La lucha como motor para la vida


The Fight as a Motor for Life




ILSE PAULINA MEDELLÍN DELGADO

Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano de Aguascalientes, México




Resumen

En el texto psicoanalítico de 1932 ¿Por qué la guerra?, Freud explora las posibles causas de este fenómeno, mismas que rastreó hasta llegar a la constitución psíquica. La pulsión en sus formas constructiva (Eros) y destructiva (Thanatos) revela una guerra que se libra en el corazón mismo del psiquismo. Lacan retorna a la obra de Freud, introduciendo tres registros complementarios al análisis del conflicto psíquico. Las guerras entre yo y ello, entre imaginario y real, son un acercamiento revelador al tema de la lucha, permiten reflexionar sobre la posibilidad y la imposibilidad de alcanzar un estado de paz, en lo interno y lo externo; estos dos registros no son los únicos, hay un tercero, el simbólico, que va más allá de la guerra o la paz. La pulsión está en el origen y tiene la potencialidad de transformase, es a esto a lo que se apuntaría con el trabajo en un análisis. No son deseables las manifestaciones de exceso de pulsión como violencia, ni la ausencia de ésta última.

Palabras clave: guerra; pulsión; lucha; paz; conflicto.




Abstract

In the psychoanalytic text of 1932 Why the war?, Freud explores the possible causes of this phenomenon, which he traced back to the psychic constitution. The drive in its constructive (Eros) and destructive (Thanatos) forms reveals a war that is waged at the very heart of psychism. Lacan returns to Freud's work, introducing three complementary registers to the analysis of the psychic conflict. The wars between me and that, between the imaginary and the real, are a revealing approach to the issue of struggle, allowing us to reflect on the possibility and impossibility of reaching a state of peace, internally and externally.These two registers are not the only ones, there is a third, the symbolic one, that goes beyond war or peace. The drive is at its origin and has a transformative potential. This is what the analytic work should seek. Manifestations of excessive drive as violence are not desirable, nor is the absence of it.

Keywords: war; drive; fight; peace; conflict.









“¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?” (Freud, 1932/1986, p. 183), preguntó Albert Einstein a Sigmund Freud, al buscar una respuesta que pudiera exhortar a los hombres a renunciar a la guerra, a pesar de que los intentos hasta el momento habían fracasado rotundamente. A lo largo de la historia de la humanidad, los filósofos han reflexionado sobre cómo erradicar la guerra. Al hablar de erradicar la guerra, se habla sobre la instauración de una paz, misma que parece nunca llegar. Los estados de paz que se han podido establecer no han sido duraderos, y queda el peligro inminente de que surja una nueva guerra.

Es importante mencionar que, si bien se habla de guerra, Freud no se centra únicamente en esta manifestación, habla también de lucha y de conflicto. Einstein agrega la importancia del poder y del derecho, a lo que Freud responde: “Comienza usted con el nexo entre derecho y poder. Es ciertamente el punto de partida correcto para nuestra indagación” (Freud, 1932/1986, p. 187). Freud introduce el intercambio de la palabra ‘poder’ por la palabra ‘violencia’, al ser “más dura y estridente” (p. 188).

Se entiende por violencia el uso de la fuerza, la imposición sobre algo o alguien. En su raíz etimológica se encuentra que los romanos utilizaban vis, como voluntad para imponerse sobre otro. Lo anterior dio paso a violentus, es decir, violento, apasionado, y es la pasión esencial para comprender por qué la ausencia de la violencia no sería deseable. Vis proviene de otro vocablo de raíz prehistórica indoeuropea, que significa fuerza vital, por lo tanto, está en relación con la vida.

La violencia y la guerra han sido los medios elegidos para zanjar los conflictos que surgen entre los seres humanos. En la actualidad, pareciera que se ha vuelto común observar manifestaciones de violencia, mas no es algo novedoso, cuestión que podemos dilucidar al tomar en cuenta el año en que la correspondencia entre Freud y Einstein se lleva a cabo. Por otra parte, Keegan (2014) habla de la guerra como un fenómeno tan antiguo como el hombre y que se encuentra ligada a él de manera irremediable y profunda. La guerra ha fundado Estados de derecho, en los que el Estado, los ciudadanos y las instituciones están sometidos a leyes que deben cumplirse. Para que las leyes fueran promulgadas en determinadas situaciones, la guerra fue necesaria, buscando terminar con ciertos principios de gobernanza que ya no se consideraban aptos, o que dieron paso a conflicto de intereses.

