Interpretaciones, discursos y contradicciones: Maximiliano de Habsburgo, el liberal
Interpretations, Discourses and Contradictions: Maximilian of Habsburg, the Liberal
ANDRÉS EDUARDO PEÑA LÓPEZ
Universidad Nacional Autónoma de México, México
Resumen
El artículo hace un análisis histórico sobre el liberalismo promovido por Maximiliano de Habsburgo durante el Segundo Imperio. Las similitudes y diferencias que mantuvo con el liberalismo decimonónico mexicano. Todo esto, a través de las políticas que Maximiliano adoptó en favor del establecimiento del Imperio y la propia visión mexicana. Estos postulados terminaron por sufrir una serie de cambios ad hoc a las presiones del momento que lo alejaron de un proyecto nacional. El trabajo demostró las deficiencias que presenta el liberalismo como categoría de análisis y, al mismo tiempo, una suerte de problemas que el concepto ha acarreado en la producción histórica, en particular, ha imposibilitado adherir el Segundo Imperio Mexicano como un proceso formativo que es parte de la historia mexicana. En su lugar su estudio y enseñanza se ha inscrito como un episodio ajeno a la historia mexicana.
Palabras clave: liberalismo; Maximiliano de Habsburgo; Segundo Imperio Mexicano; monarquía; historia de los conceptos.
Abstract
The article makes a historical analysis of the liberalism promoted by Maximilian of Habsburg during the Second Empire. The similarities and differences that it maintained with Mexican nineteenth-century liberalism. All this, through the policies that Maximilian adopted in favor of the establishment of the Empire and the Mexican vision itself. These postulates eventually underwent a series of ad hoc changes to the pressures of the moment that distanced him from a national project. The work demonstrated the deficiencies that liberalism presents as a category of analysis and, at the same time, a kind of problems that the concept has entailed in historical production, in particular, it has made it impossible to adhere to the Second Mexican Empire as a formative process that is part of Mexican history. Instead, his study and teaching has been inscribed as an episode that does not belong to the Mexican history.
Keywords: Liberalism; Maximilian of Habsburg; Second Mexican Empire; Monarchy; The History of Concepts.
En Europa, la Revolución Francesa marcó una clara división entre las nuevas formas de gobierno en contraste con las del Antiguo Régimen y, en estricto sentido, estas tendencias políticas, ideológicas y económicas se configuraron en favor de la Revolución Industrial y el incipiente liberalismo que, en aras de la segunda mitad del siglo XIX, había, inclusive, trastocado el continente americano.
Benito Juárez expidió el decreto de la ley de moratoria el 17 de junio de 1861 que consistía en la suspensión del pago de la deuda externa que México había contraído con diferentes países. Las deudas en pesos mexicanos corresponden a las siguientes cifras: Inglaterra 69,994,544.54; Francia 2,859,917.00 y España 9,460,986.29 (Magallón, 2005, pp. 79-217). Dicho acto daba fe de las precarias condiciones bajo las que se encontraba México. La Guerra de Reforma había concluido con la victoria de Juárez y el liberalismo o, al menos, eso parecía. Sin embargo, los sucesos de 1862 a 1867 se circunscriben como una serie de concatenaciones directas que bien podrían ser una extensión de la Guerra de Reforma. Aquellos líderes conservadores que habían sido exiliados del país encontraron en Europa un proyecto, nada nuevo, pero sí conveniente para las circunstancias que se enfrentaban. Así, Miguel Miramón, Juan Nepomuceno Almonte y Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos congraciaron y apoyaron el proyecto imperialista, auspiciado por Francia, que encontró en la ley de moratoria el pretexto perfecto para la intervención.
Las negociaciones permitieron a México evitar las tensiones con los españoles e ingleses, pero no con los franceses. El ejército francés, al mando de Charles de Lorencez, comenzó la invasión que hasta hoy día dejó huella de la afamada batalla del Cinco de Mayo. Napoleón III tenía claras aspiraciones por el territorio de Sonora y, por su parte, los conservadores también habían fijado sus objetivos que iban desde la destitución de Juárez y las leyes de reforma, hasta detener el expansionismo estadounidense que había trastocado la integridad del país.
Paralelamente a estos acontecimientos, la casa Habsburgo tuvo una serie de problemas que se fueron intensificando conforme avanzó el siglo XIX. Francisco José tomó posesión del trono en 1848 bajo serias presiones políticas que no hicieron más que agudizarse debido al absolutismo de su nuevo emperador. Las clases emergentes de “nuevos ricos” solicitaban más derechos políticos y aunque en un principio se les negaron rotundamente, las presiones económicas obligaron a dirimir y aceptar sus solicitudes a cambio de dinero. El imperio Austrohúngaro pendía de un hilo y de los diferentes regionalismos entre los que destacaban: Eslavonia, Moravia, Bohemia, Austria, Bosnia, Hungría, Galitzia, Croacia, Dalmacia y Transilvania. Sin mencionar aquellos territorios que para 1848 estaban en plena rebelión, como Lombardía o Viena, los estaban cada vez más acentuados en el marco geopolítico. Entre estos y algunos problemas familiares apareció en escena el hermano menor de Francisco José, un viejo conocido en la historia mexicana, Maximiliano de Habsburgo, quien figuró como una posible amenaza para el propio emperador austriaco. Napoleón III propuso una ruta de escape para los problemas de Francisco José y, el 10 de abril de 1864, Maximiliano aceptó el trono mexicano diciendo:
Acepto el poder constituyente con que ha querido investirme la nación, cuyo órgano sois vosotros, pero solo lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un orden regular y para establecer instituciones sabiamente liberales. Así que, como os lo anuncié [...] me apresuraré a colocar la monarquía bajo la autoridad de las leyes constitucionales tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente. (Estrada,1863, p. 135)
Así fue como comenzó el Segundo Imperio Mexicano. El presente trabajo no pretende ser un resumen o síntesis de lo que ya está hecho, mucho menos podría ubicarse en un marco innovador que está a punto de revolucionar las formas en que el Segundo Imperio o la figura de Maximiliano han sido tratados. En el último de los casos, este texto tiene por objetivo analizar y criticar las formas que la política de Maximiliano de Habsburgo tomó respecto a las tendencias liberales que figuraban en México durante su llegada, por supuesto, todo esto bajo las presiones que se presentaron en distintos momentos durante el Segundo Imperio. Por otra parte, también se pretende poner de manifiesto las similitudes y diferencias entre el liberalismo promovido por el imperio y la república que durante un largo período han sido utilizados en la producción histórica, pero no terminan de sentar bases conceptuales claras.
