa mujer el dispositivo analítico para que de ahí extrajera beneficios para su propia vida y con ello pudiera alejarse de la muerte, no de la física, sino de una versión, si cabe, más ominosa (Freud, 1919): la muerte en vida.
Decidí lanzarme a la investigación de la vida de aquella que me representaba a la muerte o, en otras palabras, decidí darle vida a la muerte a través de su historia, pues al final hasta la muerte goza de una historia, de una vida. Pronto esa mujer dejó de ser la muerte hecha carne para mí y devino en Natividad, ese era su nombre, por paradójico que parezca. De alguna manera, dentro de mis propias representaciones, esa mujer nació de la muerte. En esta investigación descubrí que Natividad había sido una mujer trabajadora, que cuidaba de sus hijos y de los hijos de sus hermanos, además de que disfrutaba enormemente de la música ranchera. Utilicé esto último a nuestro favor. Un buen día – nunca mejor dicho – me senté junto a Natividad y le puse música. Su reacción fue inmediata: sonrió. Estaba disfrutando de la música nuevamente, así que la invite a bailar: “¿Bailamos, Nati?” — “No puedo” — respondió con una sonrisa como quien dice estás viendo y no ves — “Sí puedes”. Fue entonces que tomé su mano y comencé a moverla al son de la música, unos instantes después ella movía por sí misma su mano, al mismo ritmo que yo, al tiempo que sonreía. Ya no estaba disfrutando solo de la música que le llevé, se encontraba disfrutando de su propia historia y de la que estábamos construyendo juntos.
El trabajo que realizamos Natividad y yo dio algunos frutos, logró recordar algunas cosas de su historia personal e incluso mi nombre, así como también consiguió hablar un poco más. Habiendo terminado el semestre, me despedí de ella, dejándole un radio como regalo, para que continuase escuchando música en su día a día. Me fui de ahí sabiendo que aún quedaban cosas por hacer con los ancianos y, para mi sorpresa, con un deseo de seguir investigando. Me mantuve dándole vueltas al asunto por un par de años. ¿Qué es lo que me interesa investigar? Era lo que me preguntaba continuamente, dándome casi siempre la misma respuesta: la muerte. Así fue como comencé a elaborar el proyecto que iré describiendo en las siguientes páginas, preguntándome: ¿Cómo viven los viejos la experiencia de cercanía con la muerte? Viéndolo en retrospectiva, se trataba de una pregunta que abordaba mi propia historia personal, una pregunta que intentaba encontrar respuestas mías en los otros.
Un par de años después me decidí por iniciar una fase en mi vida realizando un posgrado en investigación en psicología en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, el cual estaba financiado por el PNPC de CONACyT (Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología). Inicialmente el proyecto estaba pensado para estudiar la forma en que los ancianos viven el proceso “agónico” en el que se van acercando a la muerte. Es decir, me encontraba bordeando una idea bien arraigada en mí, así como en muchos de los que me rodean, aquella que vincula a los viejos con la muerte, de alguna manera seguía persiguiendo aquella representación de la muerte que Natividad me había reflejado. En una exposición sobre el proyecto de investigación que me encontraba desarrollando comencé lanzando la frase: “Todos vamos a morir”. Inmediatamente capté por completo la atención de todo el público, no tanto por lo interesante del tema – aunque para mí era fascinante – sino porque, como me lo hicieron saber tras la exposición, aquella frase sonó como una amenaza. En realidad, sí lo es, todos vivimos bajo la constante amenaza de que nos vamos a morir algún día. ¿Qué hacer ante la amenaza de la muerte? Esa pregunta era lo que inicialmente movilizaba la investigación, pero al mismo tiempo era lo que impedía que esta avanzara. Me faltaba una pieza en el rompecabezas para lograr que la investigación cuajara. Hasta que alguien me recordó que esa pieza ya la tenía, pero me había olvidado – o quizás lo había estado evitando – de utilizarla. Esa pieza que no encontraba era la vida misma. ¿No era eso lo que me había enseñado Natividad? Es decir, ¿Qué se hace ante la amenaza de una muerte inminente? Vivir. Natividad encontró la manera de encarar a la muerte en vida, para pasar a vivir a pesar de que la muerte se estuviese cerniendo sobre ella, tal como lo hace sobre todos los demás. ¡Cómo pude olvidarlo!
Así fue como llegué a la investigación que terminé por desarrollar. Bajo la pregunta ¿Cómo viven los ancianos? Una pregunta que, quizás, en primera instancia pudiera llegar a parecer sucinta e incluso hasta caer en la obviedad. ¿Cómo viven? ¡Pues así, como todos nosotros! Con dolor, con alegría, con… ¿Con qué? Como vayan pudiendo. Es cierto, uno vive a la medida de sus capacidades, pero no todos vivimos igual. Vivimos también según las posibilidades que nos va dando la época y la cultura en la que nos encontramos, esto no es ningún secreto, mucho menos un gran descubrimiento. Pero me permitió voltear la mirada hacia los viejos y preguntarme: ¿En qué condiciones viven? ¿Qué elementos de la cultura están determinando sus formas de vivir? ¿Aceptan sin más estas condiciones? O, por el contrario, ¿Reniegan de ellas? De ser así, ¿Por qué lo hacen? ¿Cómo lo hacen? ¿Con qué fin?
No es novedad que las condiciones socioculturales de la época contemporánea han relegado a los ancianos a un lugar de no hacer – o quizás de no-ser – pues en el capitalismo no tienen lugar aquellas personas que ya no producen. De modo que los ancianos, al encontrarse jubilados o incapacitados para realizar labores productivas, económicamente hablando, pasan a ser invisibilizados. Es difícil saber, sin caer en visiones estereotipadas, qué es lo que realmente los ancianos necesitan, desean, pueden o quieren hacer. La gran mayoría de las respuestas que demos a estas cuestiones están bien determinadas por la estructura ideológica dominante, de manera que se podía decir que los ancianos necesitan ser cuidados y valorados, desean estar tranquilos, pueden lastimarse fácilmente y quieren hablar constantemente del pasado. Pero, detengámonos a pensar, ¿Esto es algo que nos han dicho los ancianos? ¿O acaso es algo que simplemente hemos dado por sentado?
No supe cómo responder lo anterior. Había hablado anteriormente con viejos, pero no estaba seguro de que me hubieran dicho cosas por el estilo. ¿Lo estaba dando por sentado? Tampoco estaba seguro, esas ideas no podían haber aparecido de la nada. Volteé la mirada hacia las publicaciones científicas en el campo de la psicología y no encontré respuestas muy diferentes a las que yo mismo me brindaba. No podíamos estar todos equivocados, ¿O sí? Eran publicaciones científicas, seguramente no iban a estar sesgadas por estereotipos, juicios de valor y/o creencias de los investigadores, ¿Verdad?
Tanta incertidumbre, me llevó a notar algo: una buena parte de las investigaciones que revisé, partían de interpretaciones teóricas y/o metodológicas que lazaban los científicos sociales sobre aquello que los ancianos decían o respondían en algún cuestionario. Es decir, se usaba la voz de los adultos mayores para enmarcarla en la teoría, ¿No era eso otra forma de callarlos, de invisibilizarlos? ¿No era darle más valor a la voz de los científicos que a la de los ancianos? Es decir, ¿Quién conoce más de los viejos? ¿Los mismos viejos o los científicos “especializados” en esa población? Mantengo la firme creencia – porque es de lo que no estoy seguro, pero que a la vez me moviliza para saber más – de que el saber no se ubica en libros de texto y publicaciones científicas, ahí se encuentran los conocimientos que (casi) siempre están unidas con estructuras de poder que no hacen más que, en el mejor de los casos, dejar de lado de los actores sociales; por el contrario, como ya he dejado entrever, el saber lo encontramos en los múltiples haceres de la cotidianidad, en los actores, en los discursos que se movilizan en las fronteras del conocimiento.
Esa fue mi idea, alejarme de lo construido y sumergirme en el mundo de los ancianos, escucharlos realmente para que ellos brindaran sus propias interpretaciones del mundo en el que se desenvuelven, para que con sus saberes del ser viejo me ayudaran a construir un texto que representase de manera más o menos fidedigna su realidad. Se trataba de que ellos, a través de su voz, retrataran su propia vida y a partir de los elementos que ellos tuvieran a su disposición (sus memorias, sus creencias, sus miedos, sus deseos, sus historias del día a día, sus enojos, etc.) y, a partir de ahí, intentar interpretar, mediante una genuina ignorancia y deseo de saber, las formas en que ellos, en tanto viejos, articulan sus formas de vivir.
Pero quedaba una cuestión más, ¿Cómo abordarlo? ¿Con qué lentes mirar un fenómeno tan específico y a la vez tan ambiguo como lo es la vida? ¿Cómo hacer para que una mirada teórica específica no me cegara? La respuesta la encontré en mis raíces, pues mis intereses siempre han coqueteado con una teoría que, a mi entender, se encuentra en los márgenes del “campo psi”, el psicoanálisis. De ninguna manera pretendía, ni pretendo, vanagloriar a la creación de Freud, tiene sus virtudes, limitaciones y falencias, pero me permitió hacer uso de mi ignorancia como una herramienta, en lugar de ser un obstáculo para sortear. Pero claro, no se trataba simplemente de elegir un modelo teórico que se adecuara a mis gustos y que me permitiese hacer uso de una docta ignorancia, aun corría el riesgo de tropezarme con aquello a lo que me resistía, enmudecer las voces de los actores sociales, de los ancianos, y cubrirlas con interpretaciones dictadas por otras personas. Ahí me topé con una forma de análisis de discurso (AD) fundamentada en el psicoanálisis, pero que a su vez se resistía a incrustar interpretaciones artificiales en el discurso que se analiza: el análisis lacaniano de discurso (ALD).
Esta forma de análisis está fundamentada, como lo dice su nombre, en el psicoanálisis lacaniano, el cual hace un especial énfasis en el lenguaje y las formas en las que este es puesto en juego en las diferentes interacciones sociales. Lo que pretendía analizar no era tanto lo que se estaba diciendo – pues los significados de lo que se dice son inaccesibles – sino que lo que me interesaba era la forma en la que se estaba diciendo, así como las diversas connotaciones que emergen de esto. El discurso utilizado por los ancianos con los que trabajé, no se encontraba determinado por ningún significado, ya sea individual, colectivo o teórico; en cambio, se encuentra sobre determinado por el campo del lenguaje que se encuentra enraizado en la cultura, el momento histórico específico, así como la clase socioeconómica a la que pertenecen los ancianos. De forma que el análisis realizado no puede ser comparable ni generalizable a los ancianos que existieron, ni a los que existirán; así como tampoco a ancianos pertenecientes a otras culturas, ni siquiera cuando pertenecen a la misma “cultura mexicana”; igualmente, el discurso tampoco puede ser equiparable con aquel que empleen los ancianos pertenecientes a estratos socioeconómicos más altos o bajos. Se trata de un método quizá demasiado específico, pero que permite conocer y reconocer esas verdades individuales muchas veces ignoradas y que al mismo tiempo reconoce que esas verdades no pueden ser expandibles a otros sectores, pues ello implicaría acallar otras verdades distintas e igualmente válidas.
Fue así como decidí trabajar con ancianos que se congregaban en espacios que, al menos en Aguascalientes, México, se denominan como “Clubes de la Tercera Edad”. Un nombre curioso ciertamente, pues utiliza el vocablo club para denominar a un grupo de ancianos que se reúnen regularmente, como si todos compartiesen los mismos intereses en común y al cual solo se puede ingresar cuando se cuenta con la credencial del INAPAM (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores). Cuando en realidad, me di cuenta de que está muy lejos de ser un lugar dominado por los mismos intereses y que se conforma principalmente por ancianos y ancianas que se sienten excluidos, relegados, marginados de otros espacios, y que solo se encuentran a sí mismos y se sienten incluidos y aceptados en estos lugares. Se trata pues de una comuna de viejos, de una sociedad relativamente organizada, con sus propias leyes y costumbres que viven al margen de aquello que llamamos “sociedad organizada”. Pero que al mismo tiempo se resisten a quedarse en los márgenes de la sociedad a través de actos que se mueven en esa delgadísima línea, casi inexistente, que divide lo público de lo privado, lo político de lo cotidiano; y que buscan hacerse lugar como individuos y como colectivo en la sociedad, pero no bajo las mismas reglas que nos rigen a los no-viejos, sino que bajo unas reglas inclusivas que integren a los viejos y los no-viejos, unas reglas que reconozcan el valor productivo no solo en términos económicos, sino que también justiprecien la vida misma como algo cuyo valor productivo es intrínseco.
¿Por qué los adultos mayores?
Ya he hablado extensamente en páginas anteriores de cómo fue que surgió mi interés por el gremio de los ancianos, así como por un fenómeno tan común como lo es la vida, no obstante, aún queda por señalar la relevancia de esto. Es decir, desarrollé un interés genuino por este grupo, pero eso no significa que sea un tema relevante para la ciencia, la psicología, la sociedad, ni siquiera para los mismos ancianos. No es suficiente que uno esté interesado en un tema – aunque sí que es indispensable –, para que relevante hacer investigación sobre ese tema. Entonces, ¿Cómo hacer para que una investigación sobre este tópico sea relevante, al menos, dentro del campo de la psicología?