En cuanto al derecho, éste se vuelve importante en tanto remite a la unión entre seres humanos, apunta a la posibilidad de mantener el orden, la organización. “La violencia es quebrantada por la unión, y ahora el poder de estos unidos constituye el derecho en oposición a la violencia del único. Vemos que el derecho es el poder de una comunidad” (Freud, 1932/1986, p. 188). La unión está entonces del lado del derecho, en tanto existen leyes, mismas que han sido necesarias para mediar las relaciones entre los seres humanos; sin normas que regulen, la violencia podría ser peor. Un punto importante que hay que resaltar es que Freud sigue hablando de una violencia necesaria, nombrando actos de violencia acordes al derecho, aquí ya notamos que no se apuntaría a una eliminación de esa fuerza vital, pero tampoco se acepta dicha fuerza en sus manifestaciones desmedidas fuera del derecho. A esto se puede agregar las tesis desarrolladas por René Girard (2012) sobre el uso de la violencia en épocas primitivas y cómo ésta era necesaria dentro de ciertos parámetros y expresada de ciertas formas, es decir, una violencia con ciertas reglas, ligada a lo simbólico.

Sin embargo, existen diversos discursos contra la violencia, la guerra, contra el conflicto, que apuntan a solucionar el problema de los enfrentamientos, de la violencia. Se busca su eliminación, y tal vez sería importante, tal como lo propone Žižek (2008), dar un paso atrás, y antes de realizar propuestas de solución práctica, hay que pensar qué es esto de la violencia, de la lucha, de la guerra, qué motivos hay detrás de estas manifestaciones aparentemente sin sentido. La guerra no carece de motivos, pero qué hay más allá de los motivos dichos y no dichos y de aquellos de los que ni siquiera se sabe. Tampoco se trata de claudicar a modo de “así son las cosas y no hay nada por hacer”, algo se podrá hacer, pero hay que tomar en cuenta que lo hecho hasta el momento ha fallado, todas estas propuestas para la paz, para la convivencia armónica, simplemente no han tenido trascendencia, por lo tanto, algo no se está escuchando, algo se escapa y es lo siguiente: estas propuestas apuntan a una educación para la paz, a una eliminación de lo pasional, tesis que denotan un desconocimiento de lo humano, de lo pasional y su función.

Por otro lado, es importante pensar de qué se habla cuando decimos paz. Ésta suele ser entendida como la no-guerra, la no-violencia, de ahí que se hable de un concepto de paz en negativo. La paz es descrita como un estado de armonía, de cero tensión, que en psicoanálisis nos remitiría a lo inanimado, a la muerte; para mantener la vida es necesario un mínimo de tensión. Por lo tanto, un tipo de paz de esta índole no sería deseable, en cambio, si por paz se hablara de pactos, de hacer la paz con algo o alguien, la cuestión cambia, tal vez sería posible, pero sigue siendo necesaria la presencia de su contraparte, la lucha, el enfrentamiento. Para establecer un pacto, fue necesario un desacuerdo o un enfrentamiento entre al menos dos posturas distintas, y el pacto no asegura la paz. Esta paz no suele ser duradera o total, perpetua –diría Kant–, no es posible aplicarla en todo momento y a toda situación. Simplemente ese estado de reposo, como lo menciona Freud, no sería posible, “el programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable. No es posible” (Freud, 1930/1986, p. 83). En la teoría se puede decir, pero en la práctica supone una problemática ya que no es lo que observamos en los vínculos entre seres humanos. Motivos sobran para que surjan discrepancias, que pueden ser motivos de carácter religioso, político, social o como parte del día a día, a esto se agregan los motivos inconscientes, latentes detrás de los manifestados.