Maximiliano reconoció en Juárez y sus aliados virtud para legislar, pero también un enemigo a perseguir: ¿Cómo se configuró el discurso liberal del imperio para legitimar su gobierno en favor de las tendencias políticas mexicanas? Sebastián Lerdo, Valentín Gómez Farías, Porfirio Díaz, Benito Juárez, Guillermo Prieto o Ignacio Comonfort pueden entrar en el concepto de “liberal” y en el marco de tal afirmación no hay mentira alguna. Más una revisión concienzuda terminaría por desechar a la misma por las claras formas que distinguen a un liberal de otro. En otros términos, ser mexicano no hace a todos los mexicanos iguales y suponer que podemos construir un discurso explicativo en esta afirmación parece, simplemente, absurdo.
Maximiliano fue un vehículo que respondía a las necesidades de legitimar un gobierno ad hoc a los intereses de la facción conservadora-pro-monárquica. Tanto el contexto como lo intereses de Maximiliano no hicieron más que coincidir de forma aparente. María Vázquez aseguró que “Maximiliano de Habsburgo, en su línea liberal e ilustrada, aprovechó los moldes y las prácticas legislativas existentes en el México de 1863 a 1867 para dar vuelo a su ambicioso proyecto jurídico” (Vázquez, 2016, p. 234). Los liberales como José Fernando Ramírez encontraron cobijo y función bajo el proyecto imperialista por lo que hablar de un molde político se queda, a mí parecer, corto. El Segundo Imperio fue, en muchos sentidos, un vástago de las políticas mexicanas que no coincidieron con el grupo de poder, es decir, con el gobierno de Juárez. Ya menciona Érika Pani que más de uno de los que estuvieron en el congreso constituyente de 1856 se adhirieron a las filas del nuevo proyecto monárquico (Pani, 2006, p. 14).
El presente artículo no tiene como objetivo analizar la verosimilitud de los discursos políticos a través de la materialización en una institución o si dicha institución tuvo una exitosa carrera en la vida mexicana. Porque dicha materialización se haya llevado a cabo o no, es incapaz de desquebrajar el discurso, no al menos en la inmediatez y, teniendo en cuenta que el Segundo Imperio duró apenas un respiró y el Estatuto Provisional del Segundo Imperio se publicó dos años antes de la caída del imperio, no debe ni puede ser comparado con la estructura política y el brazo del Estado mexicano, no sin claras advertencias al lector. Finalmente, no debe olvidarse que la guerra pasó a ser defensa; el asesinato, a un caso de justicia y un conservador se convirtió en traidor: todo por un discurso. Este último es capaz de legitimar el poder y, en este sentido, el autor generó una serie de disertaciones que se enfrascan en el marco historiográfico y político. Los argumentos presentados no tienen un valor defensivo respecto a si Maximiliano es o no liberal.
Liberalismo a la mexicana
Tras la Guerra de Independencia, nuevos líderes políticos aparecieron en escena y, con ellos, sus tendencias políticas. Encontramos en el marco del movimiento anticolonial los primeros preceptos liberales que marcarían la pauta para legitimar la guerra, la muerte y la podredumbre que consigo trae un movimiento de este calibre. Al mismo tiempo, y de forma implícita, el liberalismo mexicano se acopló al liberalismo europeo que España había recogido de la Revolución Francesa y poco tiempo después sembrado en el congreso de la constitución de Cádiz.
Es fundamental explicar a qué se hacía referencia cuando se utilizaba el término liberal. Ya en el siglo XVIII dicho término se utilizaba con un carácter moral y cualitativo que no encajaba del todo en el marco político, porque describía al “buen hombre”, con tales palabras fue descrito el conde de Revillagigedo, por ejemplo. Es bajo estos lineamientos que liberalismo era usado como un adjetivo para describir al monárquico, al progresista o al tradicionalista. Sin embargo, conforme comenzó el siglo XIX el liberalismo, que sin duda estaba inscrito a la naturaleza del racionalismo de la ilustración, tuvo que diferenciarse en virtud de su primer enemigo, porque para ser liberal había que gozar de libertad y en la Nueva España no había uno solo que se contara libre.
