La entrevista semiestructurada y las fallas en la estructura. La revisión del método desde una psicología crítica y como una crítica a la psicología


The semi-structured interview and the faults in the structure. Reviewing the method from the point of view of critical psychology and as a critique to psychology




KARLA MONTSERRAT RÍOS MARTÍNEZ

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México




Resumen

El siguiente trabajo tiene como objetivo discutir sobre los alcances, limitaciones, necesidades y oportunidades en la aplicación de la entrevista semiestructurada. Para lograrlo, nos valemos de la entrevista como forma de acercamiento a las experiencias, concepciones y perspectivas, de David Pavón-Cuéllar, psicólogo y filósofo de orientación crítica marxista-lacaniana. A través de la entrevista realizada y gracias a la información obtenida, se discuten, reflexionan y problematizan conceptos como el método, la técnica, la teoría y la psicología, para finalmente plantear la posibilidad de una práctica de investigación psicológica y social diferenciada de la hegemónica.

Palabras clave: entrevista semiestructurada; psicología crítica; marxismo lacaniano; método; técnica.




Abstract

The following work aims to discuss the scope, limitations, necessities and opportunities in the application of the semi- structured interview. To achieve this, we use the interview itself as a way of approaching the experiences, conceptions and perspectives of David Pavón-Cuéllar, a psychologist and philosopher of Marxist-Lacanian critical school. Through the interview and with the information obtained, concepts such as method, technique, theory and psychology are discussed, considered and problematized, to finally raise the possibility of a psychological and social research practice differentiated from the hegemonic one.

Keywords: semi-structured interview; critic psychology; Lacanian Marxism; method; technique.









La entrevista semiestructurada es una técnica ampliamente usada en la investigación social y del comportamiento. Para Potter y Hepburn (2012) es, incluso, la forma de generación de datos más empleada en distintas tradiciones metodológicas tan dispares como lo son la etnografía, la fenomenología, el psicoanálisis, la psicología narrativa, la teoría fundamentada, y en diferentes formas de análisis del discurso. Al concebir la entrevista semiestructurada como una conversación en el marco de una situación social de interrogación con una finalidad definida, queda de manifiesto el carácter psicosocial de esta técnica, a la vez que se evidencia que en su aplicación entrarán en juego los mismos principios de comunicación e interacción humanas (Briggs, 1986; Elejabarrieta, 1997) que la equipararán a cualquier otra forma de conversación. Es por esto que su sistematización y enseñanza representan una dificultad dentro de las ciencias sociales, por lo que este artículo tiene como finalidad abrir un espacio de reflexión que permita generar consensos y conclusiones que abonen a facilitar su práctica y ejecución.

Las reflexiones que este artículo propone giran en torno a la definición de la entrevista semiestructurada, su preparación y ejecución, el tratamiento, análisis y presentación de los datos, así como los resultados obtenidos. Para lograrlo, se abordará esta técnica a través de la mirada del investigador David Pavón-Cuéllar, doctor en psicología y filosofía. Haremos un acercamiento a su experiencia a través de la entrevista semiestructurada, y buscaremos perfilar los alcances, limitaciones, necesidades y oportunidades en las formas de emplear la entrevista. A lo largo de las siguiente líneas, problematizaremos conceptos como el método, la técnica, la teoría y la psicología, para, finalmente, concluir con la aportación de algunos cuestionamientos, problemas, contradicciones y mejoras a la concepción académica, la enseñanza y la práctica de esta técnica desde una perspectiva crítica marxista-lacaniana.

Contextualización: la teoría crítica marxista-lacaniana

Antes de adentrarnos a la entrevista realizada, es necesario hacer una breve introducción a los conceptos básicos que sustentan la perspectiva del autor entrevistado, y que nos darán una idea de la consistencia del uso de la técnica con las formas de hacer ciencia propuesta por el investigador. La siguiente contextualización no pretende en ningún sentido abarcar la totalidad de los supuestos propuestos por el entrevistado, pues sabemos que con esa pretensión sólo lograríamos una presentación simplista que contradiría los supuestos mismos de la teoría. Por el contrario, pretendemos tratar algunas premisas teóricas asumiendo que estamos lejos de agotarlas. Es por esto que el lector deberá ser cuidadoso en su lectura y uso, y no suponer lo aquí descrito como una guía o un resumen que lo exente de la profundización y reflexión sobre lo propuesto.

David Pavón-Cuéllar es profesor-investigador en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Sus estudios en psicología, psicoanálisis y filosofía lo han llevado a posicionarse dentro de la psicología crítica desde una perspectiva marxista-lacaniana y a contribuir, junto con Ian Parker, a la formación de una nueva propuesta teórica dentro de los estudios psicosociales: el Análisis Lacaniano del Discurso (ALD).

El ALD no tiene pretensiones de ser teóricamente neutro, sino que se presenta como un método crítico-teórico, reflexivo, posicionado a favor de ciertas ideas y en contra de otras, que buscará el cuestionamiento de la certidumbre teórica. A veces, de hecho, el ALD buscará cuestionar directamente a la psicología (Pavón-Cuéllar, 2015). Es, en realidad, una crítica que necesita de un método que, a su vez, realiza una teoría. Niega la posibilidad de un análisis neutral debido al inevitable lugar que el investigador tiene en la estructura y en el sistema político, económico, cultural e histórico que pretende analizar y que, por lo tanto, predetermina y limita el análisis mismo (Pavón-Cuéllar, 2014a).