Investigación sobre adultos mayores, contrario a lo que pensaba inicialmente, hay mucha. No solo en psicología, también en sociología, antropología, psiquiatría, biología y demás ciencias, es algo que me quedó bastante claro al estar en búsqueda de antecedentes para la investigación que me encontraba planteando. De modo que podía decir que, en efecto, hacer investigación sobre ancianos era algo pertinente e incluso relevante dentro del campo, ya que muchos otros científicos así lo habían demostrado de diferentes maneras, aunque la mayoría convergían en que el interés por este sector poblacional estaba relacionado con la inversión de la pirámide poblacional (como resultado del incremento de la esperanza de vida, así como del decrecimiento del índice de natalidad, entre algunos otros factores) que en las últimas décadas se ha venido dando en muchos países “desarrollados” y que se ha venido dando en países en “vías de desarrollo”.
¿Y entonces qué? ¿El hecho de que más gente se haya interesado en el mismo grupo que yo vale para justificar la investigación que quiero hacer? ¿Qué pasa con el fenómeno que me interesa? ¿De qué sirve hablar de la vida o la muerte de los ancianos? ¿Tengo que hacer que esto se encuadre con ese fenómeno sociodemográfico de la inversión de la pirámide poblacional? El instinto de novel en la investigación me decía que sí. Sin embargo, pronto y por las malas, caí en cuenta de que ese “instinto” no era más que mi inseguridad hablando. Realmente estaba perdido, no sabía exactamente qué hacer, ni cómo justificar una investigación, por lo que lo más lógico era acudir a “los que saben”, aquellos científicos “consolidados”, “reconocidos” y constantemente publicados en revistas indexadas, vaya, la idea era acudir a los gurús de la investigación, en un acto de fe casi religiosa que me protegía de mis propios errores, pues solo se trata de seguir los pasos que muchos otros ya han seguido. ¿Qué tiene de malo? La ciencia también trata de confirmación y reafirmación de datos, hipótesis y teorías.
En alguna ocasión alguien cercano a mí me dijo sin miramientos: “¡Eso es ciencia de la chafa!” Resultó impactante, ciertamente. ¿En verdad estaba haciendo ciencia “patito”? Llegué a la conclusión de que no… y sí. No, porque esa ciencia que busca repetir ciertos temas una y otra vez, tiene su sentido específico. Buscan conglomerar un buen número de datos para consolidar la evidencia que hay sobre ese tema, lo cual fomenta el avance científico y permite crear teorías o tratamientos eficaces para determinados sectores poblacionales. Esto indudablemente cuenta con un enorme valor. Sin embargo, entre mis elucubraciones, también me topé con que, para mí mismo, esto sería “chafísima”, no porque carezca de valor, sino porque me resulta realmente aburrido estarle dando vuelta a los temas a los que ya se les ha prestado demasiada atención. En cambio, perseguía un sueño distinto, quizá el sueño guajiro que todo investigador novel aspira a alcanzar: “¡Hacer grandes descubrimientos!” Casi nada. Pero claro, como todos los sueños, ese no podía ser seguido al pie de la letra, había que interpretarlo a partir de mis propios saberes. Pero… ¿Qué sé yo? He de admitir que esto vino acompañado de crisis existenciales y académicas, pues seguía atorado en el mismo lugar, aunque con nuevas perspectivas. Ya sabía qué era lo que no quería hacer, sabía cuál no iba a ser la justificación de lo que yo quería investigar, pero lo demás no lo sabía.
Después de muchos idas y venidas, me di cuenta de que no tenía que preguntarme: ¿Por qué adultos mayores? Sino que se trataba de cuestionarme: ¿Por qué la vida de los adultos mayores? Mejor dicho: ¿Por qué me interesa la vida de los adultos mayores? He ahí mi gran descubrimiento. Me interesa la vida de los adultos mayores, porque es algo que ha quedado en la obviedad. Es algo tan evidente que terminó por ser ignorado, tal y como lo pudo demostrar Auguste Dupin, personaje ficticio y protagonista del extraordinario cuento, publicado en 1844, de Edgar Allan Poe, titulado The Purloined Letter y traducido como La carta robada. Pero ¿Ignorado por quién? Por todos, quizá. En las investigaciones que estuve revisando para conformar el estado de la cuestión el tema de la vida era algo que apenas aprecia unas cuantas veces, y cuando lo hacía siempre estaba vinculado, de una u otra forma, con la muerte. Esto no es sorpresa, si miramos atentamente nos daremos cuenta de que la vida y la muerte no pueden existir sin la otra, sin embargo, a pesar de su hermandad son antagonistas. Aunque, la obviedad nos hace mirar siempre a lo que desconocemos, lo menos obvio, en este caso se trata de la muerte y tendemos a dejar la vida de lado.
A mi forma de entender, esto se convirtió en algo interesantísimo. ¿Por qué dejar la vida de lado? El sentido común me hacía pensar que en realidad no se estaba dejando de lado, pues la investigación, en cualquier ramo que se dedique a trabajar con seres vivos, abarca inevitablemente la vida. Pero esta explicación no me llegaba a satisfacer, no se puede reducir la vida a una serie de fenómenos concretos, segmentados, determinados y sus pocas o muchas interrelaciones. No, la vida desborda todo eso. Entonces voltee la mirada hacia aquello que ya se ha investigado sobre los ancianos, aquello que podría, de algún modo, definir la vida de los adultos mayores. Catalogué varias investigaciones relacionadas con la tercera edad producidas en el periodo 2000-2020, según sus temas, en tres grandes apartados (Jiménez-Martínez, 2020):
a) Prácticas en la vejez: Aborda todas aquellas cosas que los adultos mayores, por su estatus de viejos, hacen en la vida cotidiana, ya sea por fines lúdicos, recreativos o de cuidado. Tomando en cuenta las prácticas físico-deportivas, religiosas o espirituales, sociales y las de cuidado propio o de los otros.
b) Ser en la vejez: Aborda los elementos que determinan qué, quiénes y cómo son los viejos. Considerando el bienestar subjetivo, la calidad de vida, la identidad y los estereotipos.
c) Estar mal en la vejez: Aborda los malestares “típicos” que acontecen durante la tercera edad. Tomando en consideración elementos como las pérdidas – cognitivas, de salud, afectivas y/o sociales –, la depresión y la muerte.
Es posible notar que las investigaciones que revisé determinan de manera más o menos amplia qué es aquello que llamamos vejez, así como lo que hacen y sufren, es decir, establecen qué es lo que viven los ancianos en su día a día o, al menos, qué es lo que viven y resulta de interés científico. Evidentemente, tampoco podemos asumir o pretender que lo que se ha investigado abarque en su totalidad los tópicos de relevancia científica, pues siempre la vida misma y sus fenómenos terminaran por desbordar a la investigación, sin embargo, no deja de ser llamativo la constante repetición de los mismos temas una y otra vez dentro de este campo tan rico. ¿Es que se nos han acabado las ideas? Ahí es donde se asentó mi deseo de investigar, en lo que estaba desbordando a las investigaciones previas. El problema es que, como ya lo he dicho, no podía aspirar a abarcar una totalidad, mucho menos cuando solo disponía de un par de años para desarrollar una investigación, de los cuales me quedaba poco más de uno, pues buena parte del primero ya la había invertido en plantear un tema con el que me sintiese, más o menos, cómodo y que me movilizara a saber más.
Ahí me topé con otro impasse. ¿Cómo apelar a lo que desbordaba lo ya investigado? ¿Cómo abarcar lo que no había podido ser abarcado? ¿Cómo hacer para no ahogarme en un mar de datos? Estas son solo unas cuantas de las preguntas que pululaban por mi mente día y noche, hasta que un día, en una de esas casualidades que nos hacen pensar que el universo se dio cuenta de que existimos y nos quiere dar una señal, me encontré en una feria del libro un texto de una filósofa francesa, Simone de Beauvoir, que se titulaba: La vejez (1970). De modo que lo tomé entre mis manos, leí el resumen de la contraportada y lo compré, esperando encontrar alguna respuesta. No tardé en encontrar lo que no sabía que buscaba, en una de las primeras páginas encontré la siguiente cita:
Los mitos y los estereotipos que el pensamiento burgués ha puesto en circulación tratan de mostrar que en el viejo hay otro. (…) Si los viejos manifiestan los mismos deseos, los mismos sentimientos, las mismas reivindicaciones que los jóvenes, causan escándalo; en ellos el amor, los celos parecen odiosos o ridículos, la sexualidad repugnante, la violencia irrisoria. Deben dar ejemplo de todas las virtudes. Ante todo, se les exige serenidad; se afirma que la poseen, la cual autoriza a desinteresarse de su desventura. La imagen sublimada que se propone de ellos es la del Sabio aureolado de pelo blanco, rico en experiencia y venerable, que domina desde muy arriba la condición humana; si se apartan de ella, caen por debajo: la imagen que se opone a la primera es la del viejo loco que chochea, dice desatinos y es el hazmerreír de los niños. De todas maneras, o por su virtud o por su abyección, se sitúan fuera de la humanidad. Es posible, pues, negarles sin escrúpulo ese mínimo que se considera necesario para llevar una vida humana. (pp. 9-10)
Vamos a ver, seguro que te estarás diciendo: “Vale, está el tal pensamiento burgués puede que sí haya dejado de lado muchas cosas de los ancianos, pero… ¿Eso qué tiene que ver? ¿Cuál es la respuesta que encontraste?” Justo esa. El pensamiento burgués no se reduce a lo que piensan aquellos que ostentan el poder político-económico, la misma ciencia puede llegar a pertenecer a esa estructura aburguesada, recordemos que la burguesía no necesariamente tiene que ver con lo político y/o lo económico, estos son solo representaciones de lo que realmente es la burguesía, el poder. El pensamiento burgués, tal y como ha venido evolucionando en los últimos 200 años (Coutinho, 2010), apela por la “distribución” del poder entre aquellos que más producen, todo en miras al progreso. El efecto que esto ha tenido en la sociedad es que el poder se concentre en aquellos que gozan de un mayor capital, dejando a los grupos minoritarios en una posición de vulnerabilidad altísima. Estos grupos son concebidos como menos capaces, por lo que son relegados a los márgenes de la sociedad para evitar que la capacidad productiva de la sociedad se vea mermada. Ahí, en esos grupos, se ubican los ancianos, – y otros sectores poblacionales más – aunque no todos. Lo cual ha ocasionado que su voz sea silenciada, pues es necesario restarle valor para que las vías de desarrollo no se multipliquen demasiado, entorpeciendo el “progreso social”.
Esta fue la respuesta que encontré en Beauvoir, aunque más que respuesta fue una hipótesis: “¿Qué tal que la psicología, en su afán por ser reconocida como una ciencia concreta, ha comenzado a darle vuelta a los mismos temas y, (como diría el chavo del ocho) sin querer queriendo, ha terminado por determinar el campo de los ancianos, relegándolos a dos extremos, a sus bordes, marginándolos?” Se trataría entonces, de un efecto colateral de la consolidación de la evidencia, en el que se define qué son, cómo son, qué hacen y qué sufren los ancianos, para alimentar a las teorías, haciendo que estas – y a su vez los investigadores – ganen más reconocimiento y, con ello, más poder. Quizá esto pueda sonar demasiado conspiranoico, y lo entiendo, pero el quid de la cuestión no es, para mí, discutir si esto fue algo que se hizo de manera consciente o inconsciente, sino que es algo que estaba ocurriendo, y que era necesario ponerlo en cuestionamiento. ¿Qué otra forma tenemos de debilitar una argumentación ya bien consolidada? De modo que la idea del proyecto comenzó a ser esa, cuestionar los elementos que ya se han dicho y repetido una buena cantidad de veces que pretendidamente constituyen lo que es la vida de los viejos, para hacer emerger un poco de aquello que desborda lo ya establecido.
En este punto, el proyecto comenzaba a pintarme mejor, sin duda. Pero aún me restaba algo más. ¿Cómo hacer esto? A través de la voz. Si estos efectos del “pensamiento burgués” había sido por el abandono de ciertos sectores poblacionales, para crear cotos de poder que acallan a los sujetos, convirtiéndolos en meros instrumentos para el progreso, entonces mi enfoque tenía que ser en la revolución a través de la voz de los ancianos. Tenía que sentarme con ellos, escucharlos, compartir con ellos, conversar con ellos y así, y solo así, podría tener las herramientas para poner en cuestionamiento a la evidencia planteada por todos los investigadores que ya había revisado, pues contaría con otra evidencia, una que no buscaba condensar la voz de los ancianos en conceptos o números, sino que buscaba darse valor a sí misma a través de la resonancia que se le pudiera dar.
