Del paradigma de la simplificación hacia la complejidad: ecosofía, una alternativa para vivir en armonía con la tierra


From the Paradigm of Simplicity to Complexity: Ecosophy, an Alternative to live in Harmony with Earth




JÉSSICA PAOLA HERMOSO LÓPEZ ARAIZA

Multiversidad Mundo Real Edgar Morin, México




Resumen

La humanidad ha experimentado de diferentes maneras de obtener conocimientos, fruto de los paradigmas imperantes de cada periodo histórico. Actualmente, la crisis provocada por el paradigma de la simplificación ha generado problemas socioambientales, que requieren de una nueva propuesta epistemológica para la comprensión de los procesos evolutivos del pensamiento humano para unificar dualidades aparentemente tan distintas como la de ser humano-naturaleza. Así, la Ecosofía se presenta como una filosofía ecológica que, a partir de un diálogo entre saberes, se conjuga con los principios de la complejidad para invitar al ser humano a vivir de una forma más armoniosa en nuestro planeta.

Palabras clave: pensamiento complejo; paradigma; ciencia; conciencia ambiental; ecosofía.




Abstract

Humanity has gone through different means of obtaining knowledge; consequence of the prevailing paradigms from each historical period. Currently, the crisis caused by the paradigm of simplicity, which has triggered social and environmental problems, requires a new epistemological proposal and the understanding of the evolutionary processes of human thinking to allow the merger of apparently different dualities, such as human being - nature. In this sense, Ecosophy is presented as an ecological philosophy that, through dialogue among knowledges, intertwines with the principles of complex thinking as an invitation for human beings to live more harmoniously on our planet.

Keywords: complex thinking; paradigm; science; environmental awareness; Ecosophy.









La crisis socioambiental a la que nos enfrentamos es un tema que ha sido abordado desde hace aproximadamente cincuenta años. Ante estos desafíos, la sociedad ha buscado encontrar en la ciencia y la tecnología las respuestas y soluciones a los problemas que vivimos en la actualidad. No obstante, a pesar del empleo del método científico y de la gran cantidad de conocimientos especializados con los que contamos, las propuestas aportadas no sólo no han alcanzado los cambios esperados, sino que, en varias ocasiones, han empeorado la situación que pretendían solventar. Por ello, es preciso reflexionar sobre los fundamentos epistemológicos de la ciencia que rige nuestro mundo actual y profundizar en su historia y desarrollo, para entender las causas que impulsaron esta forma de producción de conocimientos, la ética que los preside, y los efectos fenomenológicos derivados de ello, los cuales experimentamos hoy en día a nivel individual, social y planetario. De este modo, será posible identificar aquellos elementos de la ciencia que requieren ser modificados en aras de aportar soluciones oportunas a los problemas de carácter complejo a los que nos enfrentamos como humanidad.

Con el objetivo de realizar esta labor, resulta pertinente tomar en consideración la visión de paradigma aportada por el físico Thomas S. Kuhn y las contribuciones que hace el filósofo Edgar Morin al respecto. A partir de este concepto, abordaremos los cambios que ha sufrido la ciencia desde la antigüedad hasta nuestros días, lo que permitirá contextualizar los preceptos y nociones que guían a la ciencia reinante, cuya característica principal es la escisión de la realidad. Esta situación ha derivado en una división y especialización de las disciplinas científicas. Además, ha favorecido una separación en los propios sujetos, dividiéndolos entre razón-emociones y aislándonos epistemológicamente de los efectos del contexto y el entorno. Como se verá a continuación, este enfoque ha dado como resultado un eminente desconocimiento de las interrelaciones ser humano-naturaleza. Con esta mirada histórica como base, se hará patente la necesidad de un paradigma de complejidad que nos brinde una nueva perspectiva de la realidad y, con ello, dote a la ciencia de teorías y tecnologías propicias para una vida en comunidad en nuestro planeta y una filosofía ecosófica que oriente al ser humano a vivir en armonía en la Tierra.

¿Qué son los paradigmas?

En 1962, Thomas S. Kuhn propone la noción de paradigma en su obra La Estructura de las Revoluciones Científicas. Para Kuhn, un paradigma es una teoría científica, es decir, un conjunto de reglas y normas compartidas por un grupo de científicos, que se ha impuesto sobre otras teorías que competían contra ella. Desde su posición, en determinados momentos de la historia han coexistido diversos paradigmas incompatibles los unos con otros y, gracias a los avances de la propia ciencia, algunas teorías se han adaptado mejor a los problemas científicos de su época, privilegiando así a un paradigma sobre otro.

En el libro, el autor sostiene que la evolución de la ciencia ha ocurrido a través de las revoluciones científicas. Es importante mencionar que, de acuerdo con Kuhn, existe una cierta estabilidad dentro de los paradigmas. Esta ciencia que Kuhn denomina “normal” se refiere a la “investigación basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior” (Kuhn, 1971, pp. 33). Sin embargo, dado el avance de la ciencia normal, aparecen anomalías que no pueden ser comprendidas bajo las reglas vigentes del paradigma aceptado, lo que detona un momento de crisis. En este periodo, los científicos estudiarán dicha irregularidad con el objetivo de asimilarla a través del desarrollo de una teoría que impulsará otro paradigma, logrando con ello transformar lo anormal en normal. En este proceso, la comunidad científica se enfrentará a numerosos desacuerdos y a la resistencia de abandonar las creencias y procedimientos aceptados previamente, lo que generará una diversidad de teorías, entre las cuales surgirá una que se antepondrá a la demás existentes, dando con ello la pauta a un nuevo paradigma (Kuhn, 1971).