Tanto en España como en Europa en general no hubo que cuestionarse más que la subordinación que se debía hacia la figura del rey y aunado al romanticismo de la época se explica que el concepto de liberal haya tenido apenas algunos cambios que se consolidaron en una connotación política. El uso del concepto en el marco moral se mantuvo prácticamente sin variación alguna en todas las ediciones del Diccionario de la Real Academia Española hasta 1852, cuando se añadió una acepción claramente política: “El que profesa doctrinas favorables a la libertad política de los estados”. Fue en la siguiente edición (1869) cuando finalmente apareció el sustantivo «liberalismo», con dos acepciones. La primera: “El orden de ideas que profesan los partidarios del sistema liberal” y la segunda: “El partido o comunión política que entre sí forman” (Fernández, 2009, p. 800). Por su parte, México atravesó una guerra de 10 años que polarizó las formas políticas y al mismo tiempo buscó reivindicarse en la otredad por contraposición a lo peninsular. El fin de la Guerra de Independencia fue un rompimiento con el orden colonial para mantener el orden colonial. El pensamiento liberal y sus políticas no eran bien recibidas por los grupos de poder, estos debían sus prerrogativas al sistema del Antiguo Régimen. Es en la consumación de la independencia que se encuentra el primer gran rompimiento con las formas liberales europeas y las mexicanas.
El liberalismo mexicano siguió su propio camino, se transformó y se alejó de la aparente universalidad que se le da. En la década de 1830, los propios liberales mexicanos, como José María Luis Mora, ensalzaron las políticas liberales de Gómez Farías, señalando un claro cambio en la acepción de lo liberal, que a decir de Mora eran los principios:
...Que constituyen en México el símbolo político de todos los hombres que profesan el progreso, ardientes o moderados; solo resta que hacer patente contra los hombres del retroceso la necesidad de adoptarlos; y contra los moderados, la de hacerlo por medidas prontas y enérgicas, como se practicó de 1833 a 1834. (Mora, 1837, párr. 21)
La lengua es realidad y concepción, es la sociedad y el individuo. En resumidas cuentas, la memoria lingüística está cargada de valores que el usuario le dota, su uso y desuso no deben ignorarse, la lengua es un agente activo y mutable, es el valor de lo que fue, de lo que se aceptó o de lo que dejó de ser. El liberalismo europeo se estructuró en conformidad con las transformaciones sociales y políticas del siglo XVIII. Es fundamental establecer que el liberalismo tiene varias categorías de análisis, pero la más utilizada sería la acotación conceptual que hace referencia a políticas de orden progresista, moderno o por contraposición a los derechos históricos. Sin embargo, esta acepción es solo una forma reducida del sistema, el autor comprende por sistema un conjunto de principios limitados por el espacio y tiempo, estos sistemas necesitan de una ventana cultural y una serie de conocimientos mínimos para su correcta decodificación. A su vez estos sistemas tienen una caducidad generacional, la generación origen establece los consensos colectivos sobre el sistema, mientras que la segunda generación termina por detallarla y afianzarla, pero corresponde a la tercera determinar su vigencia. Siguiendo esta línea discursiva, la afirmación de Beatriz Bernal cuando dijo que era “obvio que la comisión de conservadores mexicanos que había invitado a Maximiliano conocía perfectamente los antecedentes liberales del archiduque…” (Flores, 2006, p. 241) supone un claro ejemplo de las prácticas historiográficas mexicanas que han entendido por liberal o liberalismo una reducción política, estática y alejada del marco social.
El liberalismo mexicano de las primeras décadas del siglo XIX se encuentra ubicado en el marco reformista, aristócrata, social, de lucha; pero, sobre todo, de oposición. El liberalismo se reestructuró para oponerse a las tradiciones novohispanas que iban desde las alcabalas y la centralización hasta la lucha reformista contra el Alto clero. Finalmente, estas presiones reformularon el término durante cincuenta años para cristalizarse en la constitución de 1857, donde se sentaron los ideales de una amplia gama de liberales mexicanos, entre ellos: Valentín Gómez Farías, Francisco Zarco, Antonio de la Fuente, Vicente Riva Palacio, etcétera. Otro liberal fue Ponciano Arriaga, presidente del congreso y expositor del liberalismo mexicano que, el 16 de junio de 1856, frente al congreso, hizo saber que el deber de los liberales era:
Crear un gobierno firme y liberal, sin que sea peligroso; hacer tomar al pueblo mexicano el rango que le corresponde entre las naciones civilizadas y ejercer la influencia que deben darle su situación, su nombre y sus riquezas; hacer reinar la igualdad ante la ley, la libertad sin desorden, la paz sin opresión, la justicia sin rigor, la clemencia sin debilidad; demarcar sus límites a las autoridades supremas de la nación; combinar estas de modo que su unión produzca siempre el bien y haga imposible el mal… (Zarco, 2016, p. 310)
En México, el liberalismo en la política se insertó en un melodrama de héroes y villanos. Durante el S. XIX el federalismo pasó a sumarse en el mundo liberal y, pasados los años, los términos perdieron su individualidad y se consagraron en la política mexicana como progreso, libertad, autonomía estatal e influencia estadounidense; entonces, el liberalismo fue antagónico de la monarquía, del centralismo, de los conservadores y, por ende, de Maximiliano que, sin importar sus intentos por conciliar con la política liberal mexicana, jamás entendió que no solo era un extranjero invasor, sino que, a ojos del “buen liberal mexicano”, era un extranjero contradictorio y pseudo liberal. Porque a decir de la novela que se inventaron los políticos mexicanos, sé era liberal, moderado o conservador y según el caso se podían cometer “…las más vergonzosas defecciones pasándose a las filas de los retrógrados y de los traidores a la patria” (Juárez, 1987, p. 65). Benito Juárez, entonces, es resultado de su momento, de este breve sumario del liberalismo decimonónico, el Benemérito de las Américas fue un liberal a la mexicana y de forma lógica fue consecuente con las figuras políticas y discursivas que llevaban años construyéndose en una nación que buscaba establecer su lugar en un panorama internacional.
