¿Qué quiere una mujer?
What does a woman want?
LUCERO MARÍA MENDOZA OLGUÍN
Universidad Cuauhtémoc de Aguascalientes, México
Resumen
El presente escrito surge primeramente a título de mis reflexiones y cuestionamientos en torno al enigma de mujer, pero también en relación con una discusión contemporánea en cuya antesala pueden leerse y observarse distintos movimientos y/o posturas sobre la defensa de la mujer, su ataque, la instauración de una “diversidad sexual”, entre otros. Se postula que estas manifestaciones son solamente algunas de las formas en las que actualmente se relacionan las mujeres y los hombres, y que se enmarcan en una pregunta que ha sido incógnita por años: ¿qué quiere una mujer? Dicha pregunta está desarrollada desde una perspectiva psicoanalítica.
Palabras clave: deseo; falo; narcisismo; sujeto; violencia..
Abstract
The present document arises firstly as a result of my reflections and questions about the enigma of women, but also in relation to a contemporary discussion around which different movements and positions on the defense of women, their attack, the establishment of a "sexual diversity" among others, can be read and observed. It is postulated that these manifestations are only some of the ways in which women and men are currently related, and that are framed in a question that has been asked for years: what does a woman want? This question is developed from a psychoanalytic perspective.
Keywords: desire; phallus; narcissism; subject; violence..
Decidí elegir el enigma de mujer como hilo conductor del presente escrito porque ha sido un tema que me ha planteado diversas reflexiones, pero sobre todo diversos cuestionamientos que el psicoanálisis, desde su teoría, me ha permitido indagar. Irónicamente, esto me ha llevado a más preguntas que respuestas; sin embargo, hay reflexiones que quisiera exponer basándome en algo de lo que he podido concretar gracias a esta investigación que informalmente he seguido por años.
El título ¿qué quiere una mujer?
El título quise plantearlo a manera de pregunta pensándolo como incógnita que parece haber puesto en encrucijada a hombres de todos los tiempos. A las mujeres las han llamado brujas, santas, simuladoras, locas (Fendrik, 2004), pero dicha incógnita es quizá resultado del vínculo con las mujeres, es quizá el amor, o el desamor, el deseo, la pasión. Las formas de relación que se establecen entre el hombre y la mujer han hecho que además también sea la mujer quien pueda hacer que el hombre se pregunte sobre su posición frente a ella, dándose así más de un despliegue de respuestas alrededor de esa incógnita que sigue quedando en el lado oscuro del panorama.
¿Y acaso la mujer no se pregunta qué quiere una mujer? Por supuesto que sí, la mujer encarna esa pregunta, la vive. La pregunta sobre la feminidad en la mujer también se vincula al amor en la medida en que en sus relaciones con el hombre, pero también con la Otra mujer, la dejan con ese sabor amargo de la ignorancia, una ignorancia docta sobre su propia existencia como mujer. Su pregunta engobla el enigma que dirige su posición frente al otro en sus vínculos, posición que la lleva a adoptar identificaciones por las cuales busca encarnar disfraces en que se hace pertenecer en el mundo. La mujer despliega fantasmas para historizar su falta femenina en busca de una respuesta que mitigue la angustia por la incompletud con la que se enfrenta en ese no saber hacer, no saber ser mujer.
Pero entonces ¿de qué se tratan todas estas preguntas y estas respuestas que da el hombre y da la mujer en sus vínculos? Son Freud y posteriormente Lacan quienes han teorizado formalmente sobre las vicisitudes que surgen en los vínculos amorosos, sobre la sexualidad y, derivado de esto, claro está, sobre la mujer. Entonces la cuestión sería cómo responde el psicoanálisis a la pregunta ¿qué quiere una mujer?
Algunos movimientos y posturas en discusiones contemporáneas
Actualmente somos testigos de movimientos feministas tan diversos como polarizados, algunos con propuestas de cambiar el lenguaje. Como dice la filóloga Pilar Careaga, “El lenguaje está creado por el hombre, para el hombre y tiene como objeto el lenguaje del hombre” (Constela, 2008). Por oposición a esto es que se utilizan expresiones como ‘mi cuerpa’, ‘nosotres’ o ‘les estudiantes’. Hay otros movimientos como “Ni una menos”, con preocupaciones bastante puntuales sobre la violencia evidenciada en los miles de cuerpos de mujeres tiradas como bolsas de basura, pero también algunos no particularmente feministas sino surgidos de la diversidad de género (andrógino, drag-queen, pangenero, transexual, bisexual, homosexual, heterosexual, tercer sexo…, en fin, dice la ONU que son 112). Además, hay movimientos que parecen surgir como una respuesta a otros movimientos. Tal es el caso de Men´s rights activists (varones unidos contra el feminismo de “un mundo sin hombres”). Asimismo, también experimentamos modificaciones importantes en la ley surgidas de éstos movimientos (la Ley de Violencia de Género, Ley de Igualdad, Ley de Derechos Reproductivos por ejemplo). Son movimientos que sí reflejan un cierto vínculo entre hombres y mujeres o simplemente entre seres humanos, son movimientos de las mujeres, de los hombres, de los géneros, movimientos que si los llevamos a la reflexión tal vez nos ayuden a entender ¿qué quiere una mujer?, así es que desarrollaré como posibilidad la reflexión al respecto desde una perspectiva psicoanalítica.