El trabajo de Kuhn revela, por consiguiente, que la ciencia no se desarrolla a través de una adición de conocimientos, sino como un proceso de constante cambio, por lo que, como menciona Whitehead, “la ciencia es más cambiante que la teología” (Morin, 1984, pp. 38). Empero, como sugiere Morin años después, lo que ha cambiado en la ciencia en los últimos años es el planteamiento de algunas teorías, más no el paradigma per se. Para el autor, “un gran paradigma (episteme, mindscape) controla, tanto las teorías y los razonamientos, como el campo cognitivo, intelectual y cultural donde nacen teorías y razonamientos. Controla además la epistemología que controla la teoría, y controla la práctica que se desprende de la teoría” (Morin, 1992, pp. 218). Retomando a Popper, Morin presenta la evolución del conocimiento científico como un proceso adaptativo y de selección natural, en donde existen rupturas y transformaciones que propician la aparición de teorías novedosas. Bajo esta mirada, las teorías científicas son mortales, y su predominancia no se debe a la verdad que aportan, sino al hecho de que son las mejores adaptadas para su época. De ahí, como afirma Morin “podemos comprender que la ciencia sea «verdadera» en sus datos (verificados, verificables), sin que por ello sus teorías sean «verdaderas»” (Morin, 1984, pp. 39). Siguiendo a Popper, Morin (1984) hace una distinción relevante entre una teoría científica, la cual reconoce que, eventualmente, su falsedad puede ser demostrada; y una doctrina “científica”, es decir, un dogma autorreferenciado que negará en todo momento su posible falsedad.

Siguiendo esta lógica, en su libro El Método IV, Morin (1992), sostiene la prevalencia actual de un paradigma de simplificación característico de esta ciencia clásica, que ha favorecido una dicotomía en la forma de estudiar, entender y habitar el mundo, lo que, evidentemente, ha repercutido en la ciencia. A fin de analizar el presente paradigma, realizaremos una breve síntesis de revoluciones paradigmáticas que han sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Este análisis permitirá ahondar en el porqué del paradigma reinante y, a la vez, aportar algunas claves que facilitarán la comprensión y la necesidad de transitar hacia el paradigma de la complejidad planteado por Edgar Morin.

La evolución de la ciencia: del pensamiento antiguo al Renacimiento

Los paradigmas, como menciona Morin (1992), son inconscientes e invisibles. Pese a ello, sus manifestaciones brindan algunas pistas para intentar explicar cómo se percibía el mundo en momentos de la historia en donde llegó a existir un paradigma distinto al actual. En el pensamiento antiguo, por ejemplo, coexistieron diversas posiciones epistemológicas, por lo que se reconocía la vigencia de diferentes caminos para interpretar la realidad. Si bien Aristóteles jerarquiza la sabiduría por encima de los demás saberes, esta acción no los excluye, sino que promueve una relación en donde estos contribuyen a la sabiduría. En este sentido, el saber podía expresarse de múltiples maneras sin la existencia de un método intelectual que validara como absoluto o verdadero un determinado saber. Bajo este paradigma, la Naturaleza fue concebida como una fuente de sabiduría, en donde un elemento sustancial para la supervivencia de la civilización era aprender a vivir en armonía con ella y con sus ciclos naturales. De este modo, el ser humano se veía a sí mismo como un microcosmos que pertenecía a un macrocosmos, generando una idea de unidad entre el Todo y la parte. En este momento de la historia, lo que hoy conocemos como ciencia y religión convivían entre sí, sin que una se impusiera sobre la otra (Delgado, 2007).

Ante la decadencia y las rupturas sociales y culturales del mundo antiguo, se requirió establecer un vínculo capaz de integrar a los seres humanos. Considerando el carácter religioso de la época antigua, resulta comprensible entender que el misticismo y el espiritualismo fueron las ideas que trajeron estabilidad a la sociedad. Es por ello que, durante la Edad Media, el saber trascendente fue legitimado a partir de un proceso que excluyó al resto de los saberes y que colocó a Cristo como ser humano y Dios a la vez, modificando la visión micro-macrocosmos y propiciando con ello una escisión entre lo humano, nacido bajo el pecado original, y lo divino, como un Dios revelador de la Verdad (Delgado, 2007). Durante el Renacimiento, el humanismo revalorizó el rol del ser humano y le aportó una legitimidad renovada. Gracias al redescubrimiento de los textos de Platón y otros autores griegos, fue posible transitar al reconocimiento de la diversidad de saberes.

No obstante, el mismo poderío religioso de la época obligó a que la ciencia y la religión tuvieran que disociarse completamente. Ahora bien, esta estrecha convivencia durante el medievo dejó sus marcas en la ciencia, la cual comenzó a buscar lo ideal, exacto y trascendente en su área de especialidad: la materia, sirviéndose de su nuevo instrumento del conocimiento: la razón.

El paradigma de la simplificación

Es Descartes en el siglo XVII quien, con su famosa frase Cogito ergo sum, aportará una serie de ideas y elementos que serán la base y fundamento para la construcción del saber científico de la modernidad y del paradigma de la simplificación que describe y critica Edgar Morin (1984). Con el objetivo de comprender su surgimiento, primero presentaremos las ideas de Descartes y después, basados en los argumentos de Morin, buscaremos mostrar la problemática que se ha generado en los últimos años.

En el Discurso del Método, Descartes (citado en Hernández y Salgado, 2010), introduce la idea del conocimiento del objeto a partir de un sujeto. Empero, este sujeto no es un ser humano integrado, sino que es elcogito, es decir, el sujeto pensante, la razón. Esta capacidad humana ocupará el centro y se colocará como el elemento de confianza que puede evitar caer en errores provocados por los sentidos y la imaginación. Con el fin de aportar un método riguroso a la ciencia, se presentan también cuatro reglas principales: evidencia (afirmar como verdadero sólo aquello que se revele evidente como tal al pensamiento), análisis (reducir lo complejo a sus partes más simples para conocerlo correctamente), deducción (otorgar a la deducción el peso de la investigación para hallar verdades complejas a partir de las simples) y comprobación (comprobar si lo descubierto por la razón fue hallado de acuerdo con las reglas anteriores).