Pero, ¿a favor de qué ideas y en contra de cuáles va este método? En el caso de David Pavón-Cuéllar, éste se sitúa en una perspectiva marxista-lacaniana que integra los proyectos prácticos políticos del marxismo y sus posiciones militantes con los recursos teóricos conceptuales del psicoanálisis lacaniano (Pavón-Cuéllar, 2014c, 2016, 2017a). Desde esta perspectiva teórica se pretende superar el materialismo economicista y mecanicista, que acepta únicamente la materialidad dada, estática y objetiva, y aceptar también la “acción material humana y el movimiento subjetivo de materialización de los sueños y de las ensoñaciones, de las ideologías, de los ideales y de las ideas en general” (p. 148), adoptándose así “un materialismo en el que haya lugar para la materialidad propia del saber y la ideología” (Pavón-Cuéllar, 2014b, p. 152).

Lo que Lacan haría con la perspectiva materialista de Marx sería profundizarla sin trascenderla y complicarla y matizarla sin desfigurarla ni desviarla de sus ejes rectores. Lacan permite, para Pavón-Cuéllar (2014b), “ampliar el ámbito en el que opera la lógica de explotación-dominación-enajenación explicada por Marx, encontrándola fuera del sistema socioeconómico-político, en el funcionamiento mismo del sistema simbólico del lenguaje, del saber, de la cultura y de la ideología” (p. 152).

Desde los planteamientos de David Pavón, es fundamental no concebir al sistema simbólico del lenguaje como una suerte de simbolismo imaginario y tampoco descartarlo por no cumplir con una materialidad mecanicista, sino explicarlo como una materialidad simbólica y reconocer la materialidad literal del significante, así como su sustento estructural, tomando como punto de partida las reflexiones lacanianas sobre lo discursivo (2014c). Desde esta perspectiva teórica, el discurso “constituye la existencia misma de aquello que denominamos ‘sociedad’” (p. 140). En él se representan simbólicamente los sujetos y sus relaciones dentro de una estructura que también es significante de un sistema. Es el discurso el que permite y repite el ejercicio del poder a través de una matriz lógica subordinada a la hegemonía estructural del saber (2014a).

El discurso, dice Pavón, será significante, será sujeto y será estructura. Será un discurso que rebasa la dualidad del individuo versus lo social y que tiene una dimensión transindividual, la cual, a la vez que se despliega en la cultura, significa al sujeto, no por medio de un discurso completamente independiente e individual, sino como discurso del Otro, el Otro de la cultura y del sistema (2014a). El discurso será también el lugar de la subversión del sujeto, del quiebre de la ideología o de la estructura hegemónica (2016, 2017a). Será sólo al desentrañar la matriz lógica del discurso del amo, sólo desbaratando esta matriz ideológica, rompiendo su continuidad, que se hará posible la transformación del sistema y quizá una “liquidación del poder” (2014a, p. 161).

La entrevista

Habiendo presentado algunos conceptos indispensables, expondremos una relación de la entrevista a Pavón. En ella, abordamos una serie de puntos para discutir cómo podría emplearse la entrevista semiestructurada desde la teoría propuesta por el entrevistado. Lo que presentamos a continuación ofrece una síntesis de dicha conversación organizada en torno a los ejes centrales.

Definición y problematización

Aunque no haya pensado mucho en esto, diremos que la entrevista semiestructurada se encuentra entre la entrevista libre, que se guía espontáneamente por lo que va ocurriendo en ella y en la que no hay reglas estrictas ni preguntas previamente redactadas, y la entrevista estructurada, en la que sí hay preguntas preestablecidas que deben responderse. En medio, estaría la entrevista semiestructurada, en la que no se tienen tales preguntas, pero sí una línea precisa y una serie de cuestiones a elucidar que servirán de guía. No hay preguntas a responder, sino cuestiones a tratar.

La entrevista semiestructurada puede servirnos para solventar algunos de los problemas con los que tropezamos en los extremos de la entrevista libre y de la estructurada. Por un lado, en la estructurada, se tiene en mente lo que se está buscando, lo que se quiere encontrar, y no lo que de hecho se está encontrando a cada momento, lo imprevisto, lo cual, por lo general, se ve descuidado, subestimado y hasta soslayado. Además, al haber preguntas previamente elaboradas, existe el riesgo de que las respuestas correspondan a un reflejo de la ideología y de las inquietudes propias del mundo académico, pervirtiéndose así el material y traicionándose la verdad de lo que se está investigando. Y, por si fuera poco, debemos considerar que a veces lo decisivo, lo que más debería ser puesto de relieve, no alcanza a caber en la estructura que se ha preparado antes de la entrevista.

Por otro lado, en una entrevista libre, pretendidamente libre, se cae en todas las inercias, ya que la estructura que termina dominando a través de la supuesta libertad es la estructura omnipresente de la ideología dominante, del sentido común, del pensamiento único. Nos entregamos así a la corriente por la que uno tiende a dejarse llevar cuando no responde, por un gesto de fuerza, con una estructura alternativa que sirva como un dique y que fuerce el sentido común para que aparezca algo nuevo.

