Netflix ¿and chill?


Netflix ¿and chill?




MIGUEL ÁNGEL SOTO OROZCO

Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano de Aguascalientes, México




Resumen

En este siglo XXI, la velocidad desenfrenada en todos los ámbitos de la vida humana ha tornado el tiempo y las experiencias en objetos de consumo. Con la democratización del internet y los medios digitales, el sujeto se encuentra ante opciones que aparentemente apuntan a una mayor libertad pero que se revelan como manifestación del imperativo de goce, en que aquél queda capturado en la fuerza de la repetición. Entre otras manifestaciones de esta tendencia aparecen los llamados servicios de streaming de video, ante los cuales surgen preguntas como ¿Tiene el sujeto un grado de control sobre esos contenidos?, ¿nos encontramos ante un imperativo que sigue exigiendo vorazmente “¡Goza!”, pero que ahora especifica “¡Goza mirando!”? El propósito de este artículo es explorar, con una perspectiva psicoanalítica, algunas posibles respuestas a estas preguntas, apuntando a señalar los alcances de este imperativo, así como las posibles opciones del sujeto ante el mismo.

Palabras clave: goce; mirada; repetición; discurso social.




Abstract

In this century, unbridled speed in all scopes of human life has  turned both time and experiences  into consumer objects. Following the democratization of the internet and digital media, the subject is faced with options that apparently  point to greater freedom but that are revealed ultimately as a manifestation of the imperative of enjoyment, such that the subject is  captured in repetition. Among other manifestations of this trend are the so-called streaming services, before which questions arise, such as Does the subject have a degree of control over these contents? Are we faced with an imperative that voraciously demands “Enjoy!”, but which now specifies “Enjoy looking at this!”? The purpose of this paper is to explore, on a psychoanalytic perspective, some possible answers to these questions, pointing out the scope of this imperative, as well as might-be options of the subject before it.

Keywords: jouissance; gaze; repetition; social discourse.









A lo largo de la historia, ha existido la pregunta por el malestar propio del ser humano, pregunta que ha tenido múltiples respuestas de acuerdo con las épocas y los pensamientos propias. Muchas de estas respuestas refieren, de una u otra manera, al atravesamiento entre la vivencia individual y la experiencia de lo social, apuntando a que desde lo social existe un discurso que impide al sujeto acceder al placer, a la satisfacción.

Quizá una de las versiones más difundidas, con mayor o menor exactitud, afirma que el orden social restringe los placeres disponibles, que prohíbe su uso y que, en consecuencia, el sujeto se encuentra abatido ante la imposibilidad de disfrutar de la vida. Pero en esta época, la cuestión parece haberse invertido.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek, en una de sus múltiples apariciones cinematográficas, resume puntualmente el imperativo que es dado por el amo de esta época, el imperativo de goce:

El problema hoy es que el mandato de la ideología dominante es el de gozar de diferentes modos. Puedes tener sexo y gozarlo; consumir, y gozar del artículo; gozar espiritualmente; realizarte a ti mismo; cualquier cosa. Y pienso que el problema hoy no es cómo liberarse de las inhibiciones para ser capaces de gozar espontáneamente. El problema es cómo liberarse del mandato al goce (Konner y Taylor, 2005).

Mal sería venir a proponer cómo liberarse de este imperativo, por lo que en las siguientes líneas se exponen algunas observaciones acerca de uno de los modos particulares de goce que existen en la actualidad.

El siglo XXI se ha caracterizado fundamentalmente por la prevalencia de una velocidad auténticamente desenfrenada en todos los ámbitos de la vida humana, en la que el concepto mismo de tiempo torna en objeto de consumo. A partir de la democratización del internet y los medios digitales, el ser humano se encuentra ante una ventana de posibilidades que aparentemente apuntan a una mayor libertad pero que, paradójicamente, se han convertido en una nueva manifestación del imperativo de goce, con el que el sujeto queda capturado en la fuerza de la repetición.

Una de estas supuestas posibilidades, de estas vertientes en donde el goce no es opción sino tendencia imperativa, ha surgido a partir de la aparición de los llamados servicios de streaming de video, también conocidos en español bajo otros apelativos como “televisión a la carta” o “video bajo demanda”. Resulta muy llamativa la nominación con que estos servicios se presentan, pues se trata de términos que aluden todos al control o dominio del ser humano sobre los contenidos y el uso que pueda tenerse de ellos. A la carta, bajo demanda, remite a alguna fantasía de tener las cosas “a la medida del deseo”. Sin embargo, ante estas promesas, cabe preguntarse por los efectos vividos por los sujetos en torno a este imperativo: ¿Dónde está el control de estos servicios? ¿Quién es el siervo y a quién se sirve?