Ya lo tenía todo más o menos planteado. Lo que quería era cuestionar lo ya establecido, no a través de mis propias creencias y fundamentaciones, pues eso solo me llevaría a lo mismo con lo que intentaba luchar, la búsqueda por un reconocimiento a través de la dialéctica del bien el mal, es decir, a través del señalamiento de que los otros estaban mal y yo bien. El cuestionamiento tenía que partir de la misma evidencia arrojada por aquellos sujetos a los que ya se había investigado, dejando que el saber de ellos pusiera en cuestionamiento el conocimiento consolidado de la psicología. Se trataba entonces de enfrentar la vida de los ancianos según la psicología a la vida de los ancianos según los mismos ancianos.
De ahí surgió tanto la pregunta de investigación como el objetivo. Me preguntaba: “¿Cómo viven los ancianos?” Con el objetivo de “analizar la forma en que se manifiesta la vida como acontecimiento en la estructura discursiva de adultos mayores”. En este momento, he decir que el objetivo, tal como se lee, es un parafraseo bastante rebuscado de la pregunta me que estaba planteando. Viéndolo a retrospectiva y con los resultados ya en la mano, creo que hubiera quedado mejor poner algo así: “Analizar la forma en la que los adultos mayores dicen que viven” y como objetivo particular contrastar esto con lo que la psicología ha establecido en los últimos años de investigación.
¿Por qué este objetivo y no el otro? En primera instancia, porque el otro es demasiado rebuscado y antepone las conceptualizaciones teóricas a lo que realmente me interesaba, lo que los ancianos dicen (mi director de tesis se debe estar regocijando en este momento y lanzando un enorme: ¡Te lo dije!); en segunda instancia, porque para cualquiera que investigue algo relacionado con la vida le será imposible analizar la vida en sí misma. Yo no podía analizar la vida de los ancianos, para eso tendría que ser un anciano e investigarme a mí mismo (e incluso así podría cuestionar si estaba analizando mi vida). En realidad, solo se puede trabajar con la representación de la vida que tienen los ancianos, es decir, no puedo analizar cómo viven, sino cómo dicen que viven, pues no es lo mismo la forma en la que uno como sujeto vive realmente a la forma en la que representa su vida ante los otros. Estos cambios, me parece, eran completamente necesarios, pero la premura de tiempo, mi testarudez y – ¿por qué no decirlo? – mi propio deseo por utilizar palabras rimbombantes – o “lacanear” como dirían algunos colegas – para sonar más interesante, me llevó a dejar desatendido esto hasta que fue demasiado tarde, pero este espacio me sirve para reconocer el error y plantear algo que habría sido mucho más consistente con la investigación y con mis intereses, además de que habría sido muchísimo más sencillo de responder en las conclusiones de la tesis.
Una vez teniendo todo lo ya descrito en las páginas anteriores, ya tenía casi todos los elementos para lanzarme al campo y hacer lo más interesante de la investigación, el trabajo de campo. Fue así como comencé a prepararme para tan emocionante tarea, no sin antes toparme con que aún me quedaban unas cuantas decisiones más que tomar. ¿Qué teoría me permitiría analizar los datos que obtuviera? ¿Qué método utilizar? ¿Cómo hacer para no caer en la tentación de tapar el sonido de la voz de los ancianos para hacer relucir la mía? Cuestiones complicadas, que me trajeron más de un dolor de cabeza.
¿Cómo intentar hacer ciencia sin acallar las voces de los ancianos?
Cuando llegó el momento de elegir el marco teórico con el que iba a analizar los datos que eventualmente obtendría me topé con una dificultad (para variar). No se trataba de una dificultad de corte teórico-metodológico, como aquella de elegir un marco teórico para analizar el discurso de algunos ancianos sin caer en lo que ya he criticado en páginas anteriores, en la banalización de la propia palabra de los viejos para imponer una interpretación “científica” que surge de la teoría. Quizá esa dificultad me habría sido más sencilla de sortear. Por cuestiones temporales no me enfrenté a ella por dos motivos, el primero, porque el marco teórico me permitió sortearla casi en automático, como explicaré más adelante; y en segunda (seguramente la más importante), porque por motivos institucionales de la universidad en la que realicé el posgrado tuve que elegir primero la teoría, pues se esperaba que los problemas que ya he planteado los tuviera relativamente resueltos desde varios meses antes.
¿De qué tipo fue la dificultad a la que me enfrenté? De corte personal. Desde que me encontraba cursando el pregrado nació en mí un interés por el discurso, no porque el discurso en sí mismo me resultara apasionante, sino porque previamente había aprendido a entender el discurso desde una perspectiva bien específica que lo privilegia, ante todo, así como que reconoce sus implicaciones para la construcción de una realidad que es necesariamente social, el psicoanálisis. La complicación residía en el “¿Qué dirán?” Si uno tiene un conocimiento medio de psicología, o ciencias sociales en general, ha escuchado de la multitud de críticas que existen en torno al psicoanálisis, tildándolo de “pseudocientífico”. Por lo tanto, me resultaba complicadísimo plantarme y decir: “Yo voy a usar psicoanálisis”. No quería ni pensar en las reacciones que tendrían todos mis compañeros y profesores que, estaba seguro, dirían que no tenía sentido usar eso, que eso no era científico, que CONACyT me pagaba una muy buena beca por hacer investigación científica y no para gastar recursos en “mafufadas pseudocientíficas”.
Acudí con mi director de tesis, no para plantearle mis dudas, sino para pedirle que me dijera que teoría usar, es bastante común que un asesor “imponga” una teoría a su tesista, para facilitarle la tarea a ambos, pues el director de tesis es “experto” en esa teoría, lo cual facilita asesorar al tesista; mientras que al tesista le da un terreno más seguro para pisar. Esto era algo empírico para mí, lo había visto ya con algunos de mis compañeros de generación. Sin embargo, mi director de tesis se negó a hacer tal cosa y estoy muy agradecido con él por ello. En cambio, me invitó a través de un regaño velado a que buscara unas cuantas teorías y regresara unos días después para discutirlas en su oficina y, a partir de ahí, comenzar a tomar decisiones.
Me di una zambullida en un montón de teorías que permitían analizar el discurso y regresé con algunas propuestas que iban desde la propuesta de Psicología Discursiva de Potter y Wetherell (1987), el Análisis Conversacional de Sacks y Schegloff (1979), el Análisis Crítico del Discurso, tanto en la versión de Fairclough y Wodak (1997), como en la de Van Dijk (1993) e incluso una propuesta desde la Arqueología del Saber de Foucault (1969). Pero aún restaba una última propuesta que en aquel momento decidí dejar para el final, pues estaba escéptico de ella, no sabía si me atrevería a mencionarlo. ¿Cuál? El Análisis Automático de Discurso de Pêcheaux (1969). Una propuesta que se fundamentaba en el estructuralismo francés y que también se encontraba especialmente influenciada por los desarrollos en torno al discurso que, en esa misma época, se encontraba desarrollando el psicoanalista Jacques Lacan, pues su uso de las nociones del significante y el inconsciente, así como de algunas ideas fundamentales de Althusser, le permitían estudiar las expresiones concretas del mecanismo de la ideología (Parker y Pavón-Cuéllar, 2013).
Todas estas ideas se las presenté a mi asesor, aún con la esperanza de que me dijese cuál elegir, pero él se mantuvo en la misma tesitura y en cambio, una vez que acabé con el ataque verborrea que estaba sufriendo al hablar de todo ese cúmulo de autores, teorías y métodos, me preguntó: “¿Y cuál es la que te gusta más?”. Recuerdo haber dudado muchísimo, planeaba hacer una investigación científica, evidentemente no podía terminar eligiendo un marco teórico relacionado con el psicoanálisis. Sin embargo, por alguna razón que hoy en día sigo sin comprender, me armé de valor y dije que la propuesta que más me gustaba era la de Michel Pêcheaux, no sin añadir: “Pero claro que eso no lo voy a usar”. Ante esto, recuerdo nítidamente su brevísimo gesto de sorpresa, que rápidamente cubrió diciéndome: “De él no he escuchado, pero dime, ¿Por qué te gusta y por qué estás tan decidido a no utilizarlo?” Me sentí acorralado, de modo que tuve que “confesarme”, expliqué que me llamaba la atención por su uso del psicoanálisis, pero que no lo podía usar porque… pues no es algo muy científico.
Mientras yo hablaba, él escribía en su computadora. En ese momento no estaba muy seguro si me estaba poniendo atención o si estaba escribiendo todo lo que decía. Terminé de hablar, se produjo un silencio e instantes después se volvió hacía mí para decirme: “¿Y qué tal si usamos esto?” Al tiempo que presionaba el botón izquierdo de su mouse y el característico sonido de la impresora comenzaba a llenar el silencio que se había producido. Una vez que tal dispositivo terminó con su labor, mi asesor tomó entre sus manos un montón de hojas y en la parte frontal de la que se encontraba en la cima se podía leer: Lacanian Discourse Analysis in Psychology. Seven Theoretical Elements. Se trataba de una propuesta de AD de Ian Parker (2005) en la que hacía uso de la teoría de los cuatro discursos de Lacan (1969-1970/2009) para proponer una forma de leer el discurso en la que, más allá de intentar interpretar directamente el significado de lo dicho por los otros, se permitía que el propio discurso diera sus propias pautas para ser analizado; es decir, se trataba de una modalidad de AD que no apuntaba a lo que se decía, sino a la forma en la que las cosas se decían.
Hablamos largo y tendido de esta propuesta. Personalmente a mí me encantó, como también parecía que a mi tutor le agradaba la idea. Esto se volvió aún más seductor cuando él me confesó que, en realidad, no tenía mucha idea de esta modalidad de AD, mucho menos de psicoanálisis, pues se había estado resistiendo por algunos años a adentrarse en esta teoría. Por lo que la experiencia de trabajar de este modo iba a ser casi igual de novedosa para ambos. Así que lo decidimos, mi marco teórico sería el psicoanálisis lacaniano y mi método sería el análisis lacaniano de discurso.
Como podrán notar, aún me quedaba pendiente resolver una inquietud, la de la cientificidad del psicoanálisis. Esto lo tuve que terminar por dejar de lado, pues en ese momento me estorbaba y no me dejaba avanzar. Sin embargo, era una inquietud que me fue acompañando durante todo el posgrado y tuve que formular y reformular respuestas una y otra vez hasta que logré afianzarme a una de ellas. Estaba usando el psicoanálisis como una herramienta crítica, que apuntaba a cuestionar lo que la psicología ya había establecido y dado como “verdadero”. Esto era lo científico. Toda ciencia necesita de cuestionarse a sí misma para poder avanzar, los conocimientos no pueden darse por ciertos eternamente. De lo contrario Copérnico nunca habría desmontado la teoría geocéntrica y hoy en día todos seguiríamos creyendo que somos el centro del universo; y como este ejemplo podemos encontrar muchísimos a lo largo de la historia de las ciencias.
Todo esto está muy bien, pero seguro que algún espabilado estará diciendo: “pero el psicoanálisis no es psicología, de modo que no puede ser utilizado como una forma de psicología crítica”. Y es cierto, aunque a medias. Es cierto que el psicoanálisis no es psicología, pero mi intención no era hacer psicoanálisis. Es decir, en ningún momento pretendí analizar las formaciones inconscientes que cada anciano en su individualidad elaboraba. En cambio, mi idea era hacer psicología. Me encontraba haciendo un posgrado en psicología, por lo que no tenía sentido hacer algo que no fuera psicología. Sin embargo, utilicé el psicoanálisis como una herramienta epistemológica, me permitía leer de manera distinta el discurso. Discursos que igualmente podría leer cualquier otro psicólogo, pero que acá se parte desde las preguntas y la multiplicidad de respuestas que pueden surgir, en lugar del intento de encuadrar el discurso en nociones teóricas. De modo que el psicoanálisis como herramienta funciona para dejar emerger los saberes que han sido marginados, relegados a un lugar de escasa importancia en la psicología (mismo lugar que en los tiempos corrientes ocupa el psicoanálisis), por lo que permite elaborar una crítica desde la psicología y, al mismo tiempo, contra la psicología (Parker, 2005).
Esto lo podemos entender un poco más si retomamos brevemente un texto que publicó en su blog personal David Pavón Cuéllar a finales del 2020. En este texto retoma una noción que utilizó Freud en La psicología de las masas (1992), el “mito científico”. Un mito que es tal debido a “su carácter fantaseado y especulado, no descubierto ni demostrado, pero científico por su fundamentación teórica y por su rigurosidad argumentativa”. ¿Qué tiene que ver esto con el ALD? De la forma en la que yo lo utilicé pude “atacar” directamente al mito que se había consolidado en torno a los ancianos, un mito que, efectivamente, no había sido descubierto ni demostrado, sino que solo se había ido conformando como una historia de la vejez a través de una serie de fantasías y especulaciones (como lo son los estereotipos, por ejemplo) con una muy buena argumentación y fundamentación en teorías psicológicas. Lo que tuvo como consecuencia que este mito se dé por verdadero. ¿Pero es realmente verdadero? Ahí se encontraba el punto interesante. Usé el ALD y el psicoanálisis para destripar este mito a partir de la forma en la que los mismos ancianos lo contaban, pues el carácter ideológico/estructural de esta historia hace imposible que los ancianos hablen de su vida por fuera del mito, sin embargo, si pueden imprimirle su propia individualidad, su propio sentir, sus propias particularidades.