¿El camino que debe de recorrer una política debe ser siempre liberal para llamarse liberal?, ¿qué cualidades determinan lo liberal?, o ¿cuáles son los principios liberales que se deben promover para ser liberal? En última instancia, al autor llega el siguiente cuestionamiento: ¿qué determina el liberalismo de un gobierno o un personaje en particular? Quizá sea con quién o con qué se compare tal.
¡Qué fue liberal!, dicen
Maximiliano recibió una concienzuda educación de la que pocos pudieron gozar. En materia política fue instruido por el canciller Klemens von Metternich, quien tuvo una reputación de conservador y antiliberal, su hermano Francisco José fue un emperador a la usanza del Ancien Régime (Konrad, 2008, p. 1-23). En consecuencia, una pregunta se vuelve necesaria: ¿De dónde surgen las tendencias liberales de Maximiliano? Quizá de su maestro de filosofía, Joseph Otmar Rauscher, de la importancia que Viena jugó en el devenir francés o, simplemente, de una inexplicable, pero natural afinidad por dicha tendencia.
Los decretos del 10 de abril de 1865 que expidió Maximiliano tuvieron la intención de organizar de forma definitiva al imperio, así como determinar los objetivos que se perseguían. El Estatuto Provisional del Segundo Imperio estableció las garantías individuales: igualdad ante la ley, seguridad personal, derecho a la propiedad o libre ejercicio de culto; se determinó el carácter monárquico y hereditario del mismo, dispuso pues, los derechos naturales por sobre los históricos, pero, sobre todo, se estableció un proyecto de nación al que se inscribieron “…políticos mexicanos que no creyeron en la Constitución de 1857, y que, aunque liberales, estuvieron dispuestos a apostar por un proyecto distinto al que encabezaba Benito Juárez” (Suárez, 2006, p. 11). Más que no creer, debería considerarse que muchos de ellos encontraron en el imperio un beneficio que la república no les otorgaba, tal es el caso de Santiago Vidaurri quien tras disputas con Juárez terminó por vivir, luchar y morir por el imperio.
El imperio de Maximiliano puede entenderse, según Patricia Galeana, a través de tres procesos políticos bien diferenciados:
Primero, sigue una política conciliadora en Europa, visitando al papa en contra de las recomendaciones de Napoleón [sic], quien le aconsejaba evitar compromisos. Después, aplica una política liberal, que, si bien no logró atraer a los liberales puros, sí consiguió el apoyo de los liberales moderados. Finalmente, abandonado a su suerte por Napoleón III, el patrocinador de la empresa, en un intento por salvar al imperio, claudicó de su política liberal y se entregó a los conservadores y a la Iglesia. (Galeana, 2016, p. 89)
Bajo mis consideraciones, a estos procesos se les tendrían que agregar algunas acotaciones que, cuanto menos, comienzan por unas comillas al concepto de “liberales puros”, pero aún más importante, tendrían que repensar la política del Segundo Imperio. Si bien, la ideología de Maximiliano era liberal, lo cierto es que no tenía el poder, la estabilidad, los contactos, al menos en México; o los conocimientos para establecer una estructura liberal en el país. Así, vemos frustrados muchos de sus intentos que pretendían ser liberales, pero terminaron por ser, en el mejor de los casos, ambivalentes en el escenario político-práctico. Es decir que, la política imperial fue circunstancial y estaba lejos de ser sólo la que el monarca quería realizar, puesto que estaba llena de presiones francesas, conservadoras, pro-monarquía, liberales, moderadas, papales y para finales del 1865 se agregaron las norteamericanas.
El Estatuto Provisional fue el símbolo de la política imperialista y del buen liberal, Maximiliano, pero ¿qué tanto tiene de liberal que “El Emperador representa la Soberanía Nacional, y mientras otra cosa no se decreta en la organización definitiva del imperio, la ejerce en todos sus ramos por sí, ¿o [sic] por medio de las autoridades y funcionarios públicos”? (Segundo Imperio Mexicano, 1865, párr. 4). Porque como primera y fundamental tarea de un gobierno está la de legitimar y legalizar al mismo. Maximiliano y el imperio impuestos por Bayonetas y banderas de Napoleón le petit que no inscribían más que a la inconstitucionalidad, a la “junta de notables” y a la voluntad de los muertos que habían firmado las actas de adhesión no dieron ninguna certeza legal o legítima, ergo, a decir de José María Vigil y de los liberales que construyeron la historia de la nación, el Estatuto Provisional guardaba silencio respecto a la legalidad del imperio que no era ni por gracia Divina, ni por sufragio (Vigil,1884, p. 700) y respecto a su legitimidad habría poco que decir, pero ¿se necesitan estas para ser liberal?