Violencia
¿La ley de Violencia de Género o la de Igualdad o la de Derechos Reproductivos?, ¿modificaciones de la legislación? Esto es algo importante; me atrevería a decir que no es cualquier cosa, que vivimos en un mundo en el quizás la violencia sea uno de los temas que más permea nuestra sociedad. No quiero decir que sólo en nuestros tiempos la violencia sea uno de los temas; basta pensar en todas las guerras que ha sufrido la humanidad en el haber de los tiempos y muchos otros ejemplos de violencia en cada época que incluso también han provocado cambios en la legislación. Sin embargo, sí hay que reconocer que el modo de violencia en ésta época es particular, igual que cada época ha quedado marcada por una forma de violencia y por supuesto por una forma de defensa a esa violencia. Por otra parte, parece ser que en nuestros días también se trata de una guerra, pero una guerra singular que se ha nombrado como “la guerra de los sexos”.
Guerra, violencia, defensa. Tal vez suena disparatado afirmar que crecemos en un mundo de violencia, que nacemos violentados, que el bebé lucha para sobrevivir, que sí rechaza esa violencia y que luego el sujeto lucha para vivir, que en realidad lo único que nos acecha constantemente, lo único en lo que hay certeza, es la muerte. La radicalidad de estos señalamientos tal vez no resulte insensata después de lo que plantearé a continuación.
El bebé nace en medio de una exigencia enorme para sobrevivir, es “algo” que no pertenece al mundo como tal, sino que va conquistando esa pertenencia conforme va dignificando su ser frente a esa exigencia brutal. Se le exige respirar, comer, despertar un sistema fisiológico que hasta el momento del parto estaba pseudo-dormido; se le exige un despertar obligatorio. Al bebé no se le pregunta si quiere nacer, si quiere venir a la tierra a esforzarse, a trabajar, a ser feliz. ¿Eso no es violencia ya? ¿Y qué hace frente a esa violencia? Pues defenderse. Dice el psicoanalista Gérard Pommier que la forma en que el bebé comienza a dignificarse en medio de toda esa impotencia e indefensión frente al mundo es el grito. “La indefensión primera es menos el resultado de una impotencia fisiológica y una dependencia total, que esa opción necesaria para la existencia. El grito del lactante es menos el signo de una necesidad que el de un exilio que él prefiere a la dependencia” (Pommier, 2005, p. 19). En esta lectura, lo que hace el bebé a través del grito no es mostrar una necesidad frente al otro, sino lo contrario rechazar esa necesidad del otro, es rechazar ese estado de dependencia e indefensión que al mismo tiempo es su única opción de existencia. Es también rechazar un estado de “desamparo,” como lo nombra Pommier en la siguiente cita: “Los gritos dan cuenta a un tiempo del rechazo del desamparo y del desamparo como tal y constituyen un testimonio a favor de la dignidad de la negación” (Pommier, 2005, p. 19), o sea el grito es el primer momento, el momento originario de la negación, es decir no frente a la violencia del mundo, no a la indefensión, no a la impotencia. Ese es el primer momento en el que surge la defensa a la violencia. Podemos pensar desde esta idea que el movimiento por la defensa surge tanto más primigenio de lo que podíamos imaginar. No es la defensa de los derechos humanos; es la defensa de ese “algo”, que luego podrá ser la defensa del ser, y más adelante la defensa del sujeto por su dignidad, por sostener una subjetivación, defender el deseo, sostenerse como sujeto por la vida.