Para esto, retomé una serie de nociones del psicoanálisis, entre las cuales podemos encontrar las siguientes:
● Significante: Entendido como un elemento lingüístico que no significa nada por sí mismo (Lacan 1955-1956/2009). Se trata de un fonema, una palabra, una oración o cualquier otro elemento lingüístico que requiere unirse a cualquier otro para poder adquirir un sentido.
● Significante: Entendido como un elemento lingüístico que no significa nada por sí mismo (Lacan 1955-1956/2009). Se trata de un fonema, una palabra, una oración o cualquier otro elemento lingüístico que requiere unirse a cualquier otro para poder adquirir un sentido.
● Enunciado y enunciación: Por un lado, la enunciación tiene que ver con la verdad individual del sujeto, es aquello que ata al sujeto individual con el discurso. Digamos, es la expresión individualizada y completamente particular del discurso en un sujeto determinado. Es lo que se encuentra siendo dicho; por el otro lado, el enunciado se encuentra relacionado con el saber y el conocimiento que ha sido transmitidos una y otra vez a través de la cultura. Es lo que se ha venido diciendo.
● Materialidad simbólica: Planteada por Pavón Cuéllar (2014a), se trata de una materialidad constituida enteramente por significantes que se interrelacionan constantemente, enriqueciendo y transformando la realidad continuamente, dando forma a la cultura. De este modo, todo lo hecho, dicho, pensado o acontecido en el pasado, presente y futuro, se encuentra en un constante devenir que a(in)fecta a todos y cada uno de los sujetos de la cultura.
Además de lo anterior, retomé las 7 recomendaciones que realiza Parker (2005) para el desarrollo del ALD. Éstas, en su estatus de recomendación, no han de ser seguidas como un método, sino como elementos a tener en cuenta, a los cuales se les pueden añadir otros, restar algunos, o bien, sufrir adecuaciones sobre la marcha. Ejemplos de esto último pueden ser encontrados en Ávalos-Pérez y Orozco-Guzmán (2019), Pavón-Cuéllar (2014b) o Neil (2013). Estos elementos son:
● Cualidades formales del texto: Tiene que ver con la forma en que las cosas son dichas y no tanto con lo que efectivamente se ha dicho. Esto debido a que para el analista del discurso es imposible saber qué significa lo que se ha dicho, pero sí puede reconocer las implicaciones que tiene el hecho de que algo se haya dicho de una u otra manera.
● Anclaje de representación: Relacionado con los elementos que aparecen continuamente en el discurso y que funcionan como “pegamento” del mismo. Reconocer estos elementos permite analizar qué es lo que determina u ordena un discurso.
● Agencia y determinación: Busca reconocer el lugar que ocupa cada sujeto en el discurso que se está analizando y la forma en que esto condiciona lo que se puede y no se puede decir.
● El papel del saber: El saber se encuentra relacionado con el poder. De este modo, al ubicar el lugar en que se posiciona el saber, es posible analizar las relaciones de poder que se juegan en un discurso.
● Posiciones del lenguaje: Cada sujeto del discurso se encuentra en un constante cambio de posiciones, lo que sobre determina su enunciación. Esto significa que lo dicho tiene algunas implicaciones cuando si ubicamos al sujeto en una posición, por ejemplo, sumisa, y otras completamente diferentes si se ubica en un posicionamiento más cargado hacia lo transgresor.
● Puntos muertos de perspectiva: Estos puntos pueden ser entendidos como esos momentos en que se produce un sinsentido, una contradicción o una falta de consistencia en lo dicho. Son acontecimientos en sí mismos que hacen que el discurso se tambalee y que permiten que este sea cuestionado, puesto en entredicho. Lo que tiene como efecto que, en muchas ocasiones, el sentido determinado del enunciado derive en algo mucho más novedoso e individualmente verdadero.
● Interpretación del material textual: Un analista de discurso no pude pretender asumir una posición completamente neutral con respecto al discurso que se encuentra analizando. Por el contrario, reconoce que él mismo se encuentra sujeto al discurso que está analizando, por lo que sus propias interpretaciones afectan y cambian el sentido de lo dicho. Esto hace que el análisis que se propone no pueda ser generalizable y, aún más, nunca se encuentre terminado, pues al revisar un discurso siempre pueden surgir nuevas cosas y desaparecer otras cuantas.
Aún retomé una noción más que no pertenece genuinamente ni al psicoanálisis ni al ALD, pero que cohesiona de muy buena manera con ambos campos. Esta noción es la de acontecimiento, el cual podemos definir tal como lo enuncia Ẑiẑek (2014): “Algo traumático, perturbador, que parece suceder de repente y que interrumpe el curso normal de las cosas; algo que surge aparentemente de la nada, sin causas discernibles”. Esta definición pudiera parecer un tanto ominosa y hacer que el acontecimiento parezca un evento completamente extraordinario, cuyo único efecto es traumatizarnos. Pero esta primera interpretación está muy lejos de ser verdad. Un acontecimiento no tiene nada de extraordinario, se dan acontecimientos a cada momento y en todos lados, sin embargo, no todos alcanzan su estatus de “trauma”, entendiendo esto como la huella que un acto cualquiera ha dejado en el psiquismo y que ha terminado por fosilizarse debido al recubrimiento subjetivo que dan los afectos.
Considerando lo anterior, podemos notar que el acontecimiento cuenta con al menos dos partes: el lado objetivo, que es encarnado en un hecho que sucede en la realidad; y el lado subjetivo, que se configura gracias a las representaciones individuales que creamos para comprender y simbolizar tal acontecimiento (Romano, 2008). Pero esto tiene una pequeña trampa, el acontecimiento no pertenece ni al campo subjetivo, ni al objetivo, tal división semántica es demasiado rudimentaria. El acontecimiento trasciende esto, pues no todos los hechos de la realidad adquieren el estatus de uno y los que llegan a alcanzar semejante estatus, no lo alcanzan para todas las personas, así como tampoco afecta por igual a todos. De esta manera, los acontecimientos se esconden en la banalidad, emergen cada segundo e intentan insertarse en nuestra realidad, muchas veces con un éxito escaso, pero en muchas otras logran ceñirse al mundo material, trastocarlo, movilizarlo y transformarlo, dejando la idea de que es algo completamente inesperado, a pesar de que había estado latente y manifestándose desde mucho tiempo atrás.
Es por ello por lo que terminé por relacionar este concepto con la idea de la vida misma. Todos los días estamos vivos, nuestro corazón late, nuestros pulmones absorben oxígeno, nuestras células producen energía, se reproducen y mueren; vamos a trabajar, estudiar, salimos con amigos o con nuestro ser amado. Pero dentro de mi concepción de vida, una muy personal y que emergió circunstancialmente durante mi proceso personal de análisis, hay una clara distinción entre el estar vivo y el estar viviendo. Estamos vivos todos los días, pero estamos viviendo solo a ratos, cuando nos topamos con un acontecimiento que despierta en nosotros afectos, que nos marca y cambia un poco la forma en la que habíamos visto la vida hasta ahora.
Todo esto lo intenté sostener con una cita de Lacan (1969-1970), quien a su vez citó lo que dijo Bichat en 1810: “La vida es el conjunto de fuerzas que se resisten a la muerte”. Esto es ampliado por el psicoanalista francés de la siguiente forma: “La vida siempre vuelve a la pulsión de muerte a través de caminos siempre iguales y ya sabidos. El saber es lo que hace que la vida se detenga en un cierto límite frente al goce, puesto que el camino hacia la muerte no es más que lo que llamamos goce” (p. 17). ¿Cuál es este saber que funge como el conjunto de fuerzas que se resisten al goce? En palabras de Lacan, “el surgimiento del significante”. ¿Cuál significante? El que sea, siempre y cuando sea uno novedoso. Es por esto por lo que me permito vincular el acontecimiento con la vida. El acontecimiento aquí es el surgimiento de un significante que antes no estaba, modificando las condiciones en las que siempre se ha sabido cómo se vive, un significante que cuestiona estos saberes bien establecidos y determinados, y les provee la oportunidad de reconfigurarse hacia nuevos derroteros.
Habiendo escrito lo anterior, creo que he logrado dejar, más o menos, en claro qué entiendo por acontecimiento, así como la forma en que esta noción afectaba y enriquecía la investigación que realicé. Pero he de ser honesto, se trata de un concepto abstracto, difícil de comprender, dimensionar y explicar. Aún en este momento me siento insatisfecho con lo que he escrito y reconozco mi actual incapacidad para poder hacer esta labor de mejor manera. De igual manera, he de aceptar que esta noción me hizo atravesar muchísimas dificultades a lo largo de toda la investigación, me estorbaba muchísimo y me hizo aprender a hacer malabares teóricos y metodológicos para lograr que todo cohesionara de manera relativamente aceptable.
Durante todo ese periodo, amigos, compañeros, profesores e incluso mi asesor de tesis me señalaron que el acontecimiento me estaba estorbando y que si lo sacaba no iba a cambiar en nada mi investigación. Me negué rotundamente a sus sugerencias e hice oídos sordos hasta la defensa de la tesis, solo para darme cuenta unos meses después que era cierto, me había estado estorbando, pero quería que mi trabajo luciera complicado, que tuviera y explicara conceptualizaciones difíciles con la intención de ganar reconocimiento académico e intelectual. Al final no estuve seguro si obtuve el reconocimiento que quería, tampoco estuve completamente satisfecho con el trabajo final (aunque puedo asegurar de que nadie acaba satisfecho con su trabajo final), pero con la certeza de que no quiero volver a empantanarme con conceptualizaciones solo para crear una imagen de mí que no corresponde ni a la persona, ni al psicólogo, ni al investigador que (creo) soy.
¿Cómo cultivar el campo para cosechar datos?
Con todo esto ya resuelto o, al menos, sin que me causara tantas dificultades. Me llegó la hora de lanzarme al campo. Comencé a buscar grupos de adultos mayores. Para lo cual recibí ayuda de servidores públicos del DIF Municipal, (Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia del Municipio de Aguascalientes) quienes me facilitaron un listado de grupos de ancianos inscritos en el padrón de Clubes de la Tercera Edad del INAPAM. Afortunadamente no se detuvieron con brindarme ese listado, sino que también tuvieron la amabilidad de ayudarme a filtrar los grupos respecto a un par de criterios de inclusión que yo manejaba: que se ubicaran en la Ciudad de Aguascalientes (para facilitar los traslados) y que se reunieran al menos una vez por semana, con la esperanza de que esto facilitase la cohesión grupal, lo que haría que el discurso que ellos, de manera colectiva, emplearan reflejara de mejor manera la realidad que como grupo de ancianos vivían.
De lo anterior me quedó una lista de cuatro clubes de la tercera edad. Me comuniqué con la coordinadora de cada uno de los grupos para hablarles del proyecto que tenía entre manos y ver la posibilidad de que me permitieran acercarme a sus respectivos grupos de ancianos para realizar mi investigación. Con ninguna tuve dificultades y aceptaron la propuesta de manera casi inmediata, por lo que comencé a agendar citas para acudir con cada uno de los grupos. Una vez hecho esto, me lancé con cada grupo para presentarme a mí mismo como psicólogo e investigador, quitándome del papel de “profesor” en el que me tenían puesto, pues no me interesaba que me tuvieran en un posicionamiento que implicaba enseñarles algo y, por lo tanto, que tuviese más poder que ellas. Luego presenté el proyecto, esta vez de manera colectiva, con la finalidad de que todos y cada uno de los y las ancianas tuviera conocimiento de lo que planeaba hacer, así como los objetivos – de manera muy general – que perseguía, además de resolver todas y cada una de las dudas que les pudieran surgir. Al final, todos los aproximadamente 200 ancianos y ancianas que pertenecían a los cuatro clubes con los que tuve contacto (Volver a Vivir, La Esperanza, La Etapa de Oro y La Bella Época) aceptaron de buena gana participar.
Estos primeros acercamientos estuvieron lejos de darse sin contratiempos. En algún caso estuve perdido cerca de una hora, pues no lograba ubicar el sitio donde los ancianos sesionaban. En otro caso, el grupo me dejó “plantado” debido a que el mismo día por la mañana habían tenido una reunión con miembros de cierto partido político que se había acercado a ellas para “regalarles despensas” a cambio de que durante la época electoral les “dieran su apoyo”, esta reunión les había tomado toda la mañana, por lo que durante la tarde se habían dedicado a sus labores cotidianas, dejando de asistir a la cita que yo tenía con ellas. En otra ocasión un anciano me increpó acerca de las “ganancias” que ellos, como grupo, obtendrían por participar en la investigación, por lo que tuve que improvisar un “grupo de discusión” para que, igualmente como grupo, decidieran qué beneficios deseaban obtener. También, en una de las sesiones dedicadas a retribuir a uno de los grupos una anciana tuvo un ataque cardiaco que no supe cómo manejar, por lo que terminé dejando que las demás ancianas tomasen todas las decisiones. En otra ocasión, durante la conversación que mantenía con un grupo el dispositivo con el que estaba grabando dejó de grabar, por lo que todo el material recopilado resultó inútil pues no podía ser usado sin la grabación y repetir la conversación hubiese resultado algo demasiado artificial. Otro de los contratiempos fue que tuve que manejar un grupo de más de 100 ancianos, para lo cual no me encontraba ni remotamente preparado, en consecuencia, me tuve que idear una forma de dividir el grupo a partes iguales de manera completamente improvisada, pues hasta que llegué al grupo no tenía idea de la cantidad de ancianos que pertenecían y se reunían en ese lugar.