Sin duda, el siglo XIX y sus actores fueron quienes tuvieron la dicha de construir la nación mexicana y su consecuente nacionalidad, pero el autor se pregunta: ¿cuántos se miraban entre sí y se identificaban mexicanos? ¿Cuántos pudieron subirse al barco del progreso liberal y convertirse en ciudadanos? Quizás ser ciudadano obviaba el hecho de que eras mexicano, pero ser mexicano no te aseguraba la ciudadanía. Tras tales afirmaciones, es menester del autor establecer algunos conceptos para que el lector pueda seguir los mismos lineamientos que le llevaron a tan variadas reflexiones. En primer lugar, habría que diferenciar entre nacionalidad y ciudadanía de forma general y sencilla. El primero como una condición tácita a un territorio. Esta condición se otorga a través de dos formas: el nacimiento o el reconocimiento del Estado. La nacionalidad otorga a los individuos una serie de derechos y obligaciones que inscriben a un carácter “natural” en el marco civil, dichos lineamientos le permiten establecerse en una sociedad particular y desenvolverse en la misma. Por otra parte, la ciudadanía otorga derechos y obligaciones condicionadas a un statu quo que puede ganarse, mantenerse o perderse y necesita de una aprobación que, más que social, tiene un carácter estamental y político.
¿Cuántos de los mexicanos eran ciudadanos? Según los datos del Cuadro geográfico y estadístico de la República Mexicana, de Antonio García Cubas, 1857 la población era de 8,238,088 habitantes y por su parte el Cálculo de la población de la República Mexicana, de Manuel Payno, 1858 arroja 8,604,000 habitantes de los que más del 80% eran analfabetas. Datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI, 1994, p. 125) aseguran que para 1895 el 82.11% de la población no sabía leer ni escribir y, aunque no existen los datos exactos para la década de 1850, es plausible asegurar como mínimo esta cifra. Es decir, que aproximadamente, en 1857, la cantidad de mexicanos que sabían leer era de 1, 548, 720. De esta cantidad habría que discriminar a todos aquellos que no gozaban de ser un “hombre de bien” o “tener un trabajo digno”, todos aquellos que apoyaron a Santa Anna, aquellos conservadores que huyeron del país o perdieron la ciudadanía por no inscribir al bando victorioso, al bando de la Revolución de Ayutla, todos los que fueron encarcelados o aquellos que se encontraban en las perfilerías y, por ende, estuvieron alejados de la “democracia”.
Las personas que conformaron los barrios bajos y arrabales de México durante la centuria decimonónica estuvieron lejos de ser actores de la política o la intelectualidad mexicana no solo por su falta de educación o economía, sino por los claros vicios que el sistema mexicano presentó y alentó en favor de una compleja barrera que no permitió a los individuos desplazarse entre los diferentes estamentos sociales. Es decir, que quedaron relegados al marco de la mexicanidad sin llegar a tener un verdadero valor como individuos de la nación. No solo en términos políticos, sino históricos, más del 80% de la población mexicana se mantiene al margen de las sobras y los sinsabores de los actores subalternos. En otras palabras, Carlo Ginzburg aseguró que solo hay dos opciones: la primera es que no tengamos ninguna posibilidad de reconstruir su existencia y la segunda opción pone de manifiesto que tendríamos que aceptar la reconstrucción histórica como un acto sesgado, deformado y descontextualizado por los autores que se apropiaron de ella.
Eligen a los representantes o son representantes. Los ciudadanos son quienes conformaron la estructura política del siglo XIX. Las formas en que la política mexicana se construyó en el corpus legal de 1857 consolidaron el circuito oligárquico-cerrado que las facciones liberales y conservadoras utilizaban desde décadas atrás. Aquellas afirmaciones que los mexicanos liberales como María Vigil utilizaron para ilegitimar el gobierno de Maximiliano son poco consecuentes con la realidad política del México decimonónico.
La ley de libre imprenta publicada el 10 de abril de 1865 fue tan liberal como la ley Lares o la ley Lafragua, es decir, que promovió la libertad, en tanto que “el respeto al derecho ajeno es la paz” (Juárez, 1867, párr. 8). La Junta Protectora de Clases Menesterosas reconoció en los indígenas un ser humano olvidado, pero solo cuando era necesario y bajo las condiciones correctas, porque en el caso contrario el imperio promovió su exterminio (Villanueva, 1864, marzo 15). Lo liberal es liberal en tanto que es funcional, es conservador cuando debe de serlo y es lo que tenga que ser porque para eso está.
El liberalismo del segundo imperio y del grupo de Juárez tienen tantas similitudes como su aplicación en una sociedad específica se los permitió. Y, en tanto que se pueda tachar a Maximiliano de pseudo liberal, ambivalente o irrisorio, bueno, la misma suerte corre el liberalismo mexicano y el propio Juárez. Porque lo liberal es liberal, en tanto resuelve la necesidad para la que es invocado: Alguna vez, en algún momento y en algún lugar, un hombre preguntó a otro ¿Crees que Maximiliano fue liberal? Y este, sin tapujos, contestó: Sí, pero no faltó el de grandes oídos que pegó un grito al cielo, porque la respuesta, según él, era no. El primero era Dubois de Saligny y el segundo Benito Juárez, ambos tenían razón y ambos estaban equivocados.