A este momento de violencia Freud lo llamo “masoquismo erógeno o primario”. Se trata de una condición que reconoce a partir del desarrollo de su concepto de pulsión de muerte, en Más allá del principio de placer cuando Freud intenta hacer la diferencia entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte dice que “podría haber también un masoquismo primario” (Freud, 1920/1984, p. 53) que sería una tendencia originaria a la destrucción; y desarrolla la idea en El problema económico del masoquismo donde explica: “En el ser vivo la libido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte; esta, que impera dentro de él, querría desagregarlo y llevar a cada uno de los organismos elementales a la condición de la estabilidad inorgánica (aunque tal estabilidad sólo pueda ser relativa). La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora” (Freud, 1924/1984, p.169). Esto quiere decir que a lo que me refiero con que existe una lucha, un rechazo contra esa violencia originaria es la libido intentando volver inocua la pulsión destructora, incluso de ahí Freud lo liga con el sadismo refiriéndose a que sería una respuesta a esta pulsión de muerte puesta hacia fuera, o sea que lo que hará el ser es impulsar esa destrucción hacia otro para defenderse de ella o esa destrucción le vendrá a él mismo.
Por lo tanto la violencia está en el origen, ese “algo” se defiende de la destrucción que presiente desde el momento de nacer y que surge propiamente en el momento en que emerge la pulsión, entre lo biológico y lo anímico, dirá Freud.
Entonces ¿de qué violencia nos defendemos?, ¿los hombres se defienden del feminismo?, ¿las mujeres del machismo? ¿de quién nos defendemos?, ¿el transexual, el homosexual, el andrógino se defienden de una sociedad excluyente?, ¿nos defendemos del acosador que está en frente?, ¿o nos defendemos de lo más íntimo de nuestro ser? Todas estás luchas son auténticas, todas tienen su valor, y al mismo tiempo cada uno en cada movimiento se identifica con ello. Sin embargo, la lucha más significativa y a la que en ocasiones se le presta menos importancia es la lucha que a veces es contra uno mismo y otras veces es por uno mismo, aquella lucha que tiene que ver con la pulsión.
Y hasta este punto tal vez se piense que no he respondido a la pregunta ¿qué quiere una mujer? Bueno, pues al menos he expuesto hasta ahora que la mujer no quiere destruir al hombre como tal. La mujer, igual que el hombre, igual que cada ser nace en medio de una vorágine caótica y sin sentido de la cual se defiende, se ubica en la defensa del ser, la dignificación a través del no a la violencia. Esto tiene que ver con algo de lo más íntimo del ser que es la pulsión de muerte, pero les invito a seguir a ver si se encuentra el meollo del asunto.
He dicho que nos constituimos a partir de esa violencia originaria que ahora podríamos llamar pulsión de muerte desde donde se engendra un masoquismo primario, el surgimiento del sadismo y la defensa que emprende la libido frente a esa pulsión destructora. Pero ¿por qué nos defendemos de lo diferente (la mujer del hombre, el hombre de la mujer)?, ¿por qué algunas luchas son por la igualdad y no por la equidad?, ¿qué nos genera la diferencia, lo que no es igual? Para resolver éstas incógnitas voy a hablar del narcisismo o, como lo mencioné hace un momento, de la defensa del ser. Dicho en otras palabras, abordaré la cuestión el amor por sí mismo.
Narcicismo
Siguiendo con Freud, el narcisismo surgirá de esa libido que intenta volver inocua la pulsión destructora; el narcisismo es Eros, es amor al Yo. En Introducción al narcicismo, Freud aclara que el narcisismo no es una perversión sexual (entendido así por P. Näcke en 1899) sino un desarrollo sexual normal en los hombres (Freud, 1914/1984, p.71). El narcisismo “no sería una perversión, sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todos ser vivo” (Freud, 1914/1984, p.72). La manera en que se desarrolla el narcicismo está pasando de las pulsiones autoeróticas a la construcción del yo, que tendrá como resultado un narcisismo primario y un narcisismo secundario. La pulsión tiene su fuente en la excitación corporal (autoerotismo), y se encuentra entre lo somático y lo anímico, ahí aún no esta presente el yo, sino que se forma a partir de estas pulsiones autoeróticas, de ahí se constituye el narcisismo, que en primer lugar se dirige sobre el yo (narcisismo primario) y luego se dirige hacia los objetos (narcisismo secundario).