Como los ejemplos de anteriores podría escribir varias páginas, pero resultaría infructífero. No todo fueron contratiempos, me encontré también con situaciones que me dejaron un enorme aprendizaje y que alimentaron de manera indirecta el análisis que terminé elaborando. Todos los grupos me integraron de una manera increíble, no me percibían como alguien distinto de ellos, ni en el sentido de conocimiento, ni en el sentido de edad. Reconocían estas diferencias, pero resultaban intrascendentes. Durante las conversaciones no eran ellas y yo hablando, éramos todos en conjunto conviviendo. Esto llevó a que surgieran otras situaciones en las que me invitaban a las comidas que realizaban, que intentaran bailar conmigo, que se acercaran a mí para hablarme “en privado” de confidencias, pero también de banalidades. De modo que terminaron por configurarse grupos muy diversos en donde el interés era multidireccional, donde la palabra de todos tenía importancia, donde todos los que nos encontrábamos reunidos teníamos la oportunidad de ir aprendiendo a vivir de formas distintas.
Ahora quiero dar un paso atrás, para volver a centrarme en la travesía que emprendí en el trabajo con todos los grupos. Una vez que ya todos habían comprendido el motivo que me había llevado a ellos y que habían aceptado participar, pasamos a una discusión distinta, una en la que puse a discusión qué retribución deseaban tener a cambio de su participación. Esto con el objetivo de que no fuera únicamente yo quien se beneficiaba de ellas al obtener información para justificar la beca que estaba recibiendo, sino que también ellos recibieran algo a cambio, de modo que todas las partes pudieran beneficiarse de alguna manera. Lo que eligieron los grupos fue muy variado. Solicitaron un taller para elaborar las pérdidas, una charla con una abogada para que les diese asistencia y orientación legal en torno a testamentos, adquisición y venta de bienes, etcétera; un taller de primeros auxilios impartido por un paramédico o la creación de talleres para resolver problemas específicos de sus colonias, en los cuales buscaban integrar también a los jóvenes.
Posteriormente establecimos fechas para cada cosa de acuerdo con las posibilidades de cada grupo. En primer lugar, llevamos a cabo la conversación relacionada con la investigación, y algunos días después la retribución. La charla que mantuvimos estuvo planteada como tal, como una plática cualquiera que se puede dar en cualquier sesión en la que yo no estuviera, con la diferencia de que iba a ser audio grabada y que la conversación emergía de una pregunta detonadora, elegida especialmente para perseguir los objetivos de la pesquisa: “¿Qué los trae a aquí?” La pregunta fue plateada de esta manera porque no me interesaba únicamente lo que hacían en el grupo, pues el grupo nunca fue parte del objetivo; en cambio, sí lo era lo que, en la vida de cada uno, los llevaba a tomar la determinación de buscar un grupo de coetáneos. Tras la pregunta di completa libertad a los ancianos y ancianas de que fueran elaborando libremente, tomando las desviaciones que ellos creyeran necesarias y alargando la conversación todo lo posible.
Una vez con las conversaciones grabadas le siguieron dos pasos tediosos, a la vez que interesantes. Por un lado, la elaboración de un “diario de campo” que no fue incluido en la tesis, pero que me servía como guía. En él iba plasmado las impresiones que me había llevado, sorpresas y confirmaciones de hipótesis, cosas que había escuchado que podría usar en el posterior análisis, preguntas, dudas, errores cometidos, etcétera. Todo ello me permitía hacer modificaciones en la conversación que mantendría con los grupos siguientes, así como guiarme en el análisis. Por el otro lado, la transcripción. Este proceso fue el que sufrí más durante toda la investigación, pues me enfrentaba a volver a escuchar una y otra vez una conversación que ya había escuchado, para transcribirla en su completa literalidad, intentando desentrañar palabras y oraciones que, por diversas razones, resultaban casi incomprensibles, pero también intentando identificar la voz de cada uno de los participantes. Esto último resultó horroroso, pues la grabación no era de una calidad extremadamente alta, lo que hacía difícil identificar todas las voces y mi propia memoria no me daba para recordar cómo sonaba cada persona que ya había identificado en las horas o días previos. De haber sabido esto, habría optado por grabar en audio y video, de modo que fuera más sencillo identificar a los participantes; además de que la observación de ciertas conductas al hablar hubiese enriquecido el análisis. A pesar de lo duro que resultó, fue un proceso enriquecedor, podía escuchar algunas cosas a las que no había estado atento, podía ir identificando algunos elementos repetitivos y también me podía escuchar a mí mismo, reconociendo mis errores y aciertos.
A esto le siguió la elección de los extractos de las diferentes conversaciones que utilizaría, pues era imposible, por cuestiones de tiempo, usar las conversaciones en su totalidad. Desde este punto el reconocimiento de mi propia posición ante el discurso que me encontraba era mucho más notorio, ya que la elección se fundamentaba en aquellos extractos en los que podía encontrar algo que me llamaba la atención, ya sea porque se encontraban relacionados con los objetivos, o bien, simplemente porque leía alguna palabra o encontraba alguna idea que tenía resonancia con las preconcepciones, hipótesis e interpretaciones que había realizado anteriormente y que me ayudaban a reforzarlas, cuestionarlas o descartarlas.
Luego me encargué de realizar el análisis, basado en los elementos teóricos y metodológicos del ALD de los que ya hablé en páginas anteriores. Se trató de un análisis no terminado, puesto que no se puede aspirar a analizar por completo, este siempre se encuentra en constante cambio, alimentándose de diversas ideas, transfigurándose, aconteciendo en nuevos lugares una y otra vez. ¿Por qué se decir esto? El discurso con el que trabajé era siempre el mismo, las palabras nunca cambiaban de lugar. De modo que debería poder llegar a un límite, ¿O no? Es cierto que las palabras del texto con el que estuve laborando no cambiaban, pero yo sí. Tras cada conversación que sostenía con cada grupo de ancianos yo cambiaba un poco, al leer determinado extracto pensaba una cosa, pero al leer otro que se relacionaba directa o indirectamente mi línea de pensamiento se reconfiguraba, más aún, cada vez que leo un extracto de discurso que ya analicé, los elementos que soy capaz de hacer emerger son siempre distintos (es por ello que si se revisan los análisis elaborados en la tesis, se podrá notar que contrastan ligeramente con los que presentaré en las páginas siguientes). Esto hacía que el discurso fuese inagotable, porque el discurso que se analiza no es propiamente aquel que se encuentra en el texto, ese solo es una representación del discurso. En cambio, el discurso que se analiza es aquel en que cada extracto y yo mismo nos insertamos. Un discurso cargado de connotaciones históricas, culturales, personales, políticas y económicas. El efecto que surge de esto es que el discurso sea inabarcable del todo y que cada nuevo significante que vaya emergiendo en torno a cada extracto sobre determine (Pavón-Cuéllar, 2010) el discurso.
En el siguiente apartado presentaré de manera breve tres de los extractos con los que trabajé a lo largo de la investigación, haciendo comentarios en torno al método, la teoría y algunas investigaciones con las cuales discutí, pero haciendo un especial énfasis en las interpretaciones y los hallazgos que fui realizando en el discurso de los 3 grupos de ancianas y ancianos con los que tuve contacto.
Resonancias de resurrección, resistencia y esperanza:
M2: Es que, a final de cuenta, ¿sabes qué? Acuérdate que cada abuelo tiene diferente necesidad. (…) En mayo cumplimos 8 años con el grupo de la tercera edad. Muchos han partido, muchos seguimos aquí. (…) tengo una abuelita que me decía: “a mí me gusta mucho la música, a mí me gusta mucho cantar y bailar, pero en mi casa me dicen que qué ridiculez, que qué ridícula me veo”. Y p’os no, o sea, yo les digo: “si ustedes quieren cantar, si ustedes quieren bailar, si ustedes quieren hacer nada más que platicar, es su espacio, no mío”, o sea, es su espacio, ¿sí me entiendes? Que tienen qué hacer… no, no. No tienen qué. Hay que acordarnos que muchas de ellas tienen quebradas de… de piernas, de brazos, de cinturas, de caderas, entonces… sí hacemos, no te digo que no, diez minutos cuando mucho, pero a su capacidad de ellas, ¿verdad? Entonces, este… lo que ellas quieran. A veces tienen ganas nada más “no p’os hoy tenemos ganas de mover la quijada y platicar”, “Ah, pues platiquen”. A veces tenemos la música, tienen ganas de cantar y bailar. ‘hora sí que como ellas dicen, y yo se los he dicho: “cantar y poner de su música de ellos, es volver a vivir”, ¿sí me entiendes? Entonces es recordar, y se vale, es válido. De repente, ya ves a alguna abuela que se le sale la lagrima y es muy válido, porque se vale recordar, ¿sí me entiendes? Es… volver a vivir. (Club “Volver a Vivir”)
El extracto inicia con M2, mujer a la cual podemos identificar como la “coordinadora” del club de la tercera edad al cual pertenecían las y los ancianos con los que me encontraba conversando. La intervención da inicio con un señalamiento encaminado a recordarnos algo que pudiese parecer obvio “cada abuelo tiene diferente necesidad”. De modo que cabe preguntarnos: ¿Por qué recordar esto? En la vida cotidiana todos necesitamos diferentes cosas que dependen de una enorme multiplicidad de factores. Una posible respuesta a este cuestionamiento puede ser encontrada en la oración que le sucede: “En mayo cumplimos 8 años con el grupo de la tercera edad. Muchos han partido, muchos seguimos aquí”. Este señalamiento, en primera instancia, cumple la función de que el club “ya tiene sus años”, es decir, que ya es un club viejo. El significante “viejo”, que se desprende de los 8 años que tenía en ese momento el club, hace que el club de la tercera edad sea un representante simbólico que englobe a los “abuelos” que ahí se reúnen. De este modo, se hace posible establecer una cadena significante en la que en la que podemos decir que “los abuelos son viejos”. Se trata de una asociación que surge, al menos, de dos lugares: por un lado, de la forma en que los enunciados van estableciendo una relación en la manera en que se van diciendo; por otro lado, el repertorio significante con el que cuento, en tanto (proto)analista de discurso, ha permitido que este significante emerja. Lo cual termina por asociarse con un significante más, aquel que refiere a las “partidas”. Un significante que se encuentra sobre determinado dentro del campo simbólico que rodea al grupo, pues refiere a una “partida” como forma de referir a la muerte; así como también al acto de partir al grupo en sí mismo, pues cuando uno deja el grupo, por el motivo que sea, el grupo queda “partido”, en falta, incompleto; de la misma manera se interrelaciona con un recordatorio que es enunciado un poco más adelante: “hay que acordarnos que muchas de ellas tienen quebradas de… de piernas, de brazos, de caderas”. Este enunciado se encuentra ya de por sí partido, representado con esos tres puntos suspensivos que terminan por dar paso a algo más. ¿No recuerda esto a lo que se dijo antes? A saber: “muchos han partido, muchos seguimos aquí”. Se producen quebradas en las ancianas, quebradas que en su representación no son más que partidas, sin embargo, el enunciado alcanza la posibilidad de su continuación, de la misma manera en que los ancianos del grupo alcanzan la posibilidad de continuar con sus actividades a pesar de las “quebradas” y “partidas”.
En este punto, es posible señalar que el club de la tercera edad está conformado por “abuelos”, que son “viejos”, que han “partido” o que se han “partido” debido a sus “quebradas” pero que, sin embargo, “siguen aquí”. Hay algo más que vale la pena apuntar, una contradicción que pasa casi desapercibida: “muchos han partido, muchos seguimos aquí”. En primera instancia, esto puede parecer más que una contradicción, una diferenciación. De un lado están los que “han partido”, mientras que del otro lado están los que “seguimos aquí”. Diferenciación que se inserta en aquella que nos recuerda que “cada abuelo tiene diferente necesidad” según si ha partido o si sigue aquí. No obstante, la contradicción se encuentra cuando nos damos cuenta de la posible semejanza entre las “quebradas” y las “partidas”, pues pareciera que el grupo de la tercera edad solo alberga a personas que “no han partido”, pero al mismo tiempo alberga a las personas que “se han partido”. De modo que, contrario a lo que pudiera parecer en un primer momento, las partidas, en su sobre determinación significante, no restringen quién puede estar o no en el club de la tercera edad. Esta contradicción permite reconocer una verdad ubicada en la enunciación, la tercera edad no se trata nada más de las “partidas” físicas y mortales, también se trata del deseo de “seguir aquí” viviendo, de seguir gozando de la “oportunidad de convivir” y no solo de “tener diferente necesidad”, sino también de “platicar de… de decir alguna necesidad”. Es decir, del deseo de seguirse reconociendo vivos y compartir esa vida con otros. Dar cuenta de la contradicción en el discurso, permite que emerja eso a lo que me referí anteriormente como acontecimiento, pues permite reconocer que las partidas no impiden seguir en un grupo que se encuentra envejeciendo, otra forma de decir que el grupo se encuentra vivo.