Quizá el más conocido de estos servicios, por su amplia popularidad en el ámbito social y a nivel mundial, sea Netflix, una compañía que comenzó ofertándose como una especie de videoclub por correo, y que ahora es el referente obligado al hablar de estos “servicios a la carta”. Además de ser el más popular y de mayor penetración social entre los proveedores de video en línea, Netflix ha sido la fuente de una frase que prácticamente resume toda la tendencia que se pretende abordar en este artículo. La frase en cuestión, muy probablemente escuchada, vista o empleada por los lectores, es “Netflix and chill”.

Esta frase, que originalmente proviene de una publicación en redes sociales, donde una usuaria avisaba a sus conocidos que pasaría el fin de semana descansando y haciendo uso de Netflix1, ha sido posteriormente retomada como expresión que sintetiza el espíritu de la visualización en línea. El verbo inglés chill, que literalmente significa “enfriar”, se emplea aquí, como algunos otros verbos análogos (como cool), en una alusión a relajarse, a soltar las tensiones y disfrutar. Conjugaciones como chill-out implican “descansar, tomarse las cosas con calma”, alusiones todas a la experiencia de lo placentero, de la distensión.

Por otra parte, hay que señalar también que el uso del lenguaje ha derivado a emplear la frase como una alusión al sexo casual, en donde “Netflix and chill” vendría a significar lo mismo: en otra época se insinuaba con la pregunta “¿Quieres venir a mi casa a ver películas?”, pregunta que invita a todo, si acaso a ver películas. Sin embargo, en este artículo no se abordará esta sugerente vertiente, sino las implicaciones que el empleo más literal de la frase “Netflix and chill” parece sugerir.

Pues bien, las alusiones de la frase en su sentido literal apuntan al placer, remiten a la imagen del descanso, la relajación, la calma, sensaciones todas que parecen faltar en el ritmo frenético de la vida contemporánea. Dicho en otros términos, Netflix parece invitar a las personas al placer. Pero, ¿se sostiene esta invitación?, ¿es en verdad al placer a lo que invita, o hay algo más allá –un más allá de la invitación como del placer?

En 1911 –cuando Netflix no se asomaba siquiera en el horizonte– Freud presentó sus Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, donde examina introductoriamente algunas aproximaciones al concepto de placer. Ahí, señala la existencia de procesos psíquicos que se manifiestan en el sujeto como una tendencia a la ganancia de placer y al alejamiento del displacer. Este mecanismo fundamental, donde el displacer corresponde a la sensación de un aumento de tensión, a la expresión del exceso en el cuerpo, y el placer a su disminución y a la correspondiente sensación, puede ser fácilmente observado y confirmado en múltiples ejemplos. Sin embargo, en momentos posteriores de su obra, Freud dio cuenta de que ese principio no abarca del todo la dinámica psíquica del sujeto, la economía pulsional que le es propia, sino que ésta tiende a un más allá (1920).

Es en este Más allá del principio de placer en donde se atraviesa a otro campo en que el sujeto parece orientarse no al alejamiento del displacer, sino a un intento de llevar el placer a traspasar un límite, traspasamiento que se experimenta entonces como sufrimiento, como una sensación de padecer (Freud, 1920).

No será Freud sino Lacan quien le da a este más allá un nombre que le es específico: goce, un término de fácil equívoco que, sin embargo, Lacan distingue claramente del placer en tanto que se le opone. Al respecto:

¿Qué se nos dice del placer? –que es la menor excitación, lo que hace desaparecer la tensión, la tempera más, por lo tanto aquello que nos detiene necesariamente en un punto de alejamiento, de distancia muy respetuosa del goce. Pues lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, siempre es del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel en que comienza a aparecer el dolor... (Lacan, 1985, p. 95).

Echando mano de este concepto, se puede observar que detrás de la invitación al placer, al relajamiento, al chill, se encuentra la posibilidad del giro hacia la tensión, al exceso que conduce al displacer. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo sucede en relación con un objeto como la visualización de contenidos en línea?

Por otra parte, goce, en español, es un imperativo; la palabra goce, aislada de su articulación con otros significantes, demanda su cumplimiento, es escuchada como si se dijera “Goce usted”, mas no como la fórmula de cortesía a la que se alude en líneas anteriores, sino como una exclamación que exige un mandato insensato.