Lacan explicará la constitución del yo a partir de un proceso llamado el “estadio del espejo” en el que ocurre prácticamente la misma constitución del narcisismo poniendo énfasis en la participación del Otro con mayúsculas que reafirma la figura del yo en el bebé. De esa manera, el bebé se identifica con la imagen de él mismo que le representa el Otro con mayúscula. Dice Lacan: “El estadio del espejo […] maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad” (1966/2013a, p. 102). Esta forma “ortopédica de su totalidad” está marcada por la identificación con la imagen del semejante que es posible cuando el Otro con mayúsculas demanda al bebé, le llama, lo re-quiere emitiendo un mensaje de amor que ratifica la completud de esa imagen. Hasta aquí se tiene la constitución del yo. Como nos constituimos a imagen y semejanza del Otro, es lógico entender que amamos lo semejante, lo igual. Dice Freud en Introducción al narcisismo que amamos lo que uno mismo es, lo que uno mismo fue o lo que uno querría ser. O sea, el uno siempre está presente y es así como podríamos entender que la lucha sea por mantener la igualdad.
Pero hay algo ahora de lo que se tiene que defender nuevamente el ser. Se trata de la posibilidad de romper con esa completud, con esa igualdad, esa imagen a semejanza del Otro. ¿Qué es eso de lo que el ser tiene que defenderse? Es “la violencia” de lo que Freud denominó “complejo de castración”. En otras palabras la introducción de un defecto, un bachecito, una imperfección en esa imagen total narcisista, la introducción de la falta, que da consigo la diferencia sexual.
Y a esa introducción de la falta, de la diferencia sexual—que sólo es posible vía la castración—es necesario vincularla al concepto de falo. Aquí voy a entrar a otro asunto bastante escabroso. Seguramente alguien que lea este escrito se ha topado por ahí con la idea de que el psicoanálisis es una teoría machista, que Freud era misógino, porque lo que quiere la mujer es el pene y como no lo tiene es inferior. En fin. Si se hace una lectura superficial de la propuesta freudiana es posible que se puedan concluir estas falsedades, pero si se hace una lectura lo suficientemente profunda—como la que hizo Lacan de Freud—se puede uno topar con sorpresas como el concepto de falo.
Falo y Deseo
En primer lugar es necesario aclarar que el falo no es el pene. Léase la distinción como lo dice Lacan en su escrito La significación del falo: “El falo en la doctrina freudiana no es una fantasía […] Menos aún es el órgano, pene o clítoris […] Pues el falo es un significante” (Lacan, 1966/2013b, p. 657); el significante de la falta. Ahora bien, ¿a qué falta se refiere? Se refiere a aquella que surge del deseo. ¿Cómo? Primeramente hay que tener claro que la falta fue precedida por una presencia, presencia del Otro—con mayúsculas—que como ya dijimos es imprescindible para la constitución del yo. En el momento en el que el Otro va más allá de la demanda que hace al bebé, es decir, se muestra deseante de algo más allá del bebé—los nombres del padre, como explicará Lacan—entonces deja de estar: muestra la falta. Apareciendo él mismo como faltante, da por entendido que el niño también está en falta pues no cumple la demanda—además que el yo del niño se constituye a imagen y semejanza del Otro—y ahí es donde aparece el falo como significante de la falta. En cuanto se entera de que ese Otro, que puede estar encarnado por la madre, no está completo, el niño va a creer que hay algo que moviliza su deseo. Dirá: el falo es aquello que la madre desea.
Hasta este momento niño y niña pueden ser enfrentados tanto a la falta del Otro como a su propia falta, y de aquí a través del falo—significante de la falta—podemos indagar sobre las manifestaciones que se suscitan en las relaciones entre los sexos: ¿por qué el otro me quiere?, ¿qué quiere de mi?, ¿qué tengo yo? O podría ser ¿qué tiene ella/él que no tenga yo?, ¿qué quiero en el otro? En fin, preguntas y posibles respuestas que surgen de esta falta en las relaciones entre sujetos.
Pues bien, si el surgimiento de la falta marca tanto a niños como a niñas, entonces es válido mencionar aquí la falta en la mujer que nos devolverá a la pregunta ¿qué quiere una mujer? Esta pregunta me hace recordar una anécdota que platicaba un alumno al subirse al transporte urbano. Tratando de ceder su asiento a una joven ella, le señala que no es ni anciana, ni embarazada, ni discapacitada y por tanto no tiene por qué ceder su asiento. Luego en otra ocasión se topa con una mujer joven que le da un empujón, molesta porque él no le cede el asiento, reclamando que ya no existen los caballeros. El alumno se pregunta “Bueno ¿qué chingados quieren?” ¡Y eso! ¿Qué quiere una mujer?