Si Juárez es un liberal “puro” como han dicho los historiadores mexicanos, entonces Maximiliano también lo es, pero en un tono menor. Porque ambos, derivados de su propio sistema liberal, sentaron las bases políticas de un proyecto. De un mexicano para otros mexicanos o de un austriaco para los mexicanos. En el drama decimonónico, Maximiliano fue reconocido como enemigo por un amplio sector conservador, pero al también muchos liberales “moderados” encontraron partido, base y líder. Siguiendo esta línea discursiva se pueden desglosar tres opciones claras: el imperio recibió el apoyo de un sector liberal porque reconocieron en Maximiliano a un verdadero liberal, en segundo lugar, podríamos pensar que los liberales lo reconocieron porque ellos no eran liberales o en México el término liberal adscribía a un constructo de intereses. Para el primer caso habría que aclarar que no tenemos una tabla porcentual de quién es “muy” liberal, quién “medio” liberal y quién “poco” liberal, por lo que dejando de lado los absurdos que se han construido en el discurso histórico, encontramos en el Segundo Imperio un enfrentamiento de dos proyectos liberales que constituidos en dos formas de gobierno diferentes pretenden objetivos similares. Su gran diferencia radicó en el apadrinamiento por el cual se pretendía llegar a dichos objetivos, es decir, el apoyo norteamericano o el europeo, específicamente el francés. En el segundo caso, habría que hacer una revalorización sobre los últimos 150 años de historia hecha en México, habría que decirles a los líderes de la revolución mexicana que se equivocaron y también tendríamos que reconstruir el panteón histórico. Y en el último de los casos habría que señalar lo humano en la política, revalorar el concepto y pedir a los historiadores dejar el positivismo donde pertenece, en el siglo pasado.
Juárez fue, según Victor Considérant, perpetuador del error capital, del egoísmo y el peonaje, (Illades, 1864, p.164) Juárez fue muchas cosas, pero ¿dónde está lo puro? Juárez fue, según Víctor Hugo, ciudadano, libertad y civilización, (Hugo, 1867) pero ¿dónde está lo bárbaro? Juárez fue, según Maximiliano, caudillo, hombre de valor, constancia y también criminal o descarriado (Habsburgo, 1865, octubre 3), pero ¿dónde está lo conservador?, ¿dónde está lo liberal? Si Juárez fue una cosa y Maximiliano otra, ¿Quién lo dijo?, ¡que son liberales!, dicen, ¿quién? En cualquier caso, lo han dicho y eso es suficiente. El liberalismo pasó así a nuestros días como agente muerto, pero es insoslayable que jamás estuvo más vivo, porque es tradición y como tal es propiedad de la sociedad que lo ejerce, está sujeto a la llamada sensibilidad trascendental, al lugar de enunciación, al individuo que lo deforma y lo trae de la intransigencia al castigo terrenal. El historiador trajo consigo no al liberalismo decimonónico, sino al liberalismo que construyó como decimonónico, y lejos del cuestionamiento que este acto debería traer a colación, se estableció un supuesto y bajo este, miles más. Entre la potencia y el acto de lo liberal, ¿cuántos trechos hay? Es fundamental entender el marco filosófico al que se inscribe el término liberal que por su propia voz evoca a la libertad y se nutre de las subjetividades y las abstracciones, que, en cualquier modo, se patentaron en el acto de legislar y pareció ser suficiente, sin embargo, un acto que nunca llega a serlo no es parte de la realidad, la dialéctica de la praxis no se encuentra en los términos México-liberales del siglo XIX y basta decir con que no figura como liberal otorgar derechos a aquellos que no los entienden, no saben ejercerlos o no tienen las instituciones y medios para hacerlo.
Que el secreto quede entre mexicanos
La verdad es que poco o nada relevante hay en las endebles afirmaciones de liberalismos “puros”, si es que tal cosa existe y si es que la afirmación no se ahoga entre las risas que resquebrajan el discurso de historiadores que anacrónicamente encajonaron como inamovible los pensamientos políticos de la época. Aun así, habría que señalar que el liberalismo en sus diferentes formas, autores y problemáticas aparece en la historiografía como omnipresente, omnisciente y omnipotente. Tras la Revolución de Ayutla y la caída de la dictadura el liberalismo con sus múltiples expositores sentó sus bases en el poder para no volver a cederlo, porque liberal se volvió obsoleto para describir las prácticas políticas y transformado en una política omnímoda se invocaba por el más tradicionalista, por el más nacionalista y por el más ignorante y, en todos los casos, sé era liberal, solo había que sesgar la historia y dejar de lado tan amplios aspectos que se encontraban lejos del régimen liberal.
…ya no resulta tan difícil entender que el liberalismo sea omnipresente en la historia mexicana cuando, en términos reales, el único periodo de la historia nacional durante el cual parece haber prevalecido en términos institucionales fue la década corta conocida como la “República Restaurada”. […] Subrayo la palabra “parece” porque en aspectos muy importantes la República Restaurada dista de haber sido un régimen liberal. (Breña, 2021, párr. 10).