Es en estos servicios llamados “a la carta” donde se encuentra una curiosa inversión: bajo el semblante de oferta se presenta de fondo una demanda. ¿Qué se demanda? Mirar, y mirar sin límites. Se trata, siguiendo la imagen del servicio a la carta, de un servicio y una carta muy particulares: un servicio que no ofrece nada fuera de la carta, pero que propone una carta que exige ser consumida en su totalidad.

Esto se manifiesta en una práctica que en español se ha denominado “maratón de series”, pero cuya apelación original en inglés resulta mucho más expresiva: binge-watching, término que alude tanto al binge-eating característico de la bulimia, el atracón, como al binge-drinking, el consumo de alcohol de forma excesiva, pero especialmente, acelerada. La partícula binge hace alusión a un momento en el que se da rienda suelta al exceso en el consumo, independientemente del objeto, que, como se sabe desde Freud, es lo más variable de la pulsión (1915). Este objeto, en el atracón, puede tratarse del alcohol, la comida o, en este caso, de aquello que está ahí para ser mirado. Vale la pena señalar que el impacto cultural de esta práctica ha sido tal que, en el año 2015, el Diccionario de Inglés Collins eligió el término binge-watch como “Palabra del Año”, no sólo por reconocer la existencia del fenómeno, sino por dar cuenta con su elección de la relevancia del mismo (Collins Dictionary, 2015).

En todo caso, se trata de la aparición del exceso, un exceso de objetos de goce, que se presentan aquí como objetos de consumo con la pretensión de taponar la falta, objetos que prometen ayudar a escapar del aburrimiento, del vacío de la experiencia vital actual, pero que más que vía de escape, se revelan como una vía en que el sujeto se sumerge en un cierto totalitarismo: el de una mirada que invita a seguir y seguir.

Se encuentra ahí, lejos del placer que es el límite al goce, la transgresión de los límites, es decir, un no-límite. Si bien el mirar contenidos, por ejemplo televisivos, sin parar, no es un fenómeno nuevo, sí ha adquirido diferencias cualitativas que se traducen en un aspecto cuantitativo. Cualitativamente es notable que en la historia reciente, la televisión ofrecía la posibilidad de gozar de la mirada dentro de ciertos límites propios del medio, como podía ser el cese de las transmisiones en determinados horarios, o la transmisión de programación particular en horarios específicos, que en cierta forma contenían o delimitaban los cuándos y el cuánto del mirar, en tanto que actualmente asistimos a un estallamiento de dichos límites en el que el objeto está permanentemente disponible, lo que permite no sólo que en cualquier momento se acceda a él, sino que la duración del momento se extienda indefinidamente, sin enmarcarse, sin frontera que detenga, lo que se experimenta como modificación cuantitativa de la tensión en el sujeto.

A este fin, la aplicación misma parece borrar los límites habituales entre programa y programa, sugiere –¿o demanda?– pasar directamente al siguiente episodio, omitir el borde que marca los fines o los inicios, borrar los créditos, saber quién lo hizo, situar dónde está el semejante que participó en la producción. Pareciera que la exigencia adquiere una secuencia que podría expresarse como “Trasládate al siguiente contenido, sigue y sigue... al fin, cuando termines con éste, habrá otro para que continúes, no hace falta que tú lo selecciones, la aplicación lo hará por ti, es más, ya comenzó, y tras ese sigue otro, y así sucesivamente... No olvides, eso sí, al llegar a cada uno de esos finales momentáneos, dejar bien claro que ‘te gusta’, que gozaste del objeto”.

La ausencia, o mejor dicho, el borramiento de los límites, se ha extendido también hacia afuera de la propia aplicación, al mundo de los objetos de consumo más habituales. Por ejemplo, ahora es posible adquirir por algunos dólares un “kit de supervivencia para el binge-watching”, que incluye calcetines para no pasar frío, un aditamento para cerrar bolsas de comida, una herramienta desechable que hibrida cuchara con tenedor... pero también toallas “que no requieren de ir al lavabo” para la limpieza facial y de las manos, además de una “moneda de decisión”, con una cara donde se lee “Ir a la cama” en tanto la otra propone “Uno más” (Pinch Provisions, s.f.).

Ante esto, se puede retomar la observación de Miquel Bassols, que señala “El goce es adictivo y las promesas de goce ilimitado dejan al sujeto profundamente desorientado. Lo vemos en las mil y una adicciones que empujan hoy a las personas al límite de la muerte...” (entrevistado por Molina, 2016), y es que, ¿qué más proximidad ante la muerte puede existir que el cumplimiento de la demanda de la inmovilidad? Una demanda que apunta a la completa anulación del sujeto, a su mantenimiento en el límite de la vida, apenas suficiente para seguir mirando, y que incluso parece proponer que, de existir alguna desorientación en el sujeto, éste no necesita preguntarse ni decidir por sí mismo, pues para eso tiene ya también un objeto que decida por él, una brújula que le indique azarosamente “detente” o “sigue”.

