Ética y educación: hacia una gestión responsable de las instituciones educativas


Ethics and Education: Towards a Responsible Management of Educational Institutions




HÉCTOR SEVILLA GODÍNEZ

Universidad de Guadalajara, México




Resumen

El aspecto ético está implícito en los procesos educativos porque estos operan a partir de lo que se considera correcto. Las instituciones tienen idearios, en ocasiones expuestos y otras veces ocultos, que delinean y determinan lo que acontece en ellas. Realizar una gestión responsable de las instituciones educativas implica la revisión de los códigos morales y la capacidad de evaluarlos. En el presente texto se analizan diversos aspectos de la dimensión ética de la educación, tales como la puesta en práctica de la responsabilidad, el ideario del estudiante, el ideario del profesor, el ideario del personal administrativo, los códigos de comportamiento y la relación de la ética con el conocimiento. Además, se aluden diversas reflexiones en torno a cuestiones que corresponden a la gestión responsable: la estructuración del centro educativo, la eficiencia académica, la delimitación de funciones, la calidad y liderazgo, así como la gestión didáctica. De estos elementos se concluye que no es posible la gestión responsable de la educación sin el involucramiento de la ética en todos los actores del fenómeno educativo.

Palabras clave: docencia; responsabilidad; código moral; comportamiento; axiología.




Abstract

The ethical aspect is implicit in educational processes because they operate from what is considered correct. Institutions have ideologies, sometimes exposed and other times hidden, that delineate and determine what happens in them. Carrying out responsible management of educational institutions implies the review of moral codes and the ability to evaluate them. In this text, various aspects of the ethical dimension of education are analyzed, such as the implementation of responsibility, the ideology of the student, the ideology of the teacher, the ideology of the administrative staff, the codes of behavior and the relationship of ethics with knowledge. Responsible management is analyzed: the structuring of the educational center, academic efficiency, the delimitation of functions, quality, and leadership, as well as didactic management. It is concluded that the responsible management of education is not possible without the involvement of ethics in all the actors of the educational phenomenon.

Keywords: teaching; responsibility; moral code; behavior; axiology.









La educación no debe reducirse a la mera capacitación para el trabajo, sino que debe dirigirse a la cualificación integral del individuo. Desde luego, no existe educación auténtica sin implicación con la ética. A su vez, la ética no debería quedarse en lo discursivo, sino que debe permear las labores educativas. El término “responsabilidad social universitaria” ha sido utilizado de manera recurrente como una manera de hacer más tangible la ética, pero es sólo una derivación posible de entre muchas otras. Si las instituciones no se dan a la tarea de repensar la ética, correrán el riesgo de querer aparentarla mediante la referencia de cuentas, estadísticas o diversas informaciones, cuestiones que se relacionan más con la mera gestión responsable de las instituciones. En ese sentido, no basta con tratar de entender las tendencias recientes de la educación a nivel internacional (Brunner, 2005) si no se pone en la mesa del debate la importancia de la reflexión ética y, mejor aún, si no se reflexiona éticamente en torno a la responsabilidad del docente, del estudiante y del personal administrativo y de gestión.

El artículo está dividido en dos momentos muy diferenciados; en primer lugar, se aludirán algunos aspectos que engloban la concreción de la dimensión ética de la educación; en un segundo apartado, nos referiremos a la gestión ética de las instituciones educativas, considerando que estas comunidades no están constituidas sólo por los profesores y los estudiantes, sino también el personal administrativo. En ambos momentos se propondrán algunas ideas y aspectos que podrían configurar el ideario, tanto de profesores, como de estudiantes y personal administrativo de las instituciones educativas. Luego del rezago educativo y las consecuencias sociales que atrajo la pandemia en México, vivimos una etapa histórica en la que necesita repensarse, revertirse y resignificarse la manera en que entendemos la educación. Tal como lo han dicho Ramírez y Gairín (2022), “la ética organizacional en los centros educativos o escuelas se presenta como uno de sus retos principales, si quieren adaptarse a una sociedad globalizada, plural, dúctil a los cambios del entorno y cada vez más sensibilizada por temas sociales como lo es la actual” (p. 108). Sirva el presente documento para al menos esbozar algunos tópicos que necesitan ponerse en la mesa del debate.

Dimensión ética de la educación

Una de las responsabilidades más importantes de las universidades e instituciones educativas consiste en dar cuentas a la sociedad. Poner en práctica la ética requiere ejercicios reflexivos que permitan a los individuos responsabilizarse de sus actos, de su vida y de su felicidad. Sólo somos leales socialmente cuando de manera genuina promovemos el ejercicio responsable de los estudiantes. En ese sentido, es fundamental repensar la educación, permitiendo el pensamiento crítico y la elección de la manera en que cada uno contribuirá a la sociedad. Es oportuno que cada estudiante sea consciente de lo que puede aportar a la ciudad más que contentarse con recibir de ella lo que necesita.

Cuando una institución educativa propicia el ejercicio ético de sus estudiantes coadyuva al análisis crítico. Esfuerzos como la puesta en práctica de acciones responsables y sustentables ofrecen una veta digna de ser considerada. Asimismo, la dimensión ética incluye el cuidado del medio ambiente y la aceptación del mundo como un hábitat, de modo que las acciones y decisiones se orienten a su cuidado. En esa óptica, las iniciativas con sentido agroecológico son bienvenidas, tal como la búsqueda de alternativas ecológicas o la consolidación de una infraestructura sustentable en las instalaciones.