Hace unos días, caminando por la calle escuché una conversación que sostenían un par de ancianos, uno de ellos dijo la siguiente frase: “uno puede estar vivo sin convivir, pero no se puede vivir sin convivir”. Me resultó curiosísimo pues esa frase tan sabia condensa de una manera sumamente sencilla muchos de los elementos más significativos que estuve trabajando a lo largo de la investigación. Aquí entra en juego un significante de un enorme peso simbólico: “convivir”. Este significante podríamos llegar a entenderlo como un significante amo, pues el papel que juega en este grupo y en los demás determina en gran medida mayoría, si no es que todas, las actividades que se realizan en los clubes. ¿Qué nos queda si retiramos este significante de la dinámica grupal? Acciones sueltas, rutinarias, sin demasiado sentido. Por el contrario, el efecto que tiene este significante permite que toda actividad, por más personal que sea, se torne en un acto público, permite que se encadenen nuevos significantes al ser compartidos por y con los otros. Este significante establece una distinción bien clara entre dos lugares: aquellos “espacios” que no pertenecen a los ancianos, en los cuales no se puede “cantar y bailar” porque resulta ser una “ridiculez”. Se trata de espacios a los que los ancianos pertenecen. Es decir, los “abuelos” son utilizados por esos espacios, lo que posibilita que el espacio mismo delimite qué sí y qué no se puede hacer. Vale la pena hablar un poco de las publicaciones que realizaron Acevedo-Alemán y González-Tovar (2014), Domínguez-Guedea et al. (2011), Durán-Badillo et al. (2018), Flores-Pacheco et al. (2011), Garza-Sánchez y González-Tovar (2017), Montes de Oca-Zavala (2011), quienes señalan que la socialización, especialmente en el círculo familiar, juega un papel importantísimo siendo el lugar más importante de apoyo social con el que cuentan los ancianos. No obstante, al revisar lo que se habla en este grupo, me hace preguntarme, ¿Es realmente así? Apegándome a lo que se dice, parece ser que el círculo familiar más que brindar apoyo, establece restricciones en torno a lo que un anciano puede o debe hacer, relegándolos a un lugar de aparente irrelevancia, una posición de no-ser. No estoy diciendo que las familias no brinden apoyo socioemocional durante la vejez, sería demasiado osado de mi parte realizar semejante afirmación. En cambio, el señalamiento apunta hacia que el apoyo, en caso de existir, no lo es todo. Es necesario el reconocimiento de los ancianos como seres vivientes, valorando lo que quieren y desean hacer.
El club de la tercera edad se establece como otro espacio completamente diferente, pues este pertenece a los ancianos: “es su espacio”. Por lo cual en ese lugar se puede hacer “lo que ellas quieran”. De repente los ancianos de manera circunstancial llegan a este sitio y se topan con que “no tienen qué”, no están en el deber de actuar en favor de un espacio enajenante, sino que están en un espacio del cual se pueden apropiar, que trabaja por y para ellos, al cual ellos pueden establecer las reglas y decidir colectiva e individualmente lo que se hace. Si lo vemos desde una mirada marxista, podemos decir que se apropian de los medios de producción para que el producto les beneficie, para que ellos puedan gozar de sus propios productos. De manera que revolucionan un espacio, se resisten a aceptar por completo las determinaciones y limitaciones, pasan a desbordar la posición en la que se les ubica, para dar un giro novedoso, más cargado a la vida. Valero-Valenzuela y colaboradores (2009) señalaron que las actividades grupales que realizan los adultos mayores están destinadas a “evadir la realidad”. Los ancianos que aquí nos encontramos, ¿Se encuentran intentando evadir la realidad o darle un sentido? Me inclinaría por lo segundo. No están luchando por salir de la realidad, ignorándola. Desde mi punto de vista, los ancianos reconocen la realidad en la que se encuentran inmersos y la lucha que despliegan es para darle un sentido en el cual ellos se puedan sentir integrados, en igualdad de condiciones. Aceptan la realidad, pero no-toda. Se dan el poder de disentir con lo determinantemente establecido y, más aún, aportar nuevas posibilidades.
Un último punto que quiero tocar en este extracto es aquel que se encuentra relacionado con el significante: “volver a vivir”. Se nos dice que “cantar y poner música de ellos es volver a vivir”. Este espacio ha sido diseñado por los ancianos para que en él puedan verter todo aquello que les pertenece, lo cual les permite volver a la vida. Resulta inevitablemente preguntarse: Si es volver a vivir, ¿Estaban muertos? De ser así, podemos intentar suponer que en el otro espacio donde hacer lo que “ellas quieran” es una “ridiculez”, en el cual no pueden apropiarse de un lugar, los lleva a una muerte en vida, un deceso simbólico. Mientras que acá, en el grupo, se efectúan actos casi mágicos, que se pueden asumir como “antinaturales”. Se podría pensar que una anciana que tiene “quebradas” no podría andar por ahí bailando y cantando, no podría andar haciendo lo que quiera. ¡Tiene un montón de limitaciones físicas! No obstante, se resisten. Acuden a un lugar en donde pueden volver a la vida, a la vida de antes, en donde sus deseos y placeres eran, presuntamente, reconocidos y valorados; pero también encuentran la posibilidad de poder volver a recorrer los caminos de la vida actual, pero acompañados por aquellos que se encuentran en situaciones más o menos similares. Quizá por ello el club lleva el mismo nombre: “Volver a vivir”.
M2: ya de ahora que tenemos este salón p’os… arregladito y todo. Ya no se hacen las fiestas que hacía- que hacíamos. Aquí era un… baldío. Ponían unos tráiler. Y aquí… el día de su cumpleaños de Delia le contratamos un norteño, ponieron la mesa
M6: no cabíamos
M2: y las botellas de vino porque a las que le gusta, a mí no me gusta (…)
M2: y se paraba la patrulla (…)
M2: y luego les digo: “ándeles, por culpa de ustedes no van a llevar a todas” y no, nomás se paraba pa’ burlarse los… señores de nosotros
M3: ¡y a baile, y baile! (…)
M2: en un año que nos echaron pa’ fuera porque ganó Gabriel (…)
M2: nos echaron pa’ fuera
M1: ay, pero nosotros qué felices
M2: y aquí las de aquí, las que venían del lado del PRI, no, viera cómo se burlaban de nosotros
M2: y nosotros allá en la esquina
M2: pero…
M4: sí, la señora… la… la… la coordinadora, hasta se carcajaba
M3: ¡y a ver, ‘hora!
M2: eh, ¡qué tal!
M1: dijo mi hermana: “y ‘hora sí, chispas, quémenme, a ver qué pasa” (…)
M3: No, pero le sufrimos mucho, pero así veníamos
M4: y luego nos poníamos yo y una señora, ¿se acuerdan de esta señora? A juntar cooperación para un norteño para el cumpleaños de Delia… y ya, luego… pues contratamos el norteño. No, no, no, cómo bailamos
M3: traíamos mole, traíamos tamales
M2: pasaba la gente… nos valía que nos vieran. (Club “La Bella Época”)
Nos encontramos ante un extracto de discurso que da inicio con un señalamiento contundente, a la vez que contradictorio. Se nos dice: “ya de ahora que tenemos este salón p’os… arregladito y todo. Ya no se hacen las fiestas que hacía- que hacíamos. Aquí era un… baldío”. Se establecen dos periodos temporales, uno localizado en el pasado, en el que el grupo sesionaba en un lote baldío en el cual “se hacían fiestas”; otro ubicado en el tiempo presente, con el grupo sesionando en un “salón arregladito y todo”, en el cual “ya no se hacen las fiestas”. ¿Cuál es la contradicción con a que me encuentro aquí? Las condiciones materiales del grupo, tal como se nos describe, han mejorado de manera notable, pues paso de ser un lote baldío utilizado para estacionar tráileres a ser un salón con muchas comodidades, como lo son sillas, una cocina equipada, ventiladores, un estéreo, además de numerosos cursos patrocinados por el gobierno municipal de la Ciudad de Aguascalientes. No obstante, las actividades recreativas realizadas por el grupo, tales como las fiestas, vinieron en decremento. Intuitivamente, pensaríamos que la mejora de las condiciones materiales haría que las actividades recreativas aumentasen, pero no fue así. He ahí la contradicción. Las mejoras brindadas por el Estado terminaron por estropear las actividades de los y las ancianas de este grupo. Nos encontramos ante una contradicción lógica, quizá una inconsistencia en el discurso en el que se inserta lo enunciado por los integrantes del grupo. Pues las mejoras en el entorno no potenciaron el bienestar subjetivo del grupo, sino que lo frenaron. Lo cual permite localizar los rastros de una verdad, el grupo no necesitaba realmente que les proveyeran, lo que se supone que necesitaban para tener mejores condiciones, sino que sus condiciones eran mejores, en tanto tenían la oportunidad de apropiarse por propia mano de ese espacio en el que se reunían. Esto no significa que debamos hacer caso omiso a sus necesidades básicas y dejarlos que se hagan con ellas por mano propia. Se trata de una apelación por una política del no-todo, pues al brindarles todo lo que necesitan obviamos sus deseos, imponiendo creencias ajenas a ellos, acallando sus voces, relegándolos a un lugar de extrema pasividad, dejándolos en el terreno mortífero del no-ser.
¿Por qué se dio esto? Posibles respuestas las podemos encontrar en el devenir del significante “baldío” en “salón”. El primero hace referencia a un espacio que no les pertenecía a los ancianos que ahí se reunían, sino que pertenecía a una empresa transportista que utilizaba ese espacio para alojar sus vehículos, pero que fue “allanado” por quienes conformaban el grupo, movilizados por su interés y deseo de reunirse. De manera que se apropiaron de ese sitio completamente ajeno a ellos y llenaron ese espacio vacío, por la sobre determinación significante de “baldío”, y le dieron un novísimo sentido. El segundo significante, “salón”, en el que devino el primero, hace referencia a un espacio “expropiado” por el Estado, pues el gobierno en el poder, en ese entonces, intercambio con la empresa transportista el baldío que el grupo utilizaba por otro que era propiedad del gobierno. Lo anterior, como “recompensa” a las personas mayores que los habían apoyado durante la campaña para conseguir votos y así pudieran hacerse con la alcaldía de la Ciudad. Este espacio fue cedido en su totalidad al grupo, así como también fue remodelado por completo, brindándoles todas las comodidades que necesitasen. Pasó a convertirse en un “salón” en el cual llevan diferentes clases, según los intereses que vayan manifestando los subgrupos de ancianos. Es decir, pasó de ser un espacio ajeno con un objetivo indeterminado del cual los ancianos se apropiaron a ser un espacio obsequiado con un objetivo bien determinado y relativamente restrictivo.
Al devenir su espacio en un “salón” de clases, se restringió el universo de posibilidades con el que gozaban en el espacio “baldío”. Ahora las actividades se encontraban orientadas hacia las clases, es decir, aprender cosas útiles para la vida que corresponden a lo que se espera que las ancianas y ancianas hagan. Es llamativo que se diga que ahora su espacio está “arregladito” y que al mismo tiempo haya dejado de funcionar como lo hacía antes. ¿Por qué se creía que el “baldío” era disfuncional? Quizá lo que era disfuncional no fue el lugar en sí mismo, sino que lo que no funcionaba como debía de funcionar eran los ancianos reunidos en grupo, quienes habían transgredido un espacio para apropiárselo, más aún, realizaban festejos que no cuadraban con lo culturalmente esperado de estas personas.
Esto es notable cuando en la conversación, al hablar de una de las fiestas que realizaron en honor al cumpleaños de la coordinadora del grupo, se realizó el siguiente intercambio discursivo:
M6: no cabíamos
M2: y las botellas de vino porque a las que le gusta, a mí no me gusta (…)
M2: y se paraba la patrulla (…)
M2: y luego les digo: “ándeles, por culpa de ustedes no van a llevar a todas” y no, nomás se paraba pa’ burlarse los… señores de nosotros
M3: ¡y a baile, y baile! (…)
Se menciona que durante la fiesta “no cabíamos”. Un significante que se puede interpretar en al menos dos sentidos, uno mucho más apegado a su literalidad, en el que se indica que aquellos asistentes a la fiesta eran tantos que no cabían todos en un espacio tan reducido como lo era aquel “baldío”. Otra interpretación la podemos encontrar si pensamos en una frase de uso común: “no cabía en mí mismo”. Frase que se usa para expresar dicha o felicidad. Es posible entender que este grupo “no cabía” en sí mismo de la felicidad que sentían de estar bailando con “el norteño”. El norteño es una forma popular de referirse a las Norteño Banda, grupos de música regional mexicana. Otra forma de referirse a estos grupos es “banda”. Este último significante es utilizado comúnmente en diversas partes de México para referirse a un grupo de amigos o personas con las que se disfruta pasar el tiempo. Se encontraban bailando la música del norteño, pero también se encontraban bailando con su banda, sus amigos, las personas con las que gustan de pasar el tiempo. Es por eso por lo que “no cabían” en sí mismos. Justo en ese momento emerge el recuerdo de los representantes de la ley que pasaron cerca de su fiesta e imaginariamente intentaron “arreglar” la situación.