Maximiliano pecó de liberal, de conservador, de extranjero, de mexicano, de idealista, de indigenista y siguió pecando al punto que ni siquiera logro recordar de qué más pecó; pero, sobre todo, pecó de con su sangre sellar las desgracias de México. Porque en torno al Segundo Imperio se cimentaron las bases del código civil, que, dicho sea de paso, fue utilizado para el Código Civil que Justo Sierra trabajó durante años; se legislaron nuevas formas para limitar los excesos de la ley Lerdo, se reestructuró el paseo de la emperatriz, se trajeron las tendencias arquitectónicas de Georges-Eugène Haussmann, se fomentó la migración europea, se limitó la migración norteamericana en los estados fronterizos, se estableció la Academia Imperial de Ciencias y Literatura, la Junta Protectora de Clases Menesterosas y con esta última el indígena dejó de ser el otro, el que no era ni mexicano, pero tampoco era aquel que alguna vez fue Moctezuma, el indio tuvo voz, y esta fue escuchada por el imperio y por mamá Carlota. Y si aceptamos como verdadero que
El liberalismo nace como una actitud contra toda forma de trato impositivo: religiosa, política, racial, económica. […] Una filosofía de la libertad: eso es el liberalismo. La libertad es “un fin supremo en tanto se trata de asegurar el desarrollo pleno de la personalidad; un medio en cuanto se declara que debe ser conquistada por el esfuerzo continuo de las generaciones”. (Azuela, 1951, p. 84)
Entonces, Maximiliano falló en el liberalismo mexicano por no comprender que lo euro-liberal y lo mexicano-liberal distaban de entenderse. Qué es lo liberal, sino una práctica de la Soberanía bajo los términos de pensadores como Rousseau, Benjamín Constant, Jeremy Bentham, Stuart Mill, Gaspar de Jovellanos, Adam Smith, Montesquieu o el propio Alexis de Tocqueville. Se trata, sí, de una serie de continuidades en el constructo del Contrato Social, pero también de las disyuntivas necesarias tras las nupcias de una nación americana con un sistema de ideas extranjero. Porque en México las facciones dominaban la política y de estos grupos que ostentan la Soberanía, se dijo que
Se consideran sus presuntos herederos y, aun en manos de sus enemigos, la tratan como una propiedad futura. Desconfían de tal o cual forma de gobierno, de tal o cual clase de gobernantes; más permítaseles organizar a su modo la autoridad y confiársela a mandatarios de su elección: no tendrán más que preocupación que su ilimitado dominio. (Constant, 2010, p. 6)
Falló como mexicano porque no concibió que lo liberal se contrapone a lo monárquico en el marco de la segunda mitad del siglo XIX, como austriaco también porque estaba en un país de bárbaros y renunció al trono, como esposo porque su mujer loca y anciana vivió y murió en la soledad. El liberalismo según los escritores decimonónicos es el “buen gobierno”, “el representativo”, “el gobierno del pueblo”; entonces el Habsburgo fue más liberal que muchos aristócratas mexicanos que se vincularon a una facción para imponer su proyecto nacional, que se alejaron de legislar para el pueblo y en favor del progreso al cual debían inscribirse todos, no por clamor nacional, sino porque así lo estipulaba la carta magna. Si lo aceptamos, pues, el gobierno de los menos, estuvo lejos de lo liberal, porque de entre los indios se conformaba más del 50% de la población y
México no tiene pueblo, sino siervos; y, no obstante, su mentiroso título de República se encuentra en plena feudalidad […] la democracia no es una cosa que se decreta como la construcción de un puente, se necesita un pueblo que la comprenda y que la aplique. Comenzad, pues, por crear ese pueblo.
[…] Vuestra constitución proclama el voto universal; era una consecuencia necesaria del principio que os había servido de partida; pero ved a dónde os conduce esta consecuencia: que se dé una orden a todos los curas de la aldea, y vuestros electores votarán como un solo hombre por el candidato que se le designe. ¿Qué será de vuestra Constitución y de vuestra democracia, cuando se ejerza contra vosotros? (Masson, 1857, mayo 26)
Que quede entre nosotros que Maximiliano fusilado con la ley del 25 de enero de 1862 fue reconocido como mexicano, que Maximiliano no está en el panteón histórico, que las leyes del imperio eran publicadas en español y náhuatl, que quede entre nosotros que Maximiliano se negó a ceder territorio a Francia o Estados Unidos, que sí, Maximiliano era liberal, también conservador, monarca, era invasor, al final de sus días mexicano y algunas otras veces extranjero; Maximiliano y el imperio fueron lo que las presiones políticas, sociales y económicas le permitieron ser y, es, lo que la historiografía mexicana necesita que sea. Como el autor, guarden silencio de si Juárez fue indio, abogado, Benemérito de las Américas, presidencialista o “comecuras”. Que quede entre nosotros que aceptar al liberalismo en los términos de libertad, implicaría el respeto de la soberanía nacional y, en tal caso, Maximiliano no solo violó la soberanía de México, blasfemó y creó un teatro sobre los valores del liberalismo. Aun así, seamos justos, si aceptamos que la libertad es el valor de la soberanía nacional y la máxime del liberalismo, entonces, Juárez no fue liberal, porque en la guerra de Reforma no fue el pueblo mexicano a través de la consulta o el sufragio, no fue la democracia ni la nación, no fue México ni sus armas, tampoco la constitución: fue el Norte, siempre lo ha sido, fue J. Turner, fue el Wave, el Saratoga y el Indianola, fue el evento de Antón Lizardo, fue la derrota mexicana y la conservadora como acto secundario. La soberanía del país no se encuentra en el Protocolo de Veracruz firmado el 22 de febrero de 1859, mucho menos en el tratado McLane Ocampo (Del Paso, 2003, p. 89). Si aun así Juárez es liberal entre los mexicanos, entonces Maximiliano lo es igual, pero si, por el contrario, no lo es, si entonces alguno piensa como José Vasconcelos Calderón (Aguirre, 2007, p. 641) y Juárez es ahora el Benemérito de las traiciones o el Benemérito de Estados Unidos, quizá podamos establecer en el imperio un entrecomillado a lo liberal. Pero, sobre todo, que quede entre nosotros que la derrota del imperio y por ende de la mano europea en México tuvo un solo victorioso y no fue mexicano: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Consideraciones finales
¿En qué se convirtió un liberal que sumó sus fuerzas al bando imperial? Bueno, pues se convirtió en un liberal moderado, en un traidor o en un liberal que no era “puro”. Por otro lado, se da la libertad de preguntar: ¿qué es un conservador que llevó sus esfuerzos al proyecto imperial? Él es, simplemente, un conservador, un pro-monarquía; entonces, ¿dónde están los conservadores puros, los moderados y los radicales?, ¿dónde está la escala de grises que tiende al infinito y que sí encontramos en lo liberal, pero no en lo conservador? Así es como se desea cuestionar al lector, al historiador, al innovador, al adscrito a la Nueva Historia; así es como se pregunta ¿Verdaderamente sirve el concepto liberal como categoría de análisis? La respuesta de forma breve, aunque con cruda franqueza, es no. Porque es fundamental revalorizar los conceptos que sentaron las bases del discurso histórico, hace falta comprender que el término “liberal” tiene diferentes categorías debido a su naturaleza ambigua y a su pasado cualitativo que jamás dejó de vincularse y, por ello, sufrió de un subjetivismo entre sus coetáneos como lo sufre entre los míos. Liberalismo en la historia mexicana del siglo XIX es un relato de bronce que nunca pudo alejarse de la reestructuración política bajo la que se le encajonó una vez fue traducido al español. Es fundamental para las futuras producciones historiográficas pensar el liberalismo como un sistema que dio sus primeros pasos en el plano europeo, por tanto, su traducción, como su aplicación en las sociedades americanas, dista de la ventana cultural de origen. En su propia naturaleza debe explicarse a través principios preestablecidos.
¿Cuántos han pecado?, ¿cuántos han utilizado los mismos conceptos, fórmulas o instrucciones para hacer su investigación?, ¿cuántos han pecado de hacer un pastel y hacerlo exactamente como se hacía hace cien años, pero cambiaron el sabor del glaseado, el color o los adornos?, y todo para decir que algo nuevo había surgido. ¿Cuántos han estudiado a Lucas Alamán, Santa Anna, Labastida y Dávalos, Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez, Porfirio Díaz, los hermanos Lerdo y a todo protagonista del siglo XIX y, tras estudiarlos, determinó a unos liberales, a otros conservadores y así, los condenó, enjaulando sus pobres almas en el discurso histórico “innovador”? De tal suerte que, entre leones, lobos, ovejas, cerdos, águilas y serpientes, la historia mexicana se sesgó por facilidad. Que cada uno decida qué animal es cada cual, que cada uno decida cuán liberal es uno u otro, si es que primero logra determinar a que hace referencia lo liberal, justo como lo han hecho los historiadores de las décadas pasadas.
Por otra parte, el término conservador que, en última instancia, compartió el escenario con el liberalismo durante el siglo XIX se vio obligado, a ser lo que el último no es. Y puesto que el liberalismo no es solamente la política y/o economía, sino que del liberalismo se dijo: fue héroe, progreso, revolución, intelectualidad, moral y, por ende; fue el buen gobierno, el buen hombre y fue, finalmente, todo lo “bueno”. Mientras que, del otro lado, el conservadurismo insuficiente en sí mismo, no por ser obsoleto, sino por enfrentarse a un término omnímodo, fue fulminado en el drama de la historia porque, finalmente, se quedó corto. Porque era facción, política, un grupo, pero nunca fue sistema. Tachados de villanos y cangrejos, pero nunca de “buen” gobierno, mucho menos de poseer virtudes. El conservadurismo mexicano existe y existió por el ejercicio de otredad liberal, es decir, el conservadurismo es artificial. Entonces surge en el autor un nuevo proyecto en el que ya se trabaja y del cual comparte una pregunta eje: ¿El conservadurismo mexicano del siglo XIX forma parte de la amplia escala de grises en la que se divide el liberalismo?
En cualquier caso, y esperando haber dejado una espina de malestar en el lector para alimentar el diálogo y la retrospección, ¡qué cuánta falta hacen! ¿Quién, Maximiliano, dime quién que esté vivo lo recuerda? Solo la historia y yo, Maximiliano, que estamos vivos y locos. Pero a la historia se le está acabando la vida.
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Acerca del autor
Andrés Eduardo Peña López (417091406@pcpuma.acatlan.unam.mx) es estudiante en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente cursa el séptimo semestre en la carrera de Historia y mantiene estudios de pre-especialización en el área de México del Siglo XIX. Reconsiderar y criticar las bases teóricas de la producción histórica es el interés principal del autor (ORCID 0000-0001-5177-8961).
Recibido: 01/07/2022
Aceptado: 21/10/2022
Cómo citar este artículo
Peña López, A. E. (2023). Interpretaciones, discursos y contradicciones: Maximiliano de Habsburgo, el liberal. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 27(49). https://doi.org/10.33064/49crscsh3994
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