Entonces, pareciera ser que se trataría de renunciar a algo, a esa forma primaria de violencia, mas no de eliminarla, podríamos pensar esta fuerza, lo pulsional, lo pasional, como un motor que permite movernos. Existen situaciones de desventaja y desigualdad que acarrean conflictos, y lo que se intenta es luchar por una igualdad entre seres humanos: “todos somos iguales”, pero ¿lo somos?, de ahí que el conflicto sea inevitable. Y el otro, recordemos, se puede presentar como amenazante, es allá afuera donde proyecto algo propio, o algo que viene de lo más recóndito de la vida anímica. El yo surge alienado (Lacan, 1966/2013) del otro, de la identificación, y de ahí que éste se vuelva amenazante, y así surge la agresividad, la cual se puede modular, por supuesto, pero ahí está. Tal como se menciona en El malestar en la cultura: “la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano” (Freud, 1930/1986, p. 117) y se presenta como hostilidad de “uno contra todos y todos contra uno” (p. 118).

Retomando la idea del conflicto, éste puede pensarse también como un desacuerdo, una confrontación que no necesariamente debe ser negativa, y es que solemos pensar el conflicto como algo terrible. El conflicto es un obstáculo, y éstos son parte de la vida, puede ser desde dos personas que buscan el mismo puesto de trabajo y, por lo tanto, tienen un objetivo en común, y están en lucha, aunque en sentido figurado. Otro ejemplo serían los deportistas, uno contra otro en búsqueda de ser el vencedor, pero hay una mediación. Y así, otros obstáculos se nos presentan y se nos presentarán, algo porqué luchar, terrenos en los que luchar. Incluso, luchamos contra nosotros mismos, contra lo impuesto por otros, lucha dentro del mismo psiquismo, sentimientos en conflicto, representaciones inconciliables; bastaría voltear la mirada hacia uno mismo para dar cuenta de lo que ocurre en el exterior, cómo es que esa guerra externa refleja una guerra interna.

Ahora, la pregunta sería: ¿cómo sortear los obstáculos? Freud pregunta: ¿cómo lograr una solución pacífica? Y aquí hay que ser cuidadosos, él no habla de cómo instaurar la paz, sino que se enfoca en los medios distintos a los ya utilizados, se trata de ¿cómo evitar justamente la expresión de dicho conflicto psíquico, en guerra, en violencia desenfrenada? Ha habido guerras necesarias, pero no son los medios apropiados en tanto que implican destrucción.

Es a partir de esta destrucción que se introduce el concepto de pulsión para dar cuenta de estos impulsos que existen, no afuera, sino en el sujeto, recordemos el texto de El yo y ello:

Si la vida está gobernada por el principio de constancia como lo entiende Fechner, si está entonces destinada a deslizarse hacia la muerte, son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones. El ello, guiado por el principio de placer, o sea por la percepción del displacer, se defiende de esas necesidades por diversos caminos (Freud, 1923/1984, p. 47).

El conflicto ya está en lo psíquico. La violencia está desde el inicio, en el origen, se llega al mundo a través de un acto violento, de una lucha por salir, estando bombardeado por estímulos que son dolorosos, experimentando sensaciones displacenteras. Pero es un acto necesario, de igual forma el nacimiento, más allá de lo biológico, implica violencia, imposiciones que van desde el nombre, la nacionalidad, religión, imposiciones de normas, costumbres, dichos de otros que luego tomamos como propios, y que fueron precisos para construirnos psíquicamente. Y es a partir de esta violencia que es posible otra inscripción, esta primera inscripción de esta fuerza pulsional es la que permite otras transformaciones, a la manera de la electricidad que, de ser fuerza desmedida y potencialmente destructiva y mortal, a través de su paso por ciertos transformadores da cabida a otras formas, para darles un uso para la vida.

Freud habla a Einstein de las pulsiones. Pensemos estas pulsiones como un empuje, fuerzas que impulsan, ya sea para la vida que buscan conservar y reunir, construir, crear, y las pulsiones de destrucción, de agresividad, de muerte, ligadas a un goce. Desde aquí podemos ver la guerra entre ello y yo, real e imaginario. Con Lacan, la pulsión termina siendo una sola, de muerte, pero no toma una sola forma, sino que puede tramitarse y, por lo tanto, se transforma para destinos fines. Puede ser complejo ir más allá de ese concepto “de muerte”, que parece dar una idea errada de lo que representa, aleja de un posible entendimiento y de la importancia que posee, de lo que significa. La vida es imposible sin la primera inscripción, sin la pulsión de muerte, por paradójico que suene, recordemos que es la primera inscripción, ese primer empuje, lo que da marcha, ambas, por lo tanto, son necesarias, es la pulsión destructiva la que moviliza la que impulsa, pero es necesario que se ligue a aquella que permite construir, crear.