“Y se paraba la patrulla. Y luego les digo: ‘ándeles, por culpa de ustedes nos van a llevar a todas’ y no, nomás se paraba pa’ burlarse los… señores de nosotros”. La policía, representante de la ley, acudió también a la fiesta, lo que hizo emerger una representación imaginaria. En la enseñanza de Lacan (1955-956/2009, p.62), lo imaginario se encuentra vinculado con el yo y la imagen especular. De este modo, lo imaginario está constituido por la apariencia, lo que parece ser y se asume como dado e irrevocable. Así, como lo señalan Lacan y Granoff (1956), ejerce un poder cautivador y discapacitante en el sujeto, pues la imagen que se crea es lo que es, queda completamente determinado, por lo que no cabe la posibilidad de ser nada más.
Ellos eran merecedores de ser perseguidos por la ley e incluso ser “llevadas” a prisión por el delito de reunirse a festejar con otros ancianos el cumpleaños de aquella que coordina el grupo acompañados de un poco, o quizás mucho, “vino”. Podemos notar como se juegan las relaciones de poder que van posicionando en el discurso a los ancianos del grupo y a los policías. Los ancianos se asumen como aquellos que se encuentran ostentando un poder que parece no pertenecerles, digamos, lo han robado. Mientras que la policía goza de tener toda la fuerza de la ley, el poder les pertenece. Pronto se gesta una lucha en el discurso, condensada en unas cuantas oraciones, en las que buscan resolver un dilema ético, ¿Quién se queda con el poder? López (2006) retoma una cita de Otto Fenichel que versa de la siguiente forma: “El superyó solo se diluye en alcohol”. Este postulado, si bien resulta controversial, nos permite atender de mejor manera la influencia del “vino” en este momento. Pues es una parte fundamental de esa representación imaginaria que las lleva a pensar que son perseguidas por la ley, ya que el consumo de esta bebida ayudo a que emergiesen como transgresores de la ley. Se encontraban “ebrios” por los influjos del alcohol, pero también “ebrios” de felicidad pues esa transgresión de roles impuestos y/o de leyes les había dado la oportunidad de gozar de maneras diferentes.
Contrario a lo que esta fantasía les hacía creer, los policías, representantes de la ley, no hicieron nada más que “burlarse de nosotros”. Los policías degradaron el acto transgresor al burlarse de ellos, mandando un mensaje que puede ser entendido como: “Ni siquiera tenemos que mover un dedo, tarde o temprano regresarán al orden por ustedes mismos”. Esta mirada burlesca fue degradada, pues la presencia de los policías se enuncia como: “nomas se paraba pa’ burlarse los… señores de nosotros”. Al hacer uso del significante “señores” también se está degradando a la policía, no pueden ser representantes de la ley si no reconocen su movimiento transgresor, por lo que son des investidos del manto policíaco para pasar a tomar el lugar de unos “señores” más, los cuales “nos valía que nos vieran”, tanto en el sentido en el cual carece de importancia un acto, como en el que el acto de “ver” adquiere un valor de reconocimiento de lo que están haciendo.
Un poco más adelante en el extracto nos topamos con una nueva lucha de resistencia. Nos dicen que: “en un año que nos echaron pa’ fuera porque ganó Gabriel”, haciendo referencia a un hecho histórico que afectó tanto a la Ciudad como al grupo. Esto se dio en un cambio de administración en la cabecera municipal de Aguascalientes, el partido gobernante hasta entonces, el PAN (Partido Acción Nacional), dejó de gobernar para ceder su lugar a un nuevo partido, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) representado por Gabriel Arellano. Este evento ocasionó que el grupo perdiese el pan —en su sobre determinación significante, el pan como aquello que alimentaba al grupo y como siglas de Partido Acción Nacional— quedándose literalmente en la calle, pues señalan que tras esto se reunían “allá en la esquina”.
Esto pudo haber representado una debacle, un evento que destruyese por completo la dinámica del grupo, sin embargo, no fue así, pues se enuncia de manera circunstancial: “Ay, pero nosotros qué felices”. ¿Por qué sentir felicidad tras el desahucio? ¿Por qué sentirse felices tras haber perdido todo lo que habían ganado? Encontraron en este acontecimiento una nueva posibilidad, aquella que les permite volver a luchar por un espacio, por ganarse el lugar que les pertenece. Se produce una ligazón significante entre las “fiestas” que realizaban antaño con la lucha de resistencia que llevaban a cabo en la “esquina” opuesta. Podríamos decir que estaban llevando a cabo una “fiesta de oposición”.
Ahí encontramos el sentido de que se enuncie: “No, pero le sufrimos mucho, pero así veníamos”. A pesar del innegable sufrimiento que les producía haber quedado relegadas a un lugar de irrelevancia por el partido gobernante, que cedió ese lugar a sus partidistas, aún se daba la “felicidad”. Dejándonos entrever que para alcanzar aquello que se desea hay que aceptar algo de sufrimiento, y llevar a cabo esa lucha de resistencia con tal de no aceptar la pérdida total, la muerte. Recuerda a una clásica sentencia de Freud, en su libro “Introducción al Narcisismo”, de 1914, en la que dice que “si amas, sufres; si no amas, enfermas”. El deseo de los ancianos participantes de este grupo, y de la lucha de resistencia que este llevaba a cabo, se ubicaba en reconquistar ese espacio que les fue arrebatado, tanto en relación con el espacio físico, como con el espacio simbólico del que, como ancianos, fueron excluidos. De manera que era necesario aceptar ese sufrimiento, para evitar caer en el lugar del que buscaban escapar: la enfermedad. Haber aceptado ese otro lado, era renunciar por completo a su lugar de vivos y sintientes, a su deseo, por lo que tendrían que regresar con la cabeza gacha a sus hogares, sentarse en sus sillones y esperar a que llegase el fin. Se lleva a cabo aquí una lucha por no aceptar la incapacidad total, así como una lucha por solventar la invisibilización de su movimiento por aquellos que dejaron de brindarles su apoyo. Nos encontramos con un grupo sumamente político, que basa buena parte de su hacer en la resistencia.
Velasquez et al. (2011) realizaron una investigación que indagaba en los significados de la adversidad, enfocándose en la discapacidad, la pobreza y la vejez. Entre sus resultados destacan que los ancianos significan la discapacidad como lo peor, algo que no permite hacer nada, el fin de lo que alguna vez se fue y un castigo de Dios. Sin embargo, también destacan que enfrentar la discapacidad resulta beneficioso, pues fortalece habilidades, la búsqueda de superación personal y la motivación. Vemos que la discapacidad genera un sufrimiento, el cual también encontramos aquí, aunque de manera diferente, pues no era uno por una discapacidad física, sino por uno de una discapacidad, es decir, una falta de capacidad de tener su espacio, de hacer fiestas. Ante esto se gestó un afrontamiento a pesar del sufrimiento – o quizás debido a este – lo que ciertamente les dio una motivación por seguir luchando, por demostrar que el sufrimiento no las iba a detener en su lucha. Pero no se detiene en una demostración personal de que ellas todavía pueden seguir luchando, sino que se trata de una demostración ante los otros que no valoran ni reconocen la lucha en la que se encuentran inmersas; no es una superación personal en sí misma, es una superación de los designios sociales que les dice qué es lo que deben hacer o ser; no se trata de fortalecer sus habilidades, se trata de mostrarse hábiles para seguir viviendo, para seguir buscando alcanzar aquello que desean.
M3: y así, pero pues… si no sale uno… sí, no, sale uno de su casa y aquí se viene a distraer un rato, a platicar lo que sea, a coser o algo, entonces, p’os aquí está uno a gusto y no deja de venir por lo mismo (…)
M4: no, convive uno. Se conoce, porque… ya después se encuentra uno y donde quiera, ¿ve’a? Se nota… si no salen de la casa. Sale uno, se encuentra al señor o a la señora, p’os ahí le saludo, pero luego uno, ahí por donde vive, no sabe ni quién es. Y aquí, más o menos, no sabe dónde vive, pero cuando menos le saludan. (Club “La Esperanza”)
Como último extracto, quiero abordar el que se dio casi al inicio de la conversación que sostuve con los integrantes del Club “La Esperanza”. Da inicio con el reconocimiento de una posibilidad: “si no sale uno…” ¿Qué? Este enunciado, al quedar inconcluso, denota la imposibilidad – o acaso impensabilidad – de representarse qué pasaría de no asistir al grupo, por lo que para corregir esto se reformula el enunciado: “sí, no, sale uno de su casa y aquí se viene a distraer un rato, a platicar lo que sea, a coser o algo, entonces, p’os aquí está uno a gusto y no deja de venir por lo mismo”. La diferencia establecida mediante la puntuación establecida por el propio sujeto permite que la idea imposible de enunciar encuentre ocasión de ser concluida, de terminar de ser enunciada, de sortear el sinsentido con el que se topó en un primer momento al imaginarse que “uno” no saliera, para hacer emerger una cantidad mucho mayor de significantes y sentidos, que fueron reconocidos retroactivamente. No obstante, a pesar de haber establecido nuevos sentidos para su actividad fuera de “su casa”, queda indeterminado el beneficio que pudieran estar obteniendo de esto, pues están a expensas de “lo que sea”. Es decir, hacen una multiplicidad de cosas, pero aun así están esperando hacer “lo que sea” con tal de hacer algo.
“Aquí está uno a gusto y no deja de venir por lo mismo”. No dejan de venir porque están “a su gusto”, están como desean estar, tienen la oportunidad de convivir con los otros de formas que en otros espacios no pueden y, además, obtener “lo que sea” a cambio. Este “uno” de que se habla, no es un significante que represente solo a uno, sino que es representado por todo el grupo y la vez, representa a todo el grupo. De modo que por “uno”, podemos llegar a leer un “nosotros”. No se habla de un individuo, sino que se habla de una comunidad que se moviliza para obtener “lo que sea”, es por ello por lo que “uno sale de su casa” y “no deja de venir”. ¿Esto no puede ser hecho y obtenido en “su casa”? Ese silencio producido después de haber enunciado “si no sale uno…”, nos permite observar que el acto puramente privado no produce más que un silencio, mientras que el acto privado realizado en público permite que se produzca “lo que sea”. Esto constituye un acto de “distracción”, es decir, de una “dis-tracción”, una tracción distinta, una forma diferente de andar por la vida; un dis-traer, que implica traer cosas distintas para alimentar la convivencia.
Pero aún nos interroga ese “lo que sea”. Su indeterminación hace preguntarse, ¿de verdad están prestos a recibir lo que sea? ¿Su actividad grupal no tiene una dirección estable? La respuesta puede ser vislumbrada cuando leemos lo siguiente:
Convive uno, se conoce, porque ya después se encuentra uno y donde quiera, ¿ve’a? Se nota… si no salen de la casa. Sale uno, se encuentra al señor o a la señora, p’os ahí le saludo, pero luego uno, ahí por donde vive, no sabe ni quién es.
El uso impersonal en las oraciones hace que sea indistinguible de quién se está hablando. Al decir que “convive uno”, bien se puede estar hablando de una persona, en tanto que individuo, pero también de “uno” en tanto que unidad de personas, de un “nosotros”. De este modo, cuando “uno” realiza el acto de vivir con otros, se produce un efecto de encuentro y conocimiento mutuo y consigo mismo, pues “uno se conoce”, “se encuentra” y “se nota”. El encuentro con los otros permite que un individuo pueda encontrarse, notarse y conocerse a sí mismo; al mismo tiempo que los usuarios del grupo también se conocen, notan y encuentran entre sí. Esto constituye un proceso importantísimo que permite, al menos, intentar responder una de las preguntas por las cuales “uno no deja de venir”, a saber, ¿Quién soy/somos?
Cabe revisar los artículos centrados en la actividad en la vejez en este punto, autores como Acevedo-Alemán y González (2014), Acuña-Gurrola y González-Celis-Rangel (2008), Acosta-Quiroz et al. (2015), Carmona-Valdes (2015), Durán et al (2008), Mercado-Anaya (2014), Porras-Juárez (2010), Reyes et al. (2014) Valero-Valenzuela et al. (2009), Villar et al. (2013), quienes tienden a señalar que la identidad en la vejez está constituida en buena medida en torno a las pérdidas, el nivel de actividad y aquello que podían hacer cuando jóvenes, así como con aquello que – ya no – pueden hacer ahora. Lo que encontramos aquí es que la identidad ni siquiera parece estar consolidada, es decir, parece no existir una respuesta clara para poder hablar de quiénes son como personas o como colectivo. Se trata de una tendencia a demostrarse imposibilitados de poder reconocerse en determinados espacios, existe una clara pregunta por el ser. Esto surge como una respuesta a todos esos designios que se han impuesto culturalmente de cómo deben ser los ancianos que surgen desde una mayoría que evidentemente no pertenece a ese colectivo, por lo que surge un choque entre quienes son realmente y aquellos que decimos que son. ¿Por qué habrían de definir quiénes son a partir de lo que pierden, de lo que hacen o de lo que ya no tienen o pueden hacer? La pregunta del ser no es una que pueda ser respondida por quienes nos lo preguntamos, de esta manera, parece claro que la identidad no se va a construir a partir de todo eso, sino que se construye continuamente – sin un final específico – a partir de la interacción, una interacción que les permite compartir todo eso que cada uno, en su propia verdad individual, trae consigo mismo. Convirtiendo lo más íntimo de cada uno en lo más éxtimo, lo cual permite que los otros se identifiquen y entonces sí se pueda ir forjando una respuesta a la pregunta por el ser, tanto de manera individual como colectiva.