La realidad social, en la tradición teórica-intelectual en la que nos situamos, se entiende como una coexistencia de la determinación y la indeterminación, de la estructura y la incertidumbre, de la necesidad y la contingencia. Este doble aspecto de la realidad es captado por la entrevista semiestructurada, la cual, por lo tanto, sería el método que mejor corresponde a la realidad. La realidad, en efecto, comporta una serie de determinaciones de las que no podemos escapar, pero simultáneamente deja un margen suficiente para lo imprevisto y lo imprevisible, para lo indeterminado, lo contingente, lo incontrolable. Digamos que la entrevista semiestructurada reconoce y asume la estructura, y ella misma, en su estructuración, refleja la estructura, pero al mismo tiempo da lugar al surgimiento de sorpresas, de lo que no es tolerado por la estructura e, incluso, puede tener efectos desestructurantes.

Los científicos y académicos, tan frecuentemente obsesionados por la previsión y por el control, imaginamos que podemos llegar a prever y controlar todo lo que sucede cuando entrevistamos. Sin embargo, no sólo esto es imposible, sino que resulta indeseable. Debemos esperar lo inesperado, considerar lo imprevisto y lo incontrolable, permitir que haya sorpresas. No debemos impedir que se desafíe la estructura. En nuestra perspectiva marxista, cuando la estructura se ve desafiada en la entrevista, surge algo que puede, al menos en el reducido espacio lógico de la misma entrevista, subvertir la ideología dominante, desafiar el sentido común e, incluso, tener efectos revolucionarios. Desde un punto de vista psicoanalítico, estas sorpresas permitirían escapar a las inercias y hacer emerger algo de potencial liberador y subversivo. En ambos casos, hablaríamos del síntoma y del retorno de lo reprimido, lo reprimido por la estructura que moldea irremediablemente la entrevista.

La entrevista semiestructurada, entonces, constituiría el tipo de entrevista que refleja mejor, con mayor fidelidad, una sociedad cuya estructura no excluye la contingencia. La misma entrevista semiestructurada, además, nos permitiría escapar del dilema que hay entre la estructura implacable, con lo cuestionable que puede ser, y la supuesta libertad absoluta, peligrosa por ingenua, pero también por entregarse ciegamente a la necesidad oculta e insidiosa, inconsciente, que está dominando todo lo que somos y hacemos.

Existe, desde luego, un peligro al que no nos hemos referido. En lugar de protegernos contra los riesgos de las entrevistas libres y estructuradas, la entrevista semiestructurada también puede sumar esos riesgos y convertirse en el peor método: en una combinación de inercia y simulación, banalidades callejeras y estructuraciones científicas forzadas. La pregunta sería: ¿cómo hacer la entrevista semiestructurada para evitar los riesgos en lugar de sumarlos?

El método, la teoría y la ciencia

El método no sólo se basa en una teoría, sino que es teoría. Es un dispositivo teórico que está vehiculando siempre una serie de presupuestos. Cuando aplicamos un método, estamos aplicando la teoría de la que se compone. Cuando esa teoría es latente, cuando no la explicitamos, como sucede comúnmente en la psicología dominante de corte empirista o positivista, entonces es más fácil que a través de ella pueda operar la ideología dominante de la sociedad en la que surge. Para evitar este riesgo, la teoría tiene que visibilizarse. La teoría invisible reviste un carácter ideológico, pero ¿por qué ideológico?, porque la ideología es también eso inconsciente que siempre se está ocultando a sí mismo en todo lo que decimos y hacemos. Por ejemplo, cuando hacemos una entrevista libre, su aspecto inconscientemente estructurado corresponde a la ideología latente de la entrevista. Deberíamos intentar sacarla a la superficie de la conciencia. El problema es que tan sólo es posible hacer consciente parte de esta estructura, pero no toda. Tampoco podemos deslindarnos de ella. No hay ni siquiera manera de hablar fuera de la estructura, del inconsciente, del lenguaje. No hay metalenguaje, pues todo es ideología, todo, incluso la ciencia y el saber académico. El espacio universitario no es un espacio diferente del espacio socioeconómico de las luchas históricas. De igual modo, un dispositivo teórico nunca puede liberarse de un trasfondo ideológico necesariamente inconsciente y que jamás podrá ser explicitado por completo. Podemos concluir, por lo tanto, que así como la teoría es inherente al método, así también la ideología es inherente a la teoría.

La verdad de cualquier método y de cualquier teoría estriba paradójicamente en su condición de ideología, en el hecho mismo de ser algo ideológico, en la forma y la razón de serlo. Su verdad es la verdad de la ideología: lo que hace que se trate de algo ideológico. La validez científica, por consiguiente, no estará tanto en el contenido explícito de lo que se hace o se dice. Más bien residirá en el acto que visibiliza la ideología y así corta o rompe con ella –como diría Louis Althusser (1968). Es, en términos lacanianos, un asunto de la enunciación y no de lo enunciado. Podremos decir que hacemos ciencia cuando intentemos dejar claro, con respecto a lo que proponemos, qué es lo ideológico y en qué sentido es ideológico. Así, al hacer consciente lo inconsciente, dejamos de realizar la operación fundamental de la ideología, que es precisamente su propio ocultamiento. Sólo así podremos asegurar que algo sea realmente científico.

Si la ideología consiste en la invisibilización de ella misma y si la ciencia efectúa la visibilización de la ideología, entonces no es justo atribuir un carácter científico a un método –como los promovidos en la psicología dominante– que oculta sus premisas teóricas y que no se preocupa de ningún modo por explicitar lo ideológico, al menos hasta donde sea posible. Ni siquiera es suficiente, de hecho, que un método se reconozca honestamente como un dispositivo teórico. Es necesario también que admita su configuración ideológica, su relación interna con el poder, con las relaciones de clases, con la estructura socioeconómica y con su intrincada trama histórica.