Incluir la ética entre las dimensiones de un modelo educativo centrado en la lealtad social implica promover un paradigma científico centrado en la conciencia comunitaria y en la consideración de la situación de los demás. En ese sentido, Ramírez (2022) advierte que “la ética debe ocupar un lugar central y visible cuando se aborda desde la institución educativa” (p. 293). Por ello, necesita ser constante la invitación a la ética como una forma de vida. Tal invitación se concreta mediante cuatro lineamientos que son útiles para direccionar la ética en la educación:

a) Promover la elaboración de acciones que permitan la reflexión sobre la propia labor social y ecológica, favoreciendo la autocrítica, de acuerdo con las particularidades de cada institución.

b) Distinguir entre el discurso asociado a la responsabilidad social y los lineamientos particulares que la exponen a través del funcionamiento cotidiano de las instituciones educativas que son leales a la sociedad. Deben incluirse aspectos como la humanización de la ciencia, el desarrollo sociocultural y la reconsideración del valor y sentido de la educación.

c) Insertar actividades favorecedoras del pensamiento crítico no sólo en los planes de estudio, sino en la cultura organizacional de cada institución educativa. La colaboración por la mejora social se logra a través del empoderamiento, es decir, saberse agente de cambio; lo anterior se produce con apertura, criterio y reflexión.

d) Promover la lealtad y el servicio a la sociedad como línea de investigación, favoreciendo lazos entre las instituciones educativas para la generación de acuerdos o proyectos conjuntos de carácter interdisciplinario, interinstitucional e internacional. A su vez, si bien en las instituciones educativas previas al bachillerato debe existir rigurosidad, es en este último y, sobre todo en las universidades, donde se deben promover contenidos aún más selectos, derivados de investigación concisa cuya óptica esté permeada de rigurosidad.

La incidencia de la ética en el modelo educativo no sólo debe apuntar a una serie de criterios o recomendaciones, sino a la facilitación de una cultura educativa en la que sus distintos actores (estudiantes, docentes, personal administrativo y coordinadores) contribuyan al cumplimiento de la misión sustancial de la educación, a través de un ejercicio cabal y ecuánime. Esto implica reconocer que el bienestar colectivo es un baluarte de las decisiones y pautas de conducta de los miembros de una Comunidad Educativa. Saura (2022) ha reconocido que vivimos en medio de políticas aceleradas que ensamblan un mundo que cambia de manera constante. Los actores en educación requieren tener en cuenta lo que está pasando en sus contextos y contar con un criterio ético que les permita juzgar lo que observan, leen o contactan. Esto sólo será posible si se respeta la autonomía de cada individuo y se trasciende la visión que lo pudiese particularizar como un simple recurso manipulable.

La dimensión ética no implica la imposición de un conjunto de valores, pero sí señala con claridad lo que se espera de la comunidad educativa a través de una serie de actitudes como las siguientes: honesta coincidencia con los ideales educativos, capacidad de responder por los propios actos, vinculación con otros para el trabajo conjunto y habilidad para asumir la formación personal mediante la actualización de los saberes. También cabe incluir la apertura a la multiculturalidad, la actitud pluridisciplinaria y la promoción de la autogestión, creatividad y participación.

Cuando la cultura organizacional se edifica en el diálogo y el respeto a la diversidad motiva a que cada miembro construya nuevos canales de comunicación y modele tal disposición hacia los demás. La congruencia institucional se sustenta en las conductas que cada miembro de la comunidad realiza. Lo que los estudiantes, profesores y personal administrativo comentan, hacen u omiten, representa y refleja la calidad de la insignia colectiva. Lo anterior es de especial importancia cuando “los centros educativos con su actuación tienen que hacer frente a una sociedad más líquida, cada vez más relativista y cambiante, donde el contexto cultural y económico ofrece mayores situaciones de desigualdad social” (Ramírez, 2022, p. 293).

La ética, a diferencia de la moral, supone un ejercicio personal de discernimiento; de tal modo, la nominalización de algunos documentos como “Código Ético” aluden, cuando integran conductas o lineamientos que deben ser seguidos, más bien a un código moral. El código moral establece normas que aluden cómo debemos actuar, pero el ejercicio ético se sustenta en la elección de una manera de vivir. Se logra ser responsable cuando se cuenta con un código de valores, pero se efectúa el cambio personal y social cuando se discierne ante las circunstancias de la vida. La ética, con su exigencia crítica, es más recomendable que el seguimiento sumiso de la regla moral establecida sin consenso. La reflexión ética en los miembros de la comunidad educativa se encuentra por encima de la moralización o la obediencia irreflexiva.

La dimensión ética se centra en el ideario de lo que se esperaría que fuese la realidad comunitaria. Es importante la existencia de algún documento institucional que sirva como referente y punto de partida de la reflexión ética para el adecuado desempeño de los roles que ocupa cada miembro de la comunidad educativa, tanto en el ámbito de las relaciones interpersonales como en la construcción de conocimiento. Luego de ello se referirán algunos lineamientos para la elaboración del documento que se adapte a cada institución. Enseguida, se hará alusión de algunas especificaciones éticas relativas a la construcción de conocimiento que realizan los docentes universitarios. Por último, se abordarán algunas sugerencias axiológicas de acuerdo con tres roles generales: estudiante, profesor y personal administrativo o de gestión.

Invitación a la ética

La comunidad educativa requiere de un referente que explicite las actitudes que se espera de sus miembros. Por tal motivo, cuando se invita a la ética se sugiere reflexionar sobre algunas conductas deseables, en el entendido de que la ética no debe imponerse, sino promoverse. En los casos en que se delinea un código ético, este corre el riesgo de dejar de serlo si se hace de manera prescriptiva, como si fuesen mandamientos o normas, convirtiéndose así en un reglamento moral. Es por ello por lo que la invitación a la ética no debe incluir un apartado sobre las sanciones o castigos, sino una estimación de las consecuencias; en ese sentido, los documentos de invitación a la ética deben contener recomendaciones que apelen al juicio y al criterio de los miembros de la comunidad educativa. En los casos en los que la coerción sea necesaria deberá estar referida en el reglamento institucional.

Los textos de invitación a la ética, que también pueden aludirse como códigos de comportamiento deseable, representan un ideario que se sostiene en la honorabilidad y en el interés por la sociedad; por ello, promueven la responsabilidad, la libertad y la elección madura que cada individuo debe hacer en términos de su propia mejora y del bienestar social. En ese tenor, Ramírez y Gairín (2022) refieren con claridad que “la gestión ética en la escuela requiere un equipo directivo y educativo formado con competencias técnicas y competencias morales y éticas” (p. 128). El ideario es el conjunto de virtudes que se espera sean manifestados por los miembros de la comunidad; la invitación a la ética incluye el ideario, que por no ser coercitivo y dejar un espacio a la reflexión y la aplicabilidad de las virtudes, no se vuelve un mero listado de normas. Por su naturaleza, tales documentos deben ser específicos para cada institución, centrarse en sus particularidades y considerar sus necesidades específicas. No obstante, es ideal que exista un documento nacional que refiera la ética educativa.