Una cuestión que aparece de manera implícita cuando se enuncia que: “luego uno, ahí por donde vive, no sabe ni quién es”. Aquí podemos notar como se establecen ciertas posiciones en el discurso en torno a condiciones materiales que, en este caso, indeterminan o sobre determinan el ser de estos sujetos. Encontramos que por el lugar que viven su ser queda completamente indeterminado, pues las condiciones de este espacio les ha negado su condición de ser. Mientras que, en el club, su ser queda sobre determinado, pues la posibilidad de ser “lo que sea” que “a su gusto” quieran ser está siempre latente. Estas condiciones no quedan explícitamente enunciadas en su discurso, sino que emergen de la forma en que se interrelacionan los significantes atemporalmente en su discurso. Se deduce que ese lugar “por el cual viven” los absorbe al grado de dejarlos sin saber “quiénes son”, un lugar que ha hecho que su identidad en tanto individuos y ancianos quede completamente diluida.
El único lugar en el que encuentran la posibilidad de consolidar una identidad, “la que sea”, es en lugar que subvierte aquel espacio “por donde uno vive”, es el sitio en el que “convive uno”. Un espacio que, al estar planteado como un sitio de actividad grupal, en el que se viven múltiples cosas con otros, se puede ir estableciendo una cadena significante a partir de las distintas cosas que cada “uno” traer, configurando la identidad de ese “uno” representante del Club de la Tercera Edad, así como del “uno” representante del sujeto individual.
Ahora bien, ya hemos logrado identificar los efectos que tiene este lugar donde “convive uno”, teniendo la posibilidad de “conocerse, encontrarse y notarse”. Pero nos queda averiguar cuál es ese otro lugar que se le opone y que diluye la identidad de los y las ancianas. Se nos señala que es “ahí por donde uno vive”, de modo que no es el sitio específico donde se vive, sino que se trataría de sus alrededores. El uso de la preposición “por” denota que la enunciación establece un lugar físico/simbólico que delimita el lugar donde se vive como un sujeto que “no sabe ni quién es”; al mismo tiempo, esta preposición permite entender que el acto de vivir atraviesa un lugar. Es a través de un resquicio que aparece alrededor del lugar en el que se habita, es que “uno” tiene la capacidad de intentar vivir. De este modo, es posible señalar que no viven ahí, en ese espacio, sino que viven a través del espacio del que disponen, del espacio que se les ha cedido a cambio de negarles el saber su lugar en un mundo que no les pertenece.
Es por ello por lo que llegan al grupo hambrientos de “lo que sea”, confundidos si saber “quiénes son”. En la convivencia se permiten formular sus preguntas, sus deseos y así dar lugar al acontecimiento del (auto)conocimiento y del (auto)encuentro. Se constituye un acto sumamente revolucionario que los lleva a oponerse a las condiciones que se les otorgan en un mundo que pareciera ser que ya no les pertenece, por lo que se movilizan y crean espacios para poder reconocerse a sí mismos, para poder crear un “nuevo mundo” en el cual ellos se encuentren al mando, en el cual puedan saber quiénes son, en el cual puedan crearse, al menos, una prótesis de deseo que los mantenga en movimiento, que los mantenga con “esperanza”.
¿En qué quedamos?
Llegados a este punto puedo establecer algunas conclusiones en torno a los tres elementos que he destacado en el título de este texto y que, creo, he abordado de manera más o menos amplía. En primer lugar, la investigación. El mundillo en el que nos insertamos aquellos que aspiramos a ser investigadores, así como aquellos que ya se han “consolidado” como tales, es complicadísimo. Es probable que suene a broma, pero me resultó muchísimo más sencillo adaptarme al mundo de la adultez, con todas las responsabilidades, restricciones y posibilidades que ello implica, que adaptarme a este mundo. El motivo es que el mundo de la investigación es bastante hostil, pues las relaciones de poder se encuentran muy marcadas y presencia resulta imposible de ignorar. Uno no puede llegar y decir cualquier cosa, porque pronto una marabunta de opiniones se le vienen encima, intentando demostrar que estás equivocado y que, en cambio, los demás tienen la razón.
Es por ello por lo que sufrí muchísimo este proceso, al grado que tuve más crisis de ansiedad de las que había tenido a lo largo de toda mi vida. Todo debido a las múltiples complicaciones de las que ya he hablado de manera extensa en todo el texto. Me resultó complicadísimo encontrar una manera de justificar la investigación realizada, mucho más compartir con toda la “academia” que me encontraba por realizar una investigación fundamentada en el psicoanálisis lacaniano, pues no me encontraba dispuesto a recibir todas las críticas que creía que iba obtener. Al final no me llegaron tantos cuestionamientos como los que pensé, al menos no de manera directa. Sin embargo, aún hoy en día me llena de incertidumbre hablar de mi trabajo, pues reconozco que muchas de las propuestas teóricas, metodológicas e incluso ideológicas a las que me suscribo no suelen ser bien recibidas en este mundo. Pero heme aquí, confesándome en este escrito con la esperanza de que mis elucubraciones puedan ser entendidas, aceptadas y – ¿por qué no? – discutidas por otros miembros de la comunidad para que así, con suerte, se pueda abrir una brecha que permita hacer lugar a otros saberes y conocimientos distintos que, en muchas ocasiones, han sido sistemáticamente ignorados.
Pero claro, no todo en la investigación fueron cosas negativas. En este terreno inexplorado por mí, me topé con un sinfín de experiencias y aprendizajes que me ayudaron a encontrar un sendero en mi vida que, al menos por ahora, quiero seguir andando pues me resulta francamente apasionante. Quizá lo más importante que descubrí en este proceso es que todo proceso investigativo, por más “objetivo” y “científico” que parezca – o que se haga parecer – es un proceso de auto investigación, una proyección de preguntas, deseos, pasiones, miedos, fantasías e historias, que todo “científico” usa para orientarse en aquello que desea saber más. No investigamos cosas nada más porque la idea nos cayó del cielo, si no que investigamos cosas porque en algún momento de nuestra historia nos topamos con algún acontecimiento que nos marcó a tal grado que necesitamos movilizarnos para terminar de darle sentido, para responder todas las dudas que nos dejó. En mi caso, me topé con Natividad. Ella me marcó muchísimo, lo cual terminó por anudarse con algunos otros elementos de mi historia personal. Esto tuve que elaborarlo largamente a través de una investigación de dos años, tras la cual pude quedar más cómodo con ese recuerdo, pero que también me dejó nuevas interrogantes que deseo seguir elaborando más adelante en nuevas investigaciones.
En cuanto a los otros dos puntos, la vida y la tercera edad, me resulta imposible abordarlos de manera separada, ya que para este trabajo son indistinguibles uno de otro. Porque ahora mismo me resulta imposible pensar en algún anciano, sea cual sea su estatus socioeconómico, raza o cultura, que no esté presto a querer seguir viviendo, aunque ese deseo se encuentre ya muy enterrado en su propia subjetividad. Los ancianos con los que estuve compartiendo durante varios meses me hicieron ver que no se trata de la edad, ni de las capacidades físicas o cognitivas, sino que se trata de reconocer en ellos mismos y en los otros ese genuino deseo por seguir viviendo, por seguir haciendo emerger nuevas cosas que los mantengan andando por los senderos de la vida. Un reconocimiento que no puede darse de ninguna que otra forma que, prestando atención con los oídos, con la mirada, con la propia memoria.
Sin excepción, todos los grupos con los que me acerqué y todos los ancianos que conformaban los grupos compartían eso, una búsqueda por el reconocimiento, en primera instancia, por los otros ancianos; pero también por aquellos que conformamos ese grupo mucho más grande que denomino como los no-viejos. No les bastaba simplemente con reunirse con otros ancianos a hacer cosas y hablar de otras tantas, sino que buscaban que todo esto fuera aceptado como algo valioso, como algo que merecía hacer resonancia en la vida de los otros para que ellos tuvieran ocasión de transformar un mundo que parecía haberlos dejado de lado.
Esto puede y debe ser notado con el Club “Volver a Vivir”, que a través de sus actividades daba las condiciones necesarias para que los ancianos se pudiesen volver a sentir parte de la vida, a través del reconocimiento de que aún pueden hacer “lo que quieran” y de que “se vale recordar”, todo ello con la intención de “volver a vivir” como lo hacen, al menos en apariencia, aquellos que no son viejos; también con el Club “La Bella Época”, que se movilizaba a través de actos transgresores para luchar por un espacio físico en el cual reunirse, pero también por espacio simbólico en el cual ellos pudieran seguir festejando el hecho de seguir viviendo, así como a través de actos de resistencia, encarnando aquellas fuerzas que se resisten a la muerte; incluso con los ancianos de “La Esperanza” quienes reconocían que se encontraban perdidos en un resquicio de la realidad que solo les permitía observar al mundo, pero sin formar parte efectiva de él, pero que esto no los detenía, pues se daban el poder y el valor para acudir con otros ancianos igualmente perdidos para reconocer que “uno no sabe ni quién es”, y así, a través del (auto)desconocimiento darse la oportunidad de reconfigurar su propia subjetividad, pudiendo “encontrarse”, “conocerse” y “notarse” como seres activos y no pasivos, que quieren cambiar el mundo.
Todos estos significantes escritos y analizados a lo largo de este y otros textos, aluden a elementos sumamente vitales, pues se encuentran íntimamente relacionados con el poder, el deseo, la necesidad, el disfrute, la resistencia, la lucha, etcétera. Así, van configurando discursos potentísimos que contravienen e intentan subvertir el discurso hegemónico. Reconocen que este discurso les niega la capacidad de ser, dejándolos como seres pasivos, casi sin capacidad de hacer nada, pero en lugar de agachar la cabeza y aceptar todo esto, se resisten e intentan revolucionar el medio en el que viven, a la medida de sus capacidades. Esto, por paradójico que pueda parecer, se trata del desarrollo de un proceso adaptativo, pero no en el que el sujeto se adapta a las exigencias del medio, sino uno en que el sujeto adapta el medio a sus deseos. Es claro que esto no es un proceso sencillo, se trata de un camino duro de andar que requiere de luchas, de reconocimientos y sufrimientos, de confusiones, desencuentros, pero también hallazgos, de muchas pérdidas, pero con ganancias valiosísimas.
Todo este tiempo he estado presenciando y deleitándome con una lucha revolucionaria llevada a cabo en muchos frentes diferentes, en los más cotidianos, en aquellos en los que los ancianos y ancianas encuentra la posibilidad de “hacer lo que ellas quieran”, de “recordar”, de “sufrir” pero mantenerse luchando por aquello que se desea, de configurar su ser, de amoldarse a su deseo. Todos estos actos pueden ser considerados como actos revolucionarios, porque desafían al establishment, al discurso hegemónico; porque acontecen como sujetos, emergen y se hacen presentes en la realidad, abriendo brechas en el discurso que les permiten ganar territorio, pero no para crear un nuevo coto de poder que se oponga al establecido, sino que buscan compartirlo con aquellos no-viejos, intentado conformar un mundo que, al menos, parezca ser mucho más equitativo.
Quizá esto es lo que deberíamos aprender de ellos. Reconocer voces ajenas, darles su lugar y su valor, por más transgresoras e inverosímiles que parezcan, por mucho que choquen con las representaciones que tenemos de la realidad y que tan cómodos nos hacen sentir. Valorar todo eso, con miras a construir un progreso más amplio, más inclusivo, un progreso que nos movilice a todos, alejándonos de ese otro progreso que solo moviliza solo a los que gozan con más poder en detrimento de aquellos que viven en los márgenes. Al menos a mí ese aprendizaje me queda y espero haber transmitido algo similar a quien quiera que lea esto.
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Acerca del autor
Fernando Jassiel Jiménez Martínez (fernandojassiel@gmail.com) es estudiante del Doctorado en Estudios Psicosociales (DEP), por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). Tiene maestría en Investigación en Psicología por la Universidad Autónoma de Aguascalientes (México), y es licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Aguascalientes (ORCID 0000-0002-0305-0658).
Recibido: 07/04/2021
Aceptado: 24/02/2022
Cómo citar este artículo
Jiménez Martínez, F. J. (2023). Viejos viviendo: reflexiones sobre la investigación, la vida y la tercera edad. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 26(48). https://doi.org/10.33064/48crscsh4359
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