Hay impulsos agresivos, “inclinación que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo y que compele a la cultura a realizar su gasto de energía” (Freud, 1930/1986, p. 109). Freud habla de una desviación de la forma de expresión destructiva, se trataría de anudarla. Desde Lacan, hablaríamos de un trámite de goce para buscar otras formas de expresión, otras formas de vincularnos, de posicionarnos frente a los otros. Una transformación que permita un intercambio con otros, no contra otros o a pesar de los otros. Ir más allá de guerra y de paz, de dos extremos, y en tanto tales estamos en una lógica narcisista, todo o nada, tú o yo, o uno u otro, que por lo tanto son ilusorios, no deseables. La guerra va contra la cultura, la paz implica quietud, inmovilidad, habla de una unión perfecta y resistente que simplemente no es posible, es una ilusión, y que le quitaría a la vida aquello que permite disfrutar de lo logrado. Es con los opuestos que damos valor o significación a algo, ¿cómo hablar de placer si no existiese un estado anterior y contrario, el displacer? ¿Qué sería la felicidad si no estuviera la desazón? El conflicto es parte de la vida, la lucha, la pasión es lo que mueve a alcanzar metas, a moverse hacia un deseo, a buscar un deseo propio, a luchar por sostenerlo, la oposición estará ahí, las frustraciones, las exigencias externas y las interiorizadas, los ideales sociales que se vuelven imposibles de lograr, exigencias que implican un esfuerzo, una dificultad, y los otros están ahí, esos tan familiares y tan diferentes, pero de los que se requiere.

Diría sí a la lucha, sí a lo pasional, pero no en lo real como violencia o en lo imaginario como agresividad, sí en lo simbólico, que nos permita sortear obstáculos, que permita movernos hacia lo que queremos lograr, lucha por los deseos propios, por la vida propia, donde sea posible una y compartir con otros y en donde indudablemente habrá desacuerdos, diferencias a las que se les habrá de hacer frente. Es una lucha ir contra los ideales establecidos, tanto aquellos que, como se dijo, vienen de la sociedad, pero también los que vienen de las figuras parentales, es una lucha separarse de ello.

Freud concluye su carta con esta frase: “Todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra” (Freud, 1932/1986, p. 198), y el desarrollo implica progreso, cambio, el progreso construye y para construir hay que deconstruir para dar paso a algo distinto, pero a partir de algo anterior.

Tal vez se esté lejos de dar vuelta a la situación de violencia que se observa, ya sea que se proyecte contra otros, o que regrese a uno mismo, una lucha simbólica puede parecer lejos de alcanzar, pero la posibilidad existe.


Referencias

Freud, S. (1923/1984). El yo y el ello . En Obras Completas (Vol. XIX, pp. 1-66) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1930/1986). El malestar en la cultura. En Obras Completas (Vol. XXI, pp. 57-140) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1932/1986). ¿Por qué la guerra?. En Obras Completas (Vol. XXII, pp. 179-198) (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Girard, R. (2012). La violencia y lo sagrado. Barcelona: Editorial Anagrama.

Lacan, J. (1966/2013). Escritos 1. Madrid: Biblioteca Nueva.

Keegan, J. (2014). Historia de la guerra. Madrid: Turner.

Žižek, S. (2013). Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Barcelona: Austral.




Acerca del autor

Ilse Paulina Medellín Delgado (pawi_723@hotmail.com) es Licenciada en Psicología. En 2009 se incorporó al Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicanos de Aguascalientes, institución en la que estudia la maestría en Orientación Psicoanalítica. Es docente en CEPSIMAAC y en la Universidad del Valle de México (ORCID: 0000-0002-5786-4323).




Recibido: 13/10/2018

Aceptado: 12/03/2019









Cómo citar este artículo

Medellín Delgado, I. P. (2019). La lucha como motor para la vida. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 23(41), 53-63. doi:10.33064/41crscsh1378