Más que la imposición de un conjunto de valores, la invitación a la ética promueve la vivencia de las actitudes siguientes, tanto en los profesores como en los estudiantes: 1) honesta coincidencia con los ideales educativos; 2) capacidad para responder por los propios actos; 3) vinculación con los demás para el trabajo conjunto; 4) disposición para actualizar los propios saberes; 5) actitud multicultural y postura pluridisciplinaria; 6) promoción de la autogestión, creatividad y participación; 7) valoración de la persona como centro y motivo de todas las funciones educativas; 8) fomento de una cultura universitaria centrada en el diálogo y el respeto a la diversidad; 9) orientación del conocimiento hacia el beneficio de la sociedad y el medio ambiente; 10) uso responsable de los recursos materiales de enseñanza y aprendizaje; 11) interés por el bienestar social, comunicación abierta y tolerancia hacia las diferencias; 12) promoción de la corresponsabilidad; 13) interés genuino en la dignificación del país a través de la propia conducta.

Ética y conocimiento en las universidades

Los profesores y miembros de cada división de estudios deben tomar en cuenta aspectos éticos derivados de su delimitación académica disciplinaria, concordando con los códigos establecidos para cada área de la universidad. En ese sentido, es de esperar que muestren interés por conocer y promover el conocimiento de los códigos profesionales correspondientes a cada disciplina de estudio.

Ante los modelos económicos globalmente vigentes, debe privilegiarse el análisis crítico sobre las consecuencias de los distintos mecanismos macroeconómicos y su efecto en la población. Necesita atenderse todo aquello que obstruya la sustentabilidad y disminuir los riesgos mediante la precaución ética que corresponda a cada campo de conocimiento específico. Sin condicionar el estudio de los contenidos de cada asignatura, corresponde incluir algún apartado ético en torno a los mismos, así como en las investigaciones que derivan de ellos.

En lo que respecta al orden legal y civil, tanto en el desarrollo de la profesión como en el comportamiento reglamentario de los profesionales, los miembros de cada división académica deben volverse promotores de los comportamientos que sintonicen con los lineamientos correspondientes. Tanto en el ámbito de los estudios económicos y sociales, como en el de los estudios científicos y tecnológicos, existen códigos nacionales e internacionales que, si bien no deben tomarse como un dogma inamovible, sí aportan elementos básicos para el planteamiento reflexivo en torno a cada profesión. En medida de lo posible, cabe orientar a los estudiantes en el respeto por sus futuros clientes, sus colegas y la sociedad en general, promoviendo actitudes contrarias a la violación de los derechos de aquellos con los que convivan en el ejercicio de su profesión.

Es facultad de cada área de estudios contextualizar los conocimientos que son generados en el extranjero, buscando una adaptación a la situación, necesidades y realidades vividas en la región; gracias a ello se propicia una visión local y global en lo que respecta al conocimiento que se imparte.

Los proyectos de investigación de cada área de estudios deben estar delineados por una justificación ética que garantice la evitación del daño de alguna población, persona o recurso. En ese sentido, el interés del investigador y su honesta intención de generar conocimiento no debe estar en conflicto con los planteamientos éticos de su profesión. En las divisiones académicas correspondientes cabe respetar las licencias de patente que pertenezcan a cada individuo, por lo que es prioritario que la elaboración, fabricación, producción e investigación se edifique en el respeto al trabajo de los pares. Es fundamental que cada proyecto de investigación cuente con la aceptación de las instancias correspondientes en el centro educativo, que sus objetivos sean concisos y que se evalúen a través de informes concretos, además de divulgar el conocimiento aportado.

Es útil que los académicos se muestren, en la medida de sus posibilidades, dispuestos a compartir sus estrategias, metodologías y conocimientos con los estudiantes que muestren interés en profundizar más allá de los contenidos programados en sus clases. Lo anterior promueve la indagación de los que se convertirán en futuros investigadores. Con la intención de garantizar la formación ética de los estudiantes, los asesores socialmente leales dialogan y propician reflexiones pertinentes sobre los alcances éticos de sus investigaciones. Además, con la meta de generar una visión multidisciplinaria, a cada división de estudios le corresponde dialogar con colegas que no formen parte de su disciplina para desarrollar nuevas perspectivas y alcances en sus proyectos.

Tanto en el ejercicio de su docencia como en su vida personal, los profesionales dedicados a la investigación muestran su criterio social cuando disciernen las metodologías adecuadas para sus procesos de investigación, definen las estrategias pertinentes para la recolección de datos y se esfuerzan por alcanzar la certidumbre en sus hallazgos, producciones y propuestas. Además, los investigadores deben mostrarse imparciales en sus indagaciones, de modo que estén por encima de prejuicios o posturas dogmáticas que los distraigan de los problemas económicos políticos, sociales y culturales de su contexto regional, nacional e internacional.

De manera periódica deben señalarse a los estudiantes el riesgo de desarrollar proyectos que no sean ecológicamente sustentables. Del mismo modo, con apego a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, es imprescindible invitar a los estudiantes al desarrollo de una visión ética que desestime alternativas perjudiciales en el uso de la ciencia, tales como elaboraciones mecánicas o tecnológicas que sean potencial o directamente dañinas para los seres humanos. Es menester privilegiar la búsqueda de alternativas de solución para los problemas ambientales mediante un uso idóneo de la tecnología, centrándola en las personas y en su bienestar.

Se espera que los miembros de las distintas áreas académicas tomen en cuenta los efectos negativos que se derivan de la tergiversación de la información, del abuso de la tecnología o de los delitos electrónicos y cibernéticos. El rigor científico, la honestidad y el compromiso ético y social deben ser promovidos en las aulas y a través del testimonio de los profesores. Los investigadores socialmente leales reconocen la influencia de la tecnología y de la ciencia para mejorar, con su uso apropiado, las circunstancias de los individuos.

Con la intención de explorar los nuevos mundos posibles que están al alcance de la tecnología, los miembros de los grupos de investigación del área de la salud están especialmente invitados a repensar su propia idea sobre lo que es el ser humano, sus intenciones y sus modelos de pensamiento. También es oportuno que sean tomados en cuenta los aspectos bioéticos derivados de su función, los cuales están explícitos en las legislaciones sanitarias.