Ahora bien, resulta fácil explicitar la teoría, hasta cierto punto, pues ésta es la ideología que ya se ha hecho consciente y que se ha sistematizado. Es una expresión académica, depurada epistemológicamente, con ciertas características propias diferentes de la configuración ideológica en sentido estricto. La ideología propiamente dicha, en cambio, dispone de los más diversos dispositivos para impedir su explicitación y su formulación consciente, inteligible, pensable.

Tenemos entonces que aplicamos un método, que es ideología teórica metodológicamente depurada con ciertos fines, a la ideología que pretendemos estudiar, por lo que tendremos un inevitable enfrentamiento entre dos configuraciones ideológicas de las que vamos a saber muy poco. Este enfrentamiento es un conflicto político, socioeconómico y cultural, que se realiza en la entrevista y que implica necesariamente un elemento de lucha de clases. Las clases también se enfrentan inevitablemente a través de la interacción entre el entrevistador y el entrevistado. No hay ningún pasaje de ninguna entrevista que sea ideológicamente neutro, desclasado, sin carga clasista. Si la contradicción de clases no se deja ver, hay algo de mentira constitutiva en la entrevista. Es la mentira de la neutralidad, pero también de la transparencia, y además de la horizontalidad.

Nada más tramposo que la suposición-presunción de horizontalidad en la psicología. No puede haber ninguna relación horizontal en la sociedad. Suponer que puede haberla es pensar que los sujetos pueden relacionarse sin que medie un poder en esa relación. Esto fue algo ya refutado por Freud en su Psicología de las masas y análisis del yo. Lo que Freud nos demuestra es que somos un animal de horda y no de masa, que la relación con los semejantes es precedida y constituida por la relación con el líder, que esta relación es de poder y constituye nuestra individualidad misma. Desde luego que el poder consigue frecuentemente pasar desapercibido, pero es precisamente porque tiene el poder esencial de pasar desapercibido, o, mejor dicho, porque es también el poder mismo de pasar desapercibido.

En términos lacanianos, los significantes que representan a cada uno siempre van a tener diferentes lugares de poder en la estructura. El eje vertical siempre está presente. Las jerarquías no son a través de lo cual podamos desplazarnos como en un elevador. Estamos donde tenemos que estar.

Por ejemplo, cuando un universitario entrevista a un indígena, sin importar el qué se le pregunte y cómo se le pregunte, nos encontramos con dos relaciones diferentes con el saber, que tienen implicaciones de poder diferentes, y que hacen que haya una contradicción entre la posición del entrevistado y el entrevistador. Al pretender “ponernos al nivel de los indígenas”, jugando la carta de la humildad e interpretando grotescamente a un personaje no universitario, exhibimos ya lo contrario de la horizontalidad, pues delatamos que necesitamos hacer algo para ponernos al nivel del otro.

Pensemos ahora en las implicaciones de pasar por alto el abismo que nos aparta de un indígena y hacerle preguntas con términos pretendidamente fáciles que después van a traducirse a los términos supuestamente más complejos de la psicología, los cuales, si no se emplean en la entrevista, es porque se consideran incomprensibles para el entrevistado. Al proceder así, evidenciamos ya un juego siniestro en el que se da por sentado que los términos de la psicología son más exactos o verdaderos que los que utiliza el indígena, que se pueden traducir en términos relativamente inexactos, que el indígena sólo es capaz de entender los términos inexactos y no los más exactos manejados en el ámbito académico. Se pone de manifiesto así la extraña y peligrosa convicción de que el ámbito académico tiene una relación más íntima con la verdad que aquellos a los que se entrevista en una comunidad indígena. También se confiesa la concepción de la universidad como salvaguarda de la verdad y de los conceptos adecuados para aprenderla y expresarla y se deja ver la división del trabajo, la sociedad de clases, el clasismo y quizá, incluso, el racismo.

Experiencia y aplicación de la entrevista semiestructurada

Empecé a usar la entrevista semiestructurada justo después de terminar la carrera en psicología, entre 1996 y 1997, para entrevistar a miembros del EZLN, habitantes de comunidades zapatistas, integrantes de organizaciones armadas y militantes de movimientos sociales y organizaciones políticas próximas al zapatismo. El resultado se publicó en el libro Zapatismo y contra-zapatismo: cronología de un enfrentamiento.

Luego volví a usar la entrevista semiestructurada para entrevistar a militantes del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Primero lo hice por vía electrónica en un formato estructurado, pues redactaba las preguntas con anterioridad, buscando algo muy preciso y con propósitos bien definidos. Luego estuve en una casa de seguridad con la guerrilla y ahí no tenía guión preciso y predefinido, sino sólo algunas cuestiones que deseaba tratar, pero en las que insistía, por lo que podríamos hablar de una entrevista semiestructurada. El conjunto de mi trabajo fue publicado en el libro intitulado Lucha eperrista. Posteriormente volví a utilizar la entrevista semiestructurada con algunos colegas para indagar la historia de la psicología en México, pero no he publicado el resultado en forma de entrevista, pues ha sido únicamente con el fin de obtener información para mis investigaciones acerca del tema.