Hasta aquí se puede esclarecer otro punto: que la mujer no quiere el pene como han llegado a decir aquellos reduccionistas del psicoanálisis. La mujer está marcada por el deseo que muestra una falta y la falta es opuesta al yo. Recordemos que el yo surge de Eros, que es amor al yo. En tanto representante de la completud, el yo no acepta la falta, quiere que todo permanezca igual. La mujer en tanto surgimiento de la falta va a moverse por el deseo. Por consiguiente, vamos a tener otra lucha más: una entre el yo y el deseo. Aquello que deseo no lo puedo tener ni lo puedo ser porque dejaría de desearlo. Por eso Lacan cuando habla de deseo en La dirección de la cura retoma el sueño de la Bella Carnicera1 (Lacan, 1966/2013b, p. 591). A través de la Bella Carnicera (paciente de Freud), Freud puede hablar del sueño como cumplimiento de deseo, mostrando cómo el deseo que se manifiesta en el sueño es el deseo de mantener el deseo insatisfecho. Lacan lo retoma para hablar de dos dimensiones del deseo. Una dimensión se refiere a un deseo que sustituye a un deseo: en el sueño la amiga desea salmón ahumado pero se lo niega y la Bella Carnicera lo sustituye por caviar que ella desea y también se lo niega. Esta mujer se esta identificando con el deseo de su amiga pero haciendo una sustitución (salmón por caviar). La otra dimensión se refiere a un deseo que esta significado por otro deseo, para la Bella Carnicera el deseo de tener el deseo insatisfecho esta significado por su deseo de caviar, puesto que esta mujer desea caviar pero al mismo tiempo le prohíbe a su marido que se lo compre, le prohíbe que satisfaga su deseo y así mantiene su deseo insatisfecho. De esta manera, la Bella Carnicera se rebela contra la verdad del deseo, contra el hecho de que no es posible hallar el objeto que definitivamente colme el deseo. Repito: no es posible hallar el objeto que definitivamente colme el deseo. Quizá ahora se entienda mejor la lucha entre el yo y el deseo pues yo voy a querer la completud, que nunca falte, cuando resulta que la cualidad del deseo es justamente la falta. Ahí es donde claramente habrá una oposición.
La no respuesta
Por tanto, lo que quiere una mujer por supuesto tiene que ver con el deseo y el deseo nunca podrá dejar de ser una incógnita. Es la falta. Por eso ¿qué quiere una mujer? seguirá siendo una incógnita que dejará viva la llama del deseo. Esta es la lucha por el deseo, por la dignificación del sujeto, porque el deseo es lo que nos hace sujetos.
Referencias
Constela, T. (14 de junio de 2008). El lenguaje es sexista. ¿Hay que forzar el cambio?. El País. Recuperado de https://elpais.com/diario/2008/06/14/sociedad/1213394401_850215.html
Fendrik, S. (2004). El país de Nuncacomer. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Freud, S. (1900/1984). La interpretación de los sueños. En Obras Completas (Vols. 4 y 5, pp. 1-611) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1914/1984). Introducción al narcisismo. En Obras Completas (Vol. 14, pp. 65-97) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1920/1984). Más allá del principio de placer. En Obras Completas (Vol. 18, pp. 1-61) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1924/1984). El problema económico del masoquismo (1924). En Obras Completas (Vol. 19, pp. 161-175) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu.
Lacan, J. (1966/2013a). El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos 1 (pp. 99-105). Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, S. L.
Lacan, J. (1966/2013b). La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2 (pp. 559-615). Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, S. L.
Pommier, G. (2005). ¿Qué es lo real? Ensayo psicoanalítico. Buenos Aires: Nueva Visión.
Notas
1 He aquí tal cual el sueño: “Quiero dar una comida, pero no tengo en mi despensa sino un poco de salmón ahumado. Me dispongo a ir de compras, pero recuerdo que es domingo por la tarde, y todos los almacenes están cerrados. Pretendo llamar por teléfono a algunos proveedores, pero el teléfono está descompuesto. Así debo renunciar al deseo de dar una comida” (Freud, 1900/1984, p. 165)>
Acerca de la autora
Lucero María Mendoza Olguín (lucero_olguin@hotmail.com) es licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Aguascalientes (2007), con formación psicoanalítica por el Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano. Profesor de asignatura en el área de psicología en la Universidad Cuauhtémoc de Aguascalientes y profesor de maestría en orientación psicoanalítica en el Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano. Ejerce la consulta privada (ORCID: 0000-0001-8421-9859).
Recibido: 11/11/2018
Aceptado: 21/05/2019
Cómo citar este artículo
Mendoza Olguín, L. M. (2020). ¿Qué quiere una mujer?. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 23(42), 227-240. doi:10.33064/42crscsh1480