Cuando el investigador es socialmente leal analiza con cuidado quiénes se benefician y quienes serán potencialmente perjudicados con sus productos y tecnologías. En medida de lo posible evita someterse a criterios deshonestos para la obtención de los recursos y edifica su experimentación en la legalidad de su ejercicio. Lo anterior supone que el interés de la ciencia no debe estar por encima del bienestar humano. Feltrero (2006) propone que incluso la computación tenga lineamientos éticos, tal como Lacey (2009) lo sugiere para la nanotecnología. Incluyendo a ambas, Osuna y Luna (2011) advierten la importancia de que las ingenieras no estén desprovistas de pensamiento axiológico.

En el ámbito de la salud es imprescindible promover comportamientos que sean armónicos con los lineamientos establecidos por las legislaciones sanitarias y alentar a los estudiantes a considerar el valor de la vida y el sentido de la enfermedad. Es imperativo que los futuros profesionistas de esta área muestren respeto por sus pacientes, por sus colegas y por la ciudadanía en general, además de seguir las medidas necesarias de higiene, protección y seguridad.

En sus investigaciones sobre la salud, los profesionales de esta disciplina deben promover el consentimiento informado de las personas sujetas a investigación; igualmente, sus protocolos de estudio deben contener una clara justificación ética que garantice la voluntad de no causar daño. En los casos en que la experimentación implique el empleo de animales y no haya otras alternativas, es obligatorio procurar disminuir su sufrimiento. En función del respeto a los estudiantes, ninguno puede ser obligado a practicar procedimientos con los que no esté moralmente de acuerdo. Es de esperar que la invitación a la ética promueva la reflexión y el análisis de las premisas con las que cada profesor y estudiante comprende la educación, la tecnología y la ciencia, así como las implicaciones de cada una de éstas en las dinámicas de las sociedades contemporáneas.

Un esbozo de ideario para el estudiante

Un ideario es un conjunto de ideas deseables que caracterizan a un grupo, una comunidad o una persona. En ese sentido, las instituciones educativas clarifican lo que se espera de las personas según el rol que tienen en la comunidad cuando cuentan con idearios que lo expongan y promuevan. No cabe enunciar un ideario y esperar que todas las instituciones lo tomen, puesto que cada institución debe definir el ideario que le es más funcional y apropiado según sus intenciones, circunstancias y misión. Es por ello que lo aquí presentado es tan sólo un esbozo de ideario, con algunos aspectos que podrían tomarse en cuenta.

En lo que respecta a los estudiantes, cabe decir que uno de ellos tiene la función de aprender no sólo lo que se le ofrece en el aula, sino lo que investiga e indaga por su propia cuenta. De tal manera, su labor fundamental es obtener conocimiento y aplicarlo para beneficio de sí mismo y de su sociedad. Además de proveerse de los saberes que requiere, es deseable que esté dispuesto a colaborar con sus pares, entendiendo que de ello se desprenden diferentes beneficios para la comunidad de la que forma parte.

Así como el estudiante ofrece su talento para el bien de la comunidad, los profesores deben comprometerse para que el servicio que ofrecen sea de calidad. Cuando profesores y estudiantes se comprometen de manera ética son congruentes con su labor formativa y no ejecutan acciones acomodaticias, pasivas u obstructivas que los alejen del cumplimiento de los estándares de su institución. Cada uno de los estudiantes está llamado a ejercer la responsabilidad en su propio proceso de aprendices, lo cual se manifiesta, entre otras cosas, en su puntualidad, asertividad, compromiso y honestidad.

El estudiante necesita reconocerse parte integrante de su sociedad y, en ese sentido, se asume corresponsable del bienestar ecológico. La promoción de la salud, las prácticas de crecimiento personal y el desarrollo de sus propias habilidades personales acrecientan la virtud de los estudiantes. Aunado a ello, lo ideal es que expresen con libertad sus discrepancias y mantengan una actitud respetuosa con sus interlocutores. De esta actitud deriva que estén dispuestos a la evaluación académica, a la exigencia y a las actividades formativas que son propuestas en el aula o por medio de las TIC. El estudiante leal se mantiene proactivo hacia lo que contribuya con su propio proceso de aprendizaje, por ello valora la elaboración de sus propios trabajos y evita el plagio o toda falsificación de sus labores.

Los estudiantes socialmente leales son capaces de incluir e integrar a quienes tienen una opinión diversa a la de ellos. Además, su virtud ciudadana se muestra cuando evitan y rechazan cualquier tipo de discriminación y coadyuvan para la erradicación de actitudes que denigren a otras personas y a sí mismos, dentro y fuera de las instalaciones educativas.

En relación con sus compañeros y el resto de la comunidad educativa, el estudiante leal se muestra comedido, pero no servil; respetuoso, pero no temeroso; animoso, pero no visceral; comprometido, pero no obstinado. No justifica el uso de la violencia física o verbal con sus compañeros y está dispuesto a denunciar el daño de unos hacia otros.

En el entendido que el tiempo mismo es un recurso, el estudiante leal utiliza el tiempo de manera disciplinada, aplicando para sí los criterios de calidad que espera de su entorno. Dentro del marco de la lealtad social, el estudiante busca ser útil a su nación, de modo que acepta prepararse para ser agente de cambio. Todo esto se sustenta en su interés por tratar dignamente a los demás, a pesar de que las condiciones sean desfavorables. El estudiante leal debe ser capaz de identificar sus áreas de mejora, así que no comete el error de aceptar encomiendas que no será capaz de llevar a buen término. La ética estudiantil incluye la madurez de solucionar los problemas personales que obstruyan la propia funcionalidad.

HEAGING2 Un esbozo de ideario pare el profesor

Consciente del valor de su labor docente, el profesor leal prepara con meticulosidad su enseñanza, busca actualizarse con los nuevos avances de su área de conocimiento y tiene claridad sobre los criterios de calidad que le permiten propiciar de mejor manera el aprendizaje de sus estudiantes; además, es consciente de que, si no realiza su ejercicio en consonancia con estos cánones, podría generar un perjuicio en quienes lo escuchan.

El docente con conciencia social es capaz de valorar la autoría de aquellos en cuyos textos centra su cátedra; de tal modo, refiere las fuentes de las que obtiene la información que comparte con los estudiantes, evita atribuirse logros, grados o escritos que no sean de su pertenencia. Asimismo, el profesor realiza la evaluación pertinente del curso que imparte y cumple con plenitud las formalidades que derivan de su labor, tales como implementar ejercicios que contribuyan al aprendizaje, realizar trabajo colegiado, centrarse en las necesidades de los estudiantes y reflexionar en su propio ejercicio docente.