En las experiencias recién mencionadas, los dos lugares del entrevistado y del entrevistador se relacionaron de formas diferentes. En el caso de las entrevistas a colegas, por ejemplo, aclaré desde un principio mi posición teórica y mi propósito preciso, lo que permeó todo lo que pudiera decirse o callarse. Con los zapatistas y los eperristas, especialmente con los eperristas, fue más interesante, porque ellos mismos cuestionaban mi enfoque de entrevistador y no dejaban de subrayar el hecho de que yo me encontraba en una posición muy diferente de ellos. Mientras ellos vivían en la clandestinidad y en la condición de lucha armada, yo era un simple simpatizante, un espectador y un investigador, lo que de algún modo me permitía hacer una entrevista, preguntar en lugar de responder y preguntar precisamente lo que preguntaba. Sin embargo, aunque el entrevistador sólo preguntara, no dejaba de haber al menos tres posibilidades para él: o mantenerse indiferente ante el EPR o apoyar su lucha y hacer preguntas que mostraran su adhesión o bien rechazarla y formular otras preguntas que revelaran su aversión u hostilidad. Es así como el encuentro con los eperristas acentuaba una situación en la que nos encontramos en cualquier entrevista. Como entrevistador, en todo lo que uno pregunta, debe reflejar algo como simpatía, antipatía o indiferencia, por lo menos esto, pues desde luego que se refleja más, mucho más, todo lo que somos y especialmente lo que somos con respecto a eso de lo que hablamos y aquel a quien entrevistamos.

En cada momento, por la pregunta que estamos haciendo, reflejamos nuestra posición, pues ya estamos posicionados tan sólo por ser lo que somos, aun cuando hagamos todo lo posible por no tomar posición. Digamos que uno ya está presuponiendo ciertas afirmaciones, y primeramente afirmaciones de lo que uno es, al plantearle ciertas preguntas al otro. Así como la negación implica una afirmación previa en Freud, así también la pregunta implica siempre una afirmación que se vehicula de cierto modo.

Recordemos que el entrevistador y el entrevistado representan ciertos grupos, clases, intereses y orientaciones ideológicas, es decir, ciertos puntos de vista en la sociedad. Estos puntos de vista son también, siempre y por necesidad, posiciones de poder. Aunque en la entrevista simulemos neutralidad y pretendamos que sólo es una investigación de saber, en realidad hay una relación de poder. No podemos neutralizar tal poder al entrevistar a alguien. Al hacer la entrevista, se quiere conseguir algo en la estructura socioeconómica y en el terreno de lucha política. Es también por esto que la investigación de saber adquiere una tonalidad ideológica. La ideología despliega siempre una trama de relaciones de poder. Es un campo de batalla. De lo que se trata es de obtener o quitar o dar poder.

Cuando entrevisté a los eperristas, por ejemplo, sufrían una estigmatización general en los medios y en la sociedad mexicana. Yo estructuré la entrevista de tal modo que les diera una oportunidad para justificarse ante la sociedad y ganar su comprensión. Esto es necesario tenerlo en cuenta a la hora de planear una entrevista. No sólo se trata de lo que intento saber, sino también de lo que deseo convencer, demostrar u obtener. Este objetivo político debería explicitarse.

Uno tiene derecho a entrevistar de cierta forma para conseguir cierto propósito, pero uno debe transparentar su estrategia, al menos en lo posible y en lo deseable para no frustrar la misma estrategia. Si no hay ninguna transparencia, tenemos un trabajo únicamente ideológico, pero si uno busca transparentar, al menos en parte, el trabajo será además científico. En los combates políticos, a diferencia de la ciencia, uno puede soslayar o desatender ciertas verdades, pero esto no es válido en un ámbito científico en el que ha de imperar una deontología, una ética de la cientificidad, que exige cierta elucidación de lo ideológico y del objetivo político.

Desde luego que hay otras exigencias deontológicas en una entrevista. Algunas de ellas son muy sencillas y concretas. Por ejemplo, en lo que se refiere a la presentación y el manejo de los datos, me parece algo fundamental preguntar al entrevistado si está de acuerdo con la versión final de la entrevista. Si no lo hacemos, sacaremos ventaja del privilegio académico por el que tenemos acceso a ciertas formas de transmisión del saber. Pienso que siempre hay que esperar la aprobación y retroalimentación del entrevistado con respecto a lo que va a publicarse de lo que él dijo. Hay que darle una ocasión de reconsiderar lo que dijo, reformularlo y rectificarlo. Esto es algo crucial que tiene que ver con el respeto, no sólo por lo enunciado, sino por la enunciación misma y por el sujeto enunciador, es decir, por el sustrato más radical de cualquier literalidad.

Al hablar de literalidad, tocamos de cerca el tema de la contextualización y la descontextualización de lo que decidimos publicar de la entrevista. Se nos presentan aquí dos extremos: por un lado, contextualizarlo todo, no omitir nada, lo que a menudo resulta imposible, pero parece razonable, porque tal vez lo que estemos omitiendo por irrelevante sea finalmente lo más relevante para otro lector o para el propio entrevistado; por otro lado, está el extremo en el que descontextualizamos sin cuidado alguno ante el sentido, sin respeto alguno por el entrevistado, y obedecemos únicamente a nuestra estrategia y nuestro propósito, ideologizándolo así todo, como si fuéramos políticos. Para evitar esto, hay que ser cuidadosa y respetuosamente selectivos, y, de ser posible, debemos consultar al entrevistado sobre nuestra selección. Debemos tener claras las razones de seleccionar lo que seleccionamos, y deben siempre obedecer, al menos en cierto grado, a un fin de esclarecimiento, demostración e indagación. Es para este fin que debemos indicar algunos aspectos del contexto, y no sólo del contexto intradiscursivo, sino también del contexto extradiscursivo, como son las posiciones de quienes hablan, el poder que tienen, el privilegio de saber del que gozan, el prestigio de su saber en la sociedad, y así sucesivamente.