Se lo encuentra, en efecto, ante un imperativo que exige vorazmente “¡Goza!”, pero que además indica de forma muy específica “¡Goza mirando!... y de ninguna otra manera, no interrumpas la mirada con nada, así te vaya la vida en ello”.

¿Cómo se puede pensar este goce particularizado en la mirada? ¿Por qué la mirada pasa a ocupar este estatuto privilegiado? En los momentos iniciales de la constitución subjetiva, dos objetos resultan fundamentales: la voz y la mirada. Dos objetos que adquieren el lugar de lo que Lacan llama objeto a, objeto que aparecerá en la experiencia subjetiva de forma parcial y situado fuera del cuerpo, como objeto con cuyo imposible reencuentro se busca gozar de una manera casi mítica.

Entre estos objetos, la mirada se destaca, pues una satisfacción singular parece encontrarse no sólo en el mirar, sino en el ser mirado, en tanto esa mirada del Otro otorga existencia y consistencia al sujeto, en la experiencia del espejo. Pero tal experiencia no queda ahí, sino que formula una posición que se puede resumir recurriendo a las palabras de Lacan en el Seminario 11: “sólo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado desde todas partes” (2010, p. 80), es decir, el sujeto se experimenta como siendo mirado por el mundo. Se trata de notar aquí un deslinde entre el ver propio del ojo, que anatómicamente cumple a cabalidad sus funciones, y la implicación del mirar, que llena de satisfacción en un plus, en ese más allá al que ya se hizo referencia en líneas anteriores.

Lacan continúa diciendo que “somos seres mirados en el espectáculo del mundo” (2010, p. 82), espectáculo del mundo que “nos aparece como omnivoyeur [...] el fantasma de un ser absoluto al que se le transfiere la cualidad de omnividente” (Lacan, 2010, p. 83). El campo de los objetos, que incluye el objeto del que se ha venido hablando en este artículo, bien puede ser para el sujeto el sitio desde donde es mirado más allá del objeto al que ve, sitio, pues, donde se busca encontrar la satisfacción, el goce, a partir de la mirada, del ser mirado.

La mirada, ese algo que se percibe pero es imposible de seguir, cobra así un estatuto de objeto evanescente, inasible. En esta condición, sin embargo, funge como lugar de la relación del yo en lo imaginario con lo que le rodea, relación en que se separa el ojo como lugar anatómico, de la mirada como brillo, como objeto causa. Esta separación presentifica, dice Lacan, “no una mirada vista, sino una mirada imaginada por mí en el campo del Otro” (2010, p. 91).

La mirada que viene del Otro puede ser para el sujeto ese elemento que sorprende, que lo pilla, quizá en el momento en que él mismo hace las veces de mirón, pero también en tanto se vive mirado en cualquier escenario, en donde el sujeto experimenta efectivamente la presencia del Otro en tanto tal.

Se busca entonces la mirada como proviniendo del Otro, con su efecto sosegador, pero esta mirada, con su efecto cautivador, suficiente para des-conectar al sujeto del vínculo y atraparlo, parece más bien procurar sosiego al empuje específico de contemplar, y en ese sentido, incitar a un cierto renunciamiento. Parece ser que entonces esa mirada que se busca del Otro, vendría aquí originada en una suplencia que encierra una renuncia: en tanto soy mirado al ver, mi mirada queda capturada e impedida de ver hacia otro sitio, capturada por el objeto que está ahí para hacer caer en la trampa.

Aquí, la pantalla televisiva, el brillo particular de su emisión de punto luminoso, de surtidor de reflejos (Lacan, 2010), se hace análoga en tanto objeto a aquella lata de sardinas, flotante sobre la superficie del mar que el pescador Petit-Jean señalaba jocosamente al joven Lacan, preguntándole “¿Ves esa lata?, ¿la ves? Pues bien, ¡ella no te ve!” (Lacan, 2010, p. 102); esa misma lata que resplandece al sol marino, en efecto no ve a nadie, pero sí que mira, como parte del cuadro que está al fondo del ojo, del mundo como omnivoyeur.