Los profesores cualificados son conscientes de su influencia en los estudiantes, la autoridad que representan y el alcance de sus comentarios y actitudes; en ese sentido, se responsabilizan de su conducta, intentando ser un testimonio profesional y personal para los demás. En torno a sus actitudes, los docentes leales se muestran solidarios y cordiales con sus colegas, evitan la crítica desleal e indirecta, promueven el diálogo y evitan distorsionar la fama de quienes laboran en la institución. Todo esto dignifica su labor y sostiene su autoridad. En relación con el uso de los recursos, los profesores socialmente leales promueven el cuidado de los recursos materiales muebles e inmuebles, ofreciendo un testimonio de esta cualidad a través de sus propias conductas.

Los profesores que laboran de manera leal son capaces de mantenerse actualizados, de informarse con los nuevos hallazgos científicos y promover su propio desarrollo; a la vez, manifiestan una conducta social respetable y digna, sabiéndose corresponsables de la construcción de una ciudadanía más libre y plena.

Por último, cada docente debe ser leal consigo mismo, cuidar de sí y buscar soluciones para las problemáticas de su vida personal, de modo que no repercutan en su ejercicio laboral o en el cumplimiento de sus objetivos. Al ser autocrítico, el profesor socialmente leal reconoce sus propias áreas de mejora y se compromete consigo mismo en la adquisición de las habilidades que no posee y que considera necesarias. Por último, el profesor leal, sea cual sea su credo, se siente llamado a la enseñanza y a la promoción del desarrollo propio y ajeno. Por este motivo busca ser proactivo, propositivo, decidido y optimista en el logro de las funciones que él mismo elige para su propia vida. Cuando corresponde, también es capaz de descansar y de renunciar a los apegos o vicios que no favorezcan su rendimiento.

Gestión ética de la administración escolar y universitaria

Las instituciones educativas no están conformadas de manera exclusiva por docentes y estudiantes, sino que los miembros del personal administrativo juegan un rol fundamental en el desarrollo y bienestar de la comunidad educativa. En consideración de ello, no debería concebirse a la educación como una labor que sólo concierne a quienes están en el aula; en ese tenor, el segundo apartado, que ahora inicia, aborda el ámbito de la gestión ética de la administración escolar.

Los procesos educativos están relacionados con el liderazgo de varios agentes involucrados en la formación de los estudiantes. En tal sentido, las gestiones directivas realizadas en la institución, el ejercicio de la autoridad, las políticas financieras, los códigos, el uso de recursos y las formas en que se concibe la eficiencia o la calidad son elementos que delinean la dimensión administrativa. De acuerdo con Salas (2003, p. 10), “el objeto de estudio de la teoría administrativa, en general, es la gestión de las organizaciones; esto es, la búsqueda del logro (eficacia) de sus fines específicos con el uso más racional de los recursos (eficiencia)”. Desde luego, al mencionar la gestión institucional se hace referencia al personal que ejecuta labores administrativas.

Estructuración del centro educativo

Es menester que la estructuración administrativa de los institutos educativos sea congruente con el estatuto organizacional, el cual debe delimitar la operatividad de la gestión. Cabe resaltar que las funciones, al igual que la autoridad, deben ser repartidas entre los miembros de las organizaciones. Es ideal que exista una junta directiva del centro educativo, un coordinador, consejeros secundarios, responsables de área, colegios departamentales, encargados de departamento y un comité de ética. Cada una de estas instancias deberá actuar de acuerdo con el proyecto del centro educativo (Antúnez, 1998) y la directriz institucional.

Es deseable que cada autoridad realice evaluaciones periódicas y muestre apertura hacia la evaluación institucional (Bolívar, 1994), siempre y cuando sea realizada para promover la mejora y el diálogo pertinente. En ese sentido, el poder no debe ser entendido como un mero ejercicio de imposición sin fundamentos, sino como un servicio a la comunidad educativa. El genuino proceder político no debe contradecir la gestión educativa (Brandstadter, 2007), sino permitir que ésta se desempeñe con auténtica honestidad, entendiendo que la complejidad educativa (Beltrán, 2007) exige seriedad, enfoque y trabajo arduo.

El uso de competencias académicas no es exclusivo del ejercicio docente, sino que también compete al personal administrativo cuando se actualiza de manera pertinente. Estas competencias (Cantón, 2007) no se obtienen por coleccionar títulos, sino que son producto de una constante mejora en el trato con los compañeros de trabajo y el desarrollo de asertividad en la comunicación.

A través del cumplimiento de los compromisos directivos y de gestión, el personal administrativo influye de manera directa en el logro de la misión sustancial de la educación. El modo de proceder de los administrativos demuestra su compromiso con los estudiantes y con la sociedad al coadyuvar para la construcción de un modelo dinámico (Martínez, 2006) de gestión organizacional. Por tanto, el “rol directivo” (Jabif, 2008) no debe ser concebido como algo ajeno al ejercicio educativo, sino como un sostén elemental del ejercicio de enseñanza-aprendizaje que acontece en las aulas, tanto de manera presencial como virtual. Para que existan los recursos utilizados en los procesos educativos se requiere de ejercicios de gestión.

En lo tocante a la innovación, las prácticas administrativas están sujetas a la puesta en práctica de nuevas formas de gestión y liderazgo. Resulta fundamental mostrar apertura hacia la novedad (Castelán, 2003), siempre y cuando beneficie al centro educativo. La innovación no implica desentenderse de los lineamientos y formas que se han establecido en la dinámica administrativa de la educación del país del que se trate, su política implícita (Latapí, 2004) y el andamiaje del sistema educativo (Ornelas, 1997).

Si bien es cierto que la dimensión administrativa es uno de los aspectos que constituyen el modelo educativo de una Casa de Estudios, también posee sus propios procesos, según lo advierte González (2007). La gestión en los ámbitos educativos suele desarrollarse a partir de las siguientes etapas: a) planear de manera congruente con las necesidades del contexto y el perfil de las personas que lo integran (Matus, 1987); b) dialogar e interactuar con los ejecutantes: profesores, estudiantes y otros miembros de la comunidad educativa; c) evaluar la ejecución de manera honesta (Toranzos, 1996), sin culpar o responsabilizar a una sola persona, sino buscando mejoras integrales que permitan eficiencia en cada uno de los procesos. La estructuración de algunas de estas dinámicas implica distintas reingenierías (Hammer y Champy, 1994), las cuales suponen cambios de creencias y modificación de distintos paradigmas sobre las prácticas directivas.