Lo que he dicho no supone de ningún modo que no tengamos derecho a descontextualizar en cierto grado, pero sólo en cierto grado, para que no se convierta en una táctica tramposa. Para no entrampar, basta con dejar claro que estamos recurriendo a la descontextualización como un recurso de esclarecimiento y descubrimiento, pues el contexto sirve también para oscurecer y para encubrir. Desembarazarnos del ruido contextual puede permitirnos entonces discernir una verdad textual que sólo podía confesarse al disimularse.

Ante un enemigo político, por ejemplo, uno tiene derecho a descontextualizar cuando ve que ha dicho algo revelador, algo que delata sus convicciones políticas, algo que intenta ocultar y que uno sólo puede revelar al aislarlo, sacarlo de su contexto, descontextualizarlo. Silenciar puede servir para escuchar aquellos secretos que susurramos y que sólo resuenan en el silencio. Podemos así destacar ciertos momentos del discurso, haciendo una escansión, en el sentido lacaniano del término.”

La enseñanza

“Muchas de mis consideraciones no tienen un carácter estrictamente metodológico, pero tampoco pueden soslayarse cuando nos ocupamos del método e intentamos enseñarlo. Al imaginar que la entrevista semiestructurada puede enseñarse únicamente como un método, se ignora la composición teórica del propio método. Es así como caemos en la cada vez más difundida “metodolatría”, la adoración del método absoluto, puro, depurado supuestamente de cualquier teoría, como si esto pudiera existir, como si no fuera una ficción ideológica, pues la ideología, como hemos visto, consiste precisamente en ese ocultamiento de la teoría en el que no deja de incurrirse actualmente cuando se trata de metodología. La “metodolatría” es una expresión de lo que Horkheimer llamaba razón instrumental. Es la absolutización típicamente moderna y capitalista de los instrumentos, de los medios que se convierten en los propios fines, como si no hubiera otros fines. Es así como procedemos actualmente en la psicología, ocupándonos obsesivamente de los métodos, hablando insistentemente sobre ellos, como si fueran ellos lo decisivo, como si no hubiera ya teorías, como si no fuera teórica la única sustancia y consistencia del método.

La entrevista semiestructurada está hecha de teoría. No podemos hablar de ella como de un simple método. Es además algo tan amplio que, al abordarla –según yo– lo importante es hablar de otras cuestiones, particularmente de los dispositivos teóricos que realiza, pero también de sus fundamentos epistemológicos, sus posibles propósitos políticos, las mediaciones ideológicas entre la política y el método, e incluso asuntos como la ciencia, la universidad o el papel del intelectual en la sociedad. Estos asuntos harían que lo estrictamente metodológico pasara finalmente a un segundo plano. Hay que menospreciar lo metodológico, atravesarlo e ir más allá de él, para hablar seriamente de él. Se trata paradójicamente de algo que debe descentrarse y desenfocarse para tratarse de la mejor manera.

Quiero insistir –para terminar– en que el uso de los métodos, entre ellos la entrevista semiestructurada, tiene siempre, en última instancia, un objetivo político. Yo no pienso que la ciencia nos exima de hacer política. Incluso el empirista y el positivista están haciendo política, y generalmente del peor tipo, conservadora y reproductiva, al permitirse únicamente reflejar lo existente y no profundizarlo ni atravesarlo ni volver sobre él para transformarlo.

Deseo reiterar también, en el mismo sentido, que la ciencia no puede purificarse totalmente de la ideología, sino sólo revelar una parte de ella, y esta revelación, en una perspectiva marxista y freudiana-lacaniana como la mía, expone lo revelado a su posible desaparición. Es aquí en donde el objetivo político puede coincidir con el científico. Esta coincidencia es fundamental para nosotros los seguidores de lo enseñado por Marx. El marxismo se ha caracterizado históricamente por saber que la única manera en que se puede luchar efectivamente contra la dominación es visibilizar y así desactivar y desmontar las configuraciones ideológicas a través de las cuales puede llegarse a dominar. Esta visibilización es un trabajo científico, pero su propósito es político.”

Reflexiones finales

En las líneas anteriores hemos planteado el propósito de este artículo, a saber, ofrecer una serie de reflexiones en torno a la entrevista semiestructurada en el ámbito de las ciencias sociales, especialmente de la psicología, a partir de una entrevista con David Pavón. Más adelante ofrecimos una contextualización mínima sobre la línea teórica del investigador entrevistado para luego presentar un recuento de su forma de ver y pensar sobre esta modalidad de entrevista. Hay que decir que en la conversación con Pavón no fue mencionada nunca la palabra “técnica”, algo de lo que no nos percatamos sino hasta haber transcrito y leído la entrevista. Esto nos sugiere que para dimensionar seriamente la entrevista semiestructurada es necesario rodearla, mirarla desde lejos. Reflexionar sobre ella implicaría entonces hablarla no en los términos en que se propone –la técnica–, sino atendiendo a los presupuestos normalmente tácitos de los que depende su sentido. Sólo así es posible señalar, como ya lo hizo Pavón-Cuéllar, los costos que trae consigo hablar de una técnica o un método depurado de teoría y los costos de pretender una teoría inmune a la ideología.