“Lo que es luz me mira y, gracias a esta luz, en el fondo de mi ojo algo se pinta”, indica Lacan (2010, p. 103), acentuando que esa luz, ese fondo luminoso, se apodera del sujeto a cada instante. Eso que es luz, que mira al sujeto, ¿será en parte lo que se ha apoderado del sujeto contemporáneo, cautivándolo en el rebosamiento del brillo?

Alguna captura se opera, en efecto, con las consecuencias que ya se han señalado pero, a la vez, es notable que dicha captura falla, o mejor, se revela en sus desniveles: invita a la distensión pero opera en el campo de las tensiones, alude al placer pero hace gozar; engaña, eso sí, hace triunfar la mirada sobre el ojo del que permite a través del mismo su captura.

Esto de ninguna manera concluye aquí, pues con estas reflexiones, más que concluir, se pretende un arranque, un inicio: el de la reflexión psicoanalítica en torno a las prácticas cotidianas que, por desdén o ignorancia, son desatendidas en los efectos que cobran en los sujetos. Sin pretender vituperar práctica alguna, se propone aquí, sí, girar la mirada a ellas, e interrogarlas en búsqueda de las posibilidades subjetivas que ofrecen, más allá de las que exigen.

De manera preliminar, se apuesta a la posibilidad de notar, en todo aquello que se muestra y oferta como objeto de consumo, la contracara oculta en la que la oferta es demanda y el supuesto consumidor torna en objeto consumible; Se propone mínimamente dirigir la mirada y la escucha a las iteraciones de este discurso, preguntarle, discutirlo, para ser quizá un poco menos objetos de éste, pues se afirma, con base en Rosa López, que “privado de la posibilidad de preguntar, el ser hablante se deshumaniza” (2015, p. 1).

Finalmente, se propone aquí la pregunta por los alcances de estos fenómenos propios de este tiempo, pregunta que busque a su vez ser respondida por aquellos que tengan el valor de llevar el saber a su límite, y traspasar el límite con una inventiva que lleve a algo que difiera, que se distinga del no-límite de la exacerbación repetitiva del goce, puesto que de eso hay ya bastante oferta.


Referencias

Collins Dictionary (2015). “Binge-watch”-Collins Word of the Year 2015. Word Lover's blog. Recuperado de https://www.collinsdictionary.com/word-lovers-blog/new/binge-watch-collins-word-of-the-year-2015,251,HCB.html

Freud, S. (1911/1992). Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. En Obras Completas (vol. XII, págs. 217-232). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1915/1992). Pulsiones y destinos de pulsión. En Obras Completas (vol. XIV, págs. 105-134). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1920/1992). Más allá del principio de placer. En Obras Completas (vol. XVIII, págs. 1-62). Buenos Aires: Amorrortu.

Konner, L. (productor) y Taylor, A. (directora) (2005). Žižek! [Documental]. Alemania: Zeitgeist films.

Lacan, J. (1985). Psicoanálisis y medicina. El lugar del psicoanálisis en la medicina. En Intervenciones y textos (págs 86-99). Buenos Aires: Manantial.

Lacan, J. (2010). El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

López, R. (17 de septiembre de 2015). Crisis del saber: Aquí no hay ningún porqué [Mensaje en un blog]. Crisis ¿Qué dicen los psicoanalistas? Recuperado de http://crisis.jornadaselp.com/textos/crisis-del-saber-aqui-no-hay-ningun-por-que/

Molina, A. (27 de marzo de 2016). Entrevista-Miquel Bassols: “Freud era un misógino contrariado, pero se dejó enseñar por las mujeres”. Recuperado de https://elpais.com/elpais/2016/03/21/eps/1458559714_764015.html

Pinch Provisions (s.f.). Binge-Watching Survival Kit. Recuperado de https://www.pinchprovisions.com/products/binge-watching-survival-kit




Notas

1 El tweet en cuestión puede consultarse en la liga https://twitter.com/nofacenina/status/1138549153


Acerca del autor

Miguel Ángel Soto Orozco (miguelsotoorozco@gmail.com) es licenciado en Psicología (UAA) y maestro en Investigaciones Sociales y Humanísticas (UAA). También cuenta con formación en psicoanálisis (CEPSIMAAC). Actualmente labora como docente de pregrado en la Universidad Autónoma de Aguascalientes y de posgrado en el Centro de Estudios Psicoanalíticos Mexicano de Aguascalientes, A.C., y como clínico en el ámbito privado (ORCID 0000-0001-5797-4293).




Recibido: 13/09/2018

Aceptado: 25/10/2018









Cómo citar este artículo

Soto Orozco, M. (2019). Netflix ¿and chill? Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 23(41), 9-23. doi:10.33064/41crscsh1356