La gestión no debe comprenderse de manera exclusiva en torno al poder (Galbraith, 1986), sino como una oportunidad en la que, a través de herramientas, técnicas y cualidades, el directivo dialoga con apertura (García, 2004) sobre los distintos modos de favorecer el adecuado uso y generación de los recursos e incluso para colaborar en la disminución de la deserción escolar (Gairín y Olmos, 2022) a través de iniciativas pertinentes, así como analizar alternativas de gestión que permitan favorecer la inclusión educativa (Reyes y Kae, 2022).

Gestión y eficiencia académica

La gestión efectiva de un centro educativo es posible al contar con personal docente comprometido y motivado. Badillo y Rueda (2005) han expuesto la relación nuclear entre el director, la gestión educativa y el rendimiento de los profesores. Este vínculo necesita sustentarse en un marco legal equitativo que clarifique los derechos y obligaciones de los profesores y delimite los procesos de obtención de mejores condiciones laborales. Es importante que se precise la descripción del desempeño que debe tener un docente para acceder a categorías laborales superiores.

Proceder de manera congruente con el reglamento propicia una cultura organizacional de legalidad. De acuerdo con Ritter (2008), la credibilidad de la autoridad se desarrolla apropiadamente cuando existe trato imparcial entre los miembros de la comunidad educativa y son claras las reglas para el ascenso laboral. Es imperativo que los profesores conozcan con profundidad los documentos regulatorios de su centro de trabajo y que tengan entre sus intenciones el desarrollo de su calidad profesional. Si los profesores no son leales a su propia institución será difícil que promuevan el interés por el bienestar social entre sus estudiantes. Como trabajadores necesitan sentirse respaldados y respetados por sus autoridades. Además, en la misma medida en que los profesores universitarios integren su ejercicio laboral con su proyecto personal generarán mayor calidad de vida.

Ya sea para el uso de licencias, permisos o comisiones, los profesores se sienten más conformes cuando las reglas son claras en su centro académico. Si reciben la asesoría y seguimiento apropiado tendrán mayor destreza para elegir sus estrategias de superación y desarrollo personal (Mintzber y Quinn, 1991) en la institución. En tal óptica, la gestión, tal como advierte Sander (1996), permite procedimientos más fluidos y responsables. Desde luego, es de esperar que la transformación de la gestión educativa se sujete a los lineamientos laborales y a las políticas generales del centro educativo.

Delimitación de funciones

La adecuada gestión de las instituciones educativas requiere delimitar las funciones y responsabilidades de sus miembros, lo cual conduce a elegir en cada caso la acción educativa apropiada (Antúnez, 2004). Cada uno de los distintos departamentos del centro educativo es responsable de que el ámbito administrativo aproveche los recursos existentes y gestione los faltantes. Cuando se “administra” se utilizan los recursos existentes; a su vez, la “gestión” implica la obtención de recursos nuevos. Esta última actividad va más allá de lo que usualmente se vislumbra en el ámbito administrativo (Sañudo, 2001). Por tanto, “en el caso de la gestión educativa, el peso de las competencias humanas es el más representativo” (Chacón, 2014); de tal manera, la cualificación de los directivos es tan importante.

En la misma medida con la que se realice la cualificación del personal directivo se propiciarán planificaciones estratégicas (Portela, 2003) que coadyuven a la adecuada gestión y manejo de los recursos que facilitan las labores educativas. Cuando todos los procesos están dirigidos de manera adecuada se genera una mutación (Sérieyx, 1994) o crisis de la que se deriva el desarrollo organizacional. Estas mejoras conducen al rompimiento de paradigmas estériles o a la superación de dinámicas que obstaculizan a la institución. La medida de la salud organizacional, de acuerdo con Portela (2003), se funda en la integración equilibrada de la autoridad, la autonomía y la participación de los que configuran la institución educativa.

Los cambios propuestos a la organización deben ser sometidos a un análisis desde la perspectiva de beneficio y consideración social; en ese sentido, es oportuno que exista adecuada comunicación (Nieto, 2003). El problema en las organizaciones no siempre se produce por la deficiente formación de los directivos o debido a una inapropiada estructuración orgánica de la autoridad, sino por inconsistencias en la manera de comunicar las ideas.

Los procesos administrativos generan aprendizaje (De Geuss, 1988) en los miembros, de modo que la experiencia coadyuva a que las mejoras sean posibles. La gestión directiva (Rivas, 2006) de las instituciones educativas requiere planteamientos que impliquen reflexión, diálogo e intercomunicación; de estos elementos se deriva la implementación de diseños apropiados de gestión (Seddon, 1997). Todo esto se asocia a lo que Morin (2002) llama “tener la cabeza bien puesta”, lo cual alude no sólo a pensar reformas, sino a reformar el pensamiento.

Calidad y liderazgo

Otra de las intenciones de la educación es propiciar cambio social. El reto de las instituciones educativas es que sus miembros sean líderes que gesten modificaciones culturales (Fullan, 2002). Para ello se requiere desarrollar “el arte de resolver problemas” (Ackoff, 1990), así como el aprovechamiento de las habilidades en los ambientes estudiantiles (Alho da Costa, 2003).

La innovación favorece la mejora, pero se requiere apertura ante los nuevos hallazgos tecnológicos y “prácticas de calidad en la institución” (Cervantes, 1998). Para innovar se requiere de un tipo de liderazgo específico que implemente soluciones a los problemas concretos. A su vez, pensar en soluciones requiere ejercicios de análisis que desemboquen en inventos, aportes o intervenciones. En ese sentido, el “liderazgo para la innovación” (Villa, 2004) consolida los esfuerzos educativos y administrativos.

El liderazgo es un factor de eficacia escolar (Maureira, 2004) que está asociado con el ámbito de la gestión. El cambio que inicia con el liderazgo en el centro educativo desemboca en mejores prácticas educativas y superiores resultados estudiantiles. El cambio horizontal se logra mediante la mejora de cada individuo, lo cual concuerda con la idea de que el liderazgo solitario no basta para la transformación, sino que debe ser distribuido en cada uno de los miembros de la comunidad educativa (Murillo, 2006).