Para ampliar y aprovechar la problematización del concepto de entrevista semiestructurada, proponemos que retomemos la idea del conocimiento como una forma de producir conceptos a través de unos medios de producción determinados (Althusser, 1968). Tomando en cuenta que la técnica de la entrevista semiestructurada sería uno de esos medios de producción de conocimiento, al menos en las ciencias sociales y del comportamiento, las reflexiones sobre la técnica estarían en la mira de la filosofía marxista y del materialismo dialéctico, cuyo objeto, según Althusser, está constituido por la historia de la producción de conocimientos y la diferencia histórica entre la ideología y la ciencia. Así, las reflexiones y cuestionamientos sobre la entrevista semiestructurada, como un medio de producción de conocimiento, implicarían siempre las condiciones materiales, sociales e históricas del proceso de producción de conocimiento científico. Mucho nos avanzó ya Pavón-Cuéllar a lo largo de la entrevista: a) al hacer evidentes los puntos de roce entre lo político y lo científico; b) al develar las formas de hacer ciencia en la sociedad actual, que son también, en buena medida, formas de invisibilizar lo ideológico, y c) al realizar una enérgica crítica a una psicología que se ejerce sin cuestionar sus premisas, sus postulados teóricos y la estructura de relaciones de poder que la atraviesa:

[...] si una ciencia está naciendo, corre el riesgo de poner al servicio de su proceder la ideología de que se nutre: de esto tenemos ejemplos evidentes en las llamadas ciencias humanas, las que muy a menudo no son sino técnicas, bloqueadas en su desarrollo por la ideología empirista que las domina, y que les impide discernir su verdadero fundamento, definir su objeto e incluso encontrar en disciplinas existentes, aunque rechazadas por prohibiciones o prejuicios (como el materialismo histórico, que debería servir de fundamento a la mayor parte de las ciencias humanas), sus verdaderos principios básicos ( Althusser, 1968, p. 35).

Al mirar atrás en la historia, basta preguntarse de qué forma la psicoología ha prestado sus servicios a los aparatos ideológicos y disciplinarios del Estado al ejercer la normativización, evaluación y control de la “salud mental”. Y si esto pareciera discutible, entonces bastaría con considerar la participación de la disciplina en los aparatos represivos de Estado, esos que ejercen violencia directa a través de la creación y perfeccionamiento de técnicas de tortura e interrogatorio (Pavón-Cuéllar, 2017b).

Sólo después de este recorrido, tiene sentido plantearnos la pregunta: ¿cómo practicar la entrevista semiestructurada, sorteando en alguna medida, las imposiciones de la estructura y, especialmente, permitiendo y alimentando el surgimiento de lo inesperado? Para ensayar una respuesta, tendríamos que considerar lo que nos sugiere Althusser más arriba y comenzar a pensar en el objeto de una psicología preocupada por la ideología; preocupada, por ejemplo, por lo que acarrea una visión empirista, instrumental de la ciencia. Una psicología cuyo objeto se defina a partir de dichas preocupaciones implicaría también una forma particular de practicar la entrevista semiestructurada.

Desde dicha práctica se entendería entonces a la entrevista semiestructurada como un medio de producción de conocimiento que tiene siempre una dimensión política visible o invisibilizada, patente en las tensiones entre lo reproductivo y lo emergente, entre la estructura y la incertidumbre. Implicará el encuentro entre dos o más sujetos que ocupan posiciones diferentes en la estructura de poder-saber, y propiciará el diálogo entre construcciones discursivas propias de sus posiciones dentro de la estructura. Atender y entender la entrevista semiestructurada en estos términos no permitiría atisbar, a través del discurso, formas específicas de la reproducción de la estructura, pero también de la ocurrencia de fallas y rupturas. Se trata de buscar en esa forma particular de conversacion con el otro un lugar para la subversión y para una ciencia viva, libre del dogmatismo, vigilante de la ideología, en la medida en que logra “reflejar los datos inmediatos de la experiencia y de la práctica cotidianas” a condición de “cuestionarlas y romper con ellas” (Althusser, 1968, p. 38).

Podríamos proponer como objeto de esta psicología y, por tanto, de las técnicas y métodos que aplique, mirar y aprovechar las fallas en el discurso del sujeto, hacerles eco hasta revelarlas tanto para el entrevistado como para el entrevistador. Una psicología que se valga de un método que denuncie y renuncie a la investigación como práctica reproductiva, eficaz en el intento de ignorar y borrar las sorpresas, que desacredita o instrumentaliza otras formas de saber y conocer, que ignora la operación de relaciones de poder y los aspectos políticos e ideológicos de la investigación científica. Se trata, necesariamente, de un proceder crítico con el proceso histórico de producción de conocimientos académicos e institucionalizados, uno que busque objetivar lo ideológico y que pueda conversar con otras formas de producción de conocimientos, formas que no necesariamente sean académicas, occidentales, androcéntricas, heteronormadas, dominantes o coloniales.

El entrevistador va siempre con una disposición previamente constituida, por lo que sea y cual sea el contenido y la forma de las preguntas que se realicen al entrevistar, éstas evidenciarán siempre una determinada ideología, las relaciones con el saber y sus implicaciones de poder. Por lo tanto, pensar en este método nos obligaría a hacernos conscientes, al menos en parte, de nuestra propia estructuración como sujetos, de nuestra posición ideológica, teórica, política, epistemológica y de nuestro lugar en la estructura. Nos obligaría a enunciar a cada momento, que nuestro lugar de académicos implica un lugar específico en la estructura de poder-saber y que es desde ahí que nos acercamos a las otras y los otros.