Como se observa, hay un desplazamiento epistémico en donde la verdad ya no se halla en el objeto que se estudia, sino en la razón del sujeto que observa, lo que conlleva al desprestigio de los sentidos y la imaginación; instrumentos que, en el pasado, eran considerados valiosos para conocer el mundo. En este sentido, la duda metódica de Descartes, es decir, la metodología aportada para encontrar certezas propicia también un cambio ontológico que se refleja en la existencia de las tres sustancias expuestas por el filósofo y matemático francés: la sustancia finita pensante (cogito); la sustancia extensa (mundo/cuerpo/materia) como aquello que ocupa un espacio y, por lo tanto, puede ser medido; y Dios, como sustancia infinita pensante (Descartes, en Hernández y Salgado, 2010). Por una parte, si bien existe un reconocimiento de un Dios pensante, este no es la primera verdad, ya que es la existencia del cogito quien permite la posibilidad de concebir la existencia de lo material, la sustancia extensa: “Pienso, luego existo”. Esta definición del mundo genera una dicotomía entre lo pensante y la extensión, la cual impactará en el entendimiento del ser humano y del mundo que lo rodea, separando de este modo al sujeto que observa el objeto del conocimiento; a la razón del cuerpo; e incluso, al ser humano del mundo. Esta escisión, como veremos más adelante, será reforzada por la regla de análisis, que invita a reducir lo complejo en partes sencillas a fin de poder estudiarlo y comprenderlo.

Con estas bases ontológicas y epistemológicas, el mundo y el ser humano pasaron a ser percibidos como máquinas que se comportaban de manera automática al estar sometidas al influjo de unas determinadas leyes. Además, el ser humano traspasó la idealización de lo divino a una idealización de la materia, por lo que la ciencia, a través del conocimiento de las leyes del mundo, podría determinar todo cuanto existe en él. Lo único que requería era descubrir esas leyes y eliminar todo rastro de azar. De ahí la importancia de fragmentar y separar al mundo en partes para comprender su funcionamiento y, a la vez, encontrar esas leyes que rigen a la materia a través de la razón para ponerlas al servicio de la humanidad, transformándonos “así en dueños y propietarios de la naturaleza” (Descartes, en Delgado, 2007, pp. 33).

Por consiguiente, el ser humano y su razón se colocaron por encima de todo, y la ciencia, a través del método, adquirió la responsabilidad de aportar las verdades y conocimientos necesarios para favorecer el bienestar de la humanidad. Si bien es cierto que, como indica Morin (1984) la razón es “un método de conocimiento fundado en el cálculo y en la lógica […], empleado para resolver problemas planteados al espíritu, en función de los datos que caracterizan una situación o un fenómeno” (pp. 293), el pensamiento cartesiano derivó en el racionalismo: “una visión del mundo que afirma el acuerdo perfecto entre lo racional (coherencia) y la realidad del universo; excluye, pues, de lo real lo irracional y lo arracional” (Morin, 1984, pp. 293). Con ello, se establece la creencia de la existencia de un mundo completamente racional, determinista y mecánico, de donde el ser humano extrae conocimientos a través de la razón. Y, como se menciona en la cita, se reafirma la eliminación de lo irracional en el mundo, es decir, todo aquello que no puede ser medido ni cuantificado, tal como las emociones, las pasiones, los sentimientos, el arte, el saber cotidiano, los errores, la incertidumbre, etc.

Dentro de la ciencia, el paradigma determinista se vio validado y reforzado por las leyes de Newton en el s. XVIII, capaces de expresar con exactitud matemática el movimiento de los cuerpos dentro de la Tierra y en el sistema solar, posibilitando con ello predecir eventos a partir de fórmulas matemáticas. Por tanto, el estudio de la mecánica reafirmó la representación mecanicista en el mundo natural, la cual encontró su aval en la teoría de la evolución, con la publicación del libro El origen de las especies de Charles Darwin en el s. XIX. Desde esta perspectiva, la vida se reducía a una lucha por la supervivencia, que era delimitada por un proceso de selección natural en donde únicamente los individuos mejor adaptados podrían sobrevivir y reproducirse, perpetuando sus características.

Disyunción, reducción y mutilación

Para Morin (1992), el paradigma de la simplificación se caracteriza por la disyunción y la reducción, para lo cual aporta un ejemplo que resulta muy revelador. Ante el planteamiento de la relación ser humano-naturaleza, tenemos dos respuestas que, aparentemente, resultan antagónicas. La primera afirma que el ser humano y la naturaleza son elementos separados y no sólo eso, sino que, como se indicó previamente, la sociedad debe someter lo natural en su propio beneficio. La segunda asemeja al ser humano a la naturaleza, enfatizando su realidad biológica vinculándolo con el resto de los seres vivos. Sin embargo, aunque es evidente la oposición de ambas propuestas, las dos son fruto del paradigma de simplificación. La primera ocupa el principio de la disyunción, es decir, la separación y el aislamiento de los objetos bajo la primicia de que con esto se podrá estudiarlos mejor. La segunda, por su parte, ocupa la reducción, ya que convierte a la especie humana en un ser vivo más, reconociendo la “naturaleza humana” pero omitiendo las características complejas y distintivas del sistema humano: la unidualidad natural-cultural y cerebral-psíquica. A través de la disyunción y la reducción, el paradigma actual simplifica y separa nuestra realidad, intentando dar respuestas lógicas y racionales a realidades complejas que requieren un abordaje epistemológico diferente, que permita el diálogo entre realidades aparentemente opuestas a fin de poder ser comprendidas.

Resulta entonces pertinente ahondar un poco más en el significado y las implicaciones de la disyunción y de la reducción expuestas por Morin (1984), que han sido empleadas por la ciencia clásica como una manera de explicar fenómenos complejos a partir de principios simples. La disyunción se caracteriza por la separación de los objetos, al grado de aislarlos entre sí, de su entorno y de su observador. Este principio de dividir para conocer ha derivado en el aislamiento entre disciplinas y ha separado a la misma ciencia de la sociedad. Por su parte, la reducción pretende unificar lo diverso partiendo de su constitución elemental, o a través de lo que puede ser medido y cuantificado. En palabras de Morin “el pensamiento reductor no concede la «verdadera» realidad a las totalidades, sino a los elementos; no a las cualidades, sino a las medidas; no a los seres y a los existentes, sino a los enunciados formalizables y matematizables” (Morin, 1984, pp. 44–45). De este modo, tanto la disyunción como la reducción mutilan la realidad, ya sea eliminando todo lo posible entre las disciplinas, el sujeto y el objeto, el objeto y su entorno, el pensamiento y la emoción, etc. como haciendo desaparecer todo aquello que no encaje en la simplicidad de las leyes dadas y conocidas, capaces de predecir y determinar la realidad.

Bajo esta lógica, la ciencia fragmenta al mundo para entenderlo y, por lo tanto, divide las disciplinas y las especializa. No obstante, esta división no es neutra, pues jerarquiza a las mismas disciplinas y a los investigadores que trabajan en ella. En lo alto de la pirámide disciplinar encontramos a las ciencias exactas, aquellas capaces de traducir todo conocimiento extraído en fórmulas y números que contribuyen a determinar con precisión la realidad. En un nivel inferior, las ciencias sociales, que estudian lo humano y los subjetivo, lo que la demerita ya que, bajo esta mirada, sus aportaciones resultan menos verificables. Además, dicha fragmentación ha hecho incomunicables a las disciplinas incluso al interior de las ciencias exactas y las ciencias sociales: biólogos y físicos ven el mundo y lo explican desde enfoques diferentes; y arqueólogos e historiadores deben limitarse a sus respectivas fuentes, unos los restos, otros los textos, aunque ambos intenten explicar el pasado del ser humano. Por lo tanto, la misma historia humana se ha visto mutilada y juzgada bajo el paradigma actual que, por una parte, menosprecia el pasado por su carencia de rigor científico, y por otra, se basa únicamente en elementos comprobables, que ocupan un tiempo y espacio dado, eliminando los eventos improbables e inesperados para mantener la visión determinista (Morin, 1984). El misterio que pueda existir tras el evento que creó al universo, que creó la vida, los errores genéticos que permitieron la evolución, o los eventos que desencadenaron situaciones históricas imprevistas por la lógica humana, desaparecen ante las disciplinas que estudian la física regular y constante del universo ya creado, las reacciones químicas y predeterminadas de las moléculas que se unieron para configurar la célula, las características generalizables de un individuo de una especie en constante evolución y los textos históricos que narran hechos, sin considerar la parcialidad y subjetividad del mismo autor.

Las dos éticas

Ante un paradigma que fragmenta, reduce, separa y aísla para comprender, resulta necesario reflexionar en qué momento se perdió o bajo qué principios se escondió la ética. La dicotomía característica de la ciencia, que consideró al ser humano sólo como un ser racional, eliminó la parte subjetiva y sensible de éste, en donde yacen los valores que guían su actuar. Ya que el valorar algo pertenece al ámbito de lo subjetivo y no de la razón, la ética y la moral fueron excluidas de la ciencia y relegadas a la actividad social. Alejadas de la producción de conocimientos, “la ciencia reconoció como valor supremo el saber científico” (Delgado, 2007, pp. 52).

Por ello, Morin (1984) plantea la existencia de dos dioses o dos éticas que se contraponen entre sí: la ética del conocimiento, la cual sacrifica todo por la posibilidad de conocer; y la ética cívica y humana, que vela por el bienestar de la humanidad. El límite entre ambas es muy frágil y ha sido franqueado en innumerables ocasiones. Como consecuencia, a falta de un freno de ética y de conciencia, la ciencia, es decir, la sociedad y las personas que la crean y la alimentan, avanza ciega e inconsciente, buscando dominar su entorno, la naturaleza y sus leyes, sin darse cuenta de que su prisa, su ceguera y su afán de conquista en aras del bienestar social, están poniendo en riesgo la vida de millones de especies que habitan este planeta, incluyendo la humana. Esta ciencia y sus científicos dejaron de preguntarse el ¿para qué? Ya que mientras lo que hagan aporte un nuevo conocimiento, la ética del conocimiento lo avalará todo, sin importar lo que se requiera para obtenerlo o los usos adversos que el ser humano le dé.

Revoluciones científicas en el s. XX: una ciencia en crisis

Este paradigma de simplificación, cimentado en el método expuesto por Descartes, nos ha llevado, como humanidad, a un momento de crisis que se refleja en la ciencia misma, al interior de la sociedad y en la relación de ésta con su entorno. Sin embargo, en el siglo XX, una serie de descubrimientos han obligado a los científicos a cuestionar el paradigma actual, generando una serie de revoluciones científicas que abordaremos a continuación.

La primera de ellas llegó con el electromagnetismo a finales del s. XIX. Durante mucho tiempo, existió un enfrentamiento entre dos teorías que describían el comportamiento de la luz, ya sea como onda o como partícula. En la búsqueda por unificar ambas formulaciones, Maxwell propone una teoría electromagnética, que enuncia una manera menos mecánica de representar el entorno, incluyendo los fenómenos de la luz. La presencia de los campos electromagnéticos, invisibles previamente a la física de Newton, supuso el surgimiento de corrientes de pensamiento que buscaban reajustar estos descubrimientos al paradigma mecanicista. A principios del s. XX, la teoría de la Relatividad, desarrollada por Einstein, detonó otra crisis en el interior de la física, con la reformulación de los conceptos del tiempo y el espacio que perdieron su carácter de absolutos. La relatividad indica que no existe un punto de referencia universal, sino que todos los puntos de referencia dependen de la relación que tienen con otro elemento. Con esto, el observador de algo se convierte en un punto de referencia, lo que supone que su situación particular dará una determinada perspectiva del comportamiento del tiempo y del espacio. Dicha relatividad obligó a explicar la configuración del Universo con una nueva geometría. Así, la imagen del Universo infinito y estático se vio obligada a transformarse en un Universo finito y dinámico. Einstein en una de sus cartas escribió lo siguiente: “Newton, perdóname. Tú encontraste la única vía que en tu época resultaba posible para un hombre de la mayor capacidad mental y creativa” (Walter, 2008, s.p.).

Si bien el relativismo sacudió las bases de la ciencia clásica, sus fórmulas seguían enmarcadas en un determinismo que podía predecir movimientos y comportamientos bajo una nueva visión del universo y en donde, si bien el observador debía ser considerado como punto de referencia, su observación no alteraba lo estudiado. No obstante, la llegada de la mecánica cuántica desarrollada por Max Planck implicó otra fractura epistemológica al descubrir que la energía no se emite y absorbe como un flujo continuo, sino que lo hace a través de paquetes de energía llamados cuantos, lo que hacía ver, una vez más, el carácter dual de la luz: como corpúsculo y como onda, también planteado por Einstein. El avance en los estudios de la mecánica cuántica conllevó, en 1913, a un nuevo modelo atómico aportado por Bohr, que causó varios problemas que fueron analizados por dos vías distintas: estudiando al electrón como onda o como corpúsculo. La solución a esta aparente contradicción llegó de la mano de Max Born a través de cálculos de probabilidad. De este modo, el átomo, el elemento base que constituye al universo entero, perdió toda su estabilidad y determinismo otorgado por la ciencia clásica, haciendo que la localización espacial de sus electrones pudiera ser establecida exclusivamente a través de la probabilidad.

En 1927 llegará otro cisma con el Principio de incertidumbre de Heisenberg, que cuestiona la omnipotencia del investigador sobre el objeto de estudio, mostrando, por el contrario, la imposibilidad de determinar simultáneamente la posición y el impulso de una partícula. El desconocimiento del estado inicial de una partícula rompe con las bases teóricas de la física de Newton, que precisa de dichos datos para poder predecir y determinar su posición e impulso en el futuro.

Estos hallazgos científicos no sólo transfiguraron el paradigma de la ciencia, sino que sus efectos marcaron la historia de la humanidad al aplicar dichos descubrimientos bajo la ética del conocimiento, lo cual derivó, por ejemplo, en las bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial y en un profundo cuestionamiento sobre el poder destructor del ser humano. Ahora bien, estos mismos avances en la física cuántica dotaron a la ciencia de herramientas para estudiar otras disciplinas desde un paradigma distinto, lo que permitió, por ejemplo, el increíble avance de las computadoras, que ha requerido el trabajo conjunto de diferentes disciplinas para crear máquinas inteligentes capaces de realizar cálculos complejos.

Los hallazgos científicos del microcosmos han hecho que la ciencia descubra características del macrocosmos, pudiendo describir lo que ocurrió en el Universo momentos después del Big Bang, hasta la formación de planetas, sistemas, galaxias y hoyos negros. En consecuencia, hoy el Universo puede ser descrito como un sistema aislado, dinámico y en constante expansión, lo cual no hace más que abrir preguntas y obligar a la ciencia a aceptar y a lidiar con la presencia de la incertidumbre y la entropía del Cosmos en todos sus niveles.

Hacia una razón abierta: la Complejidad

Como se observa, el paradigma de la simplificación implica una serie de afirmaciones que se manifiestan en nuestra interacción con la realidad y en el método utilizado para acceder al conocimiento. Ante los efectos provocados por este enfoque, es menester impulsar otro modo de relacionarse con el entorno y de conocer lo que hay en él. Como lo indica Morin (1992), un paradigma no puede ser atacado directamente, es preciso buscar sus grietas para, desde ahí, transformarlo. Por ello, el paradigma de la complejidad se presenta como una nueva manera de ser, estar y comprender el mundo, que recoge los descubrimientos del último siglo, los cuales siguen debilitando al paradigma de la simplificación. Morin identifica diversos principios rectores que plantean una epistemología que propone, a la vez, un cambio en la metodología de la ciencia actual, haciéndola más consciente de lo subjetivo, de la incertidumbre, y de las relaciones y fenómenos que emergen de lo que se estudia. A grandes rasgos, Morin sostiene que, para avanzar hacia este paradigma, resulta necesaria una razón abierta que evoluciona y muta. No se trata, por lo tanto, de negar a la razón, sino de superar a la razón cerrada que ha dogmatizado el mundo y que no acepta su incapacidad para controlar y dominar todo desde su visión estrecha y mutilada. “La razón abierta no es represión, sino diálogo con lo irracional” (Morin, 1984, pp. 305). En este sentido, es más que un método o instrumento que elabora un sistema de ideas, ya que reconoce que su propia creación puede ser remodelada y está abierta a esta posibilidad.

Esta razón abierta que cambia y se transmuta, que se destruye y reconstruye, y que desaprende para aprender, como lo afirma Piaget, avanza hacia una razón compleja. Esta razón es capaz de ver lo opuesto como complementario y comunicante, no como antagónico, por lo que puede armonizar sujeto y objeto, inteligencia y afectividad; razón y sinrazón; orden y desorden; ser humano y naturaleza, etc. (Morin, 1984).

No obstante, es importante recordar que se trata de una razón consciente, de seres humanos que aportan su reflexividad al ser y quehacer de la ciencia; que son capaces de dialogar con nuevos saberes y que reconocen la presencia de los paradigmas. Esta razón no debe rechazar tajantemente el paradigma de la simplificación que aportó, durante cientos de años, los descubrimientos científicos que nos han traído hasta aquí. Sin embargo, requiere ser crítica ante su epistemología y metodología, para reformarlas y abrirlas a alternativas que permitan la comprensión de lo complejo. Como ha ocurrido antes, corremos el riesgo de irnos hacia el otro extremo y subjetivizar y relativizar todo el conocimiento, al intentar hacer ciencia desde nuestras opiniones, sentidos y desde la vida cotidiana, temerosos de a dónde nos ha llevado la razón, al dudar de la ciencia y su capacidad para poder seguir entendiendo el mundo en el que vivimos.

Ecosofía y complejidad

La forma en la que nos relacionamos con nuestro entorno y vemos al universo a partir del pensamiento cartesiano, que asegura que se trata de una máquina, que carece de vida, metas y espiritualidad (Descartes, citado en Capra, 1992), nos ha llevado a una crisis planetaria cuyo impacto empezó a manifestarse en los años 70’s. Fruto de las afecciones a la salud humana causadas por la contaminación del agua y el aire principalmente, esto comenzó un proceso de toma de conciencia sobre la fragilidad de la Tierra y la urgencia de hacer algo para protegerla y, así, prevenir afecciones al ser humano. Estos procesos que iniciaron con el surgimiento de organizaciones no gubernamentales, publicaciones de libros y artículos que denunciaban el daño al ambiente, dieron pie a conferencias, foros, y cumbres ambientales en donde los gobiernos han procurado generar acuerdos para modificar los patrones de producción y consumo que han causado los problemas actuales (Builes et al., 2018; Valera, 2017). Dentro de este marco, uno de los temas que ha ido ganando peso en las últimas décadas es el de la educación ambiental como un esfuerzo imprescindible para permear en los contextos cotidianos e incidir ya no sólo en el reconocimiento de los problemas ambientales desde las ciencias exactas, sino en el emprendimiento de acciones contextualizadas que lleven, paulatinamente, a una nueva manera de entender y vivir en el mundo, para lo cual las ciencias sociales tienen mucho que aportar (Builes et al., 2018).

Es en este contexto que, en los últimos 50 años, surge la “Ecosofía”, término empleado por tres autores distintos para nombrar una corriente filosófica que aspira a fomentar en el ser humano una relación más armónica con su entorno, con la sociedad y consigo mismo (Ciner, Conde, citados en Builes, Garcés y Saldarriaga, 2018). A su manera, tanto el filósofo y psiquiatra francés, Félix Guattari; el filósofo y escalador noruego, Arne Naess; como el filósofo y teólogo indo-catalán, Raimon Panikkar, plantearon la Ecosofía como aquella sabiduría que necesita el ser humano para habitar en su hogar. La construcción del término por parte de los filósofos retoma las raíces griegas de eco (Oikos), que denota a una comunidad de seres que habita un mismo espacio; y sophia, que se traduce como sabiduría (Pigem, 2021). Desde la etimología griega, eco significa hogar, y sophia es la sabiduría. Por tanto, una traducción que recupera la esencia de esta palabra es “la sabiduría de habitar el hogar”, que, en este caso, representa a todo el planeta Tierra.

En palabras de Carolyn Merchant (Capra, 1992), en la antigüedad

la imagen de organismo vivo y de madre que se le daba a la tierra fue utilizada como obstáculo cultural para limitar las acciones de los seres humanos. […] Mientras se pensó en la tierra como algo vivo y sensible, podía considerarse como falta de ética del comportamiento humano el llevar a cabo actos destructivos en contra de ella. (pp. 31)

La Ecosofía, por consiguiente, intenta indagar en las cosmovisiones de otras civilizaciones para encontrar en ellas respuestas que orienten a la humanidad hacia una nueva relación con la naturaleza. Ahora bien, es importante aclarar que lo que se pretende es una epistemología que permita al ser humano una mayor conciencia de la complejidad del mundo en el que habita, de ahí que resulten indispensables las aportaciones y conocimientos de todas las ciencias, exactas y sociales. Como menciona Delgado Díaz (2018), es vital no tomar al pensamiento complejo como una bandera que justifique “consignas o credos políticos o ideológicos” (pp. 18), sino como “fundamento para el análisis de las bases ideales sobre las que se realiza la construcción de conocimientos” (pp. 18). La noción de sabiduría implica estrategia, inteligencia y transdisciplina, pues requiere discernir cómo pensar, sentir, hablar y actuar en cada momento, a partir de todos los conocimientos que se puedan tener del contexto. Por ello, resultaría perjudicial plantear a la Ecosofía y a la complejidad como un fundamento teórico que justifique credos específicos y que no invite a la reflexión de cada sujeto y lo motive a conocer su entorno particular para poder vivir sabiamente. Por el contrario, tanto la Ecosofía como la complejidad invitan a un diálogo de saberes que sean capaces de reconocer la valía de otros puntos de vista, otros contextos, incluso otros paradigmas, para adaptarlos a la multiplicidad de “vidas cotidianas” que coincidimos en este tiempo y espacio (ver Valera, 2017). En este marco, ahondaremos en por qué la Ecosofía debe apegarse a los mandamientos de la complejidad desarrollados por Morin (1999):

El principio sistémico u organizativo

Ya sea desde el microcosmos de una célula, hasta el macrocosmos del Universo, dicho orden o cosmos es un sistema en donde, como afirma Morin (1984), a mayor nivel de complejidad en su organización, ocurrirán nuevas emergencias que son fruto de las relaciones del sistema y no de la suma de sus partes. Aprender a vivir en la Tierra exige el conocimiento de nuestro propio sistema. Para ello, hace falta ver la complejidad que existe en la materia, que aumenta en multiplicidad y emergencias cuando ésta se conjuga para formar vida, y luego cuando esta vida propicia sistemas culturales, sociales y políticos a escala humana. Además, debemos concebir al planeta como un sistema, tal como lo sostiene la Teoría de Gaia de Lovelock (Valera, 2017). Esta propuesta no pretende necesariamente dotar de vida o divinidad a la Tierra desde la ciencia, pero sí comprender mejor el mundo en el que habitamos para descubrirnos y reconocernos como parte de un sistema mayor y, con esas miras, responsabilizarnos de nuestro impacto en la Tierra para, paulatinamente, descubrir, en caso de que exista, el sentido de la especie humana en los procesos planetarios. La Ecosofía “desafía nuestros supuestos bien enraizados respecto de cómo nos vemos a nosotros mismos, desde la perspectiva de sentirnos separados como individuos para entendernos cada vez más como parte de un todo y parte de la tierra” (Barrera y Castro, 2012, pp. 181).

El principio holográmico

Este principio nos indica esa estrecha relación entre las partes y el todo, de tal manera que el todo está en la parte y la parte está en el todo. Sin embargo, como lo indica Morin (1984), no se trata de una simplificación todo-partes, sino de buscar sus relaciones a partir de las interacciones y la organización del sistema. El paradigma de la simplificación favoreció la construcción de una organización antropocéntrica, en donde el ser humano se encontraba por encima y separado del resto de los elementos y seres que cohabitan este mundo. La Ecosofía pretende romper con esta visión y organización del mundo para recordar la profunda dependencia e interacción de cada ser vivo con el entorno y viceversa, lo que obliga a replantear la relación ser humano-naturaleza a través de un cuestionamiento profundo al crecimiento tecnológico, industrial y económico que ha llevado a un deterioro ambiental que atenta contra la existencia humana (Builes et al., 2018). Por ello, ya que la clave está en la interacción, en la relación y en la organización, es preciso cuestionar los principios que se hallan bajo términos como el desarrollo sustentable que siguen sin modificar la lógica antropocéntrica, sino que únicamente buscan en apariencia cuidar a la naturaleza para poder seguir fortaleciendo y legitimando un modelo económico depredador que supedita todo ante las exigencias del capital (Barrera y Castro, 2012). Como dice Boff (2002, citado en Comins, 2016) “tenemos Tierra en nuestros adentros”, y ser conscientes de nuestra existencia terrenal es un paso indispensable para abrirnos como especie hacia el ecocentrismo, en donde la vida, y no el humano, está al centro.

Los principios de los bucles retroactivos y recursivos

Morin (1984) afirma que “estamos en una era histórica en la que los desarrollos científicos, técnicos y sociológicos, se hallan en interretroacciones cada vez más estrechas y múltiples” (pp. 35). El paradigma de la simplicidad ha propiciado relaciones nocivas entre seres humanos y otros seres vivos, dentro y fuera del ámbito científico. Ahora bien, promover una filosofía del cuidado y una ciencia del cuidado, en detrimento de una ética del conocimiento, llevará, tarde o temprano, gracias a estos estrechos bucles, a relaciones de cuidado hacia el ser humano, entre la sociedad, con los seres vivos y con el planeta. La Ecosofía, como una filosofía del cuidado, pretende reintroducir valores y habilidades morales como la mirada atenta, la calma, la perseverancia, la paciencia, la responsabilidad, el compromiso, el acompañamiento o la empatía (Comins, 2016). Estos valores necesitan permear en todos los ámbitos de la vivencia humana. No obstante, con que pudieran penetrar e instaurarse como una guía ética en la ciencia, en la educación, en las relaciones entre familias o individuos, los mismos bucles recursivos que nos han llevado hasta aquí, y los bucles retroactivos que podemos impulsar, irán propagando este modo de ser cuidadoso.

El principio de autonomía/dependencia (auto-eco-organización)

Contrario al antropocentrismo, en donde el ser humano no sólo es autónomo e independiente del mundo, sino incluso su amo y conquistador, el principio de autonomía/dependencia de Morin, nos recuerda que, a mayor autonomía, mayor dependencia hay de nuestro entorno. Por muchos años se ha ensalzado la autonomía de la razón humana, olvidándonos de nuestra profunda dependencia hacia el entorno social y natural. Como seres humanos autónomos, nuestra dependencia va mucho más allá de la alimentación, sino que el desarrollo de nuestro intelecto depende del entorno cultural y nuestra educación (Morin, 1984). Por ello, la Ecosofía reconoce la relevancia de una educación que favorezca en el sujeto una conciencia compleja que supere el carácter individualista, para entenderse como un ser que pertenece a una sociedad y a un planeta cambiante. En el contexto actual, la educación juega un papel trascendente en la transformación de un paradigma de la simplificación hacia la construcción de un paradigma de la complejidad que aporte las bases epistemológicas y metodológicas adecuadas para descubrir cómo habitar más sabiamente este el mundo. Para Romero (2003) esta epistemología debe promover un conocer desde lo teórico para combinarlo con el hacer; un conocer para innovar, es decir, para crear conocimientos pertinentes para la situación actual; y, por último, un conocer para repensar lo que se ha conocido y pensado, para ponerlo a prueba y reformularlo en caso de ser menester.

El principio dialógico

Arne Naess, quien introdujo por primera vez el concepto de la Ecosofía, asevera la necesidad de un diálogo de saberes en donde ciencia y espiritualidad puedan encontrarse nuevamente. Para esta propuesta, el autor se inspira en la filosofía budista de la no dualidad entre el yo y el mundo. De hecho, la cosmovisión oriental se caracteriza por ese no dualismo que propicia efectivamente un diálogo entre los opuestos que se ven en occidente. Por ejemplo, Naess comenta que ”las descripciones objetivas de la naturaleza que nos ofrece la física no deben considerarse como descripciones de la naturaleza, sino como descripciones de ciertas condiciones de interdependencia y, por tanto, pueden ser universales, comunes a todas las culturas” (citado en Valera, 2017, pp. 405), sin embargo, recuerda que la física, si bien proporciona algunos puntos de apoyo, constituye a una estructura que pertenece a la realidad, pero que no es la realidad. De ahí la importancia de un diálogo abierto entre todas las aparentes dualidades planteadas por el paradigma de la simplificación. Y aún más, exige un diálogo transdisciplinar entre diversas ciencias y estas con otros saberes, para trascender las dicotomías del mundo complejo en el que habitamos.

El principio de reintroducción del que conoce en todo conocimiento

Por último, pero probablemente lo más sustancial, es el reconocimiento del sujeto detrás de todo lo que se pueda decir, pensar, sentir y actuar, desde y para la Ecosofía y la complejidad. De ahí, la relevancia de la historicidad, de identificar los paradigmas por los que hemos transitado, de percibir en nuestro propio vivir su impronta y, con humildad, abrirse a otras alternativas. Sólo así, desde el sujeto, su vivencia y el reconocimiento de su valor, más allá de sus limitaciones, la Ecosofía podrá alcanzar un cierto carácter espiritual, entendido como “el modo de consciencia en el que el individuo experimenta un sentimiento de pertenencia y de conexión con el cosmos como un todo” (Capra, citado en Valera, 2017). Ahora bien, esta espiritualidad recae en la experiencia del sujeto, y éste debe de poder ver y reconocer que esta experiencia particular permea el conocimiento que produce y le ayuda a comprender que otros sujetos puedan encontrar una sabiduría diferente a la suya para habitar el mundo.

Conclusiones

Todo abordaje desde la complejidad requiere de una historicidad que permita acentuar sus bases en un contexto cultural y social. Cuando uno observa la trayectoria del pensamiento humano, y la profunda interrelación entre los paradigmas invisibles que mueven a la humanidad a conocer, reflexionar, hablar y actuar bajo unos determinados principios, uno, como sujeto que investiga y escribe, se pregunta qué opciones ajenas a las ya existentes podrían ser concebidas para construir otra manera de organizar, desde la razón, la emoción y la acción, en el mundo en que habitamos.

La complejidad y la Ecosofía comparten esta percepción proactiva del ser humano en la Tierra, que devuelve la mirada a la acción de cada uno de nosotros como sujetos individuales y colectivos. Ambas plantean una forma distinta de habitar y comprender el mundo y, aunque enuncian ciertos principios básicos para ello, la responsabilidad y la toma de decisiones recaen en el sujeto consciente y en la humanidad como unidad. Llevamos tanto tiempo viviendo en un mundo determinado y mecánico, que aún causa temor el responsabilizarnos de nuestros métodos para investigar incluso en nuestra vida cotidiana. Los nuevos paradigmas de la ciencia refuerzan una y otra vez el papel fundamental de nuestra subjetividad en el proceso, y nos invitan a aumentar nuestro conocimiento viéndolo como una aventura que nos ayudará a desarrollar mejores estrategias para vivir en el mundo.

Hoy resulta evidente la interdependencia que existe entre los diferentes sistemas y subsistemas que conformamos el Cosmos. El reconocimiento del ser humano como un sistema complejo en sí mismo y como parte de los macrosistemas cuya comprensión puede escapar a los límites de la razón, nos invita a responsabilizarnos tanto de nuestro actuar como de los caminos a través de los cuales nos acercamos al conocimiento y lo que hacemos con él. Cada acción, emoción o pensamiento impacta al sistema y, por lo tanto, a nosotros mismos. El paradigma de la simplificación y sus crisis nos han llevado a darnos cuenta de esta interacción e interdependencia a partir de los daños que hemos ocasionado a los ecosistemas y los efectos nocivos que esto ha generado a nivel ambiental, económico, sanitario, cultural y social. Y aunque esta visión reduccionista y determinista nos haga creer que es demasiado difícil impulsar un pensamiento complejo con una filosofía ecosófica, debemos recordar que todo paradigma que hemos experimentado como humanidad ha sido instaurado, impulsado, reforzado y alimentado por nosotros mismos. Como seres humanos tenemos la capacidad de imaginar y construir un mundo que visibilice a la incertidumbre y aprenda de ella para crear otras posibilidades. Si empezamos a pensar y a actuar guiados por los principios de la complejidad y la Ecosofía, sólo será cuestión de tiempo para que estas ideas, impulsadas por los bucles de realimentación y retroacción existentes, permeen en todos los ámbitos de la sociedad, en la humanidad en sí misma y en su relación con la naturaleza.

Necesitamos una razón abierta y compleja que no juzgue a paradigmas anteriores como malos, ni que idolatre a los nuevos paradigmas convirtiéndolos en dogmas. La humanidad ha descubierto grandes cosas, no siempre a través de los mejores métodos, pero nuestra realidad es aquí y ahora. Afortunadamente, desde este evento único, podemos voltear al pasado y aprender tanto de nuestros errores como de otras cosmovisiones que mantuvieron por mucho tiempo una relación armónica entre el ser humano y la naturaleza. Con todo lo que sabemos y todo lo que tenemos, debemos ahora mirar hacia el futuro y desde la ciencia como emergencia humana que produce conocimientos, y desde cada uno de nosotros como microcosmos pertenecientes a un macrocosmos, pensar, sentir, actuar y hablar, buscando superar nuestras dualidades para aprender a vivir sabiamente en este hogar llamado Tierra.


Referencias

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Builes, C. I., Garcés, L. F. y Saldarriaga, L. E. (2018). Antecedentes de la ecosofía. Producción + Limpia, 13(1), 120–125. https://doi.org/10.22507/pml.v13n1a9

Capra, F. (1992). El punto crucial: ciencia, sociedad y cultura naciente. Troquel.

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Romero, C. (2003). Paradigma de la complejidad, modelos científicos y conocimiento educativo. Ägora Digital, (6), 1–10. http://rabida.uhu.es/dspace/handle/10272/3518

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Isaacson, W. (2008). Einstein - Su Vida y su Universo. Debolsillo.




Acerca de la autora

Jéssica Paola Hermoso López Araiza (jessicahermoso@outlook.com) es doctoranda en Pensamiento Complejo en la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin. Maestra en Innovación Educativa para la Sostenibilidad por la Universidad del Medio Ambiente y coautora de investigaciones científicas en temas de educación ambiental y gestión de residuos. Es profesora del Centro de Estudios Sophia en México y facilitadora de cursos sobre Educación Ambiental en colaboración con diferentes organizaciones (ORCID 0000-0002-3622-1134).




Recibido: 22/06/2022

Aceptado: 26/09/2022









Cómo citar este artículo

Hermoso, J. P. (2022). Del paradigma de la simplificación hacia la complejidad: ecosofía, una alternativa para vivir en armonía con la tierra. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 26(48). https://doi.org/10.33064/47crscsh3755











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