La UNESCO se ha pronunciado a favor del liderazgo (Gautier, 2007) y el tema también ha sido discutido en el ámbito académico (Schmelkes y Manteca, 2001). La calidad educativa debe ir a la par de la mejora en la gestión, el liderazgo y la eficiencia administrativa. Lo mismo puede decirse en torno al ámbito político o a las funciones del Estado, puesto que la mejora social es factible cuando la precede el progreso de la mentalidad directiva de la clase política.

La gestión condiciona el accionar de las instituciones educativas; por ello es importante definir lo que se entiende o se desea con el ejercicio de gestión. Cuando las instituciones están privadas de auténtico interés formativo por su desproporcionado afán mercantil, el éxito educativo queda sofocado por el afán monetario; aunado a ello, si los estudiantes que ingresan a las universidades lo hacen por motivos que poco tienen que ver con el estudio y se enfocan a la mera obtención de un título, entonces la simulación se consuma de manera bilateral. En casos como ese, el estudiante no es más que un cliente al que no le interesa que su formación sea rigurosa y sólo se enfoca a pagar (con su tiempo o dinero) por una credencial; por otro lado, la gestión centrada en el negocio pierde de vista el tipo de profesionistas que ofrece al país, lo cual no es evidencia de lealtad a la Patria.

Cuando la gestión educativa se edifica en el interés por el bienestar social tiene una visión expansiva y promueve el talento de los estudiantes con perspectiva de futuro (Ackoff, 2001). Desde luego, no basta con buenas intenciones, se necesita tener en cuenta el contexto nacional en la organización de instituciones educativas (Antúnez, 1997), así como en sus alcances regionales. A la vez, los gestores educativos deben mostrar apertura a perspectivas externas que hayan sido exitosas en otros sitios y países. Desde luego, necesita mantenerse el espíritu crítico sobre lo que se entienda por éxito en cada caso.

La consideración de las prácticas eficientes reportadas por otras instituciones permite englobar una visión centrada en la práctica y no sólo en ideales inmaculados. De tal modo, la apertura hacia otros sistemas de alto desempeño educativo representa un baluarte para incluir formas alternativas de educación que han logrado resultados comprobables. Son útiles los documentos que aportan las Organizaciones Internacionales (UNESCO, 1994) al respecto y pueden ser tomados en cuenta, no debido al seguimiento ciego y acrítico de sus lineamientos, sino a partir de su revisión constante y autocrítica. El ejercicio de gestión implica nuevas conceptualizaciones (Boyd, 1992) sobre lo que se entiende por educación, aprendizaje y enseñanza.

La gestión educativa, tal como toda habilidad, requiere cualificación constante y disciplina. La profesionalización de la gestión (Pozner de Weinberg, 2000) permite que los establecimientos de enseñanza progresen hasta convertirse en verdaderos centros de desarrollo educativo. Tal proceso es lo que Lavín (2007) llamó conversión. Es común que distintos organismos emitan opiniones sobre “la escuela que queremos” (Fullan y Hargreaves, 2001) o las características que todo centro educativo debería tener (Namo de Mello, 1998); no obstante, la definición de las aspiraciones de cada institución debe situarse en el contexto de los estudiantes que atiende y en las circunstancias que constituyen su cotidianidad.

Lo que las personas realizan cada día en el centro educativo engloba el ejercicio de gestión. De tal modo, además de lo que ejecuta en el ámbito administrativo y directivo, cada una de las interacciones llevadas a cabo en el interior de las instalaciones, así como entre los distintos agentes educadores, representa por sí misma una gestión. Las negociaciones que realizan los estudiantes para definir su colaboración en un trabajo en equipo, el diálogo entre docentes para estructurar un plan de estudios, las evaluaciones que el profesor delimita junto con los estudiantes o los intercambios culturales acontecidos entre el personal son parte de la gestión educativa cotidiana. A cada miembro de la comunidad educativa le corresponde “delimitar el concepto de gestión escolar” (Moncayo, 2006) y apropiarse de su responsabilidad personal como agente de cambio.

La eficacia y la eficiencia son cualidades fundamentales en el ejercicio de gestión. Las organizaciones son eficaces cuando cumplen sus objetivos programados, sea cual sea el costo. Logran ser eficientes si aprovecharon al máximo los recursos que tenían o si invirtieron menos tiempo o recursos de lo esperado. De tal modo, se busca la eficacia y se espera la eficiencia. Se puede ser eficaz sin ser eficiente, pero no hay manera de ser eficiente sin haber sido eficaz; por ello, cuando menos, se debe lograr eficacia. Stoll y Fink (1999) recomiendan no sólo ser eficaces, sino estar en constante mejora. El progreso de la institución educativa no es responsabilidad exclusiva de los que toman las decisiones o de los que dirigen, sino que corresponde a cada uno de sus miembros. Cada individuo en la organización es responsable de la gestión de su tiempo, la administración de sus recursos y el aprovechamiento de sus habilidades.

Las labores administrativas se encuentran vinculadas con la misión educativa del centro de formación. En vez de la pueril intención de separar ambas dimensiones, corresponde reconocer el papel primordial que ocupa la gestión administrativa que consolida las políticas y mejoras educativas (Bolívar, 2010).

Cada miembro del personal administrativo puede considerarse un “gestor de aprendizajes escolares” (Pozner de Winberg, 1997). Los procesos de enseñanza y aprendizaje son favorecidos al contar con aulas en óptimas condiciones, seleccionar de manera adecuada al equipo de docentes, contar con directrices recursos didácticos apropiados, aportar estatutos equitativos para el progreso profesional y administrar con eficiencia los recursos. Todos estos elementos son fundamentales para que la lealtad hacia la sociedad sea detonada en las labores administrativas de las instituciones educativas.

Ideario del personal administrativo

El personal administrativo de las instituciones educativas es el que ejecuta labores de gestión, dirección y organización mediante el uso de documentos o la implementación de diversos procesos. En los centros educativos suelen ser coordinadores de área o de departamento, así como personal suscrito a las áreas de dirección y de control.

Los miembros del personal administrativo están comprometidos con la eficiencia, la claridad, la transparencia y el servicio a la comunidad. A su vez, cuando existe lealtad, el gestor se desempeña con altos estándares de calidad, considerando los intereses de la institución por encima de los particulares o del beneficio de grupos específicos que no concuerden con el espíritu educativo. Los administrativos leales eligen ejercer su responsabilidad en los procesos que les han sido encomendados, generando comunicación asertiva con los implicados y gestionando los procedimientos con honestidad y firmeza.

De acuerdo con su interés por el bienestar de su comunidad, cada administrativo requiere conocer a aquellas personas a las que coordina, comprender sus cualidades e interesarse por las condiciones que necesitan para realizar de manera eficiente sus responsabilidades. Además, los responsables de las gestiones institucionales manifiestan su congruencia cuando tienen claro dominio de sus funciones y están dispuestos a compartir su opinión o realizar sugerencias precisas sobre los procesos de cada una de las áreas administrativas de la institución.

En honor a la confianza que les ha sido atribuida, los administrativos de las instituciones socialmente leales asumen con honestidad su autoridad, evitando ejercer presión desproporcionada, chantaje, acoso o condicionamientos pretenciosos en sus colaboradores. Respetándose entre sí, ambas partes son capaces de dialogar con serenidad sobre los tópicos que implican sus mutuas labores y desempeños, abocándose al manejo de los conflictos cuando es debido. En caso de que el personal administrativo y directivo sea consciente de haber cometido un error o una falta que pueda generar complicaciones para el funcionamiento de algún proceso de su área, lo informa a su coordinador inmediato con la intención de subsanar el error cometido.

El personal de gestión y administración debe emitir con claridad sus recomendaciones y manejar información verídica, evitando las distorsiones o la simulación. En la medida de su honorabilidad, los administrativos interactuarán de manera frontal y sin ambigüedades entre sí. Asimismo, es de esperar que mantengan un elocuente secreto profesional, evitando revelar los hechos, datos o circunstancias que no sean de la incumbencia de terceros. Los miembros del personal administrativo y de gestión están llamados a promover el bienestar social, los derechos humanos y el respeto a la diversidad. Del mismo modo, resulta fundamental su transparencia y su combate al autoritarismo y la corrupción.

La ética del personal administrativo se sostiene en su congruencia individual; su interés por solucionar sus problemáticas personales les permite colaborar de manera óptima en su área laboral. Cuando las adversidades se presenten sabrán anteponer su lealtad a la institución educativa, sin caer en conflictos de intereses o inapropiados manejos de los recursos. Lo anterior es de importancia fundamental, sobre todo en tiempos en los que incluso la UNESCO (2022) reconoce la encrucijada en la que se encuentra la educación en América Latina y el Caribe.

Quienes conforman el personal administrativo deben recordar que transmiten un mensaje educativo sin necesidad de pisar las aulas. Cuando lo hacen de maneras saludables se vuelven promotores del desarrollo de la comunidad al manifestar virtudes que contribuyen a la dignificación de la imagen de la institución educativa.

Conclusiones

La educación contemporánea tiende al credencialismo, focalizando su atención en los títulos, reconocimientos o diplomas que logren portar los individuos. No obstante, los títulos no representan los saberes, ni mucho menos el interés por el beneficio social que tienen quienes los incluyen en su currículum.

Los procesos educativos se abaratan cuando las instituciones visualizan a los estudiantes como “clientes”, simplificando su avance escolar hasta el punto de reducir sus obligaciones a la consigna de pagar las colegiaturas con puntualidad. El esfuerzo, el rigor y la seriedad son cambiados por la comodidad, la flacidez y la flexibilidad excesiva. En un contexto como tal, es necesario confrontar los patrones comunes y replantear los esquemas con los que estamos comprendiendo las cosas: más que buscar credenciales, podríamos repensar nuestro ethos, elegir un rol y asumirlo con profundidad.

Si no se comprende la misión institucional, se terminará por reproducir cualquier modelo que sea ofrecido como algo novedoso y deseable. Los educadores y líderes de las instituciones educativas deben evitar la violencia simbólica de imponer conductas que no sean derivadas de la ética y la gestión responsable.

No se debe seguir observando a las instituciones educativas como recintos con salones, sino como comunidades en las que acontecen dinámicas que deben ser éticas, por tanto, educativas. No es una tarea que le corresponde a los docentes, ni siquiera a los estudiantes, sino que también está involucrada la gestión educativa, el manejo del presupuesto y las cuestiones administrativas en las comunidades educativas. La ética no es un conjunto de normas, sino un ejercicio reflexivo que puede cultivarse a través de culturas organizacionales abiertas al diálogo, desde un clima de igualdad y respeto. Es inoportuno seguir pensando en la educación en términos de mera técnica o de tecnología sin incluir la reflexión ética pertinente o los idearios que esperemos que caractericen a quienes constituyen las instituciones en las que se educa a los niños, jóvenes y adultos de los países de América Latina. Es de esperar que el rezago económico y educativo que ha dejado la pandemia no se combine también con un rezago ético o de pensamiento crítico, pues eso disminuirá el impacto y el beneficio social de aquello a lo que seguimos llamando educación. Este diálogo requiere contextualizarse en cada institución, haciendo un llamado oportuno a la resignificación del camino, del horizonte y de los objetivos de cada proyecto educativo. En tal interés, el presente texto ha planteado, al menos, unas cuantas líneas de discusión y análisis.


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Acerca del autor

Héctor Sevilla Godínez (hector.sevilla@academicos.udg.mx) realizó un posdoctorado en Psicología Social por la UK (Argentina). Es doctor en Filosofía por la UIA (México), y en Ciencias del Desarrollo Humano por la UNIVA (México). Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, de la Asociación Filosófica de México, de la Sociedad Filosófica de España y del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT, nivel 2. Labora como profesor e investigador en la Universidad de Guadalajara (México). Ha publicado 16 libros y más de 130 artículos en revistas de veinte países. Sus líneas de investigación son el nihilismo, la filosofía de la religión, la mística, la ética y la educación. (ORCID 0000-0002-1055-6059).




Recibido: 08/05/2021

Aceptado: 09/01/2023









Cómo citar este artículo

Sevilla Godínez, H. (2023). Ética y educación: hacia una gestión responsable de las instituciones educativas. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 27(49). https://doi.org/10.33064/49crscsh3173











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