El método como teoría –con la teoría como ideología– tendría que permitirnos mirar otros contextos, aquellos que la psicología tradicional y la estructura que encarna dejan de lado, soslayan. Tendríamos que hacerlos visibles, primero a nuestros propios ojos, para acercarnos después a su conocimiento, para visibilizarlos y denuncar su invisibilización. No buscaríamos estructurarlos al modo que le convenga a la estructura dominante, sino que tendríamos que revelar sus discursos, sus conocimientos, sus opresiones. Por lo tanto, esta forma de acercarse al método tendría que exhibir al académico “extractivista” que en una réplica del sistema capitalista extrae información para enriquecerse y engordar su currículo. De hecho, tendría que ir en sentido opuesto, buscando dar voz a lo que la estructura ha silenciado, vigilando el poder del que el investigador goza, ceder el poder del que el investigador goza y permitirles hablar a través de su lugar en la estructura de poder-saber, estableciendo así una ética del compromiso política.

Hay aún muchas preguntas abiertas: ¿qué hacer con aquellos entrevistados o entrevistadores que no afirmen una posición política clara?, ¿cómo hacemos para hacernos conscientes de nuestro lugar en la estructura?, ¿qué papeles juegan las universidades, sean públicas o privadas, en esto?, ¿qué pasa si rehuimos el examen de nuestra postura al realizar la entrevista?, ¿tendremos que dejar en evidencia nuestras carencias, lo que no alcanzamos a comprender? Preguntas como las anteriores son inabarcables en un solo trabajo y un tanto utópicas hasta no ser realizadas en la práctica. Sin embargo, la materialidad de estas palabras puede ser ya un buen comienzo. David Pavón-Cuéllar piensa que la única forma de ganar la batalla al control ideológico que ejerce la psicología es desapareciéndola. Preferimos darle a la disciplina el beneficio de la duda, de la reflexión, de la propuesta, de la subversión. Sea que perdure o no bajo el rótulo “psicología”, lo que nos importa es construir una práctica más científica, más crítica, más verdadera, comenzando por la forma en que conversamos con el otro.


Referencias

Althusser, L. (1968). La filosofía como arma de la revolución. Madrid: Siglo XXI.

Briggs, C. (1986). Learning How to Ask: A Sociolinguistic Appraisal of the Role of the Interview in Social Science Research. New York: Cambridge University Press.

Elejabarrieta, F. (1997). El método lingüístico: técnicas de obtención de información. Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona.

Pavón-Cuéllar, D. (2014a). Del método crítico-teórico lacaniano a sus reconfiguraciones práctico-políticas en discursos concretos: cuestionamiento de la ideología, compromiso del investigador y subversión del sujeto. En J. M. Flores Osorio y J. L. Aparicio López (Eds.), Miradas y prácticas de la investigación psicológica y social (pp. 129-174). Puebla: BUAP.

Pavón-Cuéllar, D. (2014b). ¿Cómo servirse de la teoría lacaniana sin dejar de ser marxista? Ciências Sociais Unisinos, 50(2), 146-152. Recuperado de http://revistas.unisinos.br/index.php/ciencias_sociais/article/download/csu.2014.50.2.06/4266

Pavón-Cuéllar, D. (2014c). Elementos políticos de marxismo lacaniano. Ciudad de México: Paradiso.

Pavón-Cuéllar, D. (2015). Althusserian materialist dialectic in Lacanian discourse analysis: Universal exception, complex over- determination and critique of psychological discursive ideology. En J. Cresswell, A. Haye, A. Larraín, M. Morgan y G. Sullivan (Eds.), Dialogue and Debate in the Making of Theoretical Psychology (pp. 414-424). Concord: Captus.

Pavón-Cuéllar, D. (2016). Metapsychology on the Battlefield: Political Praxis as Critique of the Psychological Essence of Ideology. En S. Tomšič y A. Zevnik (Eds.), Jacques Lacan: Between Psychoanalysis and Politics (pp. 268-281). Nueva York: Routledge.

Pavón-Cuéllar, D. (2017a). The Language of History and its Immanent Critique: From Lacanian Discourse Analysis to Marxist Revolutionary Practice. Annual Review of Critical Psychology, 13, 1-13. Recuperado de https://thediscourseunit.files.wordpress.com/2017/08/arcpdavidp.pdf

Pavón-Cuéllar, D. (2017b). Psicología y destrucción del psiquismo: La utilización profesional del conocimiento psicológico para la tortura de presos políticos. Psicologia: Ciência e Profissão, 37 (núm. esp.), 11-27. doi:10.1590/1982-3703010002017

Potter, J. y Hepburn, A. (2012). Eight challenges for interview researchers. En J. F. Gubrium, J. A. Holstein, A. B. Marvasti y K. D. McKinney (Eds.), The Sage Handbook of Interview Research: The Complexity of the Craft (pp. 555-570). Thousand Oaks: Sage.







Acerca del autor

Karla Montserrat Ríos Martínez (rios.mtz.karla@gmail.com) es licenciada en Psicología, egresada de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Realizó movilidad académica en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, trabajando en el marco de las corrientes críticas de la psicología (ORCID 0000-0002-7323-9675).




Recibido: 14/10/2017

Aceptado: 04/11/2018









Cómo citar este artículo

Ríos Martínez, K. M. (2019). La entrevista semiestructurada y las fallas en la estructura. La revisión del método desde una psicología crítica y como una crítica a la psicología. Caleidoscopio - Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, 23(41), 65-91. doi:10.33064/